PLATÓN Y SU LUCHA parte I

 

 

 

A lo largo de los últimos siglos se han lanzado muchas calumnias contra Platón, el hombre cuya filosofía forma la base de la tradición humanista más elevada y cuya obra ha inspirado el desarrollo de esa tradición en los más de dos milenios que han pasado desde su muerte. En ciertos círculos académicos en general relacionados con el pensamiento más progresista y anti tradicional de occidente, se ha descrito a Platón prácticamente como un portavoz reaccionario de una aristocracia frustrada, marcada por su fracaso para influir en la política de su tiempo. Dicen que Platón se convirtió en una figura decadente, con un pensamiento más bien útil para estimular altos ideales pero poco práctico, incapaz de operar eficazmente en la política social. En el peor de los casos, Platón ha sido acusado de ser políticamente “de derechas” y autor de una especie de biblia para dictadores fascistas del siglo XX: una vil calumnia contra su excelsa obra “La República”.

Como viene siendo habitual en el plan de actuación de la intelectualidad imperialista de los últimos siglos, parece tratarse de una acción coordinada de “acoso y derribo” hacia una figura y un ideario definitivamente molestos y que deben ser desterrados del pensamiento y la mentalidad de la “nueva era progresista y transhumanista”.

Sin embargo, revisando las pruebas que la obra de Platón y la historia nos han legado, veremos cómo el y otros líderes de su época se unieron en una lucha para defender los logros de la civilización griega, para librar al mundo conocido de la élite oligárquica de Babilonia y Persia que sigue siendo en esencia un modelo para la oligarquía imperialista de hoy.

 

Es esta batalla la que se refleja en la propia vida de Platón, así como en sus escritos. La imagen que veremos aquí de Platón y su tiempo está en la más aguda contradicción con el relato ordinario de la historia griega difundido sobre todo en las universidades norteamericanas y anglosajonas modernas. Los medios a través de los cuales se falsifica esta historia ya nos resultan familiares: el aislamiento de los acontecimientos del contexto estratégico real en que se desarrollan. Al igual que los comentaristas de noticias de hoy dan explicaciones sobre las crisis en los puntos “calientes” del mundo sin mostrar nunca la mano de la oligarquía detrás de los sucesos, del mismo modo el contexto estratégico de la historia antigua queda totalmente suprimido e ignorado, y se nos ofrece una visión parcial (cuando no tergiversada adrede) de los hechos. Pero lo cierto es que cualquier intento de estudiar la historia de los griegos a través de los acontecimientos locales dentro de la propia Grecia ha de terminar en fracaso: no hay historia de Grecia per se, sino sólo una historia de la pugna en el antiguo mundo entre los defensores de la ciencia, la libertad y el progreso económico, principalmente asociado con la cultura griega clásica, contra los imperios oligárquicos mesopotámicos de Babilonia y Persia, dirigidos por una élite obsesionada con el poder y la extorsión. Estudiado en ese contexto más amplio, el panorama resulta mucho más esclarecedor y en definitiva más coherente con la evolución de los pueblos a lo largo de la historia.

La doctrina política real de Platón, que ha sido ofuscada por distorsiones malignas que incluyen deliberadamente traducciones falsas de sus principales obras, nació en la lucha contra la oligarquía y fue reformulada según los requisitos y las condiciones de esa lucha iban cambiando. Al contrario de quienes dicen que en Platón tenemos un sistema ideal susceptible de contemplación pero nunca de desarrollo, encontramos que su método científico también experimentó un avance decisivo a medida que su estrategia política evolucionaba. Es por eso que los personajes de prácticamente todos los diálogos de Platón son personajes históricos reales, generalmente figuras populares bien conocidas por un observador contemporáneo del siglo IV o III a.C.

San Agustín, entusiasta platónico, escribió:

“Si Platón dice que el hombre sabio es el hombre que imita, conoce y ama a Dios, y que la participación en este Dios trae felicidad al hombre, ¿qué necesidad hay de examinar a los demás filósofos? No hay nadie que se acerque más a nosotros que los platónicos… Platón definió el Bien Soberano como la vida conforme a la virtud y declaró que esto sólo era posible para aquel que tenía el conocimiento de Dios y se esforzaba por imitarlo; ésta era la única condición para la felicidad”.

Tanto San Agustín como Platón elevan el concepto de la felicidad a un estado de placer espiritual contenido en la búsqueda, adquisición y participación de la verdad, o podríamos también decir sabiduría.

 

 

 

Antecedentes

Los grandes poemas de Homero, La Ilíada y La Odisea, describen los acontecimientos de la Guerra de Troya y sus consecuencias inmediatas, acontecimientos que marcaron el descenso de Grecia a una Edad Oscura. Después de la Guerra de Troya, hacia 1190 a. C., la civilización de la Grecia continental (la ubicada básicamente en el territorio griego de la península balcánica e islas) colapsó, se perdió el lenguaje escrito y las ciudades desaparecieron.

Durante este período, que había sido precedido por las brillantes culturas cretense y micénica, Grecia (o Hélade, el país de los helenos, como antiguamente se conocía) sufrió una pérdida casi total de su historia. Hasta el día de hoy, no sabemos mucho de lo que era Grecia durante esta Edad Oscura que se extendió por varios siglos. La Ilíada y La Odisea, obras escritas se cree que alrededor del 720 a. C., anunciaron la reversión del colapso y los inicios de la cultura griega clásica. Lo que sí sabemos es que durante ese período oscuro la población dispersa de Hélade se fue incorporando a núcleos más grandes, dando origen a las polis o ciudades-estado independientes.

En el diálogo “Timeo” de Platón, se cuenta que el sabio Solón (hacia 630-560 a. C.) visitó a los sacerdotes egipcios de Neith para discutir la historia de Grecia, ya que, a diferencia de los griegos, los egipcios habían convenientemente preservado el recuerdo de su historia durante siglos. Los sacerdotes egipcios le dicen a Solón que esta no era la primera vez que Grecia había perdido prácticamente casi todo registro de su historia, sino que los griegos habían sido una civilización avanzada antes de este último diluvio, y que hubo otros diluvios antes, en cada ocasión arrasando toda memoria de la civilización anterior. Un sacerdote muy anciano le cuenta a Solón que varios siglos antes Atenas había estado en conflicto con la gran potencia de la Atlántida, que luego fue destruida por una catástrofe.

Los sacerdotes egipcios le cuentan a Solón cómo el pueblo griego había pasado de tener una civilización avanzada a ser como niños cada vez que había sucedido una calamidad natural. Al igual que Solón, Pitágoras y Tales de Mileto viajarían a Egipto a beber de sus fuentes de conocimiento ancestral, así como posteriormente Platón y otros griegos insignes.

 

Después de la edad oscura, los navegantes griegos comenzaron una vez más a surcar el Mediterráneo. Las nuevas tecnologías y una incipiente industria empezaron a desarrollarse y se difundieron rápidamente hasta las colonias griegas de Jonia, ubicadas en el extremo este del Mediterráneo, en las costas de lo que hoy es Turquía, y en las colonias de las islas del mar Egeo. Hacia el siglo VII a. C., Jonia se había convertido en el taller del mundo griego y suministraba textiles y otros bienes y productos al resto del Mediterráneo. El nivel de vida de Jonia llegó a ser proverbial en el continente: se la conocía como la «dulce Jonia». La revolución industrial estuvo acompañada de un florecimiento cultural, impulsado por el desarrollo en algún momento antes del año 700 a. C. del alfabeto griego, a partir de la escritura utilizada por los principales comerciantes de la época anterior, los fenicios. Los griegos al principio utilizaron esta herramienta para el registro de transacciones comerciales, pero en no más de unas pocas décadas el nuevo lenguaje escrito produjo una buena cantidad de literatura. En primer lugar, canciones y hechos épicos que se remontaban a la época antes de la edad oscura, preservadas al pasar de generación en generación por aedos (juglares helénicos), fueron recogidas y escritas. A este estilo pertenecen la Ilíada de Homero y la Odisea, epopeyas que celebran el genio griego para la construcción de ciudades y la exploración. Pronto una nueva poesía lírica siguió el ejemplo homérico. La importancia duradera del logro griego, sin embargo, no fue el comercio y la industria, o incluso su literatura, aunque se fundamentó en estas actividades: fue el nacimiento de la ciencia propiamente dicha.

Es en las colonias griegas de Jonia donde encontramos la primera comprensión registrada de que la importancia del descubrimiento científico es la revelación de la coherencia entre la mente humana y las leyes del universo. Los jónicos physikoi, o científicos naturales, como los denominó Aristóteles, fueron los primeros en reconocer la interrelación de las leyes que rigen tanto la mente como la naturaleza como sujetos propios de la investigación científica.

 

Tales de Mileto es uno de los primeros physikoi de que tenemos noticia. Sin entrar a enumerar sus extraordinarios logros en varias disciplinas científicas, diremos que Tales fue uno de los grandes pensadores de la antigüedad griega conocidos como los Siete Sabios, así como lo fue Solón el ateniense, considerado el más grande de los Siete Sabios y famoso por escribir un código de leyes en Atenas y establecer la república de la Grecia clásica, que sentó las bases de cómo se organizarían el gobierno y la sociedad para los siguientes 2.500 años, hasta la fecha.

Entre las reformas económicas de Solón se incluye la primera moratoria de la deuda de la historia, que salvó a miles de agricultores de la ruina. Prohibió la venta de hombres libres como esclavos para pagar sus deudas y fomentó la artesanía y la industria sabiendo que se encontraban entre las mayores expresiones del logro humano. Esto impulsó a Atenas a convertirse en líder en las artes y las ciencias y favoreció su desarrollo integral.

Solón también creó el Consejo del Areópago, que estaba formado por aristócratas, seleccionados en función de sus méritos y que servían en el consejo de por vida. El Consejo del Areópago desempeñó un importante papel positivo en la política griega.

Los Areopagitas que formaban parte del Consejo se describían a sí mismos como el partido de los “bellos y los buenos” (refiriéndose a las cualidades de pureza de alma). Para los areopagitas, los griegos no vivían en una nación o un imperio, sino en ciudades-estado, comunidades independientes agrupadas alrededor del núcleo de una ciudad. Cada ciudad-estado tenía leyes diferentes, podía adorar a dioses diferentes, pero estaban unificadas por el idioma griego común que creó la base de su cultura común.

Los griegos creían que la actividad de la razón les distinguía de los «bárbaros», pueblos a los que llamaban así porque entendían su lenguaje como una serie de ruidos como «bar-bar» (bla-bla, balbuceo) en lugar del idioma griego que consideraban ejemplarmente culto.

 

Pero Solón no era populista. Rechazó las demandas del pueblo para la redistribución de las propiedades de la nobleza, creyendo que Atenas necesitaba una élite política que pudiera entrenar y educar al liderazgo para las próximas generaciones. Su Constitución, que se celebró en canciones populares y publicó en soporte duradero de piedra, es la primera en declarar la noción de que el bien del ciudadano individual, así como el bien de las diferentes clases en la sociedad, radica en el desarrollo inteligente de la economía y la cultura compartidas por todos.

Se dice que una vez establecidas sus reformas y leyes, Solón abandonó Atenas durante diez años y visitó Egipto, entre otros lugares.

 

 

El Imperio persa entra en escena

Entretanto, Ciro el Grande, rey de la dinastía aqueménida persa, aproximadamente entre el año 550 y el 539 a. C. dirigió una campaña militar exitosa en la que, partiendo de Persia (Irán) y tras la conquista del Imperio Medo hasta Capadocia (actual Turquía central) llegaba hasta las fronteras de los territorios de Lidia y Jonia (región costera occidental de la actual Turquía, en aquel entonces territorio griego). En estas áreas unió a las tribus, estableció un idioma común, promovió las ciencias y la industria y también contribuyó a la construcción de diversas ciudades. Fundaría el Imperio Aqueménida, el más extenso imperio persa de la historia al añadir Babilonia, reino al norte de la península arábiga, la cual sería su última conquista en el año 539 a.C.

Según Charles Tate, autor de “La verdad sobre Platón”, la élite del sacerdocio babilónico (dirigido por los sacerdotes del dios Marduk) al ver lo que Ciro el Grande estaba logrando, decidió abrirle las puertas de Babilonia. Hicieron esto en parte porque sabían que no podrían resistirlo de todos modos, pero también porque pensaron que podrían usarlo para su conveniencia; así podrían manipular al soberano del imperio más poderoso de la época y mantener y mejorar los privilegios de que ya gozaban.

Cuando Ciro entró triunfante en Babilonia, terminó radicalmente con el gobierno del último rey babilónico Nabónido y sus herederos; pero a los sacerdotes de Marduk se les permitió continuar con su estatus normalmente como si nada hubiera pasado. Esto se debió a que habían hecho un acuerdo con Ciro el Grande y le habían apoyado en la invasión.

Así terminó el gran Imperio Babilónico (1895 – 539 a. C.). Sin embargo, como suele ocurrir con el colapso de un imperio antiguo y poderoso, gran parte de la “esencia” de ese imperio sería transferida a un nuevo anfitrión, en este caso y sobre todo esta casta sacerdotal que ambicionaba el poder por encima de todo.

 

Ciro_el_grande

 

El sacerdocio de Marduk era bastante antiguo: llegó a su apogeo durante el reinado de Hammurabi (1792-1750 a. C.) y continuó disfrutando de grandes privilegios en Babilonia en épocas posteriores. Esta élite sacerdotal siempre creyó en su derecho por mandato divino a esclavizar y gravar ásperamente a las poblaciones de Mesopotamia. Lo cierto es que Marduk era un dios principal en el panteón babilónico, y su culto ejercía una gran influencia en la población; es por ello que los sacerdotes de Marduk disponían de un considerable poder.

Pese a ser un dios eminentemente babilónico, Marduk ejerció también bastante influencia en la religión del imperio asirio y en todo el territorio mesopotámico. Los babilonios lo entroncaban con los dioses principales del antiguo culto sumerio, haciéndole descendiente de los altos dioses Annunaki. Lo cierto es que en Babilonia alcanzó un estatus absolutamente preeminente, hasta llegar a ser considerado el símbolo de la unidad y poderío del imperio babilónico, con la consiguiente influencia política. Marduk fue enaltecido en un poema épico cosmogónico llamado Enuma Elish; este texto, cuya composición se ha fechado en el período paleobabilónico (hacia finales del segundo milenio a. C.), creado expresamente para justificar el origen de su poder sobre los demás dioses, describe la violenta lucha de Marduk contra dioses rivales por la preeminencia y culmina con la fundación de la ciudad de Babilonia por el mismo Marduk y su templo Esagila, situado en lo alto del zigurat Etemenanki, templo donde los babilonios creían que el mismo dios habitaba, literalmente.

Los persas aqueménidas, sin embargo, eran mazdeístas (zoroástricos), en general bastante tolerantes con las religiones de los pueblos autóctonos que asimilaron a su imperio.

No está claro si Ciro el Grande era consciente de lo que era el sacerdocio de Marduk en cuanto a fuerza global conspirativa; sin embargo, sí reconoció oficialmente al dios Marduk y lo adoraría públicamente durante su estancia en Babilonia, probablemente para obtener así cierta legitimación sobre el pueblo babilonio. Pero hay que decir que ningún rey parecía estar libre de esta forma de control. Ningún rey babilónico jamás hizo la guerra o la paz sin consultar primero los oráculos del templo de Marduk. Este fue exactamente el sistema que se implementó más tarde con el Oráculo de Delfos en Grecia dedicado al dios Apolo. De hecho, el dios Marduk tiene importantes atributos comunes con Apolo, como el poder de la curación y la adivinación. Algunas teorías indican un origen no griego de Apolo, posiblemente de Asia Menor (Anatolia), y es bien sabido que Homero sitúa a Apolo en la Ilíada claramente del lado de los troyanos contra los griegos. Además, según los relatos mitológicos griegos, Apolo arrebató la titularidad del oráculo de Delfos al matar a su guardián, la serpiente Python, hija de la diosa madre Tierra la cual era la divinidad originalmente reverenciada en Delfos. Esta muerte realizada en un santuario suponía un sacrilegio que irritó tremendamente a Zeus; sin embargo, Apolo usurpó definitivamente el dominio sobre el oráculo y por ende de la “pitonisa”. Curiosamente, Marduk fue famoso también por destruir a la ancestral diosa Tiamat, de la que se dice que se asemejaba a una “serpiente-dragón” monstruosa.

 

El Oráculo de Delfos estaba situado en un punto cercano al monte Parnaso (un lugar clave en la mitología griega) cerca del golfo de Corinto. En su apogeo era un complejo que contaba con templos, un estadio de juegos y otras edificaciones además de la cueva del propio oráculo: fue un importante centro de peregrinaje para personas de toda condición de prácticamente todas las polis (ciudades) griegas, lo cual le dio una importancia considerable que trascendió fronteras desde que se elevaron los primeros templos hacia el siglo VII a.C. hasta el comienzo de su declive con la ocupación romana hacia el siglo I a. C. En sus mejores tiempos, fue considerado un lugar sagrado en honor principalmente del dios Apolo, y las respuestas del oráculo se asumían como infalibles tanto por reyes como por cualquier visitante que accediera a ellas.

 

Una de las profecías más famosas hechas por el oráculo de Delfos, según el historiador antiguo Heródoto (484 – 425 a. C.), fue hecha al rey Creso de Lidia en el año 550 a.C. El rey Creso era un rey muy rico y el último bastión poderoso de las ciudades jónicas contra el creciente poder persa en Anatolia (península de la actual Turquía). El rey deseaba saber si debía continuar su campaña militar contra el Imperio Persa adentrándose más en su territorio.

Según Heródoto, la cantidad de oro que entregó el rey Creso fue la mayor jamás otorgada al Templo de Apolo. A cambio, la sacerdotisa de Delfos, la “voz” del Oráculo, declaraba su “profecía”, o más bien emitía balbuceos ininteligibles, intoxicada por los vapores del gas del abismo cavernoso en el que estaba convenientemente situada, además del uso probable de ciertas drogas (por ejemplo, es sabido que se quemaban hojas de laurel, planta tradicionalmente asociada con Apolo y que puede tener efectos psicoactivos). Posteriormente los sacerdotes “traducían” la profecía del Oráculo según su consideración: ese era básicamente el funcionamiento del oráculo, en el que la sacerdotisa o “pitia” (pitonisa) ejercía un papel intermedio más bien simbólico, dejando básicamente a los sacerdotes la composición de las predicciones, todo ello rodeado por el apropiado ritual que podía alargarse durante horas. Gracias a esta actividad, los sacerdotes recaudaban importantes “donaciones” tanto de personas famosas o anónimas como de delegaciones de ciudades y gobiernos que allí acudían a buscar consejo.

Sucedió que al rey Creso se le dijo como su acertijo profético: «Si Creso va a la guerra, destruirá un gran imperio». Creso quedó muy contento, interpretó la profecía como que su victoria era segura e inmediatamente comenzó a trabajar en la construcción de su campaña militar contra Persia. En pocas palabras, todo salió mal y al final Creso fue derrotado, lo perdió todo y los persas se apoderaron de Lidia, su reino.

Resulta que el acertijo profético no estaba equivocado, lo que ocurrió es que Creso confundió qué gran imperio caería…

 

De este modo, la razón por la que el rey Ciro terminó adueñándose de los territorios de Lidia y Jonia, en aquel tiempo estables y poderosos, fue porque el rey Creso básicamente había sido prácticamente convencido por los sacerdotes del Templo de Delfos de que saldría victorioso en un ataque contra Ciro el Grande, a pesar de que Ciro estaba dispuesto a dejar en paz sus dominios, al menos en un principio.

El oráculo de Apolo contribuyó así a la pérdida del reino de Lidia, aliado de los griegos, engañando al rey Creso. También desarticuló la resistencia de Jonia a la invasión persa, contrarrestó la intervención ateniense para ayudar a Jonia contra Persia, intentó sabotear la resistencia griega en la guerra persa y alentó la suicida Guerra del Peloponeso lanzada en 434 a.C. de la que hablaremos más adelante.

Cada vez que la población se movilizaba hacia una determinada acción, como el apoyo al levantamiento jónico contra Persia (499 – 493 a. C.), el oráculo de Delfos pronosticaba que sucederían cosas terribles si el pueblo apoyaba esto. A la gente se le decía que Apolo se irritaría y que se desatarían plagas sobre el pueblo si apoyaban tal causa.

Los sacerdotes de Delfos también promovieron la superstición, lo que lógicamente les beneficiaba directamente.

Los templos de Apolo estaban entre los centros pecuniarios más ricos del mundo mediterráneo. Financiarían subrepticiamente campañas bélicas y carreras de políticos y militares que podían utilizarse para promover sus fines (o su agenda particular, como diríamos hoy).

Pero volvamos a Atenas, en la Grecia continental.

 

 

Llega la democracia

Después de Solón, hubo un período de tiranos que gobernaron Atenas, seguido por el período de los demócratas griegos. Un tirano, según lo entendían los griegos, era alguien que se autoproclamaba gobernante sin tener derecho legítimo a ello, o sea, por la fuerza, independientemente de si luego el gobierno resultaba positivo o fatal para el pueblo.

Los tiranos griegos ya eran susceptibles de ser sobornados y controlados por el imperio persa. Pero los demócratas griegos se convirtieron en una fuerza firmemente controlada no sólo por la siempre abundante moneda persa, sino también por el aparato de inteligencia de Persia (sí, ya existían estos “recursos” por entonces): hay que tener en cuenta que los centros sacerdotales de Marduk y Apolo estaban en pleno apogeo y conspiraban activamente en maniobras de poder según su conveniencia.

 

En el año 499 a. C., algunas fuerzas se rebelaron contra el rey Darío I, el tercer rey aqueménida persa, en lo que sería el primer conflicto a gran escala entre las ciudades griegas y el imperio persa. El líder de la revuelta, Aristágoras de Mileto, viajó por toda Grecia en busca de apoyo para la rebelión. En Atenas, su llamado fue atendido y la ciudad envió barcos y soldados bien pertrechados, lo que resultó en algunos éxitos militares; pese a ello, los persas contraatacarían derrotando a los griegos finalmente. No obstante, las hostilidades continuarían durante varios años.

Parece ser que los demócratas griegos en Atenas comenzaron a decir que no se debería apoyar el levantamiento jónico porque estaba dirigido por aristócratas jónicos, por lo que los demócratas no deberían apoyar en ningún caso a estos terratenientes que, según se afirmaba, sólo se preocupaban por sus propios intereses. Lo cierto es que, a diferencia de los demócratas atenienses, estos aristócratas jonios “interesados” estaban en contra del dominio del Imperio persa y a favor de la independencia de los estados griegos.

El Oráculo de Delfos se sumó a esta narrativa, inconcebiblemente a favor de los persas, al difundir el rumor de que sucederían cosas terribles si la gente continuaba apoyando a los rebeldes jónicos. El resultado fue la pérdida del apoyo ateniense, con lo que la revuelta sucumbió en el año 494 a. C. con la toma de la rica ciudad griega de Mileto en la costa de Anatolia; la población fue objeto de terribles represalias por parte de los persas como castigo ejemplar.

Cuando Mardonio, general persa y yerno de Darío I, en 492 a. C. dirigió un ejército y armada hacia Jonia con objeto de reorganizar los territorios, en lugar de reemplazar a los aristócratas jónicos con gobernantes persas, lo que hizo fue colocar en el poder a títeres demócratas griegos para ejercer un control mucho más eficaz sobre la población, cosa que tuvo éxito y disminuyó el deseo de las ciudades de rebelarse.

El historiador Heródoto explicó de manera simple los motivos de Persia para establecer las llamadas democracias para gobernar sus satrapías, que eran los territorios o provincias a los que el rey persa asignaba un gobernador de su confianza “a dedo” al que se denominaba asimismo “sátrapa”:

“Las masas no tienen un solo pensamiento en la cabeza. En cuanto a las democracias, entonces, que gobiernen a los enemigos de Persia, pero déjenos elegir a los mejores hombres de nuestro país y darles poder político.”

 

Mardonio también conquistó varias ciudades más y las sometió a tributo, e incluso ocupó el reino de Macedonia, en territorio griego continental, que fue incorporado eventualmente al imperio persa.

 

 

El Consejo del Areópago, el liderazgo tradicional de Atenas establecido por Solón, formado por aristócratas como hemos dicho, también comenzó a ser atacado por los demócratas atenienses. Hay que señalar que el concepto de «aristocracia» se entendía en la Grecia clásica de manera distinta a la que se asumió después en Europa aplicándose a la clase alta, a la nobleza: originalmente era un sistema político ideado por Platón y Aristóteles formado por una élite de personas que sobresalían por su sabiduría, su virtud y su experiencia mundana (literalmente significa “gobierno de los mejores”). Los griegos contemplaban otros criterios de gobierno como la plutocracia (gobierno de los ricos) y la democracia (gobierno del pueblo o la multitud). Mencionaremos también la oligarquía (gobierno de unos pocos), una forma de gobierno que Aristóteles identificó con la plutocracia porque asumía que lo formaban élites adineradas ejerciendo la tiranía principalmente en su beneficio. Con el paso del tiempo este concepto de oligarquía, que ha funcionado a lo largo de los siglos y prácticamente en todos los rincones del mundo, ha adquirido una extraordinaria dimensión como podemos comprobar actualmente con la intromisión en la política mundial de grupos elitistas con gran poder económico. Sin embargo, en la antigua Grecia se consideraba que la oligarquía era la forma de gobierno degenerada y corrompida de la aristocracia. Entender todo esto es importante, ya que el significado de estos conceptos se ha desvirtuado bastante a lo largo de los siglos, hasta nuestro tiempo en que se puede aplicar el término aristócrata a una persona sin mérito personal ninguno, o el gobierno de los mejores se suele entender como el gobierno de los más ricos o sus lacayos y, por tanto, más influyentes por el consiguiente soborno, como actualmente podemos constatar con los ineptos gobiernos de los países de la Europa Occidental.

Volviendo a Atenas, entonces hubo una pugna sobre cuál iba a ser el futuro de la ciudad, si iban a ser un pueblo libre o súbditos de un imperio extranjero.

 

Clístenes, el primer líder democrático de Atenas en 510 a. C., parece ser que alcanzó el poder no a través de ningún movimiento popular o lucha de clases, sino gracias al apoyo del Oráculo de Delfos. La familia de los Alcmeónidas a la que pertenecía Clístenes era un linaje ateniense que acumuló considerable riqueza, aunque sus miembros, involucrados en diversas revueltas de poder, eran considerados malditos por los atenienses por un episodio de flagrante sacrilegio que cometió uno de ellos, Megacles, allá por el año 632 a. C. siendo gobernante de Atenas, maldición que se extendía a su descendencia. Por ello serían desterrados en varias ocasiones. Finalmente, este linaje formado por auténticos oligarcas, acabaría dominando la democracia ateniense durante casi cien años con el respaldo del Oráculo de Delfos, con el que siempre mantuvieron una estrecha relación de conveniencia.

Clístenes es recordado hoy como un reformador contra los tiranos que instituyó leyes a favor de la democracia, ampliando el poder popular; sin embargo, una de sus más conocidas leyes fue la del ostracismo (destierro por mal gobierno o conducta). Cuando se aprobaba un ostracismo, se celebraba una asamblea donde los ciudadanos votaban poniendo el nombre de la persona que querían condenar en un trozo de cerámica (por economía). Luego se hacía un recuento de votos y si una persona acumulaba cierta cantidad (según el historiador griego Plutarco eran necesarios seis mil votos) se le condenaba al destierro por votación popular directa. Muchos de los ciudadanos eran analfabetos, por lo que debían delegar en un escriba para que anotara su voto.

El propio Plutarco (siglo I) ilustra el ostracismo con un curioso suceso:

“Se cuenta que un analfabeto, tras entregar su óstrakon (trozo de cerámica donde se anotaba el nombre del designado para condena) a Arístides, le pidió que escribiera por él el nombre de Arístides. Este, asombrado, le preguntó si Arístides le había causado algún daño. «En absoluto ―respondió el analfabeto― ni conozco a ese hombre, pero me molesta oírle llamar por todas partes “el Justo”». Después de escucharle, Arístides no replicó: escribió su propio nombre y le devolvió el óstrakon.”

Diremos que Arístides, apodado efectivamente “El Justo”, fue un estadista y brillante estratego (general militar) ateniense considerado por Heródoto y Platón “el mejor y más honorable hombre de Atenas”, y sería condenado a ostracismo por la plebe, regresando a los dos años gracias a una amnistía general. Arístides continuó con una digna carrera, muriendo hacia el año 467 a. C. prácticamente en la indigencia después de haber participado en eventos clave de Atenas con brillantez y valentía.

En 507 a. C., Clístenes envió voluntariamente a Persia las tradicionales muestras de sumisión, ofrendas simbólicas de tierra y agua, lo que marcó el primer contacto oficial entre el imperialismo persa y la democracia griega con la promesa de vasallaje de Atenas al rey Darío I.

Años más tarde, el rey Leónidas de Esparta también recibió enviados de Persia pidiendo estas mismas muestras de sumisión. Según la leyenda, el rey Leónidas exclamó: “¿Quieres tierra y agua?” y arrojó a los enviados persas a la muerte en un pozo profundo.

Esto llevó a la legendaria batalla de los trescientos hombres del rey Leónidas en las Termópilas en el año 480 a. C., donde lucharon con una increíble resistencia al ataque del gran ejército persa de Jerjes I y son recordados como guerreros heroicos hasta el día de hoy. Por cierto, los mismos espartanos consultaron el Oráculo de Delfos a propósito del resultado de esta confrontación; la respuesta del oráculo fue bastante ambigua, pero en todo caso sombría para los intereses de Esparta.

Durante este período, los atenienses también participarían en batallas legendarias contra los persas como la batalla de Maratón en 490 a. C. y la batalla naval de Salamina en 480 a. C. Sin embargo, a pesar de sus brillantes victorias contra todas las previsiones, paralelamente los demócratas atenienses lograrían derivar el ambiente político hacia una postura cada vez más pro-persa bajo el gobierno de la familia Alcmeónidas de Clístenes (entre cuyos miembros también se encontraban Pericles y Alcibíades, como luego veremos).

 

 

La tragedia griega

Una de las herramientas utilizadas por las ciudades-estado griegas contra la amenaza de Persia, bajo la dirección del Concilio del Areópago, se encontró en las tragedias griegas clásicas y en los concursos de este tipo de obras. Estos concursos se celebraban entre tres dramaturgos diferentes (seleccionados medio año antes), a los que se les pedía que compusieran tres tragedias y una obra sátira cada uno. Las festividades de la tragedia griega ocuparon el segundo lugar después de las competiciones atléticas y tuvieron una profunda influencia en la cultura griega.

En el año 494 a. C., el poeta trágico ateniense Frínico representó su drama “La toma de Mileto” que trataba acerca de la población masacrada por los persas durante el levantamiento jónico. El drama conllevaba una fuerte advertencia a los griegos continentales de que el destino de los jonios derrotados pronto sería el suyo si no se preparaban para enfrentarse a los persas.

Los líderes de la democracia prohibieron la obra y se convirtió en la única obra censurada en la historia del teatro griego por motivos políticos porque “llamaba demasiado a pensar en el sufrimiento del pueblo” al recordar la ciudad conquistada. Sin embargo, probablemente la verdadera razón por la que la obra fue censurada fue el temor de que instigara un levantamiento del pueblo griego contra el creciente control de Persia.

Otro dramaturgo famoso que seguiría a Frínico fue Esquilo, conocido como el mayor autor trágico griego. Esquilo escribiría “Los persas”, relatando el heroísmo de los griegos al derrotar a Darío I en la batalla de Maratón en 490 a.C.

El rey persa Darío I se había mostrado muy arrogante después de someter el levantamiento jónico y pensó que conquistar la Grecia continental no sería difícil. La batalla de Maratón fue la primera gran batalla en campo abierto que los griegos libraron contra Persia y fue una derrota humillante para el Imperio Persa, ya que los griegos pudieron derrotar a los persas en clara inferioridad de condiciones.

Hasta qué punto la victoria de Maratón influyó en la moral y la mentalidad política de los griegos se puede ver en el hecho de que el epitafio elegido por Esquilo cuarenta años más tarde, escrito en su lápida, no decía nada sobre sus obras escritas, que garantizaban su inmortalidad, ni sobre su vida como organizador político para los Areopagitas, sino sólo que había luchado en la honrosa batalla de Maratón.

Las obras escritas por Esquilo debían nuevamente despertar el espíritu de los griegos para resistirse a ser gobernados como un pueblo vasallo de los persas: mostró a la gente que no había necesidad de inclinarse ante un sistema inferior basado en la subyugación y el saqueo.

No pasarían otros diez años antes de que Persia intentara atacar de nuevo la Grecia continental, esta vez bajo el mando de Jerjes en el 480 a.C.

 

continúa en la parte II…………………………….

 

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