………………………viene de la primera parte
Otro punto delicado a tener en cuenta respecto a la importancia política del Patriarcado de Constantinopla es su ubicación en Estambul, capital de Turquía, un país que ha estado en el punto de mira geopolítico de Estados Unidos desde siempre y que debía ser “traído al redil” por su tremenda relevancia como puerta hacia Rusia y Oriente Medio. La Doctrina Truman, que se creó en 1947 para “apoyar a los pueblos libres para resistir los intentos de subyugación por parte de minorías armadas o presiones exteriores”, dio paso a la intervención estadounidense en la zona, ya que surgió ex profeso para combatir el movimiento comunista que amenazaba con hacerse con el poder en Grecia. De este modo, los estadounidenses se introdujeron militarmente en Grecia y Turquía, creando bases militares en estos países y consiguiendo la temprana adhesión a la OTAN de ambos en 1952. Pero en décadas sucesivas los gobiernos de estos países no lograron una estabilidad política sólida, además de que eran tradicionalmente hostiles entre sí. Es por ello que Turquía ha vigilado de cerca al Patriarcado de Constantinopla para evitar su politización y la formación de una “quinta columna” entre los numerosos griegos ortodoxos que habitan en la capital turca, y aunque normalmente han aceptado las “sugerencias” del gobierno americano, siempre han tenido algo que decir en la elección de los patriarcas. En consecuencia, a raíz del agravamiento de las tensiones entre griegos y turcos con los disturbios de la isla de Chipre hacia 1955, la opinión pública turca pidió que se trasladara el patriarcado fuera de Estambul. Los americanos sopesaron esta opción, y curiosamente el agente de poder Spyros Skouras intervino en el debate abogando por la construcción en Estambul de un gran palacio patriarcal, para otorgar al patriarcado un nivel similar al del Vaticano, es decir, crear una especie de Vaticano ortodoxo. Sin embargo Atenágoras, con buen criterio, presionó para dejar las cosas en su sitio, ya que comprendió que el traslado del patriarcado habría supuesto su declive y desaparición, y la opción de Skouras no tenía sentido por principios. Al final, el Patriarcado permaneció en Estambul, pero decenas de miles de griegos residentes fueron deportados a partir de 1960, lo que mermó el rebaño pastoral ortodoxo constantinopolitano.
En general, el interés del gobierno estadounidense por el patriarcado ecuménico fue decayendo a medida que se iban afianzando, junto con los británicos, en el control militar y político de la región, además de que con Atenágoras en el puesto consideraron que el trabajo estaba rematado. El patriarca debió de comprenderlo así, ya que volcó sus esfuerzos en su misión eclesiástica, estableciendo buenas relaciones con los papas de Roma Juan XXIII y Pablo VI. Con este último en 1965 efectuaría una declaración conjunta revocando los decretos de excomunión lanzados mutuamente por las Iglesias en el Gran Cisma en 1054. Esta declaración fue un gesto sobre todo simbólico, ya que no influiría mucho en el acercamiento entre las dos iglesias. En todo caso no fue bien recibido en el mundo ortodoxo.
En la década de 1970 Atenágoras, a una edad avanzada, intentó preparar un sucesor al Patriarcado; por ello contactó con su amigo Skouras para que hiciera de intermediario ante el gobierno norteamericano, lo que indica claramente la dependencia del patriarca del gobierno USA. Skouras moriría en 1971, pero aunque el gobierno entonces presidido por Nixon se mostró un poco apático, se elaboraron los informes correspondientes y por supuesto la CIA evaluó los pormenores de dicha sucesión. El caso es que por entonces el gobierno turco estaba bastante alerta y la tensión era extrema con el gobierno griego, por lo que los turcos insistieron en revisar y verificar el proceso de sucesión y sobre todo la idoneidad de los religiosos candidatos al cargo. A mediados de 1972 moría Atenágoras, y la administración Nixon, puesta en un dilema en medio de las exigencias turcas y las reclamaciones de la Iglesia ortodoxa griega, cedió ante los turcos y consintió el veto de hasta cuatro de los candidatos propuestos por los griegos ortodoxos, quedando por fin el patriarcado en manos de Dimitrios, un candidato humilde muy ajeno a las políticas de estado. Dimitrios, ya como Demetrio I, permanecería en el cargo casi dos décadas hasta su muerte en 1991. Su período de mandato se caracterizó por la moderación; además cultivó la relación con otros jerarcas ortodoxos incluído el Patriarcado Ruso, ya que visitó la URSS en 1987 con ese fin. Además tuvo una buena relación con el papa Juan Pablo II.
En 1991 fue elegido como patriarca ecuménico Bartolomé I (de nombre Demetrio Archondonis). Bartolomé está cortado por el mismo patrón que Atenágoras. Es muy cercano al papa Francisco, con el que ha coincidido en señaladas ocasiones; además, los dos comparten la pasión (al menos teórica) por la inmigración masiva y el activismo ambiental. También al igual que Atenágoras, Bartolomé disfruta de una estrecha relación con el gobierno de Estados Unidos, una asociación que ha demostrado ser mutuamente beneficiosa.
Bartolomé no es el “papa” de la ortodoxia, aunque parece que le gustaría serlo, ya que durante las últimas décadas, el Patriarcado Ecuménico también ha trabajado para consolidar un poder más efectivo sobre las diversas iglesias ortodoxas griegas. Este esfuerzo ha resultado más fructífero en los Estados Unidos, donde hay indicios entre los jerarcas ortodoxos griegos que apuntan a una eclesiología más autoritaria y centralista dentro de la propia Iglesia ortodoxa, filosofía que se podría denominar “papismo griego”. Lógicamente el gobierno de Estados Unidos apoya oficialmente la doctrina del papismo griego; fortalecer la posición del Patriarcado Ecuménico dentro de la ortodoxia cristiana global tiene dos propósitos. En primer lugar, necesariamente resta influencia al gran rival de Constantinopla, el Patriarcado de Moscú. Washington considera la ortodoxia rusa simplemente como una herramienta de propaganda del Kremlin y, por tanto, un objetivo legítimo para las operaciones de contrainteligencia. En segundo lugar, los Patriarcas Ecuménicos son socios muy bien dispuestos en la campaña de Washington para difundir los valores “liberales y democráticos” en todo el mundo.
Consideremos, por ejemplo, el caso del cisma en la Iglesia ortodoxa ucraniana. Hacia 1990, el Patriarcado de Moscú concedió el estatus de autonomía a la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (UOC), autonomía desarrollada paralelamente a la independencia de Ucrania a raíz de la desaparición de la URSS. Sin embargo, no se le dio una autocefalia total. Pero en 2018 un grupo de nacionalistas ucranianos liderados por el entonces presidente Petro Poroshenko organizó una Iglesia Ortodoxa de Ucrania (OCU) totalmente “independiente” y autocefálica y con un marcado sentido político. Con el apoyo de los medios de comunicación occidentales, estos nacionalistas lograron tildar a la UOC canónica (la iglesia legal) como la “Iglesia rusa”, queriendo significar una perniciosa influencia del gobierno ruso sobre dicha iglesia.
La posición oficial de los Estados Unidos en este caso fue que “la decisión final pertenecía al Patriarcado Ecuménico” lo que es como decir que ellos mismos decidirían lo que más convenía, o sea, torpedear la integridad del patriarcado ruso en Ucrania. Así que el patriarca (y activo estadounidense) Bartolomé falló en el año 2018 a favor de la OCU escindida, pese a que ya en 2004 había condenado a la UOC por su “actitud cismática”.
Pero hay que puntualizar varias cosas: en primer lugar, la autocefalia no puede ser concedida unilateralmente por ningún patriarca. En segundo lugar, si la decisión correspondiera a alguien, sería al Patriarca de Moscú, líder espiritual de la ortodoxia eslava. Incluso el insigne obispo ortodoxo inglés Kallistos Ware denunció al Patriarcado Ecuménico por inmiscuirse en la Iglesia ucraniana:
“Aunque soy metropolitano del Patriarcado Ecuménico, no estoy nada contento con la posición adoptada por el Patriarca Bartolomé. Con el debido respeto a mi Patriarca, debo decir que estoy de acuerdo con la opinión expresada por el Patriarcado de Moscú de que Ucrania pertenece a la Iglesia rusa. Después de todo, la Metropolia de Kiev por acuerdo de 1676 fue transferida del omophorion del Patriarcado Ecuménico al del Patriarcado de Moscú. Así, desde hace 330 años Ucrania forma parte de la Iglesia rusa.”
En tercer lugar, en el mismo año 2018, Joe “The Mummy” Biden, entonces ex vicepresidente pero prácticamente ya seleccionado por el deep state para desbancar a Donald Trump, voló a Ucrania para expresar su apoyo personal a la OCU. Y para que no hubiera duda, el secretario de Estado Mike Pompeo expresó el firme respaldo de la administración Trump a este apoyo. Desde la operación especial militar rusa en Ucrania, el gobierno estadounidense ha respaldado implícitamente la política del presidente ucraniano Vladimir Zelensky de confiscar propiedades (incluidos edificios religiosos) de la UOC y transferirlas a la OCU, la mayoría de las veces de manera violenta y con oposición de la feligresía. Incluso se puede relacionar a algunos jerarcas de la OCU con la extrema derecha ucraniana plenamente identificados con la ideología nazi.
Hay que enfatizar este detalle: independientemente de lo que afirmen los medios, la UOC canónica no es ni ha sido un instrumento de influencia rusa. Los creyentes miembros de esa comunidad no son “pro-Rusia”, y mucho menos son colaboradores rusos. Son ucranianos que en muchos casos están luchando contra los rusos. Pero eso no le importa a Washington ni a Constantinopla. Al apoyar a los ortodoxos separatistas, Bartolomé está socavando la influencia de Moscú dentro de la ortodoxia global. Y eso es bueno para los rusófobos en el establishment de política exterior del imperio anglosajón.
Todas las administraciones de gobierno estadounidenses, tanto republicanas como demócratas, han seguido esta directriz de apoyo a la iglesia ortodoxa griega en América y al patriarcado ecuménico, los cuales se jactan de ello orgullosamente, según sus propias declaraciones:
“El presidente Truman a menudo enfatizó las convicciones proestadounidenses del Patriarca Atenágoras y la importancia e influencia del Patriarcado Ecuménico, junto con la comunidad griega ortodoxa en los Estados Unidos, como vitales para los objetivos de la política exterior estadounidense. De hecho, Truman consideraba que el Patriarcado y Atenágoras eran cruciales para reforzar la determinación pro occidental tanto de Grecia como de Turquía, así como para promover la estabilidad en Medio Oriente.”
En esta línea, en el año 2020, el patriarca Bartolomé I escribió para felicitar a su viejo amigo Biden por derrotar a Donald Trump en las elecciones presidenciales: “Pueden imaginar mi gran alegría y orgullo por su exitosa elección como 46° presidente de su distinguida nación, los Estados Unidos de América”.
Y por si esto no fuera suficiente, algunos jerarcas de la iglesia ortodoxa griega han ido derivando su política para ajustarla con la agenda “woke” del gobierno USA, sin que parezca importarles si esa agenda política coincide con los fundamentos religiosos tradicionales de la Iglesia. Como claro ejemplo tenemos a Elpidophoros, obispo del patriarcado de Constantinopla y desde 2019 arzobispo de la Archidiócesis griega ortodoxa de América, y que podría ser el sustituto de Bartolomé en el patriarcado ecuménico; por lo tanto, una voz con credenciales sólidas: “su eminencia” no ha tenido ningún reparo a la hora de hacer declaraciones públicas manifestando sus opiniones (que lógicamente son las directrices de funcionamiento de la iglesia a su cargo); así, se ha lamentado de que el tema del aborto haya sido tan politizado (pero por los anti abortistas), declarándose a favor del derecho a decidir:
“Mantengo sin ambigüedades la posición de nuestra Iglesia, que cree en la santidad de la vida humana, nacida y no nacida. El aborto existe desde hace milenios y la iglesia nunca lo ha respaldado. Pero al mismo tiempo también creemos en la libertad fundamental de cada persona humana. Como regla general, las mujeres soportan toda la carga de dar a luz y criar a sus hijos, mientras que los hombres, que por lo demás participan directamente en el embarazo, no soportan la misma carga. Por lo tanto, debemos apoyar el derecho de las mujeres a tomar decisiones reproductivas por su propia voluntad y, al mismo tiempo, como Iglesia y sociedad, adoptar todas las medidas y garantizar todas las disposiciones que hagan innecesario el aborto y apoyar a la mujer a elegir el nacimiento de su hijo”.
Elpidophoros, teólogo experimentado, demuestra un gran dominio del discurso, aunque entre líneas se puede ver cómo se “tuerce a la izquierda”. Con increíble cinismo, defiende todo el plan gubernamental (léase “plan woke del estado profundo”) sin olvidar nada: se mostró orgulloso de apoyar las protestas que estallaron tras la muerte de George Floyd (de donde derivó el movimiento Black Lives Matter), así como de defender el “bautismo gay”; está a favor de la vacunación COVID incondicionalmente; cree en la grave aceleración del cambio climático… y para todo esto aduce los razonamientos que cabrían esperar escuchar de la administración Biden, punto por punto, expresando sobre todo su idea de la “modernización” de la Iglesia, la adaptación del culto al discurso social “sin mirar al pasado, por sagrado y poderoso que sea”.
Y por supuesto, no duda en tomar partido en la guerra de Ucrania, en un sentido bastante predecible. Al ser preguntado por la división de la Iglesia a raíz de la guerra y la postura del patriarca Kirill de Moscú, responde:
“La Iglesia no está dividida. Por el contrario, es el Patriarca de Moscú quien se ha desvinculado de las enseñanzas de Cristo y de la tradición ortodoxa, al tiempo que apoya una guerra repulsiva, que ya se ha cobrado la vida de decenas de miles de ucranianos y rusos, es decir, hermanos y hermanas cristianos ortodoxos. Ha participado en una invasión ilegal, que ha provocado la destrucción de innumerables ciudades y pueblos de Ucrania, convirtiendo a millones de sus habitantes en refugiados. Esto ha llevado simultáneamente a una crisis alimentaria global con inmensas repercusiones, especialmente para los países más pobres, y a una crisis energética que afecta a todo el mundo, especialmente a los más débiles entre nosotros.
Es impensable que el Patriarca de Moscú bendiga una guerra que es principalmente “imperialista” en nombre del cristianismo o del paneslavismo. Lamento decirlo, pero el Patriarca de Moscú no sirve ni a Dios ni a su rebaño, que al final sufre esta guerra. Por el contrario, sirve a la repulsiva agenda de un grupo del Kremlin, con el que se ha identificado absoluta, acrítica e indiscriminadamente.
Todos somos testigos de las consecuencias de los recientes acontecimientos en Rusia, con el reclutamiento forzoso que ha provocado una reacción de su pueblo, que no quiere enviar a sus hijos a morir en los campos de Ucrania. El patriarca Kirill debería haber intentado, con todo su poder, detener esta guerra fratricida, separarse de la política criminal de Putin e identificarse con sus hermanos ortodoxos, incluidos nuestros amigos ortodoxos ucranianos. Como dijo nuestro Patriarca Ecuménico, el Patriarca de Moscú debería incluso haber elegido renunciar a su trono, en lugar de bendecir las armas y hacerse responsable de tantas personas perdidas en vano.”
Para comprender mejor los “razonamientos” de este personaje, podemos entrar más en detalle, analizando algunos de sus logros más vistosos y polémicos. En 2022, Elpidophoros bautizó a los hijos de dos adinerados greco-estadounidenses del mundo de la moda, Evangelo Bousis y Peter Dundas (los niños fueron concebidos mediante gestación subrogada). El bautismo se realizó en una iglesia en Vouliagmeni, un suburbio de Atenas. Esto desató una tormenta en la ortodoxia mundial por dos razones. En primer lugar, está mal bautizar a un niño si hay pocas o ninguna posibilidad de que sea criado según las enseñanzas de la Iglesia. Los padres están comprometiendo a sus hijos con la fe cristiana sin darles las herramientas para cumplir ese compromiso. En segundo lugar, los religiosos visitantes (incluidos los obispos) deben recibir permiso del metropolitano local antes de celebrar públicamente los sacramentos dentro de su jurisdicción. En este caso, el metropolitano local era Antonios de Glyfada. Elpidophoros solicitó y obtuvo permiso para bautizar a los hijos de una pareja estadounidense, pero no informó a Antonios que los padres eran una pareja del mismo sexo.
Elpidophoros fue condenado por el Santo Sínodo de la Iglesia de Grecia así como por los monjes del Monte Athos (importantísimo centro espiritual de la iglesia ortodoxa de Grecia), pero no le importó lo más mínimo. El arzobispo simplemente estaba ofreciendo al mundo ortodoxo una muestra de cómo haría las cosas si se convirtiera en Patriarca Ecuménico y lo que piensa también del “consenso” en la toma de decisiones entre iglesias, sin olvidar el respeto y humildad debidos. Respecto a los jóvenes gays glamurosos involucrados, parece más prudente no conocer su interés y relación con la Iglesia ortodoxa aparte de su origen griego.
Pero hay más. En 2019, Elpidophoros nombró al padre Alexander Karloutsos vicario general de la Archidiócesis de América. El padre Alexander es, a todos los efectos, el pastor de la familia Biden y trabaja activamente con la Casa Blanca (desde la administración Carter nada menos), desempeñando la labor de asesor espiritual del presidente de EEUU. En 2015, el padre Alexander asistió a una (ahora infame, a raíz del dantesco “caso Hunter Biden”) cena ofrecida por el mismo Hunter Biden (el hijo pródigo de Joe B. que nunca regresó al redil) en el Café Milano de Georgetown (Washington DC). La cena fue una recepción privada para varios oligarcas de Europa del Este, incluido Yury Luzhkov, el profundamente corrupto ex alcalde de Moscú y oligarca autoexiliado. Esta fue la noche en que Hunter presentó a su padre a Vadym Pozharskyi, un ejecutivo de Burisma, el holding energético ucraniano famoso por sus trapicheos financieros con los Biden, supuestamente cumpliendo el trato por el cual Elena Baturina le había pagado a Hunter 3,5 millones de dólares el año anterior. Baturina era una de las mujeres más ricas de Rusia (si no la más rica) gracias a las manipulaciones de su marido, el citado Luzhkov. No sería la única reunión fraudulenta de la familia Biden de este tipo, pero la cuestión aquí es qué hacía el padre Alexander en este encuentro de tipo mafioso rodeado de esta calaña satánica.
Lo más preocupante, si es que cabe tal posibilidad, es que el padre Alexander también es cercano a John Poulos, el fundador greco-canadiense de la empresa Dominion Voting Systems. Esta empresa, líder en el campo del software de votación electrónica, se vio envuelta en el escándalo de las elecciones de 2020 en que Biden derrotó a Trump; se señaló a la empresa como partidista hacia los demócratas de Biden, siendo acusada de manipular y alterar votos. En este caso, el padre Alexander ha sido acusado de manera creíble de servir como intermediario entre Poulos y los Biden durante dicho escándalo electoral. Se dice que el religioso transmitió información entre las dos partes, pero no puede ser citado judicialmente debido a las leyes de privilegio del clero de Nueva York. Aunque los involucrados admiten que el padre Alexander estaba en comunicación frecuente con ambas partes durante ese tiempo, también insisten en que simplemente les estaba ofreciendo consejo espiritual…
Da la casualidad de que, en el año 2018, el padre Alexander también se encontró en el centro de un escándalo financiero de 80 millones de dólares, producto de donaciones que estaban destinadas a la construcción de un gran templo en Nueva York y que se volatilizaron: la prensa se hizo eco puntualmente y el asunto fue investigado por el gobierno de Estados Unidos. La investigación del gobierno federal se abandonó poco después de comenzar, a pesar de que nunca se encontró ninguna explicación. Cuando el presidente Biden le otorgó al padre Alexander la Medalla Presidencial de la Libertad el año 2022, se dice que le advirtió en broma: “Voy a arruinar tu reputación hablando”. Sería interesante saber lo que pudo pasar por la cabeza del padre Alex en ese momento…
Podríamos seguir relatando otros casos de corrupción financiera en que se vio envuelto el padre Alexander, de los que salió airoso siempre gracias a sus buenas conexiones, pero basta con preguntarse cómo es posible que este “humilde y trabajador siervo de Dios” (como él mismo se describe) puede asimismo declararse “amigo cercano de Joe Biden”, un tipo que por mérito propio podría pertenecer perfectamente al cortejo de Satanás al igual que sus allegados neoconservadores en el actual gobierno estadounidense y las altas esferas. Desafortunadamente, las acusaciones de corrupción normalmente salpican a la Archidiócesis de América, aparte de que la profesión sacerdotal en esta iglesia es un negocio bastante lucrativo; el dinero fluye en abundancia, fundamentalmente por las donaciones de ricos particulares liberales o políticos en elitistas actos públicos recaudatorios, que así pueden mostrar su agradecimiento por los “servicios prestados”.
Pero fundamentalmente parece que la intención del gobierno estadounidense es promover a Bartolomé y a su probable sucesor, Elpidophoros, como “papas griegos” para liberalizar la ortodoxia griega y contrarrestar la ortodoxia rusa. Este es uno de sus objetivos declarados, y a ello se dedican aunque signifique la corrupción integral de la Iglesia ortodoxa americana y el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, sobre los que como hemos visto llevan varias décadas “operando”.
Respecto a la iglesia ortodoxa rusa, pese a los graves acontecimientos de los últimos años parece gozar de muy buena salud. La guerra y la soberbia y malévola actitud occidental han provocado un resurgimiento del tradicionalismo popular, además del sentido íntimo de comunidad y solidaridad del pueblo ruso, actitudes que están siendo apropiadamente potenciadas y encauzadas por el Estado y que se manifiestan en un nuevo despertar del sentimiento religioso; podemos ver muestras de un resurgir del culto en todo su esplendor, con el debido respeto, adoración y celo hacia los símbolos sagrados. Y a la vez, en Rusia se está produciendo un fenómeno casi milagroso en los tiempos que corren: en este país multiétnico y multiconfesional no solo están coexistiendo las distintas religiones, sino que se están mostrando respeto mutuo y solidaridad. Tal vez en un futuro próximo y de manos de la Iglesia Ortodoxa, Rusia se convierta en un Imperio Ecuménico donde los creyentes de todas las religiones se puedan llamar “hermanos”.
La iglesia rusa ortodoxa y el Patriarcado de Constantinopla (junto con su satélite la Iglesia o Archidiócesis ortodoxa griega de América), como hemos visto han protagonizado el principal enfrentamiento por razones políticas en las últimas décadas, sobre todo a raíz de la Guerra Fría. Por esto y por ser la iglesia rusa la mayor en número de fieles dentro de la ortodoxia, han ensombrecido en cierto modo al resto de iglesias ortodoxas.
Afortunadamente, la mayoría de las restantes jurisdicciones ortodoxas griegas defienden el tradicionalismo y aparentemente tampoco están en el bolsillo del gobierno estadounidense ni en deuda con donantes liberales y seculares. De hecho, cuando el parlamento griego votó a favor de ratificar el matrimonio entre personas del mismo sexo, la Iglesia de Grecia calificó la decisión de “demoníaca” y excomulgó a varios de los “legisladores inmorales” que votaron a favor del proyecto de ley.
La injerencia política no ha sido la única grave influencia externar que ha sufrido la Iglesia Ortodoxa en los últimos tiempos: la masonería ha sido otro agente que se ha infiltrado en la comunidad, y al parecer no en pequeña medida. La masonería y otras sociedades secretas se extendieron por los países de la Europa ortodoxa en el siglo XIX; en Rusia se infiltró probablemente ya en el reinado de Catalina la Grande, de la mano sobre todo de masones ingleses y propiciada por la apertura política de la emperatriz. Obviamente la actividad masónica fue silenciada con la llegada del comunismo, se entiende que incluyendo la que pudiera afectar a cargos eclesiásticos, con mayor motivo.
Es difícil evaluar la influencia de la masonería en la iglesia ortodoxa por la falta de información al respecto, al menos hasta el siglo XX. El investigador Matthew Namee, en su “Historia ortodoxa”, menciona la filiación masónica del religioso griego Melecio Metaxakis. Este ocupó varios cargos en la jerarquía ortodoxa, llegando a ser Patriarca Ecuménico con el nombre de Melecio IV (1921-23). Su carrera causó una fuerte impresión en el mundo ortodoxo, muchas veces por la polémica que desató a su paso; curiosamente, tuvo un papel en la gestación de la Archidiócesis ortodoxa griega de América. En todo caso, son varias las fuentes que la relacionan con la masonería. El investigador señala también al patriarca Atenágoras como probable masón (es difícil asegurar esta filiación por razones obvias), de quien ya hemos hablado.
También menciona como simpatizante masón al metropolitano Anthony Bashir, obispo de la Iglesia de Antioquía en América del Norte durante tres décadas (1936-66). Bashir trabajó por extender el culto ortodoxo por todo Estados Unidos, y una de sus principales iniciativas fue promover el uso del idioma inglés en el oficio religioso, según el para adaptarse a las necesidades de la nueva feligresía norteamericana. Según Matthew Namee, hubo otros obispos ortodoxos relacionados con la masonería en el siglo XX, y habla del controvertido caso sucedido hacia 1917 que involucra al sacerdote ortodoxo Ingram Nathaniel Irvine, que al parecer se opuso al nombramiento de Aftimios Ofiesh como obispo ortodoxo de los Sirios en Estados Unidos mediante una carta que se hizo pública y en la que acusaba a Ofiesh de masón declarado. Sin embargo, esto no evitó que Ofiesh fuera consagrado y fundara una efímera Iglesia Ortodoxa católica estadounidense, que duró unos seis años.
Pero lo cierto es que la Iglesia ortodoxa, o al menos algunas de sus jurisdicciones, han condenado formalmente a la masonería. La Iglesia Ortodoxa Rusa Fuera de Rusia (comunidad semiautónoma dependiente del patriarcado de Moscú) manifestó su condena en 1932. La Iglesia de Grecia hizo lo mismo al año siguiente. El Santo Sínodo o gobierno de la Iglesia de Grecia había nombrado una comisión de cuatro obispos para estudiar la masonería e incluso escuchó también los informes de la Facultad de Teología de la Universidad de Atenas. Después de esto, el Sínodo adoptó por unanimidad varias interesantes conclusiones, que se pueden resumir así:
“La masonería no es simplemente una unión filantrópica o una escuela filosófica, sino que constituye un sistema mistagógico que nos recuerda las antiguas religiones y cultos misteriosos paganos, de los cuales desciende y es su continuación y regeneración”.
«Tal vínculo entre la masonería y los antiguos misterios idólatras también se manifiesta en todo lo que se representa y se realiza en las iniciaciones».
«Por lo tanto, la masonería es, por supuesto, una religión misteriosa, bastante diferente, separada y ajena a la fe cristiana».
“Es cierto que a primera vista puede parecer que la masonería puede reconciliarse con cualquier otra religión, porque no está interesada directamente en la religión a la que pertenecen sus iniciados. Esto, sin embargo, se explica por su carácter sincretista y prueba que también en este punto es un descendiente y una continuación de antiguos misterios idólatras que aceptaban como iniciación a los adoradores de todos los dioses. Esto significa que por la iniciación masónica, un cristiano se convierte en hermano del musulmán, del budista o de cualquier tipo de racionalista, mientras que el cristiano no iniciado en la masonería se convierte para él en un outsider”.
“Por otra parte, la masonería se muestra en este sentido en aguda contradicción con la religión cristiana”.
“Por tanto, la contradicción incompatible entre cristianismo y masonería es bastante clara. La Iglesia católica ortodoxa, manteniendo en su integridad el tesoro de la fe cristiana, ha proclamado contra ella cada vez que se ha planteado la cuestión de la masonería. Recientemente, la Comisión Interortodoxa reunida en el Monte Athos y en la que participaron representantes de todas las Iglesias ortodoxas autocéfalas, caracterizó a la masonería como un «sistema falso y anticristiano».
La conclusión definitiva fue la siguiente:
“La masonería no puede ser en absoluto compatible con el cristianismo en la medida en que es una organización secreta, que actúa y enseña en misterio y racionalismo secreto y deificante. La masonería acepta como miembros no sólo a cristianos, sino también a judíos y musulmanes. Por consiguiente, no se puede permitir que los clérigos participen en esta asociación. Considero digno de degradación a todo clérigo que lo haga. Es necesario instar a todos los que entraron en ella sin pensarlo debidamente y sin examinar qué es la masonería, a cortar toda conexión con ella, porque sólo el cristianismo es la religión que enseña la verdad absoluta y satisface las necesidades religiosas y morales de los hombres. Por unanimidad y con una sola voz, todos los Obispos de la Iglesia de Grecia han aprobado lo dicho, y declaramos que todos los hijos fieles de la Iglesia deben mantenerse alejados de la Masonería…”
Aunque no ha habido declaraciones formales antimasónicas de otras iglesias ortodoxas, podría decirse que, al menos estas iglesias en Europa, África y Asia se adhieren a esta postura.
Como hemos visto, la Iglesia Ortodoxa está inmersa en una lucha vital y al parecer definitiva por su supervivencia y continuidad de acuerdo a sus cánones primitivos: se enfrenta, como el resto del mundo espiritual, a la destrucción sistemática de los valores religiosos tradicionales mediante el cambio de paradigmas y a la aniquilación del humanismo y la espiritualidad innata del ser humano, actos infames cuyo objetivo es provocar la confusión mental y la desesperación en las personas y propiciar el advenimiento del reino de Satán, el “príncipe de la mentira”, cuyo séquito está ya entre nosotros operando sin ningún disimulo