……………………….viene de la parte I
La guerra se nivela
Jerjes había derrotado al rey Leónidas, pero eso sucedió porque Leónidas sólo pudo organizar una pequeña fuerza militar, ya que Esparta también estaba pasando por sus propios problemas con influyentes políticos espartanos sobornados por los persas. Si esta corrupción no se hubiera producido y el rey Leónidas hubiera contado con todo su ejército, habrían afrontado mucho mejor el ataque persa sin ninguna duda.
La batalla de Salamina volvería a suponer una derrota humillante para los persas en el 480 a. C. Según cuenta la historia, los fenicios, sometidos por los persas, tripulaban los barcos del Imperio Persa y se enfrentaron a las naves griegas, sólo para desertar inmediatamente al lado de los griegos, que destruyeron la flota persa.
Con estas victorias, Grecia estaba ahora a la ofensiva y se preparaba para recuperar Jonia y ayudar también en la liberación de Egipto. Esta idea de continuar la lucha contra el imperio aqueménida unió por primera vez a numerosas ciudades griegas entre las que estaban las dos ciudades más poderosas, Atenas y Esparta, en una alianza conocida como la Liga de Delos, fundada en el año 478 a. C. Oficialmente, en el año de 449 a. C. se establecería la llamada Paz de Calias entre los griegos y el rey persa Artajerjes I, que pondría fin a las guerras persas o “guerras médicas” con la condición de que los persas no volverían a atacar las ciudades griegas.
Entre los años 461 al 429 a. C., Pericles sería el líder de la democracia ateniense. Falsamente recordado como el arquitecto de la Edad de Oro de la cultura ateniense, en realidad Pericles hizo mucho para destruir la buena marcha de Atenas y sabotear la unidad anti-persa. Pericles sería la causa de la ruptura de la Liga de Delos y prácticamente llevaría a los griegos a la guerra del Peloponeso, enfrentando a griegos contra griegos en lugar de griegos contra persas.
Bajo el liderazgo de Pericles, un hombre rico (como hemos mencionado, de la familia de los Alcmeónidas) que se deshizo astutamente de sus adversarios políticos, Atenas se volvió cada vez más imperialista y comenzó a experimentar un declive agrícola e industrial por lo que su economía se resintió visiblemente.
Atenas, bajo la dirección de Pericles, respondió a esta crisis económica no promoviendo los avances científicos e industriales o buenos acuerdos con sus vecinos, sino más bien aumentando el saqueo de otras ciudades-estado, que cada vez más eran tratadas como vasallas y tributarias de Atenas; Pericles quiso utilizar la Liga de Delos para convertir a Atenas en un imperio con toda Grecia subyugada. Como muestra diremos que Pericles se hizo con el tesoro de la Liga (formado por las aportaciones económicas de sus miembros), lo trasladó a Atenas y dispuso de él para sus planes personales. Pericles era muy dado a ese tipo de derroches de dinero público (no el suyo propio) para satisfacer su ego bastante inflado sin importarle el coste social y político. Utilizó el tesoro de la Liga en proyectos monumentales como la restauración de templos, entre ellos la Acrópolis, lo cual le ha acabado otorgando un prestigio dudoso en la Historia.
La ciudad de Esparta observaba con preocupación las maniobras de Atenas para aglutinar poder; finalmente decidió no aceptar esa situación y así se rompió la importante alianza de la Liga de Delos lo que condujo a la Guerra del Peloponeso, guerra que enfrentó a griegos contra griegos entre los años 431 y 404 a. C. Pericles dirigió a Atenas durante los dos primeros años de la Guerra del Peloponeso hasta su muerte en el año 429 a. C. Lo cierto es que antes de que empezara la confrontación Esparta envió varias embajadas a Atenas para intentar evitar la guerra, y lo que pedía sobre todo era que los atenienses expulsaran a Pericles y los Alcmeónidas de la ciudad. Pericles hizo caso omiso a estas embajadas y continuó su política de “provocación” para incitar a la guerra, aunque evitando el choque directo de Atenas con Esparta en campo abierto.
Pericles es también quien introdujo en Atenas a los infames sofistas, que Platón criticó a lo largo de sus escritos, en particular los diálogos de Gorgias y Protágoras, sin olvidar el personaje de Trasímaco en su “República”. Ninguno de estos personajes eran recursos ficticios creados por Platón, sino que, de hecho, eran los principales sofistas de su época. En los diálogos, Platón mostraba dónde residen los verdaderos valores y la moral de estos hombres: por un precio, estos sofistas ofrecían a cualquier ateniense que deseara que sus hijos prosperaran en el gobierno de la ciudad tutoría y formación en el uso de la retórica y la “sofística”, que era simplemente el arte de hacer que un argumento débil o incluso erróneo pareciera más fuerte por medio de la retórica y la persuasión, en detrimento de la verdad. El sofisma prometía una vía rápida hacia el éxito en el gobierno y fue fuertemente promovido por Anaxágoras, el principal asesor y gran amigo de Pericles.
No es sorprendente que los sofistas también estuvieran en contra de la causa anti-persa.
Como Persia no tenía el esperado éxito en sus ataques desde el exterior, la estrategia había cambiado y se fomentó la autodestrucción de Grecia desde dentro, enfrentando a las ciudades griegas entre sí.
En 417 a. C., Atenas era lo suficientemente fuerte como para poner fin a la guerra, que entonces se hallaba en un punto muerto sin clara ventaja de ningún bando, pero fue subvertida por las decisiones de un hombre llamado Alcibíades, estadista y strategos (comandante en jefe militar) ateniense del clan de los Alcmeónidas que propugnaba una política agresiva. Platón presenta a Alcibíades en varios diálogos como un joven prometedor que Sócrates intentaba organizar, pero que no logró librarse de la influencia de los sofistas.
Alcibíades seguiría el consejo del sofista Gorgias de invadir Siracusa, ya que esto le proporcionaría fama y fortuna. Siracusa, ciudad (colonia) griega situada en la isla de Sicilia y por entonces alineada en el bando de Esparta, era conocida por sus grandes riquezas, y en ese momento Atenas estaba prácticamente en quiebra, en gran parte debido a la costosa Guerra del Peloponeso.
Los atenienses respaldaron con entusiasmo la invasión de Siracusa propuesta por Alcibíades, pero la expedición resultó finalmente en la aniquilación completa del ejército y la armada atenienses enviados al efecto. Entretanto, el propio Alcibíades había cambiado su lealtad en varias ocasiones sirviendo unas veces a Atenas, otras a Esparta e incluso a algún sátrapa persa.
Pero aún después de la gran debacle de Siracusa, Atenas se repuso y logró mantener la Guerra del Peloponeso durante otros trece años, consiguiendo incluso recuperar eventualmente gran parte de sus posesiones iniciales. Sin embargo, en el año 404 a. C. finalmente Atenas y sus aliados se rendían ante Esparta.
La subversión persa había llevado con astutas maniobras a los griegos a un colapso administrado por sus propias manos. La guerra del Peloponeso llevó a todo el territorio griego a una crisis general, lo sumió en la pobreza y en la destrucción.
Platón entra en escena
Platón nació en el año 427 a.C., y su infancia y juventud coincidió con los peores acontecimientos de la Guerra del Peloponeso. De su padre, Ariston, sabemos muy poco más allá del nombre y de que era de linaje noble. Platón era de familia acaudalada: su madre, Periktione, provenía de una de las familias más prestigiosas de Atenas, incluso relacionada con el propio Solón. Ariston probablemente murió cuando Platón era muy joven. Más tarde, Periktione se casó con un noble ateniense llamado Pirilampes, amigo y aliado de Pericles, que ejerció como embajador ante la corte persa en Susa en las negociaciones en torno al fin de la guerra persa.
Cuando era joven, Platón estudió música, escritura y lucha, como lo hacían todos los jóvenes de la nobleza ateniense de su tiempo. Según la tradición histórica, destacó en la gimnasia tanto como en sus estudios intelectuales, y participó en las competiciones de Pitia o Juegos Istmicos. Hay que darle cierta importancia a este hecho, ya que el nombre con el que se le ha conocido durante 2.500 años no es su nombre de pila (que era Aristocles), sino la palabra griega que significa «de hombros anchos» y que fue un apodo que se le puso al parecer por su constitución física. En su adolescencia, Platón se inclinó por los estudios de filosofía y ciencias naturales, y fue influenciado por cada corriente de pensamiento importante anterior a su tiempo.
Atenas se consideraba la perdedora de la guerra del Peloponeso; sin embargo, esto tuvo mucho que ver con la intervención del general Lisandro de Esparta, quien forjó una alianza puntual con los persas sellando la victoria de Esparta y poniendo fin al conflicto. El imperio persa siempre buscaba astutamente dónde presionar con el objetivo principal de debilitar a los griegos enfrentándolos entre sí.
Posteriormente, los Treinta Tiranos, un gobierno títere instaurado por Esparta, es puesto al mando de la administración ateniense. Los relatos históricos dicen que el gobierno de los Treinta Tiranos, que duró sólo unos ocho meses, fue tan horrendo que casi hizo que la Guerra del Peloponeso pareciera blanda en comparación. Se produjeron muchas ejecuciones y luchas internas brutales que debilitaron aún más a una Atenas derrotada.
Los Treinta procedían del grupo oligárquico extremo, una burla del liderazgo en su día proporcionado a Atenas por la aristocracia Areopagita. El nuevo gobierno atrajo al principio a algunas de las figuras más importantes de Atenas (el tío de Platón, Critias, y su primo segundo, Cármides, eran miembros de los Treinta), pero también atrajo a lo peor de lo peor. Pero buscar distintas facciones claras entre los Treinta no es especialmente esclarecedor, ya que en general, su política estuvo dominada por Persia, a través de Esparta.
Platón experimenta todo esto, y cuando tenía unos veinte años conoce a Sócrates, que se encuentra entre los pocos líderes que aún quedan de la fuerza anti-persa. Sócrates apoyaba los esfuerzos por revivir el gobierno basado en las iniciativas de Solón.
La educación de Sócrates en los asuntos públicos provino sin duda de su padre, que era un amigo cercano de Arístides el Justo, miembro de los Areopagitas atenienses (Consejo del Areópago). El propio Sócrates estaba estrechamente asociado con la familia de Arístides ya que ejerció como maestro de su nieta y tutor de su nieto.
Hay muchas críticas acerca de que Platón y Sócrates eran simplemente filósofos que hablaban mucho pero nunca participaban en la lucha política dentro de Atenas. Esto es completamente falso.
Un ejemplo ocurrió en el año 406 a. C., dos años antes de la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso.
Conón, un destacado militar democrático en Atenas (y gran títere de Persia), acusó a todo el cuerpo ateniense de generales militares del delito de negarse a recoger a los soldados náufragos después de la batalla naval de Arginusas, batalla ganada por Atenas contra todo pronóstico contra una flota espartana gracias a las hábiles maniobras de estos generales atenienses. El hecho es que la recogida de naúfragos en medio de aguas tormentosas habría puesto en gran riesgo al resto de las tripulaciones. Esto no fue más que un intento de golpe de estado militar por parte de Conón, que pedía la ejecución de dichos generales.
Sócrates, que cumplía su mandato como presidente rotativo de la Asamblea ateniense, detuvo el juicio, declarando que violaba las leyes de Atenas y se negó incluso a someter la cuestión a votación. Sin embargo, el partido democrático condenó ilegalmente a muerte a los generales al día siguiente. El liderazgo militar de Atenas fue destruido, lo que allanó el camino para una victoria espartana respaldada por los persas sobre Atenas en menos de dos años.
Para dar un contexto más personal de lo que Platón enfrentaba cuando era joven, aquí hay algunos extractos de su Carta VII.
“En mi juventud pasé por la misma experiencia que muchos otros hombres. Pensé que si, temprano en mi vida, me convertía en mi propio maestro, debería embarcarme inmediatamente en una carrera política. Y me encontré confrontado con los siguientes acontecimientos en los asuntos públicos de mi propia ciudad. Como la constitución existente fue generalmente condenada, se produjo una revolución y cincuenta y un hombres pasaron al frente como gobernantes del gobierno revolucionario, a saber, once en la ciudad y diez en el Peiraeus, estando cada uno de estos organismos a cargo del mercado y asuntos municipales, mientras que treinta fueron nombrados gobernantes con plenos poderes sobre los asuntos públicos en su conjunto. Algunos de ellos eran parientes y conocidos míos, y de inmediato me invitaron a participar en sus actividades, como algo a lo que tenía derecho. El efecto sobre mí no fue sorprendente tratándose de un hombre joven. Consideré que, por supuesto, administrarían el Estado de manera que sacaran a los hombres de una mala forma de vida y la llevaran a una buena. Así que los observé muy de cerca para ver qué harían.
Y viendo, como lo hice, que en bastante poco tiempo hicieron que el gobierno anterior pareciera en comparación algo precioso como el oro, porque entre otras cosas intentaron enviar a un amigo mío, el anciano Sócrates, a quien apenas tendría escrúpulos en describir como el hombre más recto de ese día, con algunas otras personas para llevar a uno de los ciudadanos por la fuerza a la ejecución, para que, lo quisiera o no, pudiera compartir la culpa de su conducta; pero él no los obedeció, arriesgándose a todas las consecuencias antes de ser cómplice de sus actos inicuos; al ver todas estas cosas y otras del mismo tipo en una escala considerable, desaprobé sus procedimientos y me retiré de cualquier conexión con los abusos.
No mucho después, una revolución puso fin al poder de los Treinta y a la forma de gobierno tal como era entonces. Y una vez más, aunque con más vacilaciones, comencé a moverme por el deseo de participar en los asuntos públicos y políticos. Bueno, incluso en el nuevo gobierno, por inestable que fuera, ocurrieron acontecimientos que uno naturalmente vería con desaprobación; y no fue sorprendente que en un período de revolución algunas personas impusieran penas excesivas a sus oponentes políticos, aunque aquellos que habían regresado del exilio en ese momento mostraron una considerable tolerancia. Pero una vez más sucedió que algunos de los que estaban en el poder llevaron a mi amigo Sócrates, a quien ya he mencionado, a juicio ante un tribunal, formulando contra él una acusación sumamente inicua y muy inapropiada en su caso: porque se trataba de una acusación de impiedad que unos persiguieron y otros condenaron y ejecutaron al mismo hombre que no quiso participar en la inicua detención de uno de los amigos del partido entonces en el exilio, en el momento en que ellos mismos se encontraban en el exilio y la desgracia.
Mientras observaba estos incidentes y a los hombres ocupados en los asuntos públicos, también las leyes y las costumbres, cuanto más los examinaba y más avanzaba en la vida, más difícil me parecía manejar correctamente los asuntos públicos. Porque no era posible participar activamente en política sin amigos y partidarios dignos de confianza; y encontrarlos a mi alcance no fue fácil, ya que los asuntos públicos en Atenas no se llevaban de acuerdo con las costumbres y prácticas de nuestros padres; tampoco existía ningún método fácil mediante el cual pudiera hacer nuevos amigos. También las leyes, escritas y no escritas, estaban siendo alteradas para peor, y el mal crecía con sorprendente rapidez. El resultado fue que, aunque al principio había estado lleno de un fuerte impulso hacia la vida política, al observar el curso de los asuntos y verlos ser arrastrados en todas direcciones por corrientes enfrentadas, mi cabeza finalmente comenzó a dar vueltas; y, aunque no dejé de mirar para ver si había alguna probabilidad de mejora en estos síntomas y en el curso general de la vida pública, pospuse la acción hasta que surgiera una oportunidad adecuada. Finalmente, me quedó claro, con respecto a todas las comunidades existentes, que todas estaban desgobernadas. Porque sus leyes han llegado a un estado que es casi incurable, excepto mediante alguna reforma extraordinaria que tenga la buena suerte de ser apoyada. Y me vi obligado a decir, al elogiar la verdadera filosofía, que es gracias a ella que los hombres pueden ver lo que es realmente la justicia en la vida pública y privada. Por lo tanto, dije, no habrá cesación de los males para los hijos de los hombres, hasta que aquellos que siguen una filosofía correcta y verdadera reciban poder soberano en los Estados, o aquellos que están en el poder en los Estados por alguna dispensación de la providencia se vuelvan verdaderos filósofos”.
Lo que esta carta indica es que a pesar de que la sociedad ateniense tenía una buena constitución, una buena base basada en las leyes de Solón, hubo, no obstante, una degeneración hacia la tiranía, la corrupción y el desgobierno.
Entonces Platón se enfrenta a esto y, siendo joven, piensa para sí mismo: «¿Qué puedo hacer al respecto?» Ya a una edad tan temprana, Platón tenía la capacidad de atisbar el futuro lejano y sabía que no había nada que pudiera hacer en ese mismo momento que pudiera cambiar el resultado que estaba tratando de evitar. Atenas había llegado a tal punto de decadencia, que la situación requería no sólo una intervención radical sino mucho trabajo. Era necesario que hubiera una reforma educativa total en este momento porque había una crisis de pensamiento que los sofistas habían contribuido en gran medida a provocar.
Es en este punto que Platón decide que ésta será la misión de su vida. No como una idea romántica de revolución, en la que uno sólo necesita liderar a las masas, sino porque Platón entendió que si no se contaba con un grupo calificado de pensadores para liderar tal revolución, sólo se provocaría un baño de sangre y más caos.
Los Diez Mil
En el año 403 a. C., los Treinta Tiranos son expulsados de Atenas: dos años después se realiza una campaña para organizar un grupo de fuerzas mercenarias griegas en apoyo de Ciro el Joven, hijo de Darío II y, por tanto, pretendiente al trono persa que disputaba con su hermano, el ya entronado rey Artajerjes II. Esta campaña se conoció como los Diez Mil y estuvo compuesta en su mayoría por soldados espartanos.
Se esperaba que Ciro el Joven destronaría a Artajerjes y gobernaría Persia como una continuación de lo que se creía que era el legado legítimo de Ciro el Grande, un constructor de ciudades, cultura e industria y no un destructor, saqueador o esclavizador.
El deseo de Ciro el Joven era coexistir pacíficamente con Grecia.
Jenofonte, uno de los principales alumnos de Sócrates (Platón y Jenofonte fueron sus dos alumnos más sobresalientes), escribió un relato histórico conocido como la “Anábasis” donde relata algunas de las andanzas de los Diez Mil, particularmente el retorno de la expedición. Esto es especialmente relevante ya que Jenofonte es también un soldado aventurero de los Diez Mil que acompañan a Ciro el Joven a luchar contra Artajerjes en el corazón del territorio persa, con lo cual su relato es de primera mano. Se sabe que este relato serviría como texto de estudio y consulta del gran Alejandro Magno en su invasión de Persia.
Jenofonte escribe en su Anábasis que le había pedido consejo a Sócrates para unirse a la expedición, y que el filósofo, aun aprobándolo, le envió a hacer la consulta al oráculo de Delfos al parecer para que el joven no se indispusiera con Atenas integrándose en un contingente espartano: Jenofonte acudió allí, pero con su decisión de marchar ya tomada. Jenofonte tenía gran simpatía por Esparta, y fue honrado por los espartanos, lo que le supuso posteriormente el destierro y condena de Atenas. Sin embargo, es considerado un panhelenista que abogó siempre por la unificación política de las ciudades griegas.
Así que Jenofonte se lanzó a la aventura de los Diez Mil; llegaría a decir de Ciro el Joven que “era el hombre más apto para reinar y el más digno de gobernar entre los persas que sucedieron a Ciro el Viejo”.
Desafortunadamente, Ciro el Joven muere en la batalla de Cunaxa, enclave al norte de la ciudad de Babilonia (401 a. C.), después de tomar la fatal decisión de entrar solo en la refriega. De ese modo, aunque el ejército de los Diez Mil ganó la batalla, perdió la guerra al morir el aspirante a rey. Ya no había esperanzas de que un rey filósofo pudiera ocupar el trono persa.
Después de la caída de Ciro el Joven, sobrevino el caos, porque no estaba claro si el ejército debía dirigirse a Babilonia de todos modos o retirarse a Grecia para elaborar un plan de contingencia. Menón, incluido en el diálogo de Platón con el mismo nombre, era uno de los generales componentes de los Diez Mil, bastante díscolo y ambicioso; interviene en un acto en que el resto de los generales griegos, así como todos los capitanes de los Diez Mil, son convidados como «amigos invitados» por los persas que apoyaban a Ciro y que habían estado luchando junto a los griegos, pero que secretamente habían vuelto su lealtad hacia los persas de Artajerjes, visto el resultado.
Cabe señalar que para los griegos, un “amigo invitado” conllevaba una promesa sagrada por parte del anfitrión de que no se haría ningún daño a esas personas mientras permanecieran como invitados, y la ruptura de tal pacto se consideraba una de las peores violaciones de la ley de los dioses. Pero los persas no son griegos y el pacto se rompió. Los persas traicionaron y masacraron a los oficiales griegos en medio de la reunión. Y fue Menón uno de los organizadores de esto junto con los persas.
Según Jenofonte, Menón es “recompensado” siendo enviado a Babilonia y torturado lentamente hasta su muerte. Es probable que los persas decidieran prescindir de él, pensando que alguien capaz de cometer esta traición tan deshonrosa no era el tipo de hombre en quien pudieran confiar.
En este punto, el ejército de los Diez Mil era como un cuerpo sin cabeza, y profundamente desmoralizado. Afortunadamente, un grupo de jóvenes tomó las riendas de la fuerza desorganizada y Jenofonte destacaba entre ellos. Gracias a este nuevo liderazgo, los griegos se encaminaron de regreso a su tierra en un viaje extraordinariamente peligroso a través del territorio persa hostil. Esto es lo que se narra profusamente en la “Anábasis”.
En el diálogo de Platón con Menón, se hace referencia a Menón como un «amigo invitado del gran rey«, que era una forma educada de decir que era un agente persa (sobornado) y discute con Sócrates si se puede enseñar la virtud. Ánito, que es un amigo de Menón, también aparece en el diálogo. A Platón no se le pasó por alto que Ánito fue el principal acusador de Sócrates como corruptor de la juventud, por rencor personal, lo que llevó a la sentencia de muerte de Sócrates.
No es una coincidencia entonces que el traidor Menón se relacione con Ánito, y se insinúe que gran parte de esta oposición organizada contra Sócrates fue comprada y estimulada por los persas. Menón y el ya citado Conón fueron probablemente los agentes griegos más importantes comprados por el Imperio Persa en aquellos tiempos.
En 399 a. C., unos años después de la muerte de Ciro el Joven, Ánito y otros dos miembros de la facción democrática agrupados en torno al almirante Conón, presentaron cargos contra Sócrates por impiedad y corrupción de la juventud. Platón escribe sobre el juicio de Sócrates en el diálogo titulado “Apología”. A pesar de que la condena de Sócrates se hizo desde un gobierno corrupto, él acató el veredicto. Ni siquiera intentaría escapar de su cautiverio (donde estuvo retenido durante más de un mes); Sócrates bebió la cicuta que le provocó la muerte a la edad de setenta y un años.
Al aceptar Sócrates un veredicto tan injusto, se mostró la cruda realidad que surge del gobierno de la multitud ignorante, que puede ser manipulado y bajo la apariencia de gobierno de inspiración popular tomar la forma de una especie de tiranía desbocada actuando fuera de toda sensatez. Cuando el frenesí del gobierno ignorante de las masas está en su punto máximo, puede llegar a ser la forma más destructiva de tiranía que se puede desatar sobre una sociedad.
El círculo socrático huyó de Atenas inmediatamente después de la muerte de Sócrates, consciente de que Persia buscaría socavar cualquier influencia remanente que tuviera el filósofo. Por un breve período, el grupo se retiró y ubicó en la casa de Euclides, el líder de los filósofos eleáticos (no el matemático), en su finca de Megara, una ciudad aliada de Esparta no lejos de Atenas. Al poco tiempo, Platón parte hacia Egipto donde permanecería por más de diez años.
Viaje a Egipto y nueva revuelta
Aunque Egipto era una satrapía del Imperio Persa desde el año 525 a. C. en que fue conquistado por el rey Cambises II de Persia, el país había mantenido una activa élite anti-persa. Esta élite egipcia estaba centrada en el sacerdocio del dios Amón. De hecho, el legislador ateniense Solón, el filósofo Pitágoras y el científico Tales de Mileto como hemos dicho viajaron a Egipto casi doscientos años antes que Platón para consultar a los sacerdotes de Amón. El dios, uno de los principales “dioses creadores” en Egipto y muy venerado desde el Imperio Antiguo (más de 2.500 años a. C.), tenía por entonces un templo con un oráculo en el oasis de Siwa, al oeste de Egipto y en medio del desierto, que los griegos visitaban también ocasionalmente. En Grecia, Amón fue asimismo venerado y se le equiparaba con Zeus.
Alejandro Magno también visitaría años después el oráculo de Amón; no se sabe lo que el oráculo le vaticinó, pero sí consta que los sacerdotes le aseguraron que era hijo del gran dios, cosa que Alejandro se tomó muy en serio.
Según cuenta Heródoto, el mismo rey persa Cambises envió un ejército expresamente para acabar con el culto de Amón en Siwa, pero este ejército desapareció sin dejar rastro en el desierto, al parecer tragado por una tormenta de arena antes de alcanzar su destino.
Platón parece que siguió los pasos de Solón en Egipto y durante su estancia allí probablemente estuvo involucrado en actividades políticas contra Persia, además de estudiar las costumbres y la tradición religiosa de Egipto; esta tradición le infundía gran interés y respeto como indica en sus escritos.
De nuevo Esparta
Durante este tiempo, el general espartano Lisandro, muy cuestionado por su relación con los persas ya que fue financiado ocasionalmente por el persa Tisafernes – un sátrapa que luchó contra Ciro el Joven y participó como uno de los principales traidores en la matanza de los generales de los Diez Mil -, apoyó al noble espartano Agesilao en su pretensión del trono de Esparta. Se pensaba que Agesilao no era demasiado inteligente y además tenía limitaciones físicas ya que estaba parcialmente cojo de nacimiento, por lo tanto parecía que sería un gobernante maleable fácil de controlar y manipular.
Sin embargo, las cosas no salieron así.
Tan pronto como Agesilao fue nombrado rey de Esparta (398 a. C.), redujo el poder militar de Lisandro, asumió el mando total y se volvió contra los partidarios pro-persas. Luego utilizó a los remanentes de los Diez Mil, todavía reunidos en sus campamentos en la costa de Jonia y dispuestos para la guerra, y los integró en su ejército para liberar Jonia del dominio persa, en lugar de subyugar a Atenas como Lisandro pretendía.
De ese modo, Agesilao parte para Jonia y se encuentra con Jenofonte, pues este continuaba con los Diez Mil, y Jenofonte se convierte en su consejero y asesor particular, forjando una amistad por el resto de sus vidas. Jenofonte era bastante experto en estrategia militar y junto con su experiencia en la lucha contra los persas sirvió de gran ayuda al rey espartano.
Es así que en el año 395 a. C., Agesilao obtiene una gran victoria sobre el ejército de Artajerjes, comandado por Tisafernes, en el interior de Lidia conquistando la importante ciudad de Sardes. Pero Conón de Atenas, trabajando para los persas, maniobra para detener el siguiente movimiento de Agesilao, que se proponía atacar el corazón del Imperio Persa en Babilonia. Logra este sabotaje creando junto a la flota persa un bloqueo naval en el Mar Egeo, con lo que pretendía impedir que Agesilao regresara a casa, haciendo que toda la campaña militar fuera en vano y provocando que el ejército de Agesilao se quedara sin recursos, quedando completamente vulnerable a un ataque persa.
Finalmente, Agesilao pudo regresar a Esparta después de que la fuerza naval persa-ateniense se retirara tras la batalla de Cnido, donde dicha fuerza destruyó a la flota espartana contundentemente.
Agesilao tendría que esperar otra oportunidad contra Persia, después de que se declarara la “guerra corintia” contra Esparta, antes de poder continuar la operación. Esta guerra, junto al anterior bloqueo naval impidieron que Esparta enviara sus mejores tropas a Asia para la campaña de Agesilao contra Babilonia.
La Guerra de Corinto fue un conflicto griego que duró desde el 395 a. C. hasta el 387 a. C., enfrentando a Esparta contra una coalición de Tebas, Atenas, Corinto y Argos, de nuevo respaldadas por el Imperio aqueménida persa.
Agesilao llegó a decir: «Me han expulsado de Asia 10.000 arqueros«, sin embargo, no se refería a arqueros reales, sino a la moneda persa, el daric, que mostraba la imagen de un arquero en su reverso. Agesilao se refería obviamente a las ciudades-estado de Tebas, Atenas, Corinto y Argos, sobornadas por los persas y cuya declaración de guerra contra Esparta saboteó su campaña militar contra Persia.
La ciudad-estado de Tebas fue crucial para el contraataque persa de eficacia probada con la táctica de “divide y vencerás”. Persia apoyó el surgimiento de Tebas como estado ariete en Grecia porque los largos años de manipulación de Atenas y Esparta habían demostrado, a pesar de todo, que ambas ciudades aún poseían facciones capaces de plantar cara al imperio en defensa de la civilización y cultura griegas. Tebas, sin embargo, era probablemente la más atrasada y supersticiosa de todas las grandes ciudades griegas. Situada en la región de Beocia, Tebas basaba su economía en la agricultura y la clase alta estaba compuesta por oligarcas terratenientes. Adoleció siempre de una cultura e industria significativas, y todo ello configuraba a esta ciudad como el peón perfecto para el imperio persa, un punto de partida dentro del territorio griego idóneo para sus proyectos de guerra y subversión. Tebas ya se había puesto abiertamente del lado de Persia durante las guerras médicas del siglo V, y continuaría así hasta su momento de mayor preponderancia en la guerra de Corinto, en la que como hemos visto se enfrentó abiertamente a Esparta cuando esta intentaba atacar al imperio aqueménida. La guerra corintia fue hábilmente manejada por el imperio, que cambiaba sus prioridades según uno u otro bando prevalecía, buscando siempre la destrucción mutua de los griegos. Finalmente, se produciría la Paz de Antálcidas (nombre del principal opositor de Agesilao en Esparta y agente persa) en el año 387 a.C., más conocida como la Paz del Rey, ya que fue un tratado para poner fin a la guerra organizado por el persa Artajerjes II a su conveniencia.
La guerra corintia terminó, pero no así las hostilidades entre los griegos, que además del odio acumulado entre sí seguían siendo víctimas fáciles de la injerencia política persa. Esparta, comprometida ya en varios frentes, perdería definitivamente su hegemonía en favor de un despunte de Tebas, que con una maquinaria bélica bien engrasada por los persas y gracias al ingenio militar del general Epaminondas y al empuje de tropas muy motivadas como la Banda Sagrada (un grupo de 300 varones homosexuales que luchaban en parejas de amantes enlazadas por rituales de unión exclusivos y que se hicieron famosos por su arrojo y agresividad en la batalla) derrotaron al ejército espartano rotundamente en Leuctra (371 a.C.) e intentaron la aniquilación de Esparta insistentemente, hasta que la muerte de Epaminondas en la batalla de Mantinea (362 a.C.) anunció el declive tebano.
Todos estos conflictos en territorio griego continental dejaron campo libre al imperio, que consolidó su dominio sobre Jonia sin interferencias y pudo volver su vista hacia otras regiones como Egipto, que luchaba también por su independencia.
Viaje a Siracusa
Platón por entonces se encontraba en Egipto, que había logrado su independencia del imperio persa hacia el año 404 a.C. (esta duraría medio siglo) y mantenía un pacto de ayuda mutua con Esparta; estaba allí con Eudoxo de Cnido, gran matemático y amigo con quien continuaría trabajando estrechamente durante su estancia más tarde en la ciudad italiana de Tarento con el maestro de Eudoxo, Arquitas, gobernante de Tarento.
Según indica Charles Tate en su obra «La verdad sobre Platón», su antiguo biógrafo describe a Eudoxo como un “agente” del espartano Agesilao en Egipto. Dado que Platón y Eudoxo eran aliados con similares ideales políticos, no es aventurado decir que Platón también participaría en el apoyo a la campaña militar de Agesilao contra los persas.
En 388 a. C., Platón abandonó Egipto y llegó a Tarento, otra colonia griega situada en la península salentina (extremo sureste de Italia) donde permaneció durante tres años, construyendo una red de inteligencia con Eudoxo y Arquitas, donde el grupo trabajó en su siguiente movimiento.
Arquitas es poco conocido hoy en día, pero parece que cumplía los requisitos de lo que Platón llamaba un rey filósofo, pues además de magnífico estadista y gobernante era un gran filósofo pitagórico, astrónomo y brillante matemático. Es probable que fuera por mediación de Eudoxo, pupilo de Arquitas, por lo que Platón fue enviado a encontrarse con este.
Como estadista, Arquitas mantuvo la paz con las poblaciones italianas nativas alrededor de Tarento, encabezó y dirigió con éxito el ejército cuando fue necesario, y bajo su gobierno Tarento logró una prosperidad extraordinaria. Tarento también tenía una antigua tradición, relacionada no sólo con la Grecia de antes de los días de la guerra y subversión del imperio persa, sino también con Egipto, donde Platón y por supuesto los pitagóricos habían buscado conocimiento. La ciudad, como la mayor parte del sur de Italia, estaba dominada por la Sociedad Pitagórica, de la cual Arquitas fue líder en su época. Dicha Sociedad fue fundada por el filósofo y matemático Pitágoras, un nativo de la isla egea de Samos que había estudiado con el sacerdocio egipcio de Amón antes de trasladarse con sus seguidores a la ciudad italiana de Crotona. Los pitagóricos eran un grupo político semisecreto y un importante círculo científico de carácter más abierto; la hermandad pitagórica incluía tanto miembros científicos como cultistas, trabajando codo con codo: una de sus máximas era “no todo debe revelarse a todos”.
Llegados a este punto, Platón, Eudoxo y Arquitas deciden que primero debe ser destruido el Templo de Delfos, que constituía una de las mayores fuentes de corrupción y desinformación en Grecia. Al destruir el Templo de Delfos, se cortaría esta vía de infiltración y financiación pro-persa, lo que haría posible liderar finalmente una campaña militar en el corazón de Persia, Babilonia.
Platón y Arquitas ponen su vista en otro objetivo: la ciudad que buscarían captar como centro para organizar un nuevo ataque contra Persia fue la deslumbrante vecina del sur de Tarento, Siracusa, la principal ciudad y centro gubernamental de la isla de Sicilia. La campaña de Platón para ganar Siracusa como puesto de mando de un nuevo asalto contra Persia continuaría durante el resto de su vida, y se sabe más de ésta que de cualquier otra maniobra política de Platón. Gran parte de ello proviene de la invaluable fuente de la propia correspondencia de Platón.
En el siglo IV a. C., Siracusa era la ciudad más rica de todo el Mediterráneo, y Platón, Eudoxo y Arquitas decidieron que ésta era estratégicamente la mejor base desde la que lanzar su ataque.
En aquel momento, a diferencia de las ciudades-estado griegas sobornadas por los persas (a excepción de Esparta), Siracusa no era pro-persa y se había puesto en todo momento durante la Guerra del Peloponeso del lado de las fuerzas anti-persas. Probablemente esta fuera la razón por la que Gorgias había alentado a Alcibíades a lanzar su ataque contra Siracusa dos décadas atrás.
Fundada en el siglo V a.C. y engrandecida por el tirano Hieron, Siracusa se había convertido en el siglo IV a.C. en la ciudad más rica de toda Grecia, proverbial por el lujo que desplegaba en la forma en que Jonia lo había sido en el siglo V a. C. Al igual que Jonia, había sido colonizada por griegos del continente, que habían logrado el control de las poblaciones nativas italianas y el comercio de las colonias de Cartago, en el norte de África, a su vez colonia de Fenicia. Ubicada estratégicamente como centro clave de comercio, Siracusa era tan cosmopolita como cualquiera de las ciudades de la antigua Grecia. Hieron había acogido a diversos destacados poetas y científicos griegos, entre ellos el gran dramaturgo areopagita Esquilo, quien pasó la última parte de su vida en Sicilia en un régimen autoimpuesto de exilio ante el crecimiento de la dominación persa sobre su Atenas natal.
Durante los cien años anteriores, Siracusa había dominado casi toda Sicilia, excepto una pequeña zona occidental, todavía en manos cartaginesas, y varias de las ciudades-estado griegas en Italia. A lo largo de este período, guerras recurrentes contra los nativos italianos y Cartago, la invasión ateniense de 415 a. C. durante la Guerra del Peloponeso, y una serie de rebeliones y luchas de poder habían afectado a la estabilidad en la isla y resultó en la destrucción de varias ciudades. Sin embargo, en el momento de la visita de Platón, Siracusa había alcanzado una paz precaria con Cartago, y la dinastía gobernante estaba firmemente al mando. A pesar de su riqueza y poder, Siracusa no había tenido prácticamente ninguna influencia en las ciudades de la Grecia continental. Pero se había puesto en todos los casos del lado de las fuerzas antipersas, y había proporcionado ayuda exterior a Agesilao para su campaña contra el imperio.
Así concluyeron Platón y Arquitas que Siracusa era la última potencia restante capaz de liderar una nueva alianza helénica contra Persia, y tendría que ser ganada e instituida como punto de reunión y adalid de la civilización griega. Sin embargo, Arquitas y Platón no tenían ningún interés en lanzar otra expedición militar contra Persia, sólo para ser destruida por los métodos familiares de sabotaje y subversión del imperio. La riqueza y poder militar siracusano, aunque esenciales como condiciones previas para un futuro papel como retador de Persia, no eran suficientes para prevenir eso. La alianza antipersa sabía bien que Persia estaba indefensa en el campo de batalla contra los ejércitos griegos, pero las victorias militares más prometedoras habían sido infructuosas debido al soborno y la conspiración persas.
Platón y Arquitas consideraron que el primer requisito para la reorientación de la facción antipersa era un gobernante con inteligencia, poder y las habilidades políticas necesarias para implicar a la población para apoyar a la causa. Su candidato para el liderazgo de la nueva configuración política internacional fue Dionisio I, el gobernante de Siracusa. Dionisio era un temible guerrero y luchador dinástico que se abrió camino a su posición de gobierno despótico contra diversas facciones opuestas, desafíos y amenazas militares. En el mundo griego antiguo, tal gobernante era conocido por supuesto como tirano. Dionisio desempeñó el papel de tirano hasta el final y su ostentosa exhibición de riqueza, poder, y la fuerza de su personalidad le valieron fama, aunque no siempre admiración, en toda Grecia. Su corte era magnífica y sus parientes y sirvientes acumularon fortunas que rivalizaban con las riquezas de los gobernantes de todas las demás ciudades griegas. El círculo de la corte llevaba una vida bastante desenfrenada y degenerada: una ronda interminable de fiestas, celebraciones y disipación. Incluso fuera del círculo de la corte, los siracusanos acomodados se jactaban de un nivel de vida lujoso que se volvió proverbial en toda Grecia. Dionisio además aspiraba a ser un gran mecenas de las artes y las ciencias. Para fomentar la cultura en su corte, reunió una colección de sofistas y poetastros, aduladores dedicados a recordarle su grandeza a cambio de grandes regalos y favores.
Platón llega a Siracusa en 387 a. C.; se encuentra con un espléndido recibimiento por parte de Dionisio y trata de organizarlo para que pase de ser un gobernante tiránico a un rey filósofo comprometido. Asimismo, Platón intenta convencerle de que si quería liberar Grecia debía destruir el oráculo de Apolo de Delfos por la fuerza militar. El plan era establecer ciudades en el mar Adriático, para hacerse con el control del paso entre Italia y Grecia. Una vez asegurado esto, la ruta a Epiro en la costa occidental de la Grecia continental quedaría bajo control de Siracusa. A continuación, utilizaría estas ciudades como apoyo militar para una gran invasión de Delfos.
Con los sacerdotes del templo destruidos, la inteligencia financiera y política que sustentaba la alianza tebana contra Esparta, respaldada por los persas, quedaría destruida. Una vez libre de luchar por su propia existencia, Esparta, dirigida por Agesilao y apoyada por una flota de naves de Siracusa y todo el oro capturado en Delfos, podría completar la tarea iniciada diez años antes y acabar con el imperio persa.
Dionisio respondió en principio con entusiasmo a las recomendaciones de Platón y se apresuró a poner algunas de ellas en marcha. Pero Platón sabía que mientras la corte de Siracusa estuviera infectada por las intrigas cortesanas y la búsqueda del lujo, toda su obra podría deshacerse fácilmente. Por ello atacó a la institución de la tiranía misma, instando a Dionisio a transformar su corte en la de un rey legítimo. A diferencia de un tirano, Platón entendía que un rey debía representar la autoridad legal, ser responsable del bien de sus súbditos, estar guiado por las leyes y asesorado por consejeros que opinaran honestamente con lo mejor de sus habilidades. En su diálogo “Gorgias” escrito durante o poco después de su estancia en Siracusa, Platón expone los argumentos que utilizó para persuadir a Dionisio de que renunciara a la tiranía y se estableciera como rey legítimo. Platón describe cómo el tirano, contrariamente a la opinión de muchos, es el más miserable y menos libre entre los hombres.
Los cortesanos de Siracusa, preocupados por el plan de Platón para destruir la tiranía, lo que pondría fin a su influencia, se confabularon contra él, rodeando a Dionisio con rumores e historias sobre traiciones de Platón. Finalmente, Dionisio, convencido de que Platón estaba conspirando contra él, lo hizo apresar y lo condenó a un destino nunca utilizado por los griegos contra ellos mismos excepto en guerra. Dionisio, víctima de su miedo e ignorancia, vendió a Platón como esclavo.
Platón es rescatado de la esclavitud con la ayuda de Dion, pariente de Dionisio I, a quien había conocido en la corte y con el que forjó una sólida amistad. Dion era un joven que poseía una buena lucidez mental y distanciamiento de los males de la tiranía a pesar de su vida en la corte siracusana y que se sintió fuertemente atraído por la filosofía de Platón. Aunque no tuvo éxito en usar su influencia para proteger a Platón mientras estaba en la corte, Dion secretamente dispuso que Platón fuera rescatado de la esclavitud y regresara sano y salvo a Atenas.
continúa en la parte III………….