LIBRO EGIPCIO DE LOS MUERTOS

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El Libro de los Muertos es el nombre con el que se denomina una colección de textos funerarios del Antiguo Egipto que se usaron con el fin de ayudar a los difuntos a transitar por el inframundo y poder alcanzar el paraíso o morada de los dioses, según la concepción de la religión egipcia de la era precristiana.


El nombre egipcio original para el texto es traducido por los egiptólogos como «Libro de la salida al día», o «Libro de la emergencia a la luz». En realidad no existía un libro único, sino que se trataba de una compilación de escritos cuyo contenido podía incluir desde hechizos o conjuros hasta orientaciones, invocaciones y todo lo que se estimara que podía servir para asistir al fallecido en su periplo por el más allá. Probablemente en cada caso se componía el libro atendiendo a las necesidades del difunto según su nivel espiritual y posición social; lógicamente se trataba de un artículo caro cuya confección había que encargar a un escriba y que podía ser leído por un sacerdote como parte importante del ritual funerario.
El Libro de los Muertos era comúnmente escrito con jeroglíficos o escritura hierática sobre rollos de papiro, y a menudo ilustrado con viñetas que representaban al difunto y su viaje al más allá; en todo caso, su carácter era fundamentalmente religioso y mágico, dos conceptos indisolubles en la mentalidad del Egipto antiguo tradicional.
El Libro tiene su origen en unos manuscritos funerarios que datan del Imperio Antiguo. Los primeros textos funerarios conocidos fueron los Textos de las Pirámides, usados por primera vez en la pirámide de Unis, el último faraón de la dinastía V, hacia el año 2400 a. C. Estos textos se grababan en las paredes de las cámaras sepulcrales del interior de las pirámides y eran para uso exclusivo del faraón (y, desde la dinastía VI, también de su consorte); su propósito era ayudar al faraón muerto a ocupar su lugar entre los dioses, en particular a reunirse con el divino Ra, de quien se les consideraba simbólicamente hijos (de ahí el carácter semidivino de los faraones). Hacia el final del Imperio Antiguo los Textos de las Pirámides dejaron de ser un privilegio exclusivamente real y fueron adoptados por los gobernadores regionales y otros funcionarios de alto rango.
En el Imperio Medio surgió un nuevo tipo de texto funerario, los Textos de los Sarcófagos, que incorporaron nuevos sortilegios y, por primera vez, ilustraciones. Los Textos de los Sarcófagos se inscribían comúnmente en las caras internas de los ataúdes, aunque ocasionalmente se han hallado en las paredes de las tumbas o en papiros. Estos textos estaban a disposición de cualquier particular que pudiera permitírselo , lo cual propició que se prodigara más su uso.
Hacia comienzos del Segundo Período Intermedio, alrededor del 1700 a. C. y en el importantísimo centro religioso de Tebas ya se tiene constancia de la introducción de lo que se puede llamar el Libro de los Muertos en sí. La primera aparición conocida de los hechizos contenidos en el Libro son los textos del sarcófago de la reina Montuhotep, esposa del faraón Dyehuti de la dinastía XVI (hacia 1600 a.c.), que fueron descubiertos junto con un amplio ajuar funerario; en el texto fueron incluídos nuevos salmos junto con escritos más antiguos provenientes de los Textos de las Pirámides y de los Sarcófagos. Hacia la dinastía XVII (hacia 1550 a.c.) el Libro de los Muertos se había extendido apreciablemente. En esta etapa los sortilegios se inscribían comúnmente sobre los sudarios de lino en los que eran envueltos los difuntos, y en ocasiones también han sido hallados sobre sarcófagos y papiros.
Posteriormente, ya durante el Imperio Nuevo, se desarrolló y expandió considerablemente el uso del Libro de los Muertos. El famoso capítulo 125, conocido como el «Pesado del Corazón», aparece por vez primera en los reinados de la reina faraón Hatshepsut y su sucesor Tutmosis III, hacia mediados del siglo XV a.c. y dentro de la dinastía XVIII. En siglos posteriores se continuarían añadiendo capítulos y enriqueciendo el texto y dibujos hasta prácticamente el ocaso de la civilización del Antiguo Egipto, aunque subsistirían algunos vestigios de uso artístico en la misma época de dominación romana.
El Libro de los Muertos se compone de una serie de textos individuales que se han denominado “capítulos”, de los cuales se han recopilado cerca de doscientos distintos (aunque ciertamente ningún manuscrito individual los contiene todos). Sirven a diferentes propósitos; algunos están destinados a dar al fallecido conocimientos místicos en el más allá, otros para hacer de mapa-guía a través de las puertas que deberá atravesar en el inframundo, también hay encantamientos para garantizar que las diferentes partes de un fallecido son preservadas (pues era importante mantener el cuerpo intacto) y otros muy diversos menesteres, o conocimiento preciso para otorgar al muerto el control sobre el mundo que le rodea en esas circunstancias (incluso protegerle de demonios y fuerzas hostiles).
En base a esto se han descubierto ciertas recopilaciones coherentes y unificadas que forman parte importante del Libro por la naturaleza de su contenido o su valor artístico, y se añadieron al mismo en diferentes épocas, como por ejemplo el Papiro de Ani, de gran magnitud y que habla del Juicio de Osiris a las almas (incluye el capítulo 125 antes mencionado); el llamado Libro de Amduat, que detalla el cíclico viaje mitológico de Ra en su barca solar por el más allá durante las doce horas nocturnas sorteando todo tipo de peligros; el Libro de las Cavernas, que describe el inframundo; el Libro de las Puertas, que trata sobre las diferentes etapas del viaje…
En general, analizando el contenido globalmente se puede apreciar que los primeros capítulos del libro se enfocan en la preparación del difunto antes y durante su penetración en el reino del más allá; esto conllevaba un complejo ritual que por una parte podía incluir la momificación, el acopio de bienes terrenales (y amuletos) junto al cadáver con la certeza de que serían de gran utilidad para el muerto y la realización de un ceremonial mágico destinado a tranquilizar y auxiliar al difunto al cruzar la puerta de los infiernos. Los siguientes capítulos, prácticamente hasta el que hace la centena, tratan acerca del viaje y la purificación, la transformación del individuo en base al conocimiento místico que le ha de preparar para presentarse ante el gran dios Osiris, a la vez que durante el tránsito se hace frente mediante plegarias y hechizos al implacable acoso de los demonios y seres malignos que habitan en este sombrío lugar que los egipcios denominaban la “duat”, el inframundo. Llegados a este punto, es preciso prepararse (y de esto hablan los siguientes capítulos) para subir los “siete peldaños de la Luz” simbólicos que conducen a las puertas del Tribunal de los Dioses, el Reino de Osiris propiamente dicho. El difunto se presenta ante el Gran Osiris, junto al que están el dios de los muertos Anubis y el de los escribas, Thot, para someterse al Juicio definitivo de cuyo resultado dependerá su entrada al paraíso, el ascenso al Universo Celeste, a la morada de los Dioses donde el difunto adquirirá la naturaleza divina y eterna. Este Juicio es lo que se describe en el capítulo CXXV, conocido como el “Peso de las almas”; el difunto comienza desgranando un sentido discurso donde defiende su causa exponiendo todas las buenas acciones de su vida mundana , todo lo mejor que puede aducir para reivindicarse ante el omnipotente Osiris. A continuación se coloca su corazón en uno de los platos de una balanza, poniendo en el otro la pluma de Maat (símbolo de Verdad, Justicia y Armonía); si la balanza se equilibra, Thot se vuelve a Osiris y le dice :
“ (Nombre del difunto) ha sido pesado en la balanza. Su corazón es justo porque su peso no es mayor que el de una pluma”.
De este modo, el muerto es aceptado por los dioses y se convierte en un “justificado”, un ser inmortal de esencia divina que accederá por mérito propio al paraíso (el “aaru” egipcio), el Universo de maravillas que se describe bellamente en diversos textos sagrados.
Por el contrario, si el resultado del pesaje era negativo para el difunto, el monstruoso Ammyt (criatura con cabeza de cocodrilo, parte delantera de león y trasera de hipopótamo) devoraba el corazón provocando una segunda y definitiva muerte.
Para la gente humilde que no podía permitirse un enterramiento “al completo”, se simplificaban las manipulaciones en el embalsamado del cuerpo del fallecido y se prescindía de abalorios, sacerdotes, plañideras, amuletos… incluso del propio féretro o ataúd. Los familiares o amigos del difunto se tenían que conformar con envolver el cadáver en una piel de buey y le añadían un papiro conteniendo algunas fórmulas mágicas o letanías sacadas del Libro de los Muertos. De este modo el difunto, aún habiendo llevado una vida modesta podía presentarse, con la ayuda de las fórmulas del papiro, ante el mismo Tribunal de los Dioses para intentar ser justificado y convertirse en el igual de los dioses, de la misma forma que el más poderoso de los súbditos del faraón.

 

 

Para poder comprender esta mentalidad, esta visión escatológica tan elaborada y plagada de mitos (con un fondo de sacralidad extrema) desarrollada y mantenida en todo el entramado social del Antiguo Egipto durante milenios, es preciso asimilar ciertos aspectos de esta sociedad absolutamente imbuída y dominada por la religión y la magia. Es bien sabido el extraordinario desarrollo que alcanzó el Egipto de los faraones tanto en las ciencias como en el arte, siendo notorio el hecho de que, a pesar de las convulsiones (invasiones, alguna revolución política y varias revoluciones religiosas), el régimen de gobierno no cambio jamás; Egipto tuvo una monarquía de esencia teocrática que dirigió de manera estable el ritmo de los acontecimientos sin más interrupciones que unos cortos períodos de anarquía o feudalismo.
En la cúspide de esta teocracia estaba el faraón, considerado semidivino en vida y deificado tras su muerte. Y en torno a él, una poderosa clase sacerdotal formada por una élite de iniciados en los rituales y los misterios de la religión, la cual tenía un componente esotérico importantísimo, sólo conocido y practicado por estos sacerdotes. Ellos se encargaban de fomentar y mantener el culto; el pueblo en general tenía acceso limitado al conocimiento mistérico, y participaba más como espectador en ceremonias, procesiones y similares. La religión, con una profunda base animista y una visión cosmogónica impresionante presidía todas las acciones, y consecuentemente el panteón de los dioses egipcios era extraordinariamente fecundo y complejo. Llama mucho la atención la creencia firme de los egipcios en la dualidad, proyectada en casi todo (tanto lo material como lo inmaterial) y fundamental para entender el concepto clave del “ka”, ampliamente utilizado y que venía a ser un doble del “yo”, una prolongación del estado terrenal con conciencia y autonomía propia para transitar por el supramundo. No obstante, el alma tal y como la conocemos era denominada “ba”, o alma pájaro. Existen otras acepciones, como “shut”, la sombra, que era una especie de alma instintiva, y “khaibit”, un alma biológica que vivifica el organismo. Estos conceptos, aunque repasados someramente, pueden dar una idea de la trascendencia de la religión en la mentalidad de los egipcios de la época faraónica. La creencia en una vida después de la muerte física era casi obsesiva, se consideraba una etapa más. Pero el cuerpo debía permanecer intacto para que el ka animara una vida en el más allá, una vida para la que todo egipcio trataba de prepararse ya desde mucho antes de su muerte física.
La existencia del Libro de los Muertos era ya conocida en la Edad Media, mucho antes de que su contenido pudiera ser entendido. Pero el primer facsímil moderno del Libro fue producido en 1805 e incluido en la “Description de l’Égypte” del equipo de la expedición de Napoleón a Egipto. En 1822 el famoso egiptólogo francés Jean François Champollion comenzó a traducir el texto jeroglífico y, tras examinar algunos de los papiros del Libro de los Muertos, lo identificó ya como un ritual funerario.
En 1842 otro notable egiptólogo, el alemán Karl Richard Lepsius, publicó la traducción de un manuscrito datado en la época Ptolemaica (hacia el primer siglo a. c.) con el título de «Das Todtenbuch der Ägypter» («El Libro de la Muerte de los Egipcios»), acuñando así el nombre con que es conocido en la actualidad. También identificó 165 sortilegios (capítulos) e introdujo un sistema para numerarlos que todavía está en uso. Lepsius promovió la idea de una edición comparativa del Libro sobre la base de todos los manuscritos relevantes, proyecto que fue realizado por Édouard Naville, egiptólogo suizo discípulo de Lepsius, entre 1875 y 1886 con el resultado de un trabajo de tres volúmenes que incluía una selección de viñetas para cada uno de los 186 sortilegios incluidos, las variaciones de texto para cada uno y comentarios. Posteriores análisis del Libro situaron el número de capítulos conocidos en 192.

 

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