FULCANELLI

Fulcanelli es el sobrenombre con el que se conoce a un autor al que se atribuyen varios libros de hermetismo y alquimia que se publicaron en el primer tercio del siglo XX.


Todo lo que se sabe acerca de la existencia de este personaje es por testimonios indirectos de unas pocas personas que afirman haberle conocido o tratado, realmente no hay casi ningún dato que pueda ser verificado objetivamente; esta información pública es insuficiente como para elaborar una biografía medianamente útil, aunque por otro lado, y junto con el contenido de sus libros, sí que es lo bastante enigmática y extraordinaria como para atraer la curiosidad y hacer que se haya especulado bastante sobre la persona y obra de este hombre, que tal vez podría ser el último adepto alquimista conocido, acaso el último eslabón de la cadena de iniciados en posesión del secreto de la legendaria piedra filosofal por mérito propio.

Esta carta de presentación es, sin duda, lo suficientemente fascinante como para indagar e intentar dilucidar algún dato fiable a partir de lo que se conoce acerca de Fulcanelli, pero también sería, hay que reconocerlo, un motivo poderoso para evitar cualquier publicidad, incluso para enterrarse en vida, difundir la información justa y necesaria y sembrar la duda a su alrededor. Si estuviéramos hablando de un auténtico adepto, todo esto además sería una obligación ineludible según el código de la tradición hermética, tal y como se proclama expresamente en los propios libros de Fulcanelli.
Sea como fuere, no podemos saber a ciencia cierta cuál es el auténtico motivo del enmascaramiento de la personalidad del autor de “El misterio de las catedrales” y “Las moradas filosofales”, que son sus únicos libros publicados, sino sólo hacer suposiciones acerca de la posible, y en todo caso sorprendente, existencia de un adepto alquimista tradicional en la era atómica moderna.

Aunque el nombre de Fulcanelli ya sonaba solapadamente en los círculos de aficionados a la alquimia (principalmente en Francia) desde el primer cuarto del siglo XX, las primeras noticias que el gran público tuvo acerca de su persona provienen de la mención que se hace al respecto en la célebre obra “El retorno de los brujos”, publicada por primera vez en 1960. Este libro, compendio de investigación que intenta reivindicar la importancia de las ciencias alternativas (parapsicología, esoterismo…) y ubicar el realismo fantástico en general en el marco de la ciencia moderna, dedica algunos capítulos a la alquimia. A propósito de ésta y su manifiesta realidad y actualidad, los autores incluyen un caso de primera mano vivido por uno de ellos y que aportan como prueba fehaciente. El suceso es un encuentro personal ocurrido entre Jacques Bergier (coautor del libro) y un misterioso personaje (que se identificó como alquimista) en junio de 1937 en París; este encuentro no fue casual, ya que Bergier, ingeniero químico interesado en aquella época en la energía nuclear, trabajaba con el notable físico francés André Helbronner, el cual parece ser que propició el encuentro. Helbronner no podría dar fe de ello, ya que murió en 1944, pero así se narran los hechos en “El retorno de los brujos”:

 

“A. Helbronner era perito ante los tribunales para todos los asuntos referentes a la transmutación de los elementos, y esto dio ocasión a Jacques Bergier de conocer a un cierto número de falsos alquimistas, timadores o iluminados; y a un alquimista verdadero. Bergier no supo jamás el verdadero nombre de este alquimista y, si lo hubiera sabido, se habría guardado muy bien de dar demasiados detalles. El hombre de que vamos a hablar desapareció hace ya mucho tiempo, sin dejar rastro visible. Ha entrado en la clandestinidad, después de haber cortado voluntariamente todos los puentes que le unían con el siglo. Bergier está convencido de que se trataba del hombre que, bajo el seudónimo de Fulcanelli, escribió allá por el año 1920 dos libros extraños y admirables. Estos libros fueron editados gracias a las gestiones de Eugene Canseliet, que jamás reveló la identidad del autor….A petición de André Helbronner, mi amigo se entrevistó con el misterioso personaje en el prosaico escenario de un laboratorio de ensayos de la Sociedad del Gas de París. He aquí, exactamente, su conversación:
-M. André Helbronner, del que tengo entendido que es usted ayudante, anda buscando la energía nuclear. El ha tenido la amabilidad de ponerme al corriente de algunos de los resultados obtenidos. Están ustedes muy cerca del éxito, al igual que algunos otros sabios contemporáneos. ¿Me permite que le ponga en guardia? Los trabajos a que se dedican ustedes son terriblemente peligrosos. Y no son sólo ustedes quienes están en peligro, sino la humanidad entera. La liberación de la energía nuclear es más fácil de lo que piensa. Y la radioactividad superficial producida puede envenenar el planeta en algunos años. Además, pueden fabricarse explosivos atómicos con algunos gramos de metal, y arrasar ciudades enteras. Se lo digo claramente: los alquimistas lo saben desde hace mucho tiempo.
Bergier se dispuso a interrumpirle, protestando. ¡Los alquimistas y la ciencia moderna! Iba a prorrumpir en sarcasmos cuando el otro le atajó:
-Ya sé lo que va a decirme: los alquimistas no conocían la estructura del núcleo, la electricidad, no tenían ningún medio de detección. No pudieron, pues realizar ninguna transmutación, ni liberar la energía nuclear. No intentaré demostrarle lo que voy a decirle ahora, pero le ruego que lo repita a M. Helbronner: bastan ciertas disposiciones geométricas de materiales extremadamente puros para desencadenar las fuerzas atómicas, sin necesidad de utilizar la electricidad o la técnica del vacío. Y ahora me limitaré a leerle unas breves líneas:
`Pienso que existieron en el pasado civilizaciones que conocieron la energía del átomo y que fueron totalmente destruidas por el mal uso de esta energía`
-Le ruego que admita que algunas técnicas parciales han sobrevivido. También le pido que reflexione sobre el hecho de que los alquimistas mezclaban preocupaciones morales y religiosas con sus experimentos, mientras que la física moderna nació en el siglo XVIII de la diversión de algunos señores y de algunos ricos libertinos. Ciencia sin conciencia…He creído que hacía bien advirtiendo a algunos investigadores aquí y allá, pero no tengo la menor esperanza de que mi advertencia fructifique. Por lo demás, no necesito la esperanza.
Bergier se permitió hacer una pregunta:
-Si usted mismo es alquimista, señor, no puedo creer que emplee su tiempo en el intento de fabricar oro. Desde hace un año, estoy tratando de documentarme sobre la alquimia y sólo he tropezado con charlatanes o con interpretaciones que me parecen fantásticas. ¿Podría usted decirme en qué consisten sus investigaciones?
-Me pide usted que resuma en cuatro minutos cuatro mil años de filosofía y los esfuerzos de toda mi vida. Me pide, además, que le traduzca en lenguaje claro conceptos que no admiten el lenguaje claro. Puedo, no obstante, decirle esto: no ignora usted que, en la ciencia oficial hoy en progreso, el papel del observador cada vez es más importante. La relatividad, el principio de incertidumbre, muestran hasta qué punto interviene hoy el observador en los fenómenos. El secreto de la alquimia es éste: existe un medio de manipular la materia y la energía de manera que se produzca lo que los científicos contemporáneos llamarían un campo de fuerza. Este campo de fuerza actúa sobre el observador y le coloca en una situación privilegiada frente al universo. Desde este punto privilegiado tiene acceso a realidades que el espacio y el tiempo, la materia y la energía, suelen ocultarnos. Es lo que nosotros llamamos la Gran Obra.
-Pero, ¿y la piedra filosofal? ¿Y la fabricación del oro?
-Esto no son más que aplicaciones, casos particulares. Lo esencial no es la transmutación de los metales, sino la del propio experimentador. Es un secreto antiguo que varios hombres encontrarán todos los siglos.
-¿Y en qué se convierten entonces?
-Tal vez algún día lo sabré.
Mi amigo no debía volver a ver a aquel hombre, que dejó un rostro imborrable bajo el nombre de Fulcanelli. Todo lo que sabemos de él es que sobrevivió a la guerra y desapareció completamente después de la liberación. Todas las gestiones para encontrarlo fracasaron.” (“El retorno de los brujos”, de L. Pauwels y J. Bergier)

 

 

De ser cierto este testimonio, tal y como afirman los autores, sería de una gran trascendencia, ya que implicaría que un hombre presentado a sí mismo como alquimista, estaría en posesión de conocimientos científicos precisos relacionados con la energía nuclear y sus aplicaciones varios años antes de la puesta en marcha del Proyecto Manhattan (proyecto estadounidense destinado a la consecución de la primera bomba atómica, asumido como prioridad en el marco de la carrera armamentística de la segunda guerra mundial); hay que recordar que el primer ensayo nuclear (proyecto Trinity) se realizó el 16 de Julio de 1945 con la detonación de la primera bomba atómica en Alamogordo (Nuevo Mexico, E.E.U.U.).

Bergier tampoco afirma taxativamente que su interlocutor fuera Fulcanelli, sino que más bien lo indica a modo de presunción, sea cual fuere el motivo que le movió a hacerlo así. Sin embargo, este relato se ha dado generalmente por válido en el ámbito esoterista al efecto de admitir la existencia del escurridizo alquimista, apoyado por la información aportada por uno de los hombres que mejor le pudo conocer: su autoproclamado amigo y discípulo Eugéne Canseliet.

A Canseliet se le asocia directamente con Fulcanelli en principio porque firmó de su propia mano los diferentes prefacios que se incluyeron en las sucesivas ediciones francesas tanto de “Las moradas filosofales” como de “El misterio de las catedrales”. En dichos prefacios, aparte de comentar las obras demostrando un buen conocimiento de ellas, apunta algunos detalles acerca de la vida del autor, Fulcanelli, y sus logros alquímicos. También se sabe que Canseliet propició, tal y como mencionan Pauwels y Bergier, la publicación de dichos libros, y que percibió los derechos inherentes a los mismos, ya que, según él, el propio Fulcanelli se los había cedido. En todo caso, E. Canseliet es considerado el único discípulo del alquimista; nació en 1899 y murió en 1982, desarrollando sus propias investigaciones alquímicas (sin lograr resultados importantes, al menos conocidos) y publicando sus propios libros, y jamás desveló la personalidad de su maestro, aunque de una forma u otra siempre sostuvo la veracidad de su existencia.
Canseliet afirmó que había conocido a su maestro en 1915, en París, y se había relacionado con él por espacio de quince años. Decía que ignoraba su procedencia u origen, aunque sabía que tenía una buena posición y grandes amigos, tales como el científico Pierre Curie o el diplomático Ferdinand de Lesseps. Sin embargo, en octubre de 1925, en el prólogo de “El misterio de las catedrales”, escribió:

“Hace ya mucho tiempo que el autor de este libro no está entre nosotros, sólo persiste su recuerdo. Y, como el fénix de los poetas, una personalidad nueva renace de las cenizas. Mi maestro despareció al sonar la hora fatídica, cuando se produjo la señal. Yo mismo, a pesar del desgarro de una separación dolorosa, pero inevitable, actuaría de la misma manera, si me ocurriese hoy el feliz suceso que obligó al adepto a renunciar a los homenajes del mundo.”

 

 

Y años después (1957), en la introducción a la reedición del libro, añadiría:
“Cuando escribió este libro en 1922, Fulcanelli no había recibido el Don de Dios, pero estaba tan cerca de la Iluminación suprema que juzgó necesario esperar y conservar el anonimato, el cual, por lo demás, había observado constantemente, acaso más por inclinación de su carácter que por obedecer rigurosamente la regla del secreto.”

Todo esto inducía a pensar que Fulcanelli había logrado efectivamente obtener la piedra filosofal en algún momento entre 1922 y 1925. El mismo Canseliet llegó a afirmar que Fulcanelli le había dado cierta cantidad de polvo de proyección, con la cual realizó una transmutación alquímica en presencia de éste y bajo su dirección, de la que obtuvo cien gramos de oro; según él, esto ocurrió en septiembre de 1922, en un laboratorio de la localidad de Sarcelles, cercana a París y ante un reducido círculo de amigos. No sería la única transmutación que involucra a Fulcanelli, ya que se afirma que realizó otra él mismo en 1937, poco antes de desaparecer, transmutando media libra de plomo fundido en igual cantidad de oro ante diversos testigos. Además, y en relación a la longevidad de Fulcanelli, Canseliet también declaró:

“Cuando empecé a trabajar con él, el maestro era ya un hombre muy viejo, aunque llevaba muy bien sus ochenta años. Treinta años más tarde volví a verle, y me pareció un hombre de cincuenta años, es decir, parecía no ser más viejo que yo…”

La pista de Fulcanelli se pierde casi definitivamente a partir de la publicación de sus dos libros (o sea, de 1930 en adelante). Pero retrocedamos el principio de la historia y veamos qué se sabe acerca del origen del maestro alquimista…

A principios del siglo XX, París era un hervidero de aficionados y estudiosos del ocultismo; menudeaban las reuniones y charlas de grupos de opinión, y la alquimia no resultaba ajena a esta actividad. Uno de estos grupos se estableció en torno al nombre de Fulcanelli, el cual aquí ya se mencionaba con cierta reverencia desde años antes de la publicación de su primer libro. Todos los investigadores coinciden en señalar que en el seno de este círculo de contertulios se gestó, de una forma u otra, la leyenda Fulcanelli. Frecuentaban este grupo, que se sepa, los entonces adolescentes (era algo antes de 1920) Eugene Canseliet y Jules Boucher, aficionados al ocultismo, Gaston Sauvage, un prometedor químico, y un extraño personaje llamado Jean-Julien Champagne, bastante más mayor que el resto y con aspecto algo anacrónico, modo de vida bohemio y además pintor de profesión que ilustró con algunos de sus dibujos la primera edición de los libros de Fulcanelli. Todos ellos frecuentaban la “Librairie du merveilleux”, una librería especializada en temas esotéricos y alquimia abierta desde 1909 en una céntrica calle parisina donde además se desarrollaban animados coloquios propiciados por sus dueños, el editor y estudioso ocultista Pierre Dujols y su esposa. ¿Cuál era la relación de estas personas con Fulcanelli? Casi nada trascendió acerca de él fuera del grupo, que sibilinamente dejaba caer sutiles referencias a un “maestro alquimista real” al que sólo unos pocos conocían. Y en otoño de 1926, los rumores se confirman: se publica “El misterio de las catedrales”, en edición de lujo limitada a trescientos ejemplares, con prólogo firmado por Eugene Canseliet, treinta y seis ilustraciones a cargo de Jean-Julien Champagne y texto firmado por Fulcanelli. Al principio del libro, la dedicatoria “A los hermanos de Heliópolis”, una supuesta fraternidad secreta compuesta al parecer por los allegados del maestro, es decir, el grupo mencionado, tal vez junto a algún miembro más. Pero en ninguna parte del libro, sin duda fascinante, se daba información concreta acerca de la existencia real del autor. Por consiguiente, empezaron las especulaciones en torno a la identidad de Fulcanelli, las cuales arreciaron cuando, en 1929, aparece el segundo libro firmado por él: “Las moradas filosofales”, en similares circunstancias que el primero, mismo editor, misma dedicatoria, de nuevo ilustraciones a cargo de Champagne y prólogo a cargo de Canseliet con algunas lacónicas alusiones al autor que más bien contribuían a velar su identidad real. No aparecerían más volúmenes firmados por Fulcanelli, aunque en 1935 corrió el rumor de que iba a publicarse una tercera obra, “Finis gloriae mundi”, cosa que no sucedió; sin embargo el mismo Canseliet admitiría la existencia de un manuscrito empezado por Fulcanelli. En cuanto al grupo, aparentemente se dispersó; Jules Boucher continuaría su afición ocultista ingresando en la masonería francesa hasta su muerte en 1955, Sauvage siguió su carrera como químico hasta su fallecimiento en 1968, y el librero Dujols moriría en 1926, aunque publicó algunos trabajos propios de alquimia. La trayectoria de Eugene Canseliet fue seguida por muchos admiradores de Fulcanelli y curiosos de toda índole, aunque, según él, nunca volvería a contactar con su maestro, excepto un breve encuentro concertado en Sevilla (España) en 1952 del que jamás dio detalles salvo por lo que he mencionado en relación a la longevidad de Fulcanelli y otras referencias difusas a su aspecto. Respecto a Julien Champagne, consta que falleció en 1932 después de una larga y dolorosa enfermedad, pues contrajo gangrena en las piernas, y se dice que su estado se vio agravado por su afición a beber en exceso. Entretanto, el misterio en torno a la persona de Fulcanelli se acrecentaba hasta convertirle en poco menos que un mito del siglo XX, y se establecieron diversas hipótesis, más o menos sólidas, pero ninguna concluyente. Voy a repasar las que presentan mayor credibilidad.

Robert Ambelain, gran estudioso ocultista, notable miembro de la masonería y autor de numerosos libros relacionados con el esoterismo, realizó el estudio probablemente más completo acerca de Fulcanelli y su obra, con la ventaja de vivir los hechos más directamente, ya que tenía diecinueve años cuando se publicó “El misterio de las catedrales” por primera vez. Gracias a ello pudo obtener testimonios de primera mano de personas como el primer editor de los libros de Fulcanelli o Jules Boucher. El editor Jean Schemit le confesó que los manuscritos de las obras le habían sido entregados por Canseliet y Champagne en condición de representantes de Fulcanelli; nunca habló con nadie más ni llegó a conocer al autor. Sin embargo, afirmó que identificaba a Fulcanelli con Julien Champagne y que este ocultaba dicha identidad haciéndose pasar por simple ilustrador de los libros. Todo esto lo creía en base al trato sumamente respetuoso que Canseliet prodigaba a Champagne, llamándole “maestro” con reverencia. Jules Boucher, que había frecuentado más a Champagne, dio detalles de este a Ambelain que le hicieron pensar que el ilustrador no era en absoluto lo que parecía. Así que Ambelain llegó a la conclusión de que Champagne había sido un alquimista experimental (fabricaba sus propios elixires y ungüentos medicinales), fundó la fraternidad de Heliópolis como escuela particular de alquimistas y usó el sobrenombre de Fulcanelli (que deriva de las palabras Vulcano, dios del fuego, y Helios, dios del Sol, todo ello muy acorde con la obra alquímica), no siendo este apodo más que el alter ego de Jean-Julien Champagne. Ambelain aporta algunas pruebas más para sustentar su teoría, y asimismo considera que Champagne debió tener éxito en sus trabajos alquímicos, consiguiendo fabricar oro.

Sin embargo, es el propio Eugene Canseliet quien se encargó, con buenas razones, de desmontar esta hipótesis, refutando todas y cada una de las pruebas de Ambelain, y aunque siempre ha declarado su respeto por Champagne, igualmente ha desmentido que fuera Fulcanelli. Las terribles circunstancias de la muerte del artista parecen desmentirlo también.
Algunos investigadores van más allá, declarando que Champagne se hacía pasar por Fulcanelli a los ojos del grupo de Heliópolis pero en realidad ocultaba a Pierre Dujols, que fue quien le suministró los textos de los libros de Fulcanelli. Y estos textos eran, en realidad, una amalgama de escritos fundamentalmente de Dujols, pero también de Champagne y otros autores versados en alquimia, como René Schwaller de Lubicz, que supuestamente estaban detrás de todo el tinglado. Merece la pena detenerse en esto.

Sin desmerecer la posible influencia de Dujols, cuyo estilo literario y conocimientos tal vez podrían equipararle a la entidad de las obras de Fulcanelli (aunque, honestamente, es una más que difícil asociación), Genevieve Dubois, en su interesante estudio “Fulcanelli devoilé” (1990), introdujo el nombre de René Schwaller en la ecuación. Schwaller fue un ocultista francés (1887-1961) interesado fundamentalmente en la geometría sagrada y la alquimia que derivó sus investigaciones hacia el hermetismo del Egipto faraónico, escribiendo entre otras obras un erudito volumen acerca del simbolismo alquímico presente en el templo egipcio de Luxor. Según esta hipótesis, hacía 1919 Schwaller se relacionó con el librero Dujols y, sobre todo, con Champagne. De hecho, la relación con éste se concretó en experimentos alquímicos conjuntos que Champagne llevó a cabo bajo el auspicio (teórico y financiero) de Schwaller. Los contactos entre Champagne y Schwaller están fuera de toda duda, ya que existen pruebas irrefutables que lo demuestran, como el hecho de que Schwaller corriera con los gastos del sepelio de Champagne (incluída su lápida donde se añadió la inscripción: “Apostolus Hermeticae Scientiae”). Pero lo más revelador es que existen testimonios del propio Schwaller afirmando que Champagne se habría apropiado de sus investigaciones sobre las catedrales góticas y su simbolismo alquímico, y los habría publicado sin su consentimiento expreso bajo el seudónimo de Fulcanelli. Schwaller se mostró bastante resignado ante el acto de mala fe de Champagne, pues parece ser que nunca llegó a reprochárselo. André Vandenbroeck, en su biografía de Schwaller cita las siguientes afirmaciones de éste respecto de Fulcanelli:

“Fulcanelli debe ser entendido como el nombre genérico de un esfuerzo múltiple que se extendió por casi medio siglo. Recuerdo que cuando decía Fulcanelli era referido al grupo completo de escritores y ‘sopladores de humo’ (aficionados a la alquimia): Canseliet, Dujols, Champagne, Boucher, Sauvage; todos ellos contribuyeron a dar forma a la producción de Fulcanelli, una vez que había difundido mis ideas entre ellos: es decir, mi investigación sobre las catedrales. Poco después de un lustro, surge la fantástica erudición, gran parte de ella atribuible a Dujols y un poco a Canseliet, al que se añade el trabajo gráfico de Champagne; así, estuvo listo un libro para su venta. Habíamos construido el hecho, pero en el proceso nos faltó el momento, nos faltó la Palabra”.
“En el caso de Fulcanelli lo que se publicó es inexorablemente fragmentario, lleno de oscuridad innecesaria y carente de utilidad para un adepto que practique con seriedad, pero proporciona muchas municiones a los ‘sopladores de humo’ con sus sentencias lapidarias. Por lo que se refiere a Fulcanelli, representaba un extraño caso en las artes herméticas o de cualquier otro tipo; era un técnico maravilloso sin un gramo de visión filosófica. Muchas personas cultas, con numerosas lecturas tras de sí, podrán ser cualquier cosa pero sin doctrina, sin visión”. (Refiriéndose a Julien Champagne) “Porque en la época en que carecía de los medios, yo lo financié, le di la oportunidad de instalar un pequeño laboratorio y le proporcioné un estipendio mensual suficiente para vivir y continuar con la obra. Mantuve esto hasta el final, y continué hasta que ya no estuvimos juntos en Mas-de-Coucagno (Francia) donde realizamos el experimento crucial. Muchos años después de eso, lo vi una sola vez, durante poco tiempo, en su lecho de muerte en su buhardilla de Montmartre”.

Si hemos de creer la palabra de Schwaller, el misterio estaría desvelado. De hecho, esta hipótesis ha ido cobrando fuerza entre los investigadores a la hora de explicar el enigma Fulcanelli. Aunque, por lo que hemos visto, degrada en cierta manera los libros a él atribuidos y sobre todo, su valor intrínseco dentro de la filosofía tradicional alquímica.

¿Pudo haber sido René Schwaller el misterioso interlocutor de Jacques Bergier mencionado en “El retorno de los brujos”? Pero Bergier habla de un alquimista auténtico, un adepto…Consta que Schwaller realizó trabajos de experimentación alquímica, principalmente los que compartió con Champagne, aunque en todo caso abandonaría las prácticas tras la muerte de éste para centrarse en sus investigaciones en Egipto.

No puedo terminar con las hipótesis acerca de Fulcanelli sin mencionar la opinión del autor francés Patrick Riviére, quien sostiene que habría sido en realidad el científico francés Jules Violle (1841-1923). Este, famoso por sus notables investigaciones en óptica, tuvo además relaciones con el astrónomo Camille Flammarion y el círculo espiritista creado en torno a Allan Kardec. Pero no se aporta información certera que pueda dar solidez a esta teoría.

Como dato más bien anecdótico, tenemos el testimonio del investigador alquimista Frater Albertus Spagyricus (Albert Riedel, 1911-1984), que siguió de cerca el trabajo de Fulcanelli (da fe de la transmutación que éste realizó en 1937, aunque sin aportar pruebas) e incluso llegó a entrevistarse personalmente con Canseliet en 1975; Frater Albertus afirmó que el FBI (junto con alguna otra agencia de seguridad norteamericana, posiblemente la CIA) comenzó a buscar a Fulcanelli no sólo por sus pretendidos conocimientos de alquimia, sino porque se rumoreaba que poseía un manuscrito de Roger Bacon (filósofo, científico y probablemente alquimista inglés del siglo XIII) que contendría nada menos que fórmulas de física nuclear.

En 1999 se llegaría a publicar, sorprendentemente, el pretendido tercer libro de Fulcanelli, titulado “Finis gloriae mundi” y del cual ya apercibió Eugene Canseliet en el segundo prólogo a “Las moradas filosofales” en 1958. La persona que se hizo cargo de su publicación, Jacques d´Ares, es un autor francés que fue amigo de Canseliet y que manifestó que el manuscrito junto con una carta, todo ello firmado por el mismo Fulcanelli, le había sido enviado vía internet. Lo cierto es que este libro, más escueto y escrito en un tono distinto a los otros de Fulcanelli (es más heterogéneo y desde luego menos erudito), no parece salido de la misma pluma que los atribuidos al alquimista, aunque el mismo D´Ares tampoco hace demasiado hincapié en su supuesta autoría.
¿Es Fulcanelli un auténtico alquimista en posesión del gran secreto de la piedra filosofal, o se trata de un elaborado montaje? La respuesta ha de estar, sin duda, escondida en las páginas de sus libros.

 

 

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