En algunas ocasiones hemos hablado de la situación actual de la Iglesia católica Occidental, no muy prometedora sino más bien ya en franca decadencia; al decir esto nos referimos por supuesto a la actitud de los estamentos oficiales de la organización eclesiástica católica, que en definitiva es el grupo que dirige el camino de la institución, su relación e integración con la sociedad y el trazado de su destino previsible. No es que no haya en el clero católico personas capaces y con absoluta vocación y dedicación como para mantener el dogma con la mejor actitud, sino que en general la propia alta jerarquía de la Iglesia procura acallar las voces e influencia de estas personas, con lo que su buen trabajo queda muy limitado e incluso a veces despreciado y denostado. No creemos que se trate de un plan de la Iglesia católica por integrarse en la cambiante y voluble sociedad de nuestro tiempo, sino que la propia Iglesia ha sido infiltrada definitivamente por elementos afines a las políticas globalistas, los mismos que están corrompiendo y destruyendo la sociedad de Occidente. Basta con ver las incursiones desatinadas en la política global, las declaraciones desafortunadas (o ausencia de ellas cuando realmente se precisan) y otras grotescas actitudes de la alta jerarquía eclesiástica para darse cuenta del rumbo que ha tomado y hacia dónde se dirige la Iglesia católica.
Pero, ¿qué ocurre con la Iglesia Ortodoxa, la “otra mitad” de la Iglesia cristiana? ¿Conserva algo de integridad dogmática y buena praxis?
Vamos a examinar el desarrollo de la Iglesia Ortodoxa hasta nuestro tiempo para intentar averiguarlo. Comenzaremos con un poco de historia.
Se admite que el Gran Cisma, o cisma entre la Iglesia de Oriente y Occidente, tuvo lugar oficialmente en el año 1054 de nuestra era. Esto no fue un acontecimiento repentino o imprevisto, sino que la división ya se venía gestando desde siglos atrás y se debió, además de a un choque de mentalidades y diferencias en la comprensión del dogma cristiano, a algunos sucesos históricos puntuales de gran magnitud que propiciaron un distanciamiento a lo largo del tiempo que desembocaría en el Gran Cisma.
Respecto a lo anterior, cronológicamente podemos considerar como crucial en primer lugar el período entre finales del siglo III y el fin del siglo IV, período en el que se produjeron una serie de acontecimientos políticos que marcaron el destino posterior del Imperio Romano y el de la Iglesia Católica.
En el año 293 de nuestra era, el emperador romano Diocleciano establecía la tetrarquía, una forma de gobierno peculiar que conduciría a la división entre el imperio de Oriente y el de Occidente y a una guerra civil que además anunciaba el ocaso de Roma como capital imperial. El emperador Constantino I puso fin al conflicto en el año 324, retomando la idea de Diocleciano de la tetrarquía (dos emperadores y dos césares, sus sucesores designados) y se trasladó a la ciudad de Bizancio, la Nueva Roma, a la que desde entonces se conocería como Constantinopla (actual Estambul). Constantino también concedió libertad de culto a los cristianos y fortaleció su religión. A estas alturas se podría decir que el Imperio Romano estaba escindido, aunque esto no sería verdaderamente efectivo hasta el año 395, en que a la muerte del emperador Teodosio I el Imperio se dividió definitivamente: Flavio Honorio, su hijo menor, heredó Occidente con capital en Roma, mientras que a su hijo mayor, Arcadio, le correspondió Oriente con la capital en Constantinopla. Es a partir de este momento cuando comienza propiamente la historia del Imperio Oriental, o también llamado Imperio Bizantino, historia estrechamente ligada a la de la Iglesia Católica Ortodoxa.
En el año 476 es cuando se considera de hecho el fin del Imperio de Occidente, presionado por los pueblos germánicos: durante las últimas décadas, el poder imperial romano occidental había ido cayendo progresivamente mientras el poder del papado católico en la ciudad de Roma había ido en aumento. En Oriente, el cristianismo a partir de Constantino iría afirmándose hasta que el emperador Teodosio, en el año 476, lo proclamó como religión del imperio mientras proscribía las demás creencias. Desde entonces, la iglesia católica apostólica ortodoxa estuvo vinculada al poder imperial hasta el fin de este, casi un milenio después; la comunidad de fieles se extendió por Europa Oriental gracias a la influencia del Imperio Oriental y a la labor misionera.
La ruptura definitiva entre las dos iglesias ocurriría a raíz del concilio de Constantinopla en el año 869, último en que los legados del papa de Roma estuvieron presentes y en el que se produjo el enfrentamiento entre el Patriarca constantinopolitano Focio y el papa Nicolás I; el cisma culminaría en julio de 1054, año en que se declaró oficialmente el “Cisma de Oriente y Occidente”. En lo sucesivo, la Iglesia ortodoxa bizantina y las que se crearon a partir de ella se organizaron mediante sus propios concilios o sínodos. La constancia e inmutabilidad de los dogmas de la doctrina cristiana original se consideran una de las virtudes principales de la Iglesia ortodoxa: se supone que cualquier cambio considerable de la doctrina se puede hacer solo por medio de un concilio ecuménico, con el consenso de todo el mundo cristiano, algo que no se ha hecho en la Iglesia ortodoxa desde hace siglos a partir del cisma con la Iglesia de Roma, la cual por su parte sí ha continuado convocando concilios ecuménicos, unida bajo la autoridad del Papa de Roma. Básicamente la doctrina de la Iglesia ortodoxa se estableció en una serie de concilios, de los cuales los más importantes son los siete «concilios ecuménicos», que tuvieron lugar entre los siglos IV y VIII. Es importante señalar que uno de los principales puntos de divergencia entre las dos iglesias radica en la “claúsula Filioque”, dogma por el cual la iglesia de Roma considera al Espíritu Santo procedente del Padre y el Hijo, afirmación rechazada por la iglesia ortodoxa que cree que procede solo del Padre. Esta cláusula ha constituido, desde que fue añadida al credo niceno (Concilio de Constantinopla, año 381) una diferencia insalvable entre ambas iglesias.
Tanto la Iglesia Católica de Roma como la Iglesia Ortodoxa consideran propia toda la historia de la Iglesia Católica precismática (anterior a la ruptura). Es por ello que la mayoría de los santos católicos precismáticos occidentales son santos también para la iglesia ortodoxa; en todo caso, ambas iglesias se arrogan el poder de santificar o beatificar.
Hay que mencionar que existen otras comunidades cristianas primitivas conocidas como “Iglesias Ortodoxas Orientales”; estas iglesias, al igual que la ortodoxa bizantina, se ubican en la zona del Mediterráneo oriental y tienen su origen en el cristianismo primitivo. Sin embargo, se escindieron de las dos iglesias principales hacia mediados del siglo V, a partir de los concilios de Calcedonia y Éfeso, cuyo contenido dogmático rechazaron. Las Iglesias ortodoxas orientales tienen en común el credo miafisita, que manifiesta que sólo hay una naturaleza en Jesucristo; el concilio de Calcedonia introdujo la idea de dos naturalezas en Jesús, de ahí el rechazo.
En tanto constituyen una de las instituciones religiosas más antiguas del mundo, las iglesias ortodoxas orientales han desempeñado un papel destacado en la historia y la cultura de países como Armenia, Egipto, Eritrea, Etiopía, Sudán y algunas partes de Asia occidental y la India.
Las Iglesias ortodoxas orientales están compuestas por seis iglesias autocéfalas, es decir, con un orden jerárquico por el cual la iglesia tiene como cabeza principal a un obispo que no responde a la autoridad de ningún otro dignatario; sus obispos son iguales en virtud de la ordenación episcopal, y sus doctrinas pueden resumirse en que las iglesias reconocen la validez de solo los tres primeros concilios ecuménicos, además del concepto miafisita.
Estas seis iglesias son:
-La Iglesia copta ortodoxa de Alejandría.
-La Iglesia ortodoxa siríaca de Antioquía.
-La Iglesia apostólica armenia.
-La Iglesia ortodoxa siria de Malankara, o iglesia ortodoxa india.
-La Iglesia ortodoxa tewahedo etíope.
-La Iglesia ortodoxa tewahedo eritrea.
Entre las iglesias se practican tres ritos diferentes entre sí: el rito armenio de influencia occidental, el rito siríaco occidental de la Iglesia siríaca y la Iglesia malankara de la India, y el rito alejandrino de los coptos, etíopes y eritreos.
Estas iglesias, de marcado carácter étnico, constituyen comunidades relativamente pequeñas y dispersas, debido en gran parte a las duras persecuciones que han sufrido. Sin embargo subsisten manteniendo básicamente el culto primitivo y nutriéndose de cierta actividad proselitista en todo el mundo.
Como consecuencia de la expansión musulmana en el siglo VII, tres de los cuatro patriarcados orientales cayeron bajo dominio del Islam: Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Por eso, el Oriente cristiano se identificó desde entonces con la Iglesia ortodoxa griega o también llamada bizantina, es decir, el Patriarcado de Constantinopla y las iglesias nacidas como fruto de su acción misionera, que le reconocían cierta primacía. Estas comunidades cristianas que giraban en la órbita de Constantinopla, integraban la Iglesia ortodoxa greco-oriental.
En realidad, la expresión «Imperio bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en el siglo XVI lo utilizaría en su obra para designar este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la Antigüedad clásica. A partir de aquí el término se fue utilizando con más frecuencia entre diversos autores y su uso se hizo más popular.
Políticamente, existe cierto rechazo histórico de Occidente a reconocer al Imperio romano de Oriente como continuación legítima de Roma, al menos desde que, en el siglo IX, Carlomagno y sus sucesores esgrimieron el documento apócrifo conocido como «Donación de Constantino» para proclamarse, con la connivencia del papado, “emperadores romanos”. Desde esta época, en las tierras occidentales el título “Imperator Romanorum” (Emperador de los Romanos) quedó reservado a los soberanos del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el emperador de Constantinopla era llamado, de manera un tanto despectiva, “Imperator Graecorum” (Emperador de los Griegos), y sus dominios, “Imperium Graecorum” (Imperio Griego), o incluso “Imperium Constantinopolitanus” (Imperio de Constantinopla). Los emperadores en Constantinopla nunca aceptaron estos apelativos, y de hecho esta distinción tampoco existió en el mundo islámico. El imperio bizantino fue conocido por los turcos como Rûm, ‘tierra de los Romanos’, y sus habitantes como rumis, calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general.
El episcopado oriental reconocía al obispo de Roma un primado honorífico, pero entendía que las decisiones doctrinales y disciplinarias debían ser tomadas por los patriarcas en consenso y nunca abandonó lo esencial de esta postura, incompatible con el auge de la primacía papal. Roma, por su parte, no estaba dispuesta a aceptar la autoridad imperial a que estaba sujeta la iglesia en el Imperio bizantino con su idea de sintonía entre el poder del Emperador y el Patriarca; esta es una de las principales razones que acabaron separando a las dos iglesias, tal vez incluso más que sus divergencias dogmáticas y litúrgicas, aunque a través de ellas se manifestaban maneras distintas de entender la religiosidad: uso de lenguas diferentes, calendarios litúrgicos y, en parte, santorales específicos, sensibilidad especial respecto al culto a los iconos, etc…
En la iglesia ortodoxa se considera cabeza principal obviamente a Jesucristo, mientras que los principales jerarcas de las iglesias autocéfalas, los patriarcas y metropolitanos (u obispos de una metrópoli), se tratan como iguales, aunque respetando el honor del Patriarca de Constantinopla de ser el primus inter pares (primero entre iguales), un título meramente simbólico cuya función principal sería la de presidir los concilios ecuménicos. Esa igualdad diferencia a la Iglesia católica ortodoxa, presidida por una línea formalmente horizontal de arzobispos, de la Iglesia católica, cuya cabeza, el Papa, es considerado por los ortodoxos como quien poseyó el título de primus inter pares antes del Gran Cisma.
Es posible la aparición, o independización legítima, de una nueva Iglesia ortodoxa, siempre con el reconocimiento de su autocefalia o derecho de autogobernación por todas las Iglesias ortodoxas hermanadas. Las Iglesias no reconocidas al menos por una de las autocéfalas (o sea sin su patrocinio) no se consideran parte de la comunión de Iglesias ortodoxas canónicas, herederas de la tradición apostólica y de la gracia de Dios.
Así pues, en la Iglesia Católica Ortodoxa existen inicialmente cuatro patriarcados originalmente formados antes del cisma de 1054, que son:
-Iglesia ortodoxa de Constantinopla,
-Iglesia ortodoxa de Alejandría, con influencia en toda África.
-Iglesia ortodoxa de Antioquía, con influencia en Oriente.
-Iglesia ortodoxa de Jerusalén, radicada en la Ciudad Santa de Jerusalén y con influencia en toda Palestina.
Otras cinco Iglesias también tienen el rango de patriarcados:
-Iglesia ortodoxa rusa.
-Iglesia ortodoxa serbia.
-Iglesia ortodoxa rumana.
-Iglesia ortodoxa búlgara.
-Iglesia ortodoxa georgiana.
Y están además las siguientes Iglesias que tienen como primado a un arzobispo o a un metropolitano:
-Iglesia ortodoxa chipriota.
-Iglesia ortodoxa de Grecia.
-Iglesia ortodoxa polaca.
-Iglesia ortodoxa albanesa.
-Iglesia ortodoxa checa y eslovaca.
-Iglesia ortodoxa de Ucrania.
Las iglesias rusa, búlgara, georgiana, polaca y la checa y eslovaca reconocen la autocefalia y están en comunión con una Iglesia más:
-Iglesia ortodoxa en América (OCA), con influencia en todo América del Norte excepto en las iglesias en comunión con el Patriarcado de Constantinopla; es por ello que el Patriarca de Constantinopla no reconoce a esta Iglesia, fundamentalmente por problemas de jurisdicción. No debemos confundir esta iglesia con la comunidad conocida como la Archidiócesis ortodoxa griega de América, que es una eparquía (una especie de diócesis) del Patriarcado de Constantinopla en América del Norte: este extremo es muy importante debido a las infiltraciones que ha sufrido esta comunidad. Hablaremos luego de ella y de sus manipulaciones políticas, siempre a tono con el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla.
La iglesia ortodoxa rusa es la mayor de las iglesias ortodoxas, representando aproximadamente la mitad de los creyentes del cristianismo ortodoxo mundial (unos 150 millones de personas).
Desde los mismos comienzos del siglo XX, la Iglesia Católica Ortodoxa ha sido fuertemente convulsionada, sobre todo debido a la influencia de los grandes cambios geopolíticos sucedidos en el mundo en ese período hasta la fecha de hoy. Por un lado, la Iglesia ortodoxa Rusa empezaba el siglo como la comunidad ortodoxa más amplia del mundo, pero su situación era algo precaria: demasiado dependiente del Estado imperial ruso y en una situación de letargo y cierta desidia (como ejemplo, no se elegía un patriarca desde el siglo XVIII). En esta tesitura llegó la revolución rusa de 1917, y la posterior toma de poder de los bolcheviques que se declararon enemigos acérrimos de la religión. De este modo, aunque el nuevo gobierno revolucionario no llegó a prohibir la Iglesia por completo sí llevaron a cabo una feroz represión reduciendo a mínimos tanto el número de edificaciones religiosas como de miembros del clero ortodoxo. Las décadas de 1920 y 1930 supusieron el auge de dicha represión; el culto no estaba prohibido por ley (no es fácil erradicar de golpe un culto popular), pero no se podían promover las creencias religiosas mientras que los movimientos ateos eran muy extensos y publicitados, llegando al extremo de provocar decenas de miles de muertes por motivos religiosos.
Todo esto cambió con la Segunda Guerra Mundial y la invasión alemana: según una historia apócrifa, “Moscú se salvó de la ocupación alemana gracias a que Josef Stalin ordenó a los jerarcas de la Iglesia ortodoxa que aunaran esfuerzos para rechazar el ataque alemán. Una reliquia sagrada sobrevoló en avión la ciudad y ocurrió el milagro”. Existen algunas otras historias similares que casi pintan a un Stalin con convicciones religiosas, pero lo más probable es que el líder ateo-bolchevique fuera lo suficientemente inteligente como para hacer uso del sentimiento religioso del pueblo ruso para alentar un patriotismo absolutamente crucial en esos tiempos duros de guerra. Pero lo cierto es que Stalin en 1943 se reunió con los tres patriarcas ortodoxos rusos más relevantes e hizo importantes concesiones, como la devolución de lugares de culto confiscados, liberación de sacerdotes presos y hasta una extraordinaria permisividad para la celebración pública del culto religioso, que había sido bastante restringido. Obviamente, este gesto fue recibido por la iglesia ortodoxa con gran alivio y agradecimiento. A partir de entonces, a cambio de la lealtad a las autoridades soviéticas la Iglesia disfrutaba de una relativa paz en sus actividades.
Habría otras tentativas de represión por parte de sucesivos gobiernos, pero más bien se trataba de falta de apoyo más que de ataques directos, por lo que la Iglesia sobrevivió sin excesivos problemas hasta la época de Gorbachov (en el poder entre 1985 – 1991) quien en el marco de la famosa “perestroika” inició el acercamiento del estado con la Iglesia, culminando todo ello en el año 1991 en que el gobierno eliminó toda restricción de la época soviética sobre la Iglesia, a la par que la URSS como tal se desmoronaba inapelablemente. El arduo proceso de necesaria reestructuración y renacimiento de Rusia política y socialmente que se inició entonces supuso una mayor simbiosis entre el estado y la Iglesia ortodoxa, hasta el momento actual en que el presidente Vladimir Putin se declara ferviente cristiano ortodoxo.
No cabe duda de que, a partir de Stalin, el poder soviético intentó utilizar a la Iglesia ortodoxa políticamente de diferentes maneras: en ocasiones como muestra de permisividad y cierta imagen de libertad social de un sistema de gobierno comunista considerado en Occidente como dictatorial y cerrado, y en otras ocasiones como aparato de control sobre la población, algo lógico por el hecho de que la población rusa y de los países satélites de la URSS era en su mayoría de confesión cristiano ortodoxa. Sin embargo, la separación entre las dos instituciones Estado – Iglesia ha sido siempre patente por naturaleza y el alcance de la manipulación por parte del estado comunista probablemente no ha ido mucho más allá de cierto control sobre la propia población, y con reservas: en general, la mayoría de los mandatarios soviéticos a partir de Stalin se mostraron bastante indiferentes hacia la Iglesia ortodoxa.
Hablemos ahora del Patriarcado de Constantinopla, el de mayor influencia y prestigio por su historia y por ser la sede del “primus inter pares”. Este patriarcado parece estar en deuda con el gobierno de los Estado Unidos, y no por motivos estrictamente espirituales; esto es un hecho que los propios jerarcas ortodoxos griegos no se han preocupado de ocultar, mostrándose en ocasiones bastante orgullosos de ello, aunque los detalles más escabrosos lógicamente están algo más apartados del conocimiento público.
Comenzaremos por unas descriptivas declaraciones del religioso ortodoxo Aristokles Spyrou, hechas a un agente estadounidense de la OSS (la agencia precursora de la CIA) en 1942:
«Tengo tres obispos, trescientos sacerdotes y una organización grande y extendida. Todos los que están bajo mi orden están bajo la tuya. Podrás comandarlos para cualquier servicio que requieras. No se harán preguntas y tus instrucciones se ejecutarán fielmente”.
Efectivamente, Aristokles ejercía entonces como arzobispo de la Iglesia ortodoxa griega en América del Norte y del Sur (o Archidiócesis ortodoxa griega de América): sería nombrado patriarca ecuménico de Constantinopla en 1948 con el nombre de Atenágoras I.
Como arzobispo, la labor de Aristokles particularmente en Estados Unidos fue fructífera, impulsando y organizando la iglesia ortodoxa con bastante eficacia. Hay que señalar que su ofrecimiento a la agencia OSS y el gobierno estadounidense en tiempos de guerra (1942) no resulta particularmente extraño, máxime cuando el propio Aristokles participó en operaciones que tenían como objetivo la ayuda militar estadounidense a Grecia, entonces ocupada por los nazis. No obstante, en años posteriores el religioso demostró ser un aliado confiable y un recurso valioso para el gobierno estadounidense.
En los últimos años de la década de 1940, tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se configuraba rápidamente hacia la división en los dos bloques que chocarían en la Guerra Fría. Mientras la URSS mantenía bajo su influencia a los países de Europa Oriental, los Estados Unidos no perdían el tiempo y movían sus fichas muy eficazmente, como lo prueba la creación de la CIA en 1947 y su activación como instrumento de manipulación encubierta global sin ningún tipo de límite y en base a la configuración del mundo bajo el orden que ya se iba delineando, un orden basado en las reglas de Occidente (entiéndase, imperio anglosajón) y que en apariencia pugnaba por librar al mundo de la “amenaza comunista”.
En este orden de cosas, Estados Unidos consideró la importancia de mantener bajo su vigilancia y tutela en la medida de lo posible a la Iglesia ortodoxa, así que presionó para lograr la elección de su activo Atenágoras como Patriarca de Constantinopla. Según informes desclasificados de la propia CIA (con importantes lagunas, por cierto, por lo que lo más jugoso de estos informes aún debe seguir clasificado), el proceso de nombramiento de Atenágoras, así como la pertinente dimisión del anterior patriarca Máximo (que no detallaremos pero que fue un proceso bastante curioso, por no decir extraño) fueron seguidos de cerca con extraordinario interés por la agencia, que declaraba “el interés por situar en el patriarcado de Constantinopla a un hombre poderoso capaz de hacer frente al patriarca de la iglesia rusa y a la política religiosa soviética”.
A finales de 1948 se anunciaba la elección de Atenágoras como patriarca ecuménico; a principios de 1949 volaba en un avión presidencial junto a Harry Truman, entonces presidente de Estados Unidos, hacia Estambul para tomar posesión de su cargo. En el avión también viajaba el greco-estadounidense Spyros Skouras, magnate de la industria cinematográfica muy bien relacionado con la CIA y el gobierno estadounidense y que fue el que les propuso a Atenágoras como candidato al patriarcado, el hombre ideal para los intereses estadounidenses. Este personaje (Skouras) había llegado como inmigrante a Estados Unidos hacia 1910 y se “había hecho a sí mismo” con extraordinaria suerte, llegando a amasar un buen capital ya hacia 1925 y a ser presidente de la compañía 20th Century Fox durante 20 años además de un próspero naviero con varios barcos en propiedad. La contraportada de sus Memorias (publicadas en 2013) lo describe como “el inmigrante griego más influyente en la historia de Estados Unidos y uno de los ciudadanos más destacados de Estados Unidos durante el período de la Guerra Fría”.
Atenágoras fue sin duda un firme partidario del excepcionalismo estadounidense y alentó la política exterior militarista de Washington también en plena Guerra Fría. El cónsul de Estados Unidos en Estambul relató una conversación con Atenágoras en 1951:
“Como de costumbre, habló extensamente de su creencia de que Estados Unidos debía permanecer en el Cercano Oriente durante varios siglos para cumplir la misión que Dios le había encomendado: dar libertad, prosperidad y felicidad a todas las personas”.
continúa en la segunda parte………………………………..