Prisciliano fue un religioso y asceta de origen hispanorromano que vivió en el siglo IV de nuestra era; es particularmente conocido por haber fundado y promovido la secta del priscilianismo, la cual tuvo un gran impacto en la zona noroccidental de la península ibérica. Su influencia se extendió cronológicamente desde el mismo siglo IV hasta el VI, subsistiendo en focos rurales y diluyéndose progresivamente con la llegada a la península de los pueblos bárbaros hasta su desaparición con la invasión musulmana. Intentaré a lo largo de este artículo poner de manifiesto la relación, en base a los datos conocidos, entre este atípico personaje y el estudio del esoterismo, así como detalles excepcionalmente interesantes acerca de su vida y predicación.
Primeramente debemos ubicarnos en el momento histórico en que estos sucesos se desarrollaron: el imperio romano, ya dividido y en franco declive, acoge a un pujante cristianismo que desplaza paulatinamente al paganismo tradicional romano, ya que a partir de la legalización promulgada por Constantino en el 313 d.C. (junto a la tardía conversión de éste) acabó convirtiéndose en la religión oficial del imperio por edicto del emperador Teodosio finalmente en el año 380 d.C. Por tanto, hacia la mitad del siglo IV encontramos en Hispania (geográficamente dividida en provincias romanas) un catolicismo regularmente asentado, ya jerarquizado y auspiciado por la autoridad imperial.
En este entorno social aparece la figura de Prisciliano, un hombre con una vida marcada por un final, cuando menos, llamativo: se trata de la primera persona en la historia sentenciada a muerte acusado de herejía por la Iglesia Católica, y ejecutado en nombre de ésta por la autoridad secular. Aunque los datos sobre su biografía personal son escasos (y bastante matizados al provenir en general de sus detractores), se puede decir que nació hacia el año 340; el lugar de su nacimiento continúa siendo impreciso, pues se apunta tanto a la provincia de Gallaecia (actualmente Galicia y norte de Portugal) como a Lusitania (resto de Portugal y Extremadura) o incluso la Bética (actual Andalucía). Respecto a esta particular, el testimonio relacionado más importante que se conserva es el del cronista Sulpicio Severo, que en su “Chronica” (escrita hacia 404 d.C.) dice:
«Prisciliano era de familia noble, rico, sutil o deslumbrante, inquieto, elocuente, erudito por los largos estudios, pronto para disertar y discutir. Verdaderamente bien aventurado, si su espléndido ingenio no se hubiera corrompido por el pernicioso estudio»
Pese a que el cronista galo no lo aclara, Prisciliano podría haber nacido más bien al norte de la Bética o en la Lusitania; en ambas provincias existían patrimonios de familias aristocráticas, más numerosos que en el Noroeste de Hispania, lo cual es una realidad socio-económica acorde con los ascendientes familiares del líder religioso que podría aportarse como alegato en favor de esta teoría. Los supuestos orígenes gallegos del mismo podrían ser una proyección posterior basada en el gran desarrollo que tuvo el movimiento en la Gallaecia y en una reseña de Próspero de Aquitania afirmando este hecho (aunque algo posterior). Fuera como fuese, es claro que a día de hoy no hay una confirmación fidedigna del lugar de nacimiento y que Prisciliano procedía de familia pudiente.
La siguiente noticia (cronológicamente) que tenemos respecto a Prisciliano le sitúa hacia el año 370 en Burdigala (actual Burdeos, Francia), adonde se había dirigido para ponerse bajo la tutela de Elpidio y su mujer Agape (Eucrocia). Estos eran personajes instruidos (ella además era una mujer de alta posición social) que a su vez habían recibido amplia formación en el cristianismo oriental (gnosticismo) de un personaje llamado Marcos de Memphis (por provenir de esa ciudad egipcia), y que había sido discípulo directo de Manes (Mani), el fundador persa del maniqueísmo. Esto sitúa a Prisciliano directamente en la órbita doctrinal del gnosticismo, y más concretamente del maniqueísmo, de lo cual sería acusado ya recurrentemente.
Después de una dilatada estancia en Burdeos, Prisciliano vuelve a Hispania y comienza su predicación. Dado el adoctrinamiento recibido allí, se puede considerar que introdujo el gnosticismo cristiano en la península, un dato muy a tener en cuenta. Algunos autores sostienen que volvió acompañado de su mentor Elpidio, con quien desarrollaría la divulgación de sus ideas probablemente a lo largo de toda la Lusitania camino del sur. En todo caso es indudable que se produjo un notorio crecimiento de sus seguidores y el apoyo de obispos como Instancio y Salviano, con los cuales crearía lazos muy estrechos; una estricta profesión de fe común.
Hacia el año 378 ó 379 Higinio, obispo de Córdoba, pone de manifiesto a la vez que denuncia la propagación del movimiento priscilianista mediante una carta escrita a Hidacio, obispo de Mérida. De esta denuncia se desprende que el movimiento religioso fue descubierto durante el período de su expansión por la provincia de Lusitania. A esta provincia debían pertenecer también los obispos Instancio y Salviano, protectores y tempranos seguidores de Prisciliano. También se desprende que la difusión del priscilianismo había comenzado varios años antes, permaneciendo hasta entonces en la oscuridad. Tal vez al expandirse en Lusitania, el movimiento hubiera ido radicalizándose y ostentando comportamientos más llamativos que hasta entonces no habían sido percibidos.
Formulada la referida denuncia de Higinio de Córdoba a Hidacio de Mérida, este se toma las acusaciones con la máxima seriedad y, con el apoyo de Itacio de Ossonoba (obispo de Faro-Algarve) , que se había sumado con vehemencia a la acusación y a posteriori se convertiría en uno de los máximos opositores al priscilianismo, convoca un concilio en Zaragoza con el fin de condenar a gran escala el movimiento priscilianista.
Sulpicio Severo nos dice, cargando un poco las tintas contra los acusadores, que Hidacio «atacó a Instancio y sus socios priscilianistas sin medida y más allá de lo que convenía, dando pábulo al incendio incipiente y exasperando más que apaciguando».
Al sínodo concertado en Zaragoza (hacia el año 380) asistieron diez obispos hispanos y dos procedentes de Aquitania (sur de Francia), lo cual da una idea del alcance que el priscilianismo había logrado por entonces. Sin embargo, no se presentó ninguno de los seguidores de Prisciliano, lo cual contrarió bastante a los acusadores ya que evitaba una condena en firme (el mismo papa Dámaso, además, había decidido prohibir declarar en rebeldía a los ausentes por la falta a un concilio). Sin embargo, el propio concilio acudió a la autoridad civil, obteniendo respuesta favorable del emperador Graciano. Así, fue promulgada una sentencia de condena (hacia 381) contra los obispos Instancio y Salviano y los laicos Elpidio y Prisciliano. Se añadía además para todos los heréticos destierro de las iglesias y posesiones, y si alguno otorgaba comunión a los condenados, contraería la misma pena. Se le encomendó a Itacio de Ossobona que comunicara a todo el mundo la sentencia y de paso que excomulgara a Higinio, el cordobés, que a pesar de ser el primer denunciante de los herejes, después al parecer los había recibido de nuevo en su comunión. La condena se había basado fundamentalmente en acusaciones de maniqueísmo, difusión del gnosticismo y prácticas mágicas, supersticiosas e inmorales.
Tras el concilio, los priscilianistas acuden a Mérida a tratar directamente con Hidacio (que acababa de regresar del mismo), pero son expulsados violentamente en medio de una áspera revuelta.
Esta situación no amedrentó ni a Prisciliano ni a sus seguidores; en un intento de reafirmar la posición del líder, sus allegados Instancio y Salviano le nombran obispo de Avila. A continuación, los tres prelados se ponen camino a Roma para lograr la intercesión para su causa del notable obispo (papa) Dámaso, acompañados de un séquito de simpatizantes. La visita resulta infructuosa, ya que Dámaso se niega a concederles audiencia. Ya de vuelta, obtienen el mismo resultado en Milán con Ambrosio, por aquel entonces figura clave en la jerarquía católica.
Viendo que sus requerimientos a la jerarquía eclesiástica resultaban vanos, los priscilianistas acuden a la autoridad civil: logran la intercesión de Macedonio (alto funcionario de la corte) ante el emperador Graciano para obtener una revocación de la sentencia del concilio de Zaragoza. También consiguen poner de su lado a Volvencio, a la sazón procónsul de Lusitania, el cual incluso comienza una persecución contra el antes acusador Itacio de Ossobona (ahora él mismo acusado de calumnias), el cual huye a la Galia. Se dice que Prisciliano obtuvo el favor de todos estos funcionarios gracias a generosos sobornos, pero lo cierto es que las cosas habían dado un giro inesperado y Prisciliano e Instancio ocupaban satisfechos sus sedes respectivas (Salviano había muerto durante su estancia en Roma). Desde su sede abulense, Prisciliano retoma su actividad intelectual: elabora estudios sobre los Cánones de san Pablo y sobre los evangelios apócrifos, varios tratados acerca del antiguo testamento, probablemente también el “Liber ad Damasum”…obras que conocemos hoy en día sólo por referencias y alusiones de otros autores y cronistas.
Llegados a este punto se produce un acontecimiento que marcaría definitivamente el destino de Prisciliano: el general Clemente Máximo se subleva en Britania contra el emperador Graciano y, junto a un fuerte ejército, desembarca en la Galia en pos de éste. Graciano es depuesto y asesinado y Máximo obtiene el reconocimiento como emperador (año 384) de los territorios de Britania, Galia e Hispania, ubicando su capital en Tréveris (actual Trier alemana).
El obispo Itacio, atento a estos hechos y aún resuelto a perseguir y acabar con los priscilianistas, se presenta en la corte de Tréveris y consigue que el emperador convoque un nuevo concilio dedicado exclusivamente al asunto priscilianista; este sínodo se celebró en Burdeos y de él salió una firme condena contra Instancio (principal valedor de Prisciliano) al cual se destierra, apartándole definitivamente del episcopado. A la vista de estos hechos Prisciliano, intentando eludir condena propia por parte del concilio, se dirige al emperador, pero sus oponentes arrecian en sus acusaciones: se le incrimina por cargos de magia negra profusamente utilizada (y estas actitudes estaban prohibidas por la autoridad civil) con detalles escabrosos de todo tipo, lo cual desemboca en un nuevo juicio (ya secular) donde se formaliza la condena a muerte (se habla incluso de confesiones bajo tortura) por cargos de maleficio, reuniones noctámbulas y conciliábulos obscenos, amén de excesos morales diversos. Prisciliano y seis de sus más allegados son ejecutados en Tréveris (corre el año 385), mientras otros simpatizantes son despojados de sus bienes y cargos o desterrados directamente, para forzar la dispersión de los priscilianistas.
Las condenas de Tréveris no sentaron bien en el ámbito eclesiástico, en principio por su violencia pero también por la injerencia del poder secular en asuntos de la iglesia (si bien es cierto que el mismo Prisciliano había provocado repetidamente esta injerencia). El mismo Martin de Tours, ilustre y respetado jerarca católico en aquella época (luego sería canonizado), estuvo presente en el concilio de Burdeos e intentó suavizar las condenas, incluso intercedió por Prisciliano ante el emperador para salvarle de la pena máxima, quedando bastante decepcionado por el desenlace de los acontecimientos. También Ambrosio de Milán siguió el curso de los hechos con estupor, así como el recién nombrado papa Siricio, como lo demuestra el que posteriormente rompieran la comunión con Itacio y sus secuaces.
Sulpicio Severo, al hilo de estos sucesos, dice lo siguiente:
“Muerto Prisciliano, no sólo no fue reprimida la herejía que este había propalado, sino que se afianzó más, pues sus seguidores, que antes le veneraban como a un santo, después comenzaron a darle culto como a un mártir. Traídos los cuerpos de los condenados a España, se celebraron sus pompas fúnebres con gran solemnidad, de tal modo que jurar por Prisciliano era considerado como una expresión acabada de religiosidad. Y entre los nuestros se encendió la guerra perpetua de la discordia…”
Efectivamente, un grupo de seguidores de Prisciliano viajó a Tréveris para recoger su cuerpo, el cual fue traído y enterrado, con gran veneración, en un lugar que desconocemos y que se guardó en absoluto secreto.