……………viene de la parte II
La Academia y nuevo viaje a Siracusa
Una vez de nuevo en Atenas, Platón adquirió los terrenos del bosque de Academus, un suburbio al norte de la ciudad, donde construyó el complejo conocido como la Academia de Platón, centro de enseñanza donde aplicó sus métodos educativos a sus alumnos. El propio Eudoxo trasladó y fusionó su escuela con la de Platón. Han sobrevivido listas de estudiantes de la Academia que muestran que procedían de toda Grecia y que incluso se incluyeron varias mujeres, normalmente excluidas de las escuelas de filosofía.
La Academia no era sólo un centro educativo sino que además operaba como un centro de inteligencia. Permanecería activa hasta prácticamente el siglo VI d. C. en que el emperador romano Justiniano la clausuró.
En el año 367 a. C., casi dos décadas después de su encuentro con Platón, Dionisio I murió en circunstancias que sugieren que fue envenenado. Fue sucedido por su hijo, Dionisio II, un joven de buenos instintos, pero de carácter moral errático. El heredero, tanto tiempo bajo la sombra gigante de su padre, estaba asombrado y algo asustado ante la idea de subir al trono.
Dion aprovechó esta oportunidad para preparar al joven heredero para el papel que su padre había resultado incapaz de desempeñar. Puesto que era el único líder político con experiencia en la corte y además pariente cercano, Dion rápidamente se convirtió en el virtual regente para el joven Dionisio II. Incluso las camarillas de la corte que odiaban a Dion y habían conspirado contra sus influencias se vieron obligadas a aceptar su liderazgo.
Dionisio II era un joven de unos veinte años cuando heredó el gobierno de Siracusa. Había aprendido los rudimentos de la enseñanza platónica con Dion antes de la muerte de su padre. Ahora su interés en el filósofo se intensificó, y Dion fue comisionado para llamar de nuevo a Platón a Siracusa. La segunda llegada de Platón a la ciudad fue celebrada como una gran fiesta, con ceremonias públicas y banquetes en anticipación de la buena suerte que el regreso de la mente sobresaliente prometía a Siracusa.
Dion y Platón comenzaron a sumergir al joven en un riguroso estudio, principalmente de geometría y epistemología, dejando claro que nunca se convertiría en un gran líder de su pueblo si no dominaba primero estas ciencias. Al principio el joven tenía muchas ganas de aprender; sin embargo, pronto se sintió frustrado por sus largas horas de estudio y comenzó a sentir que Platón le había mentido y engañado, ya que le había prometido un gran poder si se tomaba el tiempo para dedicarse a sus estudios; pero la impaciencia le vencía.
En este punto, la relación entre Dionisio II y Platón llegó a ser bastante tensa.
En general, Dion y Platón se vieron alentados por la ambición que mostró el joven tirano, pero lo consideraban inadecuado para un verdadero liderazgo. Aunque se sentía atraído por la filosofía, nunca había endurecido su mente en estudio riguroso, ni había desarrollado la constancia de carácter para practicar el nuevo tipo de realeza como Platón lo imaginó. No estaba preparado para maniobrar a través de las artimañas de la corte, y todavía estaba en las garras de la buena vida siracusana de banquetes, lujo y deleite. Pese a todo, Platón se propuso convertir al joven en un líder adecuado. Pero algunos cortesanos influyentes como Filisto, enemigo de Platón declarado, más el grupo de sofistas reunido por Dionisio I, cerraron filas contra Platón. Como más prominente entre ellos se encontraba un alumno renegado del propio Sócrates, Aristipo, uno de los primeros exponentes del hedonismo (“disfruta de la vida mientras puedas” era su máxima) que había vendido su patrimonio intelectual por una posición cómoda como petimetre en la corte. Su carácter se revela por su comentario al enterarse de que Platón había rechazado una gran cantidad de oro de Dionisio I: «Tal es la sabiduría de los tiranos, que ofrecen mucho a los que no aceptan, y poco o nada a los que lo desean.»
Estos grupos socavaron la influencia de Platón con su alumno real, haciendo circular rumores de que Platón buscaba el poder para sí mismo.
Filisto finalmente logró volver a Dionisio II contra Dion fabricando un escándalo sobre los esfuerzos de Dion para asegurar una paz permanente con Cartago, el adversario militar de Siracusa durante décadas. Dion fue inmediatamente exiliado de la ciudad y se le prohibió llevarse consigo incluso a su esposa y a su hijo. Dion se dirigió a Atenas, donde se incorporó a la Academia platónica. Al cabo de un año, la guerra entre Cartago y Siracusa que Dion habían tratado de evitar estalló, frustrando todas las esperanzas de reformas sociales que Platón y Eudoxo habían planeado para la ciudad. Sin embargo, hubo una consecuencia favorable. Tras la expulsión de Dion, Platón había sido retenido bajo arresto domiciliario porque Dionisio temía que el informe del filósofo sobre la situación en Siracusa le reflejaría negativamente en el resto de Grecia. Con el estallido de la guerra, Platón fue liberado y se le permitió regresar a Atenas.
En algún momento después de su regreso a Atenas, Platón emprendió la composición de un diálogo que contuviera, de la manera más vívida e integral, sus reflexiones y conclusiones sobre sus esfuerzos para establecer en Siracusa la nueva base de operaciones para la lucha anti imperial. Este diálogo es la conocida, pero poco comprendida, “República”. En La República, Platón aborda directamente la cuestión de la dirigencia política necesaria no sólo para librar al mundo del imperialismo (en este caso Persia), sino gobernarlo bien. A través del diálogo, se puso a disposición por primera vez del círculo más amplio de estudiantes y colaboradores reunidos en torno a la Academia el método para el desarrollo de este nuevo tipo de liderazgo.
Mediante el estudio de diversas disciplinas, Platón pretendía formar personas capaces de analizarse y superarse a sí mismos, de educar sus mentes a un nivel óptimo y convertirse en maestros conscientes de sus propios poderes de creatividad. Estas personas, a su vez, se encargarían de educar a sus sociedades y dotar a los ciudadanos bajo su dirección de capacidades mejoradas para llevar una vida justa y productiva. Es aquí donde Platón presenta su conocida división de los ciudadanos respecto al entorno social como almas de bronce, plata y oro. Estos grupos representan, respectivamente, el individuo que se ocupa únicamente de sus asuntos personales y gratificación sensual, el individuo racional que se esfuerza por llevar a cabo sus negocios de acuerdo con las normas y leyes existentes, y el individuo que funciona sobre la base de la razón creativa para ampliar el dominio del hombre sobre el universo.
Sin embargo, la coyuntura política que siguió al colapso de las campañas de Siracusa exigió un nuevo programa político, adaptado y coherente con la razón y las circunstancias, dirigido a gobernantes que no estaban preparados para convertirse en reyes filósofos; hombres y mujeres más ordinarios de «alma plateada». Éstos, como algunos de los dirigentes políticos que han surgido en el mundo a lo largo de los siglos posteriores (los más capaces y aptos), eran personas que podían “escuchar razones”, pero que eran incapaces de originarlas o gestar ideas, porque su dominio consciente de la creatividad, sello distintivo de la razón, estaba bloqueado por su propia ineptitud.
En una serie de diálogos concebidos después de la “República”, el “Teeteto”, el “Sofista” y el “Estadista”, Platón reexaminó audazmente todo su conocimiento epistemológico y teoría política. El resultado de este trabajo fue el establecimiento de una teoría de «gobierno mixto» que Platón llamó «el segundo mejor estado«. El segundo mejor estado combinaba monarquía en la forma de un jefe ejecutivo, aristocracia en la forma de un consejo de asesores, e incluso democracia en forma de asamblea popular. No era de esperar que un gobierno así fuera gobernado por reyes filósofos que eran los maestros de la razón creativa, sino por hombres y mujeres que al menos pudieran reconocer y apreciar los frutos de la razón. Un gobierno así tendría que guiarse por leyes escritas e inalterables. Tendría que ser, en palabras de Platón, «un gobierno de leyes y no de hombres«. Con este programa del segundo mejor Estado, Platón y sus colaboradores se desplegaron por todo el Mediterráneo para establecer nuevos frentes en la lucha contra el despotismo persa.
Nuevo asalto al imperio
En el año 370 a. C., la alianza controlada por los persas entre Tebas, Atenas y Argos se derrumbó. Esta alianza, que como hemos visto fue establecida y dirigida para debilitar a Esparta, había servido como ejecutor de la política persa en la Grecia continental durante más de dos décadas. Su disolución abrió el camino a una nueva alianza ateniense-espartana, que la Academia fomentó. Ansioso por evitar esto, el rey Artajerjes convocó a los líderes de las facciones pro-persas de todos los principales contendientes en la ciudad de Susa para trazar nuevos planes. Artajerjes buscó establecer una nueva Paz del Rey, similar a la Paz de Antálcidas del año 387 a. C. que había hecho de Grecia una virtual satrapía del imperio. Pero pronto quedó claro que Tebas, el componente crucial de presencia militar persa en la Grecia continental, no accedería a las demandas de Atenas y Argos y no habría consenso entre los propios conspiradores. Las negociaciones fracasaron y el rey persa, sin otra opción, respaldó a Tebas. Este fracaso devastó la reputación de los líderes pro-persas de todas las ciudades griegas, que regresaron a casa con las manos vacías y sin un plan claro de actuación. Antálcidas, el representante espartano, se retiró cayendo en desgracia. Su homólogo ateniense se suicidó. Las facciones pro persas quedaron relegadas a un segundo plano en Grecia, y el resurgimiento de los enemigos de Persia en la vida política pronto permitieron que Atenas y Esparta, en guerra durante más de cincuenta años, formaran una nueva alianza y declararan un frente común contra Tebas. La intervención política de la Academia y sus amigos en Esparta fue crucial para la formación del nuevo pacto, y cuando los soldados atenienses se reunieron en el 369 a. C. para unirse a las tropas espartanas para una nueva ofensiva contra Persia, acamparon en los campos de juego de la Academia de Platón.
Mientras se enfrentaba al colapso de su estrategia política contra las ciudades-estado griegas, Persia tuvo problemas en un segundo frente. Uno después del otro, los territorios del imperio se rebelaron contra Artajerjes, creando una serie de conflictos que duraron desde los años 366 al 360 a. C. y fue conocido como la Revuelta de los Sátrapas. La Revuelta de los Sátrapas pudo haber sido la gota que colmó el vaso para los sacerdotes mesopotámicos que controlaban el trono de Artajerjes y que confiaban en que mantuviera el orden en sus territorios.
No sería descabellado considerar que es posible que en este punto los sacerdotes del Templo de Marduk concibieran un nuevo plan para proteger sus centenarias operaciones de saqueo en el Mediterráneo. Se podría permitir a Artajerjes continuar su dominio sobre el Medio Oriente que ya había sido saqueado a conciencia. Pero las satrapías de Persia en Asia Menor, Egipto y el resto del mundo griego tendrían que ser liberadas del imperio y puestas bajo el control de una figura griega nominalmente independiente, pero cuya lealtad al sacerdocio de Marduk fuera garantizada por el Templo de Apolo en Delfos. Fue precisamente este plan, en realidad un plan para establecer una especie de «división occidental» del Imperio persa, el que probablemente se intentó poner en práctica treinta años más tarde a través de Filipo de Macedonia, que lo disfrazó de campaña para liberar Grecia de Persia. Este plan fue frustrado por el asesinato de Filipo, tal vez por iniciativa de los sacerdotes del templo de Amón, quienes colocaron a su hijo Alejandro en el trono de Macedonia. Alejandro pronto fue reconocido como un verdadero enemigo de la oligarquía de Marduk; emprendió una campaña a través del mundo conocido para destruirlo.
Pero no adelantemos los acontecimientos.
A medida que la Revuelta de los Sátrapas cobró impulso, las fuerzas de la Academia buscaron convertirlo en ventaja estratégica organizando a los rebeldes y a los griegos en una acción unida contra la oligarquía. Agesilao, que había estado atado en su territorio durante treinta años forzado por las guerras instigadas por los persas contra Esparta, fue liberado por la nueva alianza entre Atenas y Esparta para centrar sus energías en la ambición de su vida: la destrucción de Persia. Por fin se reunió con Ariobarzanes, sátrapa de Frigia y negoció una alianza contra el imperio. Al mismo tiempo, Eudoxo, el segundo al mando de Platón, atrajo a Mausolo, el sátrapa de la cercana Caria, a la rebelión. A esta formidable configuración pronto se unió Datames, sátrapa de Capadocia, que anteriormente había sido asignado por Artajerjes para sofocar la rebelión en Egipto apoyada por el sacerdocio de Amón. En 362 a.C., Orontes, el yerno del rey Artajerjes, también se uniría a la revuelta. Los otros sátrapas le transfirieron gran parte de su tesoro para la causa (el oro era necesario para el mantenimiento de las guerras, que requerían la contratación de mercenarios) y organizaron sus ejércitos para un asalto total contra Persia. Los acontecimientos en el continente griego también se volvieron contra el imperio: en el año 362 a. C., Epaminondas, líder militar tebano, murió en la batalla de Mantinea, donde Tebas se enfrentó a una alianza espartano-ateniense-argiva. Aunque los espartanos y sus aliados perdieron la batalla, la pérdida de Epaminondas marcó el comienzo del fin para Tebas y su poder militar.
Hacia el año 361 a.C., los ejércitos griegos se preparaban para intervenir en la revuelta de los sátrapas desde otro flanco más: Egipto, donde el faraón Nectanebo I defendía la independencia del país, conseguida en el año 404 a. C., y mantenía a los persas a raya.
En Atenas, el ejército estaba dirigido por Cabrias, alumno de la Academia, el general ateniense más destacado del siglo IV a. C. y también arquitecto de la revuelta. El sacerdocio de Amón ciertamente tuvo algo que ver tanto en la lucha de Nectanebo contra Persia como en el fortalecimiento de la alianza egipcio-griega. El templo hermano de Amón, el oráculo de Zeus en Dodona (el oráculo más antiguo de Grecia, muy relacionado con el oráculo egipcio de Amón desde muy atrás), se había puesto abiertamente del lado de Esparta contra la Tebas respaldada por Delfos desde el 368 a. C. El plan de la Academia era reunir a espartanos, atenienses, y las fuerzas egipcias en Egipto, viajar a Asia Menor para unirse a las fuerzas satrapales persas bajo el mando de Datames (fuerzas irónicamente organizadas por orden de Artajerjes para aplastar la revuelta egipcia) y organizar el muro de ejércitos para avanzar contra Persia desde toda Asia Menor.
Último viaje a Siracusa
Mientras esto sucedía, Platón emprendió su última misión a Siracusa. Tenía ya casi setenta años y estaba bastante reacio a hacer este viaje. Pero estaba obligado a ir. A pesar de su disgusto personal con Dionisio II, fuentes confiables de inteligencia en Siracusa le informaron que había una posibilidad de ganar al tirano para la causa antioligarca en esta hora crucial, cosa que Platón sabía que era muy importante, pudiendo decantar la balanza definitivamente hacia el lado griego. Desde la última visita de Platón, la política de Dionisio hacia la facción antipersa en Grecia había sido áspera, en el mejor de los casos. Un año después de la partida de Platón, el monarca de Siracusa hizo una enorme contribución al culto de Apolo en Delfos, ya fuera para apaciguar a los sacerdotes por su colaboración previa con su archienemigo Platón, como pago por las operaciones contra su rival exiliado Dion, o por alguna otra razón que no conocemos. Sin embargo, al mismo tiempo Dionisio II había proporcionado ayuda militar a Esparta para la defensa contra Tebas, aunque estuvo atado durante varios años por la renovada guerra contra Cartago.
Platón también estaba preocupado por la situación de su amigo Dion, que permanecía exiliado de Siracusa desde hacía varios años. El tirano Dionisio II se había ofrecido a negociar los asuntos de Dion en Siracusa solo con la condición de que Platón fuera a reunirse personalmente con él en su corte. Junto con esta oferta flotaba una amenaza de que si Platón se negaba, Dionisio vendería la propiedad de Dion y casaría a su esposa con un cortesano. Con la esperanza de ayudar tanto a la revuelta de los sátrapas como a Dion, Platón llegó a Siracusa. Pero inmediatamente encontró que sus peores temores estaban justificados. Una vez en la ciudad, prácticamente fue hecho cautivo; fue retenido en la acrópolis de Siracusa bajo vigilancia militar y con una salida permitida sólo para «discusiones filosóficas» con Dionisio.
Cuando Platón se enteró de que algunos de sus vigilantes estaban hablando de asesinarlo, intentó pedir ayuda a su viejo amigo Arquitas. Lo más rápido posible, Arquitas envió una misión a Siracusa, llevando mensajeros que portaban la exigencia oficial de la ciudad de Tarento de que Platón debía ser liberado. Esto aseguró la libertad de Platón, que regresó a Atenas: Dionisio II, indignado, vendió inmediatamente la propiedad de Dion y volvió a casar a su esposa como había amenazado hacer.
Un año después del regreso de Platón a Atenas, la Revuelta de los Sátrapas fracasó. El conjunto de los ejércitos que se habían reunido en Asia Menor para un asalto final se disolvió. ¿Por qué? El sabotaje político persa contra la fuerza militar que de otro modo parecía tener garantizado el éxito jugó claramente un papel en el colapso. De hecho, el golpe final a la operación fue la deserción del sátrapa Orontes al lado de Artajerjes, llevándose consigo buena parte del tesoro de guerra satrapal. Pero antes de eso, la ofensiva de Asia Menor ya había sufrido un devastador revés en el año 361 a.C. cuando el rey espartano Agesilao abandonó los preparativos que se habían previsto para sacar su ejército de Egipto y unirse a las fuerzas rebeldes. En vez de eso, Agesilao se quedó en Egipto y apoyó militarmente la rebelión del noble egipcio Najthorhabet contra el sucesor de Nectanebo I, su hijo Dyedhor, ya que el propio Nectanebo I había muerto varios meses antes. La intervención de Agesilao en la sucesión no sólo le costó a la Revuelta de los Sátrapas el apoyo del ejército espartano, sino que sacó a las tropas del sucesor de Nectanebo del lado de los ejércitos en Asia Menor ya que el faraón egipcio se apresuró a traer de regreso al ejército para defender su trono. Como consecuencia de la salida del contingente militar egipcio, Datames se retiró, y sus fuerzas y la revuelta colapsaron. El pretendiente al trono egipcio, apoyado por el ejército de Agesilao, vencería poniendo en fuga a Dyedhor y subiría al trono con el nombre de Nectanebo II. Sería el último faraón de un Egipto independiente, ya que posteriormente, hacia el año 340 a. C., el rey persa Artajerjes III le derrotaría de forma aplastante y volvería a convertir Egipto en una satrapía persa, hasta la llegada de Alejandro Magno.
¿Qué sucedió para que los acontecimientos cambiaran de rumbo de esta manera tan drástica? ¿Había otras urgencias geopolíticas que forzaron un cambio de estrategia tan inesperado? No podemos responder a estas preguntas con certeza. Sabemos que la intervención en la lucha por entronizar a Nectanebo II fue la última victoria del rey espartano. Con alrededor de setenta años, Agesilao murió en Egipto; nunca volvería a ver su Esparta natal, ni podría llevar a cabo su promesa de destruir Persia. Sin embargo, sí sabemos que el faraón de Agesilao, Nectanebo II, iba a ser recordado por los sacerdotes de Zeus-Amón en Siwa como su defensor durante los días amargos de la reconquista persa. Un día los sacerdotes de Amón formarían, guiarían y luego traerían a su país a un hombre que cumpliría las ambiciones de Agesilao al liberar a Egipto del dominio persa: Alejandro Magno. Cuando se pidió que explicaran al pueblo egipcio quién era este gran libertador, los soldados de Alejandro dieron una respuesta simple: «Es el hijo de Nectanebo«.
Guerra contra Delfos
A partir del año 357 a.C., la Academia dirigió todos sus recursos en una campaña militar en dos frentes. Los objetivos eran Siracusa, que sería capturada por el aliado de Platón, Dion, y el Oráculo de Apolo en Delfos, que debía ser destruído por las fuerzas de los nativos de la región de Fócida, con ayuda de Esparta. Dion había sido bien preparado al lado de Platón para un papel protagonista en semejante ofensiva. Desde su exilio, Dion había vivido en Atenas como miembro de la Academia. Se había convertido en uno de los líderes asociados de Platón y estableció una amistad memorable con el sobrino de Platón, Espeusipo, quien se encargaría de dirigir la Academia tras la muerte de su tío.
En el año 357 a. C., Dion lanzó su campaña para apoderarse del poder en Siracusa. Informes de inteligencia de Espeusipo, que se había infiltrado en Siracusa durante la última visita de Platón del 361 al 360 a. C., indicaban que la población de la ciudad estaba madura para la rebelión. Espeusipo estableció vínculos con la oposición de Dionisio ll, quienes iban a representar la base de apoyo de Dion una vez que empezaran sus operaciones militares. Mientras tanto, Dion se puso en contacto con otros exiliados de Siracusa y los animó a unirse a él. Pocos, sin embargo, estuvieron dispuestos a arriesgar sus vidas en una ofensiva militar contra el poderoso tirano Dionisio II. Como señala Plutarco en su “Vida de Dion”:
“Su fuerza total era de menos de ochocientos hombres, pero estos eran todos hombres de alguna nota que habían obtenido una reputación gracias a su servicio en muchas grandes campañas. Estaban en magníficas condiciones físicas, en experiencia y audacia no tenían igual en el mundo, y eran plenamente capaces de despertar e inspirar a la acción a los miles a quienes Dion esperaba que se unieran a él en Sicilia. Cuando estos hombres se enteraron de que la expedición estaba dirigida contra Dionisio y Sicilia, al principio estaban consternados y condenaron toda la empresa. Pero Dion se dirigió a ellos, explicando en detalle las fallas y la decadencia del régimen de Dionisio, y anunció que no los estaba tomando simplemente como tropas de combate, sino como líderes de los siracusanos y de la mayoría de los sicilianos que hacía tiempo que habían estado listos para la rebelión.”
Así Dion fortaleció la confianza y resolución de sus aliados en el exilio y de los mercenarios bajo su mando. Platón era demasiado viejo para participar en la campaña, así que por primera vez las operaciones de la Academia serían coordinadas por Espeusipo. El éxito de la misión dependió del liderazgo de Dion y las habilidades y los ensayos de inteligencia de Espeusipo, que creyó que gran parte de los siracusanos se unirían a la osada tentativa. El grupo inicial de ochocientos soldados, hacinados en unos pocos barcos, habrían dado un resultado muy precario incluso como piratas frente a las decenas de naves de guerra y miles de soldados de infantería de Dionisio II. El diseño de Dion para la captura de Siracusa, sin embargo, también fue apoyado por Cartago, y las ciudades-estado del sur de Italia en la órbita de Tarento. Dion eludió a la armada de Siracusa y dirigió sus barcos pasando por Sicilia para atracar en Cartago, en la costa norte de Africa. Había mantenido vínculos con estos antiguos colonos fenicios desde sus días de virtual regente en la corte de Dionisio. Cuando completó las negociaciones con los cartagineses, Dion navegó hacia el puerto de Acragas, una ciudad en el oeste de Sicilia controlada por Cartago. Synalus, el jefe de las legiones cartaginesas en Minoa, era un viejo amigo de Dion. Desde este punto, Dion reclutó a muchos sicilianos, ansioso por deshacerse del régimen de Dionisio.
Dion y sus tropas partieron hacia Siracusa después de recibir noticias de que Dionisio estaba en campaña en el sur de Italia con la mayoría de sus naves de guerra. Reuniendo fuerzas mientras marchaba a través de la isla, Dion llegó a Siracusa sin un solo encuentro. A las puertas de la ciudad, una ciudadanía agradecida lo recibió como su libertador. El tirano regresó con rapidez a la ciudad, se hizo fuerte en la fortaleza de Ortigia, un pequeño enclave de Siracusa, desde donde hizo alguna tentativa militar y de negociaciones con Dion que no lograron mejorar su posición, y parecía sólo una cuestión de tiempo antes de que Dion se convirtiera en señor de Siracusa. Dionisio se fue de Siracusa por precaución, dejando una guarnición en la ciudadela que se rendiría al cabo de un año.
La Academia entonces lanzó la segunda fase de su operación: el ataque a Delfos. Esta lucha, conocida como la Guerra Sagrada, fue el cumplimiento de un plan concebido treinta años antes por Platón para la destrucción de Delfos a manos del viejo Dionisio I. En el año 356 a. C., los habitantes de Delfos se rebelaron contra el culto controlado por Persia. Dirigidos por un militar ingenioso llamado Filomelo, se apoderaron del templo de Apolo y sus inmensos recursos de oro. Este oro se utilizó para financiar la lucha contra el culto a Apolo durante un tiempo. Apoyando la rebelión en Delfos estaba el nuevo rey de Esparta, Arquidamo, hijo y sucesor de Agesilao.
Lo cierto es que Dion consiguió establecer un gobierno provisional en Siracusa, pero este gobierno nunca pudo lograr una estabilidad política en la ciudad. Los constantes ataques, protestas e intrigas de facciones opositoras hacían que fuera muy difícil asentar un orden, y mucho menos llevar a cabo algún tipo de reforma política o social. Tal vez la Academia no llegó a calibrar bien el grado de corrupción y caos político que subyacía bajo la tiranía de Dionisio, además de las artimañas de los enemigos de Platón para desbaratar sus planes.
Finalmente, en el año 354 a. C., Dion sería asesinado por un tal Calipo, un antiguo infiltrado de la Academia que había venido con Dion desde Atenas para la campaña de Siracusa. El propio Calipo tomaría el gobierno, pero sobrevivió sólo un año a la guerra civil que culminó en la restauración de Dionisio. Todo lo que sabemos de Calipo proviene de la Séptima Carta de Platón, en la que señala al culto eleusiano, un derivado místico del culto de Apolo en Delfos, como la fuerza detrás de la mano asesina.
Platón quedó profundamente afligido, tanto por la pérdida de su amigo como la pérdida de la oportunidad estratégica que representaba Siracusa.
Unos años más tarde, en 347 a. C., Platón, que ya tenía ochenta años de edad, moriría. Mientras tanto, la Academia se oponía a Delfos en la Guerra Sagrada, y también iba a ser derrotada por una alianza tebana respaldada por los persas.
El legado
La historia de la vida y la lucha de Platón no estaría completa sin una referencia a la carrera futura de un niño que tenía ocho años cuando murió Platón, y que debía cumplir el programa de la Academia y llevar a cabo la destrucción del Imperio Persa: Alejandro Magno. Sabemos que en la década posterior a la muerte de Platón, los agentes de la Academia, en alianza con los Sacerdotes del Oráculo de Zeus-Amón, reclutaron al joven Alejandro para realizar la obra de Agesilao. Alejandro, según los registros históricos, fue incorporado a este programa a través de la embajada de Delio de Éfeso, un estudiante de la Academia. A lo largo de su carrera, confiaría en los alumnos de Platón para que le guiaran en la extraordinaria hazaña no sólo de conquistar, sino también de reconstruir Persia como imperio humanista infundido por la cultura griega. En este programa, Alejandro siguió casi al pie de la letra el esbozo de otro alumno de Sócrates, Jenofonte. La organización del programa de construcción de ciudades de Alejandro sigue el curso de la gran obra “Cyropedia” (“La educación de Ciro el Grande”) de Jenofonte. La obra de Jenofonte, a menudo descrita como historia o fantasía, no era ninguna de las dos cosas: era una cuestión política, un programa para el establecimiento de un monarca de cultura griega en el trono persa. Es el programa por el que Jenofonte luchó junto a Ciro el joven y junto a Agesilao. Podemos estar seguros de que junto con ese otro gran relato de una expedición a Asia, el de La Ilíada de Homero, y los Diálogos de Platón, todos fueron libros de cabecera de Alejandro.
Uno de los mejores ejemplos del legado de Alejandro Magno es la Biblioteca de Alejandría.
La ciudad de Alejandría fue fundada en el año 331 a. C. por Alejandro en Egipto, y la Biblioteca de Alejandría fue fundada a su vez alrededor del año 283 a. C. manteniéndose como un centro de conocimiento y sabiduría durante varios siglos. Algunos de los más grandes sabios de la época dirigieron la Biblioteca, como sería el caso del erudito Eratóstenes, nativo de la colonia griega de Cirene (norte de la actual Libia).
Alejandro no tuvo un éxito total en acabar con la oligarquía, que organizó su trágico asesinato y el desmembramiento de su imperio precisamente en la ciudad de Babilonia. Pero a través de las ciudades que construyó y a través de su educación de los pueblos de Asia Menor y Egipto en la cultura griega clásica de Homero, Esquilo y Platón (ahora convertida en patrimonio cultural de la humanidad) él preservó para las generaciones posteriores la base sobre la cual continuar la lucha por la civilización.
Platón no escribió expresamente para las generaciones futuras, aunque seamos en todos los sentidos beneficiarios de su trabajo, sino para la tarea inmediata y crucial de derrocar a la oligarquía en su propio tiempo. Su plan se hizo patente en su trilogía literaria que comenzó con el Timeo, continuó con su Critias, inacabado probablemente debido a las circunstancias cambiantes de su tiempo, y acabó reformulando las notas para el Hermócrates, obra nunca escrita, en la forma de Las Leyes. En las Leyes, el programa político probablemente previsto para el Hermócrates se presenta claramente. Las Leyes son la más completa elaboración del «segundo mejor estado» de Platón, el programa solicitado en el diálogo Estadistas. Así, toda su obra se desvela como perfectamente relacionada y coherente.
Epílogo: la ascendencia faraónica de Alejandro Magno
Existe un curioso libro acerca de la vida de Alejandro Magno titulado “Vida y Hazañas de Alejandro de Macedonia”, que se atribuye a un autor desconocido al que se suele citar como Pseudo-Calístenes. Se le conoce con ese nombre al autor porque algunas fuentes atribuyen esa autoría a Calístenes de Olinto, que fue un historiador que acompañó personalmente a Alejandro en sus lances y escribió acerca de él. Hay un pasaje en ese libro de gran interés que, si bien no parece tratarse de un relato histórico sino más bien de una ficción probablemente basada en viejas leyendas, resulta muy interesante e incluye algunos aspectos tal vez no tan fantasiosos como pudiera parecer.
La cuestión de si Alejandro Magno era en realidad de origen faraónico era importante, ya que fundamentaba el derecho del macedonio al trono egipcio, no como un conquistador extranjero, sino como un pretendiente legítimo al ser hijo del último faraón. El propio Alejandro lo tomaba muy en serio, como se indica en los registros históricos de su estancia en Egipto.
Se cuenta en el libro que el faraón Nectanebo era un mago de gran poder. Gracias a este poder logró contener a los ejércitos invasores que atacaban Egipto. Pero ante el despliegue de una fuerza muy poderosa contra el país, Nectanebo termina escapando hacía Pelusio, puerto egipcio en el delta del Nilo, disfrazado de sacerdote. Alarmado el pueblo por la desaparición de su faraón, consultaron el oráculo del Serapeo, que vaticinó el regreso de Nectanebo en la forma de su hijo Alejandro con las siguientes palabras: “Ese rey que ha huido regresará de nuevo a Egipto no más viejo, sino rejuvenecido, y someterá a nuestros enemigos los persas”.
Refugiado en Macedonia, Nectanebo se hace famoso como adivino. La reina Olimpia de Epiro (la madre de Alejandro) acudió a consultarle impresionada por su fama, para preguntarle si era cierto que su esposo Filipo II de Macedonia al regresar de la guerra la rechazaría y tomaría a otra como esposa. Nectanebo entonces la convence de que la única manera de que esto no suceda es que acepte unirse durante la noche con el dios Amón para tener un hijo de él, el cual será un vengador de los ultrajes que le haga Filipo. Una vez llegada la noche, Nectanebo se disfraza con los cuernos del carnero y túnica blanca, atributos del dios, y así toma a Olimpia en su dormitorio.
A su regreso, Filipo no ejerce ninguna medida de represalia contra su esposa, asombrado por los diversos prodigios que le muestra Nectanebo tanto en sueños como durante sus banquetes para engañarle sobre la procedencia divina del aún no nacido Alejandro.
La muerte de Nectanebo ocurrió cuando Alejandro, con doce años de edad, le acompañó en sus observaciones astrológicas en el campo. Para burlarse del adivino, le llevó hasta un hoyo donde le dejó caer mientras Nectanebo mantenía su vista lejos del suelo, ensimismado en las constelaciones y planetas (este episodio está claramente tomado de una anécdota similar de Tales de Mileto). Golpeándose en la cabeza, Nectanebo comprende que la herida es fatal y decide entonces revelar toda la verdad a Alejandro sobre su reinado en Egipto, su viaje y el engaño con el que consiguió seducir a su madre. Arrepentido de su acción y compadecido del que ahora sabe su padre, el joven Alejandro llevará su cadáver hasta Olimpia que, no obstante, decide construirle una tumba digna en la ciudad macedonia de Pella.
Hay que decir que los registros históricos indican que Nectanebo huyó efectivamente ante la invasión del persa Artajerjes III, pero no consta nada más acerca de su paradero posterior.