En la doctrina de las tres religiones abrahámicas se alude, más o menos claramente, a un evento extraordinario que consiste en la venida al mundo de un enviado de Dios con el propósito de liberar al pueblo elegido, es decir, a los creyentes verdaderos de la fe, de sus enemigos y conducir al mundo como rey universal a una era de paz y prosperidad en la que la humanidad se someta definitivamente a los preceptos divinos.
El Islam reconoce la figura del Madhi (“Guía”), la cual se menciona en numerosos hadices, (relatos tradicionales no incluídos en el Corán pero que son la base de la Sunna, o segunda fuente de la ley musulmana tras la Sharia) y por la tanto puede ser admitida como válida. Se dice del Madhi fundamentalmente que será un descendiente del Profeta a través de Fátima; que aparecerá al final de los tiempos, cuando reine la injusticia y el mal, trayendo una época de bendiciones y riqueza para el pueblo musulmán (que durará siete años); que su llegada precederá a la venida del Maligno (similar al Anticristo), el cual será abatido por el profeta Isa, hijo de María (Jesús vendrá para apoyar al Madhi), lo cual dará paso al fin de los tiempos, donde Dios dispondrá del destino de la Humanidad mediante el Juicio Final.
En el credo cristiano se reconoce a Jesús de Nazareth como el Hijo de Dios, enviado y encarnado en la tierra para redimir a los hombres del pecado mediante su sacrificio. Es por esa alta misión por lo que se le conoce tradicionalmente como “Mesías” (hablaremos más adelante de este concepto). Sin embargo, la venida de Jesús no anunció el Juicio Final sino la redención de la Humanidad, la propagación de la Palabra de Dios entre los hombres y el llamado a la fe y la conducta recta de acuerdo a los mandatos divinos; es por ello que la religión cristiana predica una segunda venida de Jesús en el Fin de los Tiempos donde actuará de Juez en nombre de Dios. Todos estos acontecimientos, incluido el carácter mesiánico de Jesús, aparecen en diversos pasajes del Nuevo Testamento, principalmente en los Evangelios y en el Libro del Apocalipsis.
Pero es en el judaísmo donde radica principalmente la figura del enviado de Dios, sobre todo porque el concepto aparece mencionado en los textos bíblicos mucho antes en el tiempo. Las ideas del Mesías y la era mesiánica son originalmente judías.
En el judaísmo, el enviado se mencionó y nombró Mesías antes de la época de Jesús. La palabra “mesías”, de hecho, proviene del hebreo “mashiaj”, que significa “ungido”. Esto se refiere al hecho de que en los tiempos bíblicos, la ceremonia oficial de coronación de un rey se realizaba derramando aceite sobre la cabeza del elegido. Se trata de un acto simbólico que otorga una alta distinción. En este sentido, el nombre “Jesucristo” con que se conoce a Jesús de Nazareth hace referencia a “Iesus Christus”: el latín: christus, y el griego: christos, son términos traducidos del hebreo “meshiaj” que significan igualmente “ungido”, por lo que la palabra Jesucristo se traduce como “Jesús el ungido”, de ahí que se conozca a Jesús en el cristianismo comúnmente como Mesías.
El Mesías reconocido en la religión judía hace referencia a un futuro líder judío, un rey del linaje del rey bíblico David que será el ungido del Reino de Israel, y será investido para gobernar al pueblo judío y a toda la humanidad. El Mesías en cuestión será conocido como «Mashíaj Ben David», el rey será el segundo y último de los dos mesías esperados por el judaísmo. El primero, «Mashíaj Ben Yosef», junto con el segundo «Mashíaj Ben David», estarán involucrados en la liberación del pueblo judío del exilio y la diáspora judía, y ello dará paso al advenimiento de la tan esperada Era mesiánica, donde todas las naciones de la Tierra reconocerán al Dios de Israel como soberano y Señor, y reinarán la paz y la justicia.
Sin embargo, la idea de un mesías o enviado de Dios no ha sido desde siempre parte del judaísmo. Parece ser que los precursores de esta creencia fueron los fariseos, algunos siglos antes de nuestra era, aunque basándose en algunos testimonios recogidos en textos dispersos del Antiguo Testamento. Hoy en día las varias facciones dentro de la religión judía tienen desacuerdos sobre esta creencia, especialmente acerca de la identidad y naturaleza del Mesías e incluso de sus funciones específicas en la redención de la Humanidad. Los judíos mesiánicos –un grupo dentro del judaísmo- sí aceptan a Jesús de Nazareth como el Mesías enviado o ungido de Dios, pero a diferencia de los cristianos, consideran que nunca vino a fundar una nueva religión. Pero para los judíos ortodoxos Jesús no es más que un personaje histórico, y de ningún modo lo ven como mesías, pese a que la personalidad de Jesucristo encarna algunas de las condiciones requeridas para ser considerado como tal.
En la literatura rabínica se señalan ciertas condiciones previas para que se produzca la venida del Mesías. Son, principalmente, los sufrimientos del pueblo de Israel en expiación por sus pecados y la venida primeramente del profeta Elías, quien ungirá al descendiente de la Casa de David como «rey-mesías»; tras destruir el ungido al soberano Gog y su reino Magog (arquetipos de los ejércitos del mal), se iniciarían los tiempos mesiánicos incluyendo la reconstrucción del Templo de Salomón.
En el siglo XII, el brillante erudito judío hispano-cordobés Maimónides (Moseh Ben Maimon, o Rambam, 1138 – 1204) retomó y potenció el discurso acerca del Mesías hebreo y trató de ofrecer una interpretación mesiánica que hiciera compatible la tradición judía con la razón. Pese a que para él los tiempos mesiánicos no supondrían sino el cumplimiento pleno de un ideal que era posible alcanzar en cualquier tiempo, una muestra indudable de la relevancia que otorgó a la cuestión mesiánica es que en su obra “Comentario a la Mishnáh” incluyó el mesianismo entre los trece principios fundamentales de la fe judía.
Consideraba Maimónides que la Biblia, en particular los libros proféticos, aseguraban que la venida del Mesías tendría lugar, por lo que ningún judío debía ponerla en duda. Sin embargo, la fecha en que ocurriría dependía únicamente de Dios, por lo que desaconsejaba todo cálculo apocalíptico; el hombre tan sólo debía suplicar a Dios que enviara al Mesías, de acuerdo con sus designios. En la misma línea, en su obra titulada “Mishneh Torah” («Segunda Ley«), afirmaba que los detalles relativos a la venida del Mesías nadie podría conocerlos hasta que ocurrieran efectivamente.
La cuestión mesiánica también constituye el argumento central de la obra de Maimónides titulada “Carta a los judíos del Yemen”, escrita hacia el año 1172, ya en su exilio de Egipto. Se trata de una respuesta dada a la consulta formulada por la comunidad judía yemení acerca de cierto personaje que afirmaba ser el Mesías, y nos ofrece una completa panorámica acerca del pensamiento del sabio en relación con el mesianismo. Maimónides manifiesta su comprensión por la ansiedad con la que las comunidades judías, agobiadas por la persecución, esperaban la venida del Mesías, y señala que el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes en el Próximo Oriente era un signo indudable de la inmediatez de su llegada; haciéndose eco de la tradición que interpretaba la profecía de Balaam contenida en el capítulo XXIII del Libro de los Números en el sentido de que hasta el comienzo de los tiempos mesiánicos transcurriría tanto tiempo desde Balaam, como desde la creación del mundo hasta Balaam, Maimónides aseguraba que los tiempos mesiánicos llegarían de forma inminente (hablamos de finales del siglo XII). Sin embargo, pese a esta concesión escatológica, hecha quizá con la intención de levantar el ánimo de los judíos yemenitas, condena de forma tajante los cálculos apocalípticos, por cuanto afirma que los sucesivos errores en las predicciones eran causa de desasosiego y desesperanza para el pueblo judío. Por último, considera al Mesías superior en dignidad a todos los Profetas, con la única excepción de Moisés, señalando que en su venida se manifestaría primero en Israel, congregando a todos los hebreos en la ciudad de Jerusalén, desde donde la Nación se extendería hacia Oriente y Occidente. La manifestación del Mesías iría acompañada de confrontaciones violentas, resumidas en las citadas guerras de Gog y Magog, tras las cuales cesarían los conflictos de forma definitiva en todo el mundo.
En su citada obra “Mishné Torá”, Maimónides explica que hay cinco condiciones o requisitos para que un hombre pueda ser considerado como el Mesías. De estos cinco requisitos, tres son “a priori” y dos lo serían “a posteriori”:
“Si surgiera un rey (primera condición) de la Casa de David (segunda) que diligentemente estudiara la Torá y observara sus mitsvot (preceptos) según lo prescribe la Torá Escrita y la Torá Oral, como lo hizo David, su antepasado, e instara a todo el pueblo de Israel a encaminarse (en el camino de la Torá) y corrigiera las brechas de la observancia de la Torá (es decir: lo que el pueblo judío está haciendo mal respecto a la observancia religiosa), (tercera) y luchara las guerras de HaShem, se le podría considerar como el Mashiaj. Si tiene éxito en todo lo anterior, y (cuarta) construye el Bet haMiqdash (Templo) en su lugar (Har haBayit, Jerusalem), y (quinta) reúne a los judíos dispersos en la tierra de Israel, se podrá entonces afirmar sin duda que él es el Mashiaj”. (Maimónides, Mishné Torá, Sefer Melajim, Capítulo 11, Halajá 4).
Hay que señalar que el propio Maimónides sufrió en sus carnes una feroz represión por motivo de su confesión religiosa judía por parte de los almohades musulmanes de Córdoba, de donde tuvo que exiliarse con toda su familia, terminando en Egipto (acogido por el más tolerante califato fatimí), país donde acabó sus días.
Fuera del ámbito de los mitos, la mayor parte de los estudiosos considera que, pese a su gran diversidad en formas y contenidos, los movimientos mesiánicos participan de tres características generales comunes a todos ellos:
- a) Son fenómenos religiosos que cuentan, sin embargo, con el estatuto y carácter de movimientos sociales.
- b) Mezclan íntimamente lo religioso y lo político.
- e) Surgen como reacción frente a un contexto psicosociológico particular marcado por la frustración y el aislamiento, por la marginación social o por la persecución.
Es por ello que el pueblo judío, sometido históricamente a muchas tribulaciones, ha recurrido frecuentemente a la figura del Mesías como salvador y benefactor, lo cual se ha manifestado con particular relevancia en los momentos históricos de mayor opresión y persecución hacia dicho pueblo.
A lo largo de la historia del pueblo hebreo, son numerosos los pseudo-mesías que han protagonizado movimientos de contenido mesiánico en los más diversos ámbitos geográficos de la diáspora judía, además de los surgidos en la propia provincia de Judea durante la ocupación romana. Por ejemplo, las comunidades hebreas hispanas de época medieval experimentaron numerosos fenómenos mesiánicos muy similares a los que, por las mismas fechas, conocieron las comunidades hebreas diseminadas a lo largo y ancho de la cuenca mediterránea. Estos movimientos estuvieron marcados, en general, por el profetismo y la predicación que animaba a retornar a Tierra Santa, y coinciden, con frecuencia, con los momentos más críticos de la historia de los judíos en toda Europa, lo que no es una casualidad ya que, en buena medida, suponían una reacción frente a las calamidades y a los temores que las persecuciones producían en el ánimo de los judíos, tal y como hemos mencionado.
Pero, en general, las diversas autoproclamaciones de aspirantes a mesías que han venido sucediendo en el seno del judaísmo no han tenido mucho eco ni trascendencia salvo a nivel local y su recuerdo ha desaparecido en breve espacio de tiempo, excepto las menciones que se puedan hacer de algunos de estos personajes en los libros de forma más bien anecdótica.
Sin embargo, uno de estos movimientos mesiánicos sí que llegó a despuntar y dar lugar a una especie de secta que tuvo considerable impacto dentro del judaísmo y adquirió una cierta importancia por lo extravagante e inaudito de su naturaleza (y no precisamente en un estricto sentido positivo). Esta “secta”, que surgió originalmente en la segunda mitad del siglo XVII, ha sido relacionada y estudiada por algunos importantes investigadores judíos ortodoxos, por lo que ha obtenido atención y relevancia histórica, aunque por sus propias características implica un componente de secretismo y reserva que no ha impedido en definitiva que hayan trascendido algunos de sus aspectos más relevantes y significativos. Estamos hablando del “sabbatianismo” y su secuela posterior, el “frankismo”. De estos movimientos, que tienen un carácter entre religioso y ocultista y supusieron probablemente la crisis más importante dentro del judaísmo desde el advenimiento del cristianismo, hablaremos más en profundidad.
En el año 1626 nace en Esmirna (o Izmir, Turquía) Sabbatai Zevi, en el seno de una familia tradicional judía acomodada originaria de Grecia. Desde muy joven se destacó en el estudio del Talmud, aunque pronto manifestó su inclinación por la Cábala en su sentido más práctico y místico. Aparte de ser un estudiante aplicado y un correcto devoto practicante del ritual religioso, lo que le llevó a ser ordenado rabino a la edad de veinte años, se dice que era mentalmente inestable (parece que se le podría definir como maníaco depresivo, si no esquizofrénico); esta circunstancia le provocaba largos episodios de depresión, que sumados a la autoflagelación, el ayuno voluntario y otras actitudes extremas, le llevaron a sufrir “visiones” que él interpretaba como mensajes divinos.
Esta peculiaridad de carácter, estimulado al parecer por la penosa situación que las comunidades judías estaban atravesando a raíz de la guerra ruso-polaca que estalló hacia mediados del siglo XVII a partir de la rebelión de los cosacos ucranianos de Khmelnitsky, y que supuso una masacre de judíos en esa región, acabó por convencer al joven Zevi de que él era el Mesías esperado por el pueblo judío. A esta convicción llegó además por tener diversas visiones y sueños apocalípticos, por lo que en el año de 1648 Zevi declaraba solemnemente a la comunidad judía de su ciudad natal la “buena nueva”. Para aportar más verosimilitud a la anunciación, se permitió la licencia de pronunciar el Tetragramaton (nombre de Dios en hebreo) en público, acto reservado a la alta jerarquía sacerdotal israelita en fechas señaladas. El simbolismo y osadía del acto captó la atención y asombro de muchos de sus correligionarios. Además de declararse Mesías, afirmaba poseer poderes extraordinarios y la capacidad de comunicarse con la divinidad y tener visiones de naturaleza mística y profética.
Y aunque el siempre mantuvo estas afirmaciones, realmente no hay constancia alguna de que fuera capaz de realizar estos prodigios, más que en su imaginación y en la de sus seguidores, que fueron muchos.
Pero el núcleo de rabinos ortodoxos más tradicional de Esmirna no se dejó seducir por estos alardes, y tras advertirle de su comportamiento, que rozaba lo blasfemo, finalmente le sometieron a un edicto de herem (censura, excomulgación) y le desterraron de la comunidad judía y de la ciudad, junto a sus seguidores más acérrimos. Esto sucedió hacia el año 1651.
A partir de entonces Sabbatai Zevi, ya como Mesías autoproclamado, seguiría un periplo por diferentes ciudades donde invariablemente cosechaba numerosos seguidores por un lado y sospechas y recelos por parte de las autoridades rabínicas por el otro. Pasó por Constantinopla, Salónica, Alejandría, Atenas y Jerusalén, estableciéndose en El Cairo entre 1660 y 1662. En algunos casos salía de las ciudades por voluntad propia, y otras veces era expulsado y anatemizado por las autoridades rabínicas.
Hay constancia de que de cuando en cuando organizaba eventos de carácter místico que terminaban convirtiéndose en fiestas entre amigos, además de otros actos que realizaba para sorpresa y gozo de sus acólitos como cantar salmos públicamente, hacer impactantes declaraciones mesiánicas y apocalípticas y otros golpes de efecto que a veces rayaban en lo insultante contra la auténtica religión judía; sin embargo, el número de sus seguidores no dejaba de crecer.
Hacia el año 1663 dos importantes sucesos impulsan la “carrera” de Zevi: por un lado, se casa con Sara, una mujer de la que se decía que, huyendo de las miserias de la guerra, había llegado a la ciudad de Amsterdam donde se había prodigado como prostituta. Por estos antecedentes fue escogida por Zevi y traída a El Cairo para ser su esposa, ya que él afirmaba que como mesías estaba destinado a tener una consorte impúdica. Ella le apoyaría incondicionalmente en todo momento, a lo que se dice que ayudó bastante la buena presencia y desenfado de la señora. El segundo evento crucial tuvo lugar cuando Sabbatai Zevi se encontró en la ciudad de Gaza con Nathan Benjamín Levi, estudioso de la cábala y profeta autoproclamado; este se convertiría inmediatamente en su seguidor principal, mano derecha y apologista ultraconvencido. Desde entonces fue conocido como Nathan de Gaza, y se ocupó de proclamar el mesianismo de Zevi por los cuatro puntos cardinales, elevando la fama de este hasta alturas inconcebibles en toda Europa.
Nathan de Gaza se declaró como Elías resucitado, quien como figuraba en las escrituras sagradas proclamaría la llegada del Mesías. En 1665, anunció que la Era Mesiánica comenzaría en 1666 con la conquista del mundo sin derramamiento de sangre. El Mesías conduciría triunfante a las Diez Tribus Perdidas de Israel de regreso a Tierra Santa.
Pero los rabinos de Jerusalén veían el movimiento de Sabbatai con grandes sospechas y al fin amenazaron a sus seguidores con la excomunión general: Sabbatai, reconociendo que Jerusalén no era el mejor lugar para llevar a cabo sus planes, partió de vuelta hacia su ciudad natal, Esmirna, adonde llegó el mismo año de 1665 y fue recibido con grandes honores.
Ya instalado en Esmirna y reverenciado por una gran cantidad de seguidores, se ocupó de convertirse en líder indiscutible de la comunidad judía utilizando su poder para desarticular cualquier tipo de oposición.
Llegados a este punto, la fama de Zevi era internacional: desde Italia, Alemania y los Países Bajos llegaban informes de adhesión al Mesías. Muchos rabinos, aunque no creyeran en el propio Zevi, alentaban a la comunidad judía a que lo hiciera ya que consideraban que en el fondo este acontecimiento había dado lugar a un renacimiento de la fe y la esperanza de los judíos comunes, y por lo tanto era intrínsecamente positivo. Muchos comenzaron a creer seriamente en la salvación prometida con la llegada del Mesías.
Pero, paralelamente, lo cierto es que la moral y la observancia religiosa se “relajaba” bastante; probablemente con el consentimiento explícito de Zevi, sus seguidores planearon abolir muchas observancias rituales tradicionales porque según decían en la época mesiánica ya no habría obligaciones sagradas ni reglas estrictas que cumplir. Sabbatai eliminó algunas fechas de ayuno tradicionales cambiándolas por alegres celebraciones festivas e incluso convirtió el día de su cumpleaños en fecha igualmente festiva.
Por razones no muy claras, tal vez expulsado por las autoridades de la ciudad, Zevi sale de Esmirna y se instala en Constantinopla en el año 1666. Pero allí, el sultán turco, que había seguido sus movimientos desde tiempo atrás y probablemente presionado por los mismos musulmanes ante la repercusión que estaba teniendo el mensaje de Zevi, le encarcela en un castillo fortaleza cerca de la ciudad de Gallipolli. No fue un encarcelamiento muy estricto, ya que la influencia y sobornos hechos a los funcionarios turcos favorecían su buen trato hacia Zevi, que vivía en la cárcel prácticamente como en libertad, recibiendo visitas y agasajos continuamente. No era dinero lo que le faltaba a Zevi, que recibía buenas cantidades de sus seguidores en concepto de donativos.
Pero algo sucedió entonces que hizo que el sultán perdiera la paciencia y llamara a su presencia a Zevi: se dice que un cabalista polaco famoso fue a visitarle y, después de hablar con el, consideró que era un impostor y lo denunció al sultán, aunque otras fuentes afirman que la propia soberbia de Zevi hizo enojar tremendamente al sultán. En todo caso es probable que también influyera el clima de agitación social que estaba provocando Zevi entre la población judía, cuyas expectativas chocaban directamente con los mandatos islámicos del sultanato turco.
Sea como fuere, el sultán ofreció dos opciones a Zevi: o renegaba de su fe judía y por tanto de su destino mesiánico y se convertía al Islam, o era ejecutado. Zevi, prudentemente, escogió la primera opción, y se puso directamente un turbante turco en la cabeza, cambió su nombre a Aziz Mehmed Effendi y tomó una segunda esposa para observar la costumbre musulmana.
“Dios me ha hecho ismaelita; Él ordenó y así fue” – diría escuetamente Zevi.
El sultán, satisfecho, otorgó a Zevi una ocupación en palacio con una pensión generosa.
Parecía que todo iba a terminar ahí, pero no fue así. A pesar de la apostasía de Zevi, una parte de sus seguidores no se desanimó y continuó creyendo en su misión mesiánica: Nathan de Gaza alentaba esta opinión predicando que todo era un subterfugio, y que los judíos que aún siguieran a Zevi como Mesías después de todo demostraban ser los verdaderos creyentes. Zevi, por su parte, ofrecía una cara sumisa al sultán y otra distinta a sus acólitos, comportándose como musulmán o rey judío según mandaran las circunstancias.
La farsa se pudo mantener así durante otra década, hasta que finalmente el sultán se cansó del doble juego de Zevi, le despojó de su pensión y le desterró definitivamente a la ciudad de Ulcinj, en la región balcánica de Montenegro, donde moriría en 1676 rodeado solo por su familia más cercana.
Nathan de Gaza continuaría agitando las aguas, siendo radicalmente excomulgado y hasta perseguido, por lo que tenía prohibido el acceso a varias ciudades europeas. Sin embargo logró sortear los peligros y retener algunos seguidores incondicionales hasta su muerte en 1680 en la ciudad de Uskup (Skopje, en la actual república de Macedonia).
Con la muerte de Sabbatai Zevi todo se normalizó bastante entre la población judía: unos se sintieron abatidos y otros más relajados, pero todos aceptaron el fin del “mesías” con resignación y volvieron a sus quehaceres normales. Pero hubo un grupo que por encima de todos continuó venerando a Zevi: se trata de los denominados “dönme”, una pequeña comunidad de judíos que se habían convertido al Islam a la par que Zevi, en un acto simbólico de apoyo incondicional a su mesías (dönme literalmente significa «apóstata»). Gershom Scholem, en su biografía “Sabbatai Zevi: The Mystical Messiah” menciona que la tumba de Zevi ha sido visitada por peregrinos dönme hasta principios del siglo XX.
Para la década de 1680, los dönme se habían congregado en Tesalónica, una ciudad de mayoría judía en la Grecia otomana. Durante los siguientes dos siglos y medio, parece ser que llevaron una vida comunitaria independiente: practicaron la endogamia y formaron un círculo cerrado tanto en el plano económico y social como en la práctica religiosa. De cara al exterior se comportaban como musulmanes, pero entre ellos seguían secretamente con sus prácticas judío mesiánicas relacionadas con la enseñanza de Sabbatai Zevi. Hay que señalar que estos conversos, que continúan practicando su fe judía mientras declaran públicamente otra confesión, se conocen como criptojudíos.
En el siglo XIX, los dönme se habían vuelto prominentes en el comercio, e incluso participaron en la vida política turca. Cuando la principal ciudad dönmeh, Tesalónica, pasó a formar parte de Grecia en 1912, Grecia expulsó a los musulmanes, incluidos los dönme, de su territorio, y la mayoría emigró a Turquía.
Aunque se sabe poco sobre ellos, varios grupos dönme podrían continuar hoy en día fieles a la memoria de Sabbatai Zevi, principalmente en Turquía, manteniendo su doble cara presentándose como musulmanes en público mientras practican sus propias formas de creencias judías en privado. Algunos afirman que los dönme todavía desempeñan un papel señalado en la política turca.
Aunque el movimiento sabbatiano parecía definitivamente desarticulado, algunos focos de incondicionales, actuando con riguroso secretismo, siguieron fieles al credo mesiánico de Zevi. El movimiento popular abierto se transformó en un culto sectario clandestino, y se sabe de la existencia de grupos de esas características sobre todo en Polonia, además por supuesto de los reconocidos dönme. En relación al rito y la práctica religiosa, en general los miembros de estas comunidades abandonaron muchos principios judíos de fe y descartaron las leyes y costumbres religiosas judías, a la espera de la gran revolución mesiánica. El culto místico de los sabbatianos incluía tanto ascetismo como sensualidad: algunos hacían penitencia por sus pecados, o incluso se sometían a torturas autoinfligidas; otros ignoraron las estrictas reglas de castidad características del judaísmo y se entregaron al libertinaje.
Hasta aquí lo que se sabe básicamente de Sabbatai Zevi, el autoproclamado mesías judío del siglo XVII, que si bien protagonizó un episodio revolucionario dentro de la historia de la religión judía, quedaría eclipsado por lo que estaba por venir: nos referimos a Jacob Joseph Frank, el fundador de la secta o herejía “frankista”.
Jacob Frank, cuyo nombre verdadero era Jacob Leibowitz, nació en el año 1726 en Korolowka, pueblo de la región entonces polaca de Podolia, en el seno de una familia sabbatiana (su padre fue expulsado de la comunidad judía por ese motivo). La familia se trasladó a la ciudad de Czernowitz (actual Chernivtsi, Ucrania) donde la influencia sabbatiana era bastante fuerte; en este ambiente se crió Jacob Frank, aunque no mostró un interés especial en el estudio del Talmud o las escrituras hebreas tradicionales.
Ya adulto llegó a establecerse como comerciante itinerario, visitando con frecuencia Turquía y alternando en ciudades históricamente sabbatianas como Salónica o Esmirna. Es un hecho constatado que tuvo estrecho contacto con los remanentes sabbatianos y su doctrina a un alto nivel, por lo que hacia el año 1755 Frank ya parece ser que había adoptado el culto de “doble cara” de los sabbatianos (que aparentaban ser musulmanes); en esa época se le ubica de nuevo en la región de Podolia ya al frente de un grupo de seguidores locales a los cuales se dice que comunicó las revelaciones obtenidas de sus reuniones clandestinas con los sabbatianos.
En las reuniones del grupo de Frank, que al principio eran de carácter bastante reservado, se realizaban actos que se oponían directamente a las concepciones ético-religiosas de los judíos ortodoxos. Hay constancia histórica de que en 1756 una de estas reuniones en Landskorun (actual Zarichanka, Ucrania) terminó en un sonoro escándalo: varios judíos afirmaron haber presenciado un extraño ritual con la esposa de un rabino semidesnuda y con el cabello suelto, un velo nupcial y una corona con un rollo de la Torá en la cabeza, mientras hombres y mujeres, incluidos muchos rabinos, bailaban a su alrededor llevando cruces, cantando y bebiendo vino.
La actitud de los frankistas era abiertamente provocativa ya que no se limitaban a sus “fiestas sexuales” sino que quemaban públicamente ejemplares del Talmud y denunciaban abiertamente las actitudes tradicionales de los judíos más ortodoxos. Obviamente el alboroto llamó la atención de los rabinos tradicionales y como resultado, Frank se vio obligado a abandonar la región, mientras que sus seguidores fueron denunciados y entregados a los altos rabinos y a las autoridades locales. En el tribunal rabínico celebrado al efecto en el pueblo de Sataniv, centro de la comunidad regional, muchos sectarios confesaron haber violado las leyes fundamentales de la moralidad; las mujeres confesaban haber violado sus votos matrimoniales y hablaban de la laxitud sexual que reinaba en la secta bajo la apariencia de un simbolismo místico.
Frank no dudó en dar ejemplo: en 1752 se había casado, apadrinado por insignes sabbatianos, con una mujer judía búlgara. Ella era muy hermosa y la utilizó, como al parecer era costumbre entre los miembros de la secta, para atrapar a muchos hombres que tenían relaciones licenciosas con ella y que así pasaban “naturalmente” a formar parte de los incondicionales de Frank.
La doctrina predicada por Jacob Frank se podría resumir como “nihilismo religioso” y se basaba en llegar a un estado de utopía mesiánica a base de transgredir todas las leyes (los frankistas declaraban: ‘Ya que no todos podemos ser santos, seamos todos pecadores’, puesto que se vaticina la venida del mesías cuando el estado ético y moral de la humanidad sea el más bajo). Los “creyentes” frankistas practicaban sin rubor el adulterio, la pedofilia, el incesto y otras depravaciones; esto se explicaba dogmáticamente alegando que el “descenso al abismo” requiere no sólo el rechazo de todas las religiones y convenciones, sino también la comisión de «actos extraños», y esto a su vez exige la degradación voluntaria del propio sentido de uno mismo, de modo que el libertinaje y la consecución de ese estado de absoluta desvergüenza que conduce a un tikún del alma (término cabalístico que significa al proceso de corrección espiritual que realiza el alma) son la misma cosa.
Jacob Frank escribió: “Sin embargo, el camino a la vida no es fácil, porque es el camino de la destrucción y significa liberarse de todas las leyes, convenciones y religiones para adoptar todas las actitudes imaginables y seguir paso a paso a un líder hacia el abismo.
No vine a este mundo para levantaros sino para arrojaros al fondo del abismo. Más allá de esto es imposible descender, ni se puede volver a ascender por virtud de las propias fuerzas, porque sólo el Señor puede levantar a uno de las profundidades con el poder de su mano”.
De modo que para preparar la venida del mesías redentor, uno debe rebajarse a un estado de degradación y pecado radicalmente contrario a las enseñanzas de la ley religiosa; hay que alcanzar un estado de apostasía que precipite el paso de la humanidad a su estado utópico final.
Esta era la raíz de la creencia frankista. Evidentemente es difícil aclarar si los creyentes lo practicaban con fines de comunión mística o era por otros motivos no tan “sublimes”…
A consecuencia de los testimonios recogidos en el tribunal de Sataniv, los rabinos excomulgaron formalmente a Frank y a todos sus seguidores. Prohibieron los matrimonios mixtos con cualquier miembro de la secta, y exhortaron a todos los judíos a denunciar a los frankistas y exponerlos públicamente.
Sin embargo, el cisma en el seno de la comunidad judía era ya indiscutible, y dada la actitud de los frankistas, que en absoluto se amedrentaron por la condena oficial, tenía signos de ir a más. Jacob Frank había reavivado los rescoldos del sabbatismo y sobre ellos iba a provocar un fuego incontrolable.
Efectivamente, a pesar de que los rabinos ortodoxos intentaron hacer un frente común con la iglesia católica polaca contra los frankistas, estos consiguieron el apoyo del obispo de la diócesis regional Dembovski, convenciéndole en base a sus afirmaciones de que el rechazo del Talmud en favor del estudio de la Cábala conducía a la aceptación de la Santísima Trinidad, así como otras perspectivas ambiguas que según ellos les acercaban al cristianismo. El obispo Dembovski demostró un apoyo incondicional hasta su muerte en 1757, pero a partir de entonces los judíos ortodoxos reanudaron la persecución de los frankistas con mayor ímpetu. No obstante, pese a la implacable determinación en la condena por parte de los rabinos ortodoxos, el movimiento sectario crecía sin parar; algunos rabinos señalados como fue el caso del erudito alemán Jacob Emden, el cual instó a no tener misericordia con los herejes, se vieron en serios problemas por el apoyo que las autoridades daban a los frankistas y la osadía de estos.
Es en aquel tiempo cuando Jacob Frank ya afirmaba públicamente que era el nuevo mesías, reencarnación de Sabbatai Zevi para más detalle. No fue el único, ya que un tal Osman Baba (Baruchya Russo de nombre real) ya había declarado también ser el reencarnado de Zevi ante su grupo de neosabbatianos radicales instaurado hacia 1700 y con el que Frank había tenido contacto. Habría otros “elegidos” sabbatianos, aunque no dejaron huella del mismo modo (la secta de Osman Baba de criptojudíos, los karakashlar, puede ser rastreada hasta el siglo XX).
Frank entonces hace un movimiento crucial con el que parece pretender sacar a su grupo del punto de mira de la ortodoxia judía y de paso dejar de ser considerado hereje: anuncia que, según revelaciones divinas que ha recibido, el siguiente paso es convertirse al catolicismo como etapa de transición ineludible hacia la auténtica y definitiva religión mesiánica.
Así que en 1759 y con el beneplácito de la iglesia católica polaca multitud de frankistas se bautizan voluntariamente con el apadrinamiento de nobles polacos. El propio Frank se bautiza el 17 de septiembre de ese año en la iglesia de Lwow (actual Lviv, Ucrania), teniendo increíblemente como padrino al propio rey de la confederación polaco-lituana Augusto III. Se dice que para 1790 ya había alrededor de 26.000 conversos bautizados de este modo en Polonia.
A partir de aquí, Frank comenzó a prosperar, viviendo ostentosamente como miembro de la nobleza polaco-lituana, oficialmente católico pero practicando su versión del judaísmo en secreto; de hecho, el mismo afirmó que su conversión era una parte necesaria de su “viaje” hacia la religión futura basada en el conocimiento esotérico hebreo.
Indudablemente las autoridades católicas, incluído el Vaticano, defendieron y apoyaron en momentos puntuales y sin reservas a los frankistas, probablemente estimuladas por la idea de la conversión en masa de judíos.
Jacob Frank se trasladó a Varsovia, donde se bautizó de nuevo solemnemente y empezó a codearse con la alta sociedad de la capital. Sin embargo, diversas denuncias además de su comportamiento más que sospechoso (llegaría a hacerse pasar por musulmán en Turquía, y sus muchos acólitos le reverenciaban como “santo maestro” sin disimulos) hicieron que el tribunal eclesiástico competente le acusara de herejía y le recluyera en el monasterio de Częstochowa, un importante centro de culto católico polaco, a la espera de un veredicto en firme de la Santa Sede. Esto sucedía a comienzos del año 1760, y el encierro se alargaría por trece años.
Se sabe relativamente poco sobre la estancia forzada de Frank en Częstochowa. Ciertamente tuvo gran apoyo exterior, cubriendo sus gastos en el monasterio y asignando fondos especiales para instalar a los conversos de su círculo personal en los alrededores. A Frank se le dieron habitaciones amplias y cómodas para él y su séquito, y se le permitió recibir invitados y comunicarse con el exterior sin ningún problema. Sus discípulos más cercanos comenzaron a trasladarse gradualmente a Częstochowa y los pueblos de los alrededores. Aunque Frank asistía regularmente a los servicios católicos y estudiaba el Nuevo Testamento, también llevaba a cabo sus propios rituales en el propio santuario. Tanto los monjes como los peregrinos alojados en el monasterio eran conscientes de la celebración de estos rituales, pero no hay evidencia de ningún esfuerzo para impedir que se llevaran a cabo. Fuentes frankistas mencionan que en 1768 y 1769 enviados de Częstochowa viajaron a Podolia, Moldavia, Hungría, Alemania y Moravia. Frank también se embarcó en negociaciones con los rusos y envió emisarios a Moscú. A cambio de la liberación del cautiverio, Frank prometió al gobierno ruso que veinte mil judíos se convertirían a la ortodoxia griega.
Los rusos rechazaron la oferta, pero liberarían igualmente a Frank cuando en 1772 el general Bibikov ocupó Częstochowa militarmente.
Frank abandonó Polonia y se dirigió a Brünn (Brno, Moravia, actual Chequia). El motivo de su elección de esta ciudad fue su vínculo con la entonces influyente familia Dobruschka, ya que la madre del clan familiar era prima hermana suya y tanto ella como su marido eran fervientes frankistas. Se dice que aquí se rodeó de una «corte» de varios cientos de personas. De este período cabe destacar la relación de Frank con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, José II, y su madre la archiduquesa María Teresa de Austria. Acompañado de su hija Eva, Frank viajó repetidamente a Viena y logró ganarse el favor de la corte. La piadosa María Teresa lo consideraba un divulgador del cristianismo entre los judíos, e incluso se dice que José II recibía los favores sexuales de la joven Eva Frank.
A medida que surgían las perspectivas de una guerra austro-turca, surgió la idea de aprovechar la red de contactos frankistas-sabbatianos en el Imperio Otomano. Según consta, Frank tuvo conversaciones con José II sobre cómo utilizar a los judíos de la secta para luchar contra los turcos. Pero algo no salió bien y Frank perdió el favor del emperador. Finalmente, abandonó el reino de los Habsburgo a principios del año 1786 y se instaló en Offenbach am Main, en Alemania: aquí asumió el título de «barón de Offenbach» y vivió como un noble rico, recibiendo dinero de donaciones de sus seguidores polacos y moravos, que hacían frecuentes peregrinaciones a Offenbach. En todo caso, Frank disfrutaba de una opulencia cuyo origen nadie acertaba a explicar, aparte de las donaciones de sus incondicionales y amigos.
Hay constancia de que muchos frankistas sobresalieron económicamente gracias a la explotación de negocios lucrativos relacionados con el comercio de alcohol, burdeles y casas de préstamos, ya que su peculiar “liberalismo” facilitaba y hasta fomentaba estas actividades. Asimismo, aunque existía la tendencia a la endogamia dentro de la propia secta, los frankistas de élite no tuvieron problemas para asimilarse estratégicamente con familias católicas ricas selectas, si ello les ayudaba a posicionarse socialmente. A esto se une el hecho constatado de que algunos frankistas, amparados por su conversión al catolicismo, ingresaron en las logias masónicas, entonces bastante abundantes en Alemania, donde expusieron su influencia en cuanto a su interpretación del esoterismo cabalístico y aprovecharon para moverse fuera del control tanto de las autoridades rabínicas judías como de las civiles.
A este respecto, es interesante lo que dice el rabino Marvin Antelman, aunque describió la secta desde un punto de vista conspiracionista y bastante crítico en su libro “Para eliminar el opiáceo”:
«La élite frankista consistía en un círculo de talentosos intelectuales, teólogos y hombres de letras, así como un grupo de hombres de grandes medios financieros que eran en su mayor parte grandes banqueros comerciantes que ejercían una enorme influencia en su tiempo en los círculos financieros más altos de Europa… La lista de la élite frankista es larga, y si uno ocupara el tiempo estudiando en profundidad sólo a las pocas familias mencionadas aquí, la información llenaría varios volúmenes. Sin embargo, continuamente surge el mismo patrón. Gente brillante, rica, adicta al poder, ansiosa por asimilarse (si ellos habían nacido como judíos), por destruir las religiones, favorecer el radicalismo, vivir secretas vidas hipócritas, a veces haciéndose pasar por judíos religiosos, católicos, o protestantes, pero entregándose a su radicalismo revolucionario en secreto.
Debería señalarse que cuando [en el siglo XVIII] los illuminati, los jacobinos y los frankistas hicieron intentos para infiltrarse entre los masones, su infiltración no significó que ellos albergaban algún amor particular por la masonería. Al contrario, la odiaban con pasión y sólo deseaban utilizar la tapadera de la masonería como un medio para difundir sus doctrinas revolucionarias y para que proporcionase un lugar donde ellos pudieran reunirse encubiertamente sin despertar sospechas».
(Marvin S. Antelman, “To Eliminate the Opiate”, 1974, cap. XI).
En Offenbach, la salud de Frank se deterioró gradualmente; en 1788 y 1789 sufrió dos ataques de apoplejía y se recuperó, sólo para sucumbir a un tercer ataque en 1791, año de su fallecimiento. A la muerte de Frank, su hija Eva se convirtió en líder de la secta y aspirante a mesías femenino (llegó a ser declarada “encarnación del aspecto femenino de Dios”). A medida que pasaba el tiempo, el número de peregrinos y su patrimonio disminuyeron gradualmente, mientras Eva seguía viviendo en su lujo habitual. Finalmente murió en 1816, endeudada e inmersa en un proceso judicial en su contra.
A partir de aquí, el movimiento frankista decae notablemente, aunque parece que existe evidencia de ciertos grupos sociales hasta casi finales del siglo XIX pero a muy pequeña escala; la secta, al menos públicamente, se podía dar por disuelta. Sin embargo, algunos frankistas subsistieron clandestinamente en círculos sociales de alto nivel, ya que es posible seguir su pista prácticamente hasta el mismo siglo XX dentro de familias elitistas adineradas principalmente en capitales como Praga, Varsovia o Viena. No obstante, es difícil discernir de qué manera estos frankistas continuaron la línea de la secta o desarrollaron su doctrina, ya que incluso en muchos casos se trata de personas aparentemente católicas. También se les puede localizar dentro de logias masónicas y círculos rosacruces, lo que parece indicar que trataron de “mimetizarse” en el entorno social ocultando sus auténticas creencias, siguiendo al pie de la letra la máxima frankista de la doble cara: “un frankista no debe parecer ser lo que realmente es”.
El historiador judío Gershom Scholem, en su obra “La santidad del pecado”, dice lo siguiente:
“Los historiadores secularistas, por otra parte, se han esforzado por restar importancia al papel del sabbatianismo por una razón diferente. No sólo la mayoría de las familias que alguna vez estuvieron asociadas con el movimiento sabbatiano en Europa occidental y central continuaron después dentro del redil judío, sino que muchos de sus descendientes, particularmente en Austria, alcanzaron posiciones de importancia durante el siglo XIX como intelectuales prominentes, grandes financieros y hombres de altas conexiones políticas.”
Se sabe que hubo bastante literatura frankista en las épocas de mayor auge de la secta, principalmente circulando entre los mismos creyentes frankistas. Parece ser que a partir del siglo XIX casi toda esta literatura fue eliminada a propósito no solo por los detractores del movimiento, sino por los propios descendientes de los frankistas, por motivos desconocidos.
En todo caso, el documento frankista más importante, “La colección de las palabras del Señor” (Zbiór słów pańskich), probablemente fue compuesto durante la estancia de Jacob Frank en Brünn y luego complementado con material adicional durante el período de Offenbach. El texto está en polaco con numerosas interpolaciones en hebreo y yiddish escritas en transliteración; cada cita hebrea va acompañada de una traducción polaca. Toda la colección contaba con más de dos mil fragmentos numerados. Antes de mediados del siglo XX, había al menos nueve versiones diferentes de este manuscrito en circulación. Los únicos manuscritos frankistas conocidos que se conservan en la actualidad se encuentran en bibliotecas de las ciudades polacas de Cracovia y Lublin.
El libro es un conjunto de breves notas que documentan incluso las expresiones y gestos más casuales de Frank. La mayor parte de los textos toma la forma de una transcripción oral anotada, que reúne cuentos fantasiosos, sueños, proverbios y parábolas contadas por Frank a sus seguidores. Aunque muchos de los cuentos parafrasean fábulas clásicas del Zohar o de la literatura religiosa hebrea, los relatos frankistas se basan en un principio exegético de reescritura tendenciosa de las narrativas judías tradicionales para invertir las jerarquías establecidas, desacreditar los símbolos honrados y reevaluar los caracteres negativos de la tradición judía.
Como hemos visto, hay indicios serios de que el frankismo seguía activo en pleno siglo XIX aunque practicado en la clandestinidad por criptojudíos eventualmente localizados en familias de la alta sociedad de algunas capitales centroeuropeas. Estos frankistas impusieron un velo de secretismo a sus prácticas en principio por motivos obvios, aunque se sabe que siguieron organizando reuniones entre ellos en fechas clave del calendario hebreo o introducidos en logias o grupos de carácter masónico o rosacruz, mientras estos continuaron activos. Existen audaces teorías que siguen el rastro del frankismo y estudian su posible influencia en la política y sociedad del siglo XX: hablaremos de ello, y su posible conexión con el oscuro sionismo extremista tal y como se manifiesta en la actualidad, en un próximo artículo.