Realmente el pontificado de Diego Gelmírez supone un antes y un después muy definido en la historia de Compostela: a partir de su muerte la sede compostelana ya gozaba del privilegio de archidiócesis con dignidad arzobispal, un prestigio bien consolidado que traspasaba fronteras y una afluencia de peregrinos que no paraba de crecer y a la vez de magnificar la figura del Apóstol. Además, el reforzamiento defensivo tan eficazmente impulsado por Gelmírez encontró continuidad en el lento pero inexorable avance de la Reconquista, permitiendo una estabilidad y seguridad en la zona noroccidental de la península muy favorable para el desarrollo de la actividad afecta al mundo jacobeo. En este sentido Santiago de Compostela ya no se vería bajo seria amenaza militar extranjera nunca más excepto en puntuales ocasiones, como el conato de invasión supuestamente planeado por el inglés Francis Drake a finales del siglo XVI, frustrado eficazmente tras su ataque a La Coruña pero que provocó el controvertido traslado de las reliquias del apóstol por temor a su destrucción (con el sorprendente extravío de las mismas durante casi tres siglos), o durante la breve ocupación de la ciudad por parte de las tropas napoleónicas a principios del siglo XIX, que no supuso especial impacto en el entorno jacobeo a excepción del saqueo que hicieron los invasores robando todo el oro, plata y obras de arte que pudieron encontrar en la catedral de Santiago (que era abundante), incluído el simbólico botafumeiro de plata.
La catedral de Santiago actual, en cuya cripta bajo el altar mayor se dice que continúan guardadas las reliquias del Apóstol y que es la meta de la peregrinación del Camino de Santiago, comenzó con la edificación de la primitiva catedral románica como hemos visto bajo la iniciativa del obispo Diego Peláez hacia 1075 sufriendo a lo largo de los siglos sensibles reformas y remodelaciones en sucesivos estilos arquitectónicos que completan el espléndido templo que podemos contemplar hoy en día. Paralelamente, el Camino de Santiago (principalmente el tradicional Camino Francés) ha evolucionado con los tiempos desde sus primitivos inicios como ruta salpicada de peligros y obstáculos geográficos, que lo convertían en una auténtica aventura en la que el peregrino se jugaba la vida en el empeño. La constante afluencia de peregrinos impulsó la creación de hospitales y edificaciones estables y duraderas a lo largo de la ruta, a lo cual colaboraron tanto monarcas cristianos como la propia autoridad eclesiástica y órdenes militares religiosas diversas, que garantizaban la seguridad de la ruta además de establecer normas jurídicas y administrativas de apoyo y protección a los peregrinos.
Si observamos el desarrollo general de la peregrinación jacobea, vemos que históricamente la afluencia de peregrinos al Camino de Santiago fue creciendo progresivamente en la Edad Media, sufriendo una primera crisis hacia el siglo XVI: esta crisis se produjo coincidiendo con la aparición del protestantismo en Europa. La base teórica protestante rechazaba la devoción a los santos y la veneración a las imágenes religiosas, pero además el propio Lutero, principal impulsor de la reforma protestante, se erigió como uno de los mayores críticos de la Tradición Jacobea desaconsejando abiertamente a los fieles la peregrinación además de llegar a sugerir despectivamente que los restos enterrados en la basílica podrían bien ser de un animal como un perro o un caballo. Lutero era plenamente consciente de la importancia de la Tradición Jacobea en el catolicismo imperante, por lo que atacó enardecidamente dicha Tradición lo cual junto con la expansión del protestantismo influyó negativamente sin duda en la peregrinación sobre todo la que tenía como origen centroeuropa.
Después de un período de relativa estabilización de la Ruta Jacobea llegaría una segunda crisis a partir del siglo XIX tras la Revolución francesa: a la pérdida de poder de la Iglesia y la secularización general producida en el continente europeo se sumó el importante y muy negativo impacto sobre las infraestructuras del Camino provocado por la desamortización; este fue un largo proceso administrativo (cubrió todo el siglo XIX) por el cual el Estado buscaba un flujo de ingresos extra a costa de vender o subastar (previa expropiación forzosa) bienes tradicionalmente en manos de la Iglesia católica. A consecuencia de todo ello el tránsito de peregrinos se redujo considerablemente hasta alcanzar sus límites más bajos hacia mediados del siglo XX.
Sin embargo, hacia finales del siglo XX la peregrinación experimenta una notable recuperación, producida por un gran aumento de la popularidad del Camino de Santiago a nivel internacional que propicia la llegada masiva de visitantes no sólo europeos, sino de países de todo el mundo. Este crecimiento sin precedentes posiblemente debe achacarse al potenciamiento del Camino en su aspecto lúdico (como interesante y original ruta turística) más que a un inusitado resurgimiento de la fe religiosa. Una consecuencia de todo esto es la multiplicación de rutas admitidas “oficiosamente” para la peregrinación, no sólo dentro de la península sino desde muchos puntos del continente. A los tradicionales Camino Francés, con su entrada por Navarra o Aragón, Camino Primitivo con origen en Oviedo enlazando en León con el anterior, Camino del Norte desde Francia por la costa cantábrica y Via de la Plata viniendo por el sur desde Sevilla, se han añadido múltiples rutas que tienen su origen prácticamente en el punto que se antoje a cada viajero confluyendo, eso sí, en Santiago de Compostela (normalmente la catedral).
En cuanto a las reliquias del Apóstol, siendo estrictamente objetivos podemos decir que no hay datos absolutamente concluyentes que certifiquen la autenticidad de estos restos, si bien existen diversos indicios muy a tener en cuenta que la apoyan.
En 1878 se realizaron trabajos de excavación oficiales en la catedral que tenían por objeto la búsqueda de las reliquias ocultadas tres siglos antes, como hemos mencionado en previsión del saqueo de los ingleses. Como resultado de estas excavaciones se descubrieron bajo el altar mayor restos de un edículo o templete romano, y en el fondo del ábside un nicho con los restos correspondientes a tres esqueletos humanos de gran antigüedad, los cuales fueron sometidos a diversos análisis que determinaron que pertenecían a tres varones que presentaban restos adheridos propios de un típico sepulcro original romano. Todo esto conducía a la hipótesis de que se trataba de los restos de Santiago y sus dos discípulos. La autoridad eclesiástica de Santiago pidió al Vaticano que examinara y evaluara todo el proceso, cosa que se hizo por medio de un grupo de cardenales y prelados designado ex profeso por el propio papa. Así comenzaba el llamado “Proceso Romano” por el cual se revisaron con el mayor rigor todos los datos aportados por la archidiócesis compostelana de los trabajos realizados en el subsuelo de la catedral y sus conclusiones. En este proceso tuvo crucial importancia el estudio de la “reliquia de Pistoia”: esta reliquia era un trozo de hueso extraído de las reliquias por Diego Gelmírez y enviado hacia 1138 al obispo Atón de Pistoia (Italia) como obsequio personal (hecho bien documentado), conservándose allí desde entonces con gran veneración. El análisis de este resto óseo precisó que se trataba de una punta de la apófisis mastoidea del hueso temporal de un cráneo, desprendido según el estudio por decapitación, y que de hecho faltaba en uno de los cráneos encontrados en la catedral de Santiago. Se confirmaba así que los restos encontrados eran los mismos de los que Diego Gelmírez había obtenido la reliquia, y que venían siendo custodiados desde el hallazgo de Teodomiro.
De este modo y tras dar por concluido el Proceso romano y su exhaustivo estudio (lógicamente llevado a cabo con los medios de la época) el papa León XIII emitía a finales de 1884 la bula “Deus Omnipotens” mediante la cual se confirmaba la autenticidad de las reliquias de Santiago el Mayor y sus discípulos Atanasio y Teodoro y además se instaba a los católicos de todo el mundo a realizar la peregrinación a Compostela. Este documento resultó trascendental para la continuidad de la peregrinación y por supuesto llenó de satisfacción a la iglesia compostelana, que a lo largo de su historia había soportado duras críticas incluso desde algunos sectores eclesiásticos y la propia Roma poniendo en duda el fundamento histórico de sus tradiciones.
Asimismo, este veredicto parecía aclarar otra incongruencia en torno a los restos de Santiago el Mayor: la Iglesia armenia, una de las congregaciones cristianas más antiguas, siempre ha mantenido basándose en su propia tradición que data de los primeros siglos del cristianismo que la cabeza del apóstol permanece enterrada en un punto de la Iglesia de Santiago de los Armenios (o Catedral Armenia de Santiago) en Jerusalén, donde dicha tradición afirma que fue decapitado el apóstol. También existe un lugar en dicha iglesia dicho sea de paso dedicado a Santiago el Menor donde se dice que se encuentran los restos de este; no hay ningún dato aparte de la leyenda mencionada que corrobore la presencia de dichas reliquias en el templo armenio ni jamás se ha intentado aportarlo, y los propios cristianos armenios siempre han aceptado no sólo la Tradición Jacobea sino la evangelización de Hispania por Santiago el Mayor sin ningún tipo de duda, salvo el detalle de la cabeza que ellos siguen venerando en Jerusalén dando por hecho que nunca salió de aquellas tierras.
Desde el Proceso Compostelano – Romano no consta que se haya vuelto a realizar ningún análisis de las reliquias que se conservan en la catedral de Santiago.
Las reliquias, según lo expresa la religión católica, son restos óseos o incluso determinados objetos que pertenecieron a un santo o pudieron estar en contacto con el, con mayor motivo tratándose de un santo que hubiera tenido contacto directo con Jesucristo. Los cristianos comenzaron a preservar estas reliquias desde los primeros tiempos no sólo por veneración y respeto, sino también por su poder intercesor ante Dios. Los santos, y especialmente los mártires, que de alguna manera habían sellado su triunfo sobre la muerte trascendiendo esta, eran invocados por los creyentes en la lucha contra las fuerzas del mal y lógicamente el poder taumatúrgico se potenciaba si se hacía la invocación en presencia de alguna reliquia. La peregrinación es el máximo exponente de la combinación de estas creencias, lo que da una idea de la importancia que adquirió en su origen primitivo la peregrinación a Compostela, un viaje que unía el sacrificio personal y el propio valor penitencial del Camino hasta el lejano sepulcro en el extremo occidental del mundo conocido (“finis terrae”, en cuya dirección viajan alegóricamente las almas de los muertos) a la presencia física en la culminación del Camino de las reliquias de tan insigne personaje como es el apóstol Santiago el Mayor.
De este modo podemos percibir el aspecto esotérico del Camino de Santiago, entendiendo cómo mediante la fusión de fe y sacrificio el más elevado sentimiento puramente religioso alcanza su punto más álgido y trasciende su sentido mundano adquiriendo un significado que sólo se puede experimentar y comprender en la intimidad de cada ser.
Es significativo que, una vez que el peregrino ha llegado a Santiago y ha experimentado la deslumbrante conmoción que supone la visita a la catedral, tiene la posibilidad al alcance de la mano de continuar el camino casi en línea recta una breve etapa más hasta el cabo de Finisterre. Allí, en el extremo simbólico del mundo, y todavía aturdido por la resaca del encuentro con el Santo, donde termina el sendero, puede mirar en derredor y ver ante sí el vasto océano. Esto quiere decir que aquí cada uno puede asumir la decisión de continuar su particular peregrinaje, sabiendo que el apóstol Santiago ya será su patrón por siempre, que jamás nos abandonará. Es la alegoría del Camino esotérico, el que todo peregrino despierto intuye desde el mismo comienzo del viaje.
El peregrino encuentra el Camino de Santiago salpicado de iglesias y templos, dedicados a reconfortarle y guiarle, a fortalecer su fe en cada etapa. Templos que invitan al recogimiento, o provocan admiración con su esplendor pero que contribuyen a potenciar el fervor religioso que envuelve como una aureola protectora dando sin duda pleno sentido a la peregrinación. El auténtico y primitivo espíritu cristiano, así como la fastuosidad del rito, se encuentran, se solapan en el Camino de Santiago.
También percibirá, si es sagaz, mientras sigue el sendero atravesando valles y montañas que enlazan con amplias mesetas, el eco de los mitos y leyendas atávicos, tan diversos como los tonos de la tierra que le rodea, resonando como reminiscencia de antiguas creencias paganas de cuando el hombre estaba a merced de los espiritus de los elementos primordiales.
Y, si mira con más atención, podrá apreciar los símbolos místicos que jalonan el Camino y con los que, sin previo aviso ni indicación, el peregrino se tropieza, casi se da de bruces.
Como no podría ser de otro modo el Camino de Santiago se manifiesta como la perfecta alegoría de la alquimia, la ciencia esotérica de la transformación de la materia y del hombre.
“Esta fue la causa por la cual, durante el largo período de veintiún años, hiciera mil intentos infructíferos […] Finalmente, perdida la esperanza de comprender alguna vez las figuras del libro, en último extremo hice un voto a Dios y al señor Santiago de Galicia, para preguntar su interpretación a algún sacerdote judío en alguna sinagoga de España.
Así pues, con el permiso de Perrenelle, llevando conmigo el extracto de las figuras, habiendo tomado el hábito y el bastón del peregrino […] me puse en camino y tanto anduve que llegué a Montjoye y luego a Santiago donde realicé mi voto con gran devoción.” (Nicolas Flamel, “El libro de las figuras jeroglíficas”)
“Santiago, con la calabaza, el bordón y la concha, posee los atributos necesarios para la enseñanza escondida de los peregrinos de la Gran Obra. Y ese es el primer secreto, el que los filósofos no revelan y que reservan bajo la expresión enigmática del ‘camino de Santiago’. Todos los alquimistas están obligados a emprender este peregrinaje. Al menos en sentido figurado, pues se trata de un viaje simbólico, y quien desea obtener provecho de el no puede ni por un solo instante abandonar el laboratorio.” (Fulcanelli, “Las moradas filosofales”).
“La concha de Compostela sirve, en el simbolismo secreto, para designar al principio Mercurio, llamado también ‘viajero’ o ‘peregrino’. La llevan místicamente todos aquellos que emprenden la labor y tratan de obtener la estrella (compos stella).” (Fulcanelli, “El misterio de las catedrales”).
Fulcanelli se refiere a la importancia del Camino de Santiago en su aspecto alegórico, afirmando su relación directa con los más altos secretos, ocultos bajo el velo del simbolismo.
Son sólo algunos testimonios de ‘iniciados’. El mismo Raimundo Lulio marcaría un radical cambio en su vida con su peregrinación a Santiago.
Es asi que el Camino de Santiago nos muestra cómo la intuición da lugar a la creencia, esta se convierte en religión, y la religión es trascendida por la verdad absoluta.
“El camino de peregrinación es cosa buena, pero es estrecho […] es para los buenos; carencia de vicios, mortificación del cuerpo, aumento de las virtudes, perdón de los pecados, penitencia de los penitentes, camino de los justos, amor de los santos, fe en la resurrección y premio de los bienaventurados, alejamiento del infierno, protección de los cielos. Aleja de los suculentos manjares, hace desaparecer la voraz obesidad, refrena la voluptuosidad, contiene los apetitos de la carne, que luchan contra la fortaleza del alma, purifica el espíritu, invita al hombre a la vida contemplativa, humilla a los altos, enaltece a los humildes, ama la pobreza; odia el censo de aquel a quien domina la avaricia; en cambio, del que lo distribuye entre los pobres, lo ama; premia a los austeros y que obran bien; en cambio, a los avaros y pecadores no los arranca de las garras del pecado”. (Códice Calixtino, en su sermón “Veneranda Dies”).
“Allí se reúnen de todos los climas del mundo, francos , normandos, escoceses, irlandeses, galeses, alemanes, íberos, gascones, baleares, navarros, vascos, godos, provenzales, los de Warasque, lotaringios, cattos, anglos, bretones, los de Cornualles, flamencos, frisones, los del Delfinado y la Saboya, noruegos, rusos, georgianos, los de Nubia, partos, romanos, gálatas, efesinos, medos, toscanos, calabreses, sajones, sicilianos, asiáticos, del Ponto, de Bitinia, dela India, cretenses, jerosolimitanos, asntióquenos, galileos, sardos, chipriotas, húngaros, búlgaros, eslavones, africanos, persas, alejandrinos, egipcios, sirios, árabes, colosenses, moros, etíopes, filipenses, capadocios, corintios, elamitas, de Mesopotamia, libios, cirenenses, de Panfilia, de Cilicia, de Judea y otras innumerables gentes de toda lengua, tribu y nación que llegan por compañías y falanges….” (Códice Calixtino – Liber Sancti Jacobi)