Al hilo de ciertos artículos recientes publicados en El velo se Isis (véase “Tradición” y “Neo espiritualismo”) en los que expresábamos algunas opiniones y reflexiones en relación al ocaso espiritual de nuestra civilización, o dicho de otro modo el triunfo progresivo del materialismo en detrimento del espiritualismo, y en vista de los graves acontecimientos que están sucediendo de un tiempo a esta parte, y que ya se manifiestan con bastante claridad como preludio de un cambio trascendental a nivel mundial, vamos a profundizar con algo más de detalle procurando ceñirnos a los aspectos ontológicos del proceso de declive (o agonía) espiritual que estamos viviendo para desde esa perspectiva intentar encontrar una visión lo más objetiva posible de los eventos que nos permita una mayor comprensión global y, si procediese, una valoración aproximada de la situación y probable evolución futura del espiritualismo en el contexto del mundo actual.
Aludíamos también a las opiniones de dos filósofos insignes del siglo XX que en su momento plantearon decididamente la cuestión de la decadencia espiritual de la última Edad, sobre todo en Occidente, y sus efectos en el comportamiento y razonamiento moral de las personas: uno es Julius Evola, que describió con agudeza dichos efectos en nuestra sociedad occidental, sus probables consecuencias a medio plazo y, en su opinión, la alternativa viable para que una persona sea capaz de mantener viva su experiencia espiritual en ese entorno estéril, incluso hostil para tal propósito. El otro, René Guénon, como excelente conocedor de la mística y filosofía orientales, remarcaba la descomposición de la religión y mística en Occidente y abogaba por una necesidad ineludible de retornar a las fuentes de conocimiento e inspiración espiritual de Oriente.
Ya casi hemos cubierto el primer cuarto del siglo XXI y los juicios y presagios de estos autores han sido ampliamente rebasados, se diría que ahogados por la marea del Kali-yuga (el cuarto ciclo de la Humanidad según el hinduismo, o edad oscura). Sin embargo, no por ello esos pensamientos dejan de ser válidos y oportunos, tal vez asimilándolos como el último faro revelador de una cada vez más lejana costa. Es por ello que hoy, sumidos en profundos cambios sociopolíticos a nivel mundial que auguran un inquietante futuro cada vez más cercano, se hace indispensable revisar la dimensión espiritual del ser humano del mundo actual a la luz de los nuevos acontecimientos.
En primer lugar, parece ya fuera de discusión que toda corriente organizada remanente de carácter esotérico que pudiera haber sobrevivido a la conmoción generalizada del siglo XX se ha disuelto definitivamente (o retraído a la más extrema clandestinidad), dando paso a un ocultismo cada vez más audaz y elaborado, a una idolatría modernista donde lo “trascendente” pueda ser percibido fácilmente con los sentidos y pueda procurar una autoglorificación y autosatisfacción al individuo. La intuición, una herramienta fundamental e indispensable para acceder al conocimiento interior, se ha dejado de utilizar para tal fin y ha sido sustituida por el razonamiento más vorazmente materialista y la especulación, los cuales se han impuesto pragmáticamente en aras de la facilidad y rapidez de adaptación social y comodidad de entendimiento del ego superficial y el entorno.
En cuanto al misticismo, entendido como alternativa fundamental de desarrollo espiritual del ser humano, aunque pudiera subsistir como experiencia individual habría de hacerlo en un ambiente profundamente complejo y dificultoso (nos referimos sobre todo al estado de confusión y alienación mental actual, probablemente el peor de los escenarios para la evolución interna), y aunque este aspecto se podría entender como un aliciente positivo para el esfuerzo individual, realmente es más bien por este mismo motivo por lo que cada vez tiene menos posibilidades de arraigar y florecer. Sin embargo, hay que señalar que ante la perspectiva real de desaparición del componente místico en la sociedad actual, existen personas e incluso grupos sociales o étnicos que, percibiendo de alguna manera esa “ausencia” pero a la vez no resignándose a abandonar la búsqueda o experiencia vital acorde a ciertos valores tradicionales, están tratando de retomar una ortodoxia religiosa firme que les permita mantener viva esa llama espiritual. Estos intentos son muy loables y dignos, considerando además la presión social añadida del mundo “civilizado” actual, empeñado mal disimuladamente en aislar y ahogar ese tipo de iniciativas usando cualquier tipo de medio para ello. Cualquier observador con independencia de pensamiento puede verificar cómo en la actualidad la religión ha sido tan denostada y manipulada que ha dado lugar a una corrupción que la hace ya prácticamente incapaz de reacción: esto es ya una realidad en Occidente, donde la religiosidad auténtica está luchando básicamente por su supervivencia. Existiría una esperanza de revitalización, si esta religiosidad occidental pudiera retornar a las fuentes orientales, de donde tradicionalmente ha obtenido sustento vital, pero estas fuentes también han sido “adecuadamente” desvirtuadas; al parecer estamos en la parte final de un proceso preconcebido, por el que ciertas élites con intereses globales han operado subrepticiamente para disgregar y descomponer los lazos espirituales que efectivamente existían entre las confesiones religiosas de Oriente y Occidente, fomentando directamente enfrentamientos y desavenencias como parte de políticas carentes de toda moralidad y en última instancia haciendo que una reconciliación o hermanamiento entre confesiones religiosas parezca cada vez más irrealizable.
Esas mismas “élites”, de carácter eminentemente colonialista y en último término radicalmente imperialistas que trabajan con vehemencia por la unipolaridad del mundo, son las que han promovido la corrupción y atomización del sentimiento religioso en Occidente, lo que han llevado a cabo de forma minuciosa y sistemática consiguiendo disipar literalmente de las mentes el sendero luminoso que conduce al espiritualismo y a la evolución objetiva. Operando en la misma dirección del Kali-yuga, pero distinguiéndose de este por intentar actuar en cierto modo “a despecho” de las leyes naturales universales del esquema divino, estas fuerzas intrínsecamente negativas, (pues emanan directamente del más perverso razonamiento surgido del intelecto humano y están hipermotivadas por la codicia y la soberbia) están acelerando su acción, logrando transformar nuestra sociedad en el reino de lo amoral y oscureciendo las virtudes del alma, desfigurándolas para presentarlas como razonamientos cuantitativos y prácticos.
No nos aventuraremos a establecer la procedencia de estos “vientos oscuros” ya que ello supondría inevitablemente la implicación directa en las turbias y peligrosas aguas de la política mundana, asunto que no entra en las pretensiones de este nuestro sitio (aunque ocasionalmente como en el actual artículo sea imposible de soslayar); no obstante, suponemos al lector ya lo suficientemente agudo y perspicaz como para, desplegando su instinto en este maremágnum de información, hacerse una idea de las formas y líneas de actuación con que las fuerzas oscuras se manifiestan y operan a nuestro alrededor con tanta impunidad y osadía.
Hablábamos de algunos intentos serios que se están produciendo en ciertos países o grupos étnicos para rescatar el sentimiento religioso y revitalizar los valores morales, intentos que se llevan a cabo con mayor o menor fortuna, pero que siempre se producen a costa de grandes sacrificios y bajo la atenta vigilancia y presión a todos los niveles de las “élites” que hemos mencionado, las cuales disponen de mecanismos “legitimados” para actuar impunemente atacando si es preciso el entramado social de esos grupos sociales con el fin de impedir su autodeterminación. En la mayoría de los casos, sin embargo, es suficiente con provocar el caos y la confusión para acabar con cualquier iniciativa y evitar que prospere o trascienda fronteras, lo que sería un ejemplo indeseado para cualquier plan elitista de manipulación a gran escala.
Sin embargo, sí que existe dentro de la sociedad una reacción que en principio pudiera parecer espontánea, desorganizada y de escaso ámbito, sobre todo porque no se le da prácticamente oportunidad alguna en el espacio mediático. Pero seguramente merecería la pena ver a dónde conducen esos esfuerzos llevados a cabo por personas de diferentes orígenes y culturas pero que están unidas por una misma idea universal de hermanamiento basado en el respeto mutuo. Respecto a este esfuerzo queremos apuntar un hecho que se ha producido recientemente y que indica la existencia real de un pensamiento en cierto modo “disidente” con el status establecido, y en la línea del retorno a los valores morales que venimos manifestando, regresando a un punto sólido y real desde donde retomar la experiencia vital útil y positiva.
El pasado mes de mayo tuvo lugar en la ciudad de Perm (Rusia) un foro internacional con el título “Europa – Asia: diálogo de civilizaciones” que incluía la participación de un centenar de personas procedentes de diversos países de Asia y Europa. Queremos transcribir aquí la intervención de Pierre-Antoine Plaquevent, un analista geopolítico francés que en esta ocasión con su discurso hace una interesante incursión en lo que él denomina “metapolítica”, además de repasar algunos conceptos que hemos expresado acerca del estado del espiritualismo actual en Occidente.
Aquí está la adaptación escrita de una conferencia en línea dada en el marco del foro internacional “Europa-Asia: diálogo de civilizaciones” que tuvo lugar en Perm en Rusia, el jueves 26 de mayo de 2022. Esta intervención fue parte del panel “Espiritualidad aspectos del Diálogo Euroasiático” de este foro:
En un momento en que el orden internacional atraviesa perturbaciones sin precedentes en la historia contemporánea, es fundamental a mi juicio abordar el estudio de las relaciones internacionales con un enfoque metapolítico. Es decir, un enfoque que integra lo que el conde Joseph de Maistre (1753-1821) llamó una “metafísica de las ideas políticas” [1].
Este enfoque metafísico de las ideas políticas se interesa precisamente por lo que podría describirse como una ontología de las civilizaciones y las culturas y, por tanto, también de los actuales actores del sistema contemporáneo de relaciones internacionales.
Si buscamos captar la ontología de una cultura o una civilización, nos vemos naturalmente llevados a buscar el núcleo espiritual que la funda. Porque no hay pueblos, naciones, culturas o estados que no estén estructurados por un núcleo espiritual, incluso secularizado. El propio ateísmo racionalista, que ahora se ha convertido en la norma cultural común de los pueblos de Occidente [2], tiene sus raíces en un conjunto de ideas y concepciones no racionales y de hecho «pararreligiosas». Ideas surgidas a partir del Renacimiento de forma clandestina y que comenzarán a imponerse como ideología difusa de las élites occidentales a partir de la Ilustración. «Ilustración», cuyo término mismo también se refiere al iluminismo y al esoterismo masónico.
A partir de esta observación, la búsqueda del diálogo y la comprensión mutua entre culturas a escala continental euroasiática sólo puede establecerse sobre la base de un conocimiento profundo del núcleo espiritual de cada participante en este diálogo. Este es un enfoque verdaderamente universal porque pasa por lo particular, es decir por la personalidad espiritual propia de cada grupo humano, para establecer la posibilidad misma de un diálogo.
Además, aunque geográficamente Europa es parte de Eurasia, por el momento no es independiente y es políticamente parte de Occidente.
Si estamos hablando de iniciar un diálogo espiritual a escala euroasiática, debemos preguntarnos antes sobre la naturaleza de las concepciones espirituales que tienen los actores políticos o culturales que participarían en este diálogo. Se puede resumir en una simple pregunta: ¿cómo conciben la naturaleza del Espíritu? [3]
En Occidente, al final de un largo proceso histórico [4], finalmente prevaleció la idea de que la materia primaría sobre el espíritu y que, en última instancia, el espíritu sería sólo un estadio sutil y particularmente elaborado de la materia. Según esta idea, la materia evoluciona continuamente por sí misma y sin ninguna intervención externa; esto hasta volverse más complejo al punto de generar la aparición espontánea de la conciencia y el espíritu. En esta visión evolutiva de una existencia sin una primera causa espiritual real – sin arkhè (ἀρχή) – la vida, la conciencia y el espíritu son sólo etapas sucesivas de la misma materia autocreada y autoorganizada.
Una forma de autopoiesis noética permanente de la materia y de toda la realidad, percibida desde entonces como una continuidad panteísta invertida. Invertida, porque aquí es la materia la que precede al Espíritu y no la materia que deriva del Espíritu como en la hipótesis emanacionista de tipo plotiniano o brahmánico; ni siquiera el Espíritu que crea la materia “ex nihilo” como en la hipótesis creacionista de las religiones reveladas abrahámicas. Sistemas en los que el Creador y la creación tienen esencias radicalmente distintas y separadas (en diversos grados según las tradiciones y la escuela de pensamiento de esos sistemas teológicos).
Esta concepción espiritual monista invertida, que establece el espíritu como un estadio “evolucionado” de la materia, es la que subyace en la mayoría de las orientaciones intelectuales, tecnocientíficas, políticas y sociales occidentales contemporáneas.
Las personalidades fundadoras del actual sistema de gobierno global que ahora rige Occidente están o han estado imbuidas de esta orientación filosófica. Entre tantos ejemplos, citemos aquí al influyente y eminente biólogo británico Julian Sorell Huxley (1887-1975), primer Director General de la UNESCO, eugenista y darwinista convencido que fue el padre del término “transhumanismo”. Su abuelo, Thomas Henry Huxley, amigo y muy cercano a Darwin, ya había acuñado el término agnosticismo en el siglo XIX, precisamente en el contexto de la confrontación intelectual entre el naciente evolucionismo darwiniano y el orden espiritual establecido de la época.
Si queremos dialogar espiritualmente con la parte occidental de Eurasia que es Europa, debemos tener en cuenta que, en adelante, la orientación espiritual de las élites occidentales está constituida por este materialismo espiritualista monista.
Es esta orientación espiritual la que constituye el trasfondo filosófico de la mayoría de las principales orientaciones sociales que Occidente persigue actualmente: planificación ecológica y descarbonización forzada de la economía, planificación médica global, reducción planificada de la población mundial, etc. Orientaciones que no necesariamente son del todo malas (por ejemplo las que tienen que ver con el saneamiento del medio ambiente) pero que se imponen sin alternativas ni discusiones posibles y sobre todo por las mismas fuerzas que generalmente están en el origen de las perturbaciones ecológicas planetarias [5].
Exteriormente, Occidente puede seguir siendo percibido como un «club cristiano», pero ahora esto es incorrecto porque sus élites son esencialmente transhumanistas. El Occidente político y estratégico es, por tanto, ahora postcristiano y transhumanista. Este cambio de paradigma interno de Occidente – que no siempre es bien entendido y evaluado en los ámbitos civilizatorios fuera de Occidente – genera problemas de inestabilidad que repercuten en el conjunto de la seguridad del orden mundial actual.
Porque este cambio de rumbo espiritual de Occidente va acompañado -como siempre en la Historia- de un cambio de orientación estratégica y política que pretende imponer esta visión del mundo materialista integral tanto fuera del Occidente político como internamente a las personas que viven en el oeste. Poblaciones que todavía están -al menos una parte de ellas- apegadas a la base de los valores cristianos secularizados que todavía estructuraban el ser colectivo europeo hasta hace poco tiempo. Esto genera disturbios políticos y sociales internos sin precedentes en la historia contemporánea de Occidente desde el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Pero fuera del Occidente político, esta visión del mundo también tiene repercusiones porque busca imponerse a todos los actores geoestratégicos.
Cuando esta visión materialista-transhumanista del mundo no utiliza la vía directa de la guerra abierta, utiliza para ello todo el entramado tecno-político-administrativo de lo que se presenta -con eufemismo- como “gobernanza global”, pero que constituye, de hecho, un sistema de gestión planetaria de la Humanidad por órganos supra y paraestatales no elegidos.
El humanismo cristiano clásico europeo se está derrumbando internamente bajo la presión del transhumanismo ejercido por las élites tecnocientíficas occidentales. Élites que, mientras continúan haciendo de Occidente una fortaleza del transhumanismo, también buscan transformar todo el orden internacional utilizando el poder del Occidente político.
Esta orientación posthumanista y postcristiana de las élites occidentales actuales no hace más que afianzarse con el paso del tiempo y asegurar el progresivo alejamiento de la fuente helenocristiana que constituye la raíz espiritual de Occidente. Espiritualmente divorciadas de la herencia real de la civilización europea, ¿las élites occidentales, que ya ni siquiera desean entablar un diálogo con las poblaciones de las que son teóricamente responsables, son todavía capaces de dialogar con el mundo exterior? ¿Y ni siquiera realmente lo quieren?
La única manera de que un diálogo intercultural supere la fase actual muy crítica de contracción del orden mundial es, en nuestra opinión, mediante:
1.-Un cambio de orientación de las élites occidentales, que nos parece improbable en la etapa actual. Por el contrario, es de temer que las élites occidentales se vuelvan cada vez más tensas ante el surgimiento conjunto de una disputa geoestratégica externa protagonizada por Rusia y China y una disputa política interna protagonizada por la parte aún espiritualmente viva de la población de Occidente. Esto es lo que denomino como el “arco de crisis” del globalismo, es decir, el riesgo sistémico de un “telescopio” de contestaciones internas y externas al Occidente político.
2.- Un reemplazo de estas élites al final de un proceso de “crisis-revolución-transformación” de la actual forma política occidental. Un proceso de extrema crisis que no transcurrirá sin dolor ni repercusiones para el orden internacional en su conjunto y en primer lugar para las propias poblaciones occidentales.
Si las élites occidentales cambian, entonces un diálogo, incluso espiritual, volverá a ser posible a escala euroasiática. En la actualidad el problema se trata en realidad del lado occidental, un monólogo ininterrumpido que entona perpetuamente las mismas consignas materialistas, postespiritualistas e imperialistas.
[1] Oigo decir que los filósofos alemanes inventaron la palabra “metapolítica”, para ser a la de política lo que la palabra metafísica es a la de física. Parece que esta nueva expresión está muy bien inventada para expresar la metafísica de la política, porque la hay, y esta ciencia merece toda la atención de los observadores. Joseph de Maistre, “Consideraciones sobre Francia”, seguido del Ensayo sobre el principio generativo de las constituciones, 1797.
[2] Excluyendo aislados de grupos humanos conservadores a los que pertenecemos.
[3] El espíritu entendido aquí como espíritu individual o Espíritu universal, espíritu de la criatura o Espíritu del Creador. Sobre esta noción de Espíritu, fluctuante entre todos, y sin embargo fundamental, se consultará, por ejemplo: “Cuerpo, Alma, Espíritu. Introducción a la antropología ternaria” Michel Fromaget, 2ª edición.
[4] Un proceso que, según nosotros, comienza en la Edad Media con el cisma de la Iglesia cristiana en 1054.
[5] Por ejemplo, la familia Rockefeller cuya fortuna se construyó en el siglo XX sobre el petróleo y la geopolítica imperial ligada a él. La Fundación Rockefeller está impulsando gran parte de la transformación energética de la industria occidental actual y ha estado a la vanguardia del declive demográfico en la gobernanza global desde 1945.
Este texto ha sido extraído del sitio web del autor, http://www.pierreantoineplaquevent.fr
Un repaso somero pero claro y conciso que da una idea (por supuesto bastante esquematizada) de la situación de la espiritualidad en Occidente y la necesidad y posibilidad de un “retorno a las raíces espirituales propias” a través del entendimiento e intercambio religioso-cultural con Oriente, además de mencionar algunos de los más graves impedimentos que se oponen a este proceso.
¿Estamos ante las más potentes y definitivas fuerzas oscuras encarnadas entre nosotros tratando de imponer su autoridad y marcar el ritmo de la civilización? ¿o todo forma parte del mismo proceso natural cósmico inherente al desarrollo de la Humanidad en este mundo? Sería lógico pensar que el mismo proceso general de degeneración espiritual implica el ascenso y preponderancia de las fuerzas “satánicas” (por designar de forma descriptiva los aspectos de la Creación intrínsecamente negativos). Aunque esta línea de pensamiento podría conducir a la tácita aceptación de los sucesos presentes y futuros: sería conveniente pensar que existe todavía una manera de enfrentar, o al menos ralentizar dichos sucesos, por muy abrumadores que puedan parecer.