Aquí tenemos un texto de alquimia tradicional, presumiblemente escrito por un adepto de dicha ciencia y en el cual este refuta y corrige ciertas afirmaciones hechas por otro personaje al cual llama “Pantaleón” y califica más o menos como un simple aficionado al arte. El autor que nos ocupa es anónimo aunque por lo escrito bastante versado en la materia; acerca de la veracidad histórica de Pantaleón (en relación con la alquimia) la única referencia que se tiene es una mención de Nicolas Lenglet du Fresnoy (erudito francés del siglo XVII-XVIII) en su obra “Historia de la filosofía hermética” hacia el “Anónimo Pantaleón” citando algunos libros escritos por el y relacionados con la alquimia.
El texto íntegro (del cual a continuación se copia un extracto), de 84 páginas, se encuentra al final de un pequeño volumen publicado en París en 1689, por Laurent d’Houry (impresor francés del siglo XVIII), que contiene otros dos tratados: El primero, de Mathurin Eyquem du Partineau, titulado El Piloto de Onda Viva y el segundo, La Tumba de Semiramis, cuyo autor es anónimo también. No se ha podido atribuir la autoría de la Refutación del anónimo Pantaleón al mismo Mathurin Eyquem, este texto aparece a partir de la segunda edición del volumen por lo que sería un “añadido” posterior.
La Refutación del anónimo Pantaleón
(Extractos)
Si nuestra raíz posee en sí misma el germen del oro, se deduce que ya no necesita de ningún metal para la composición de la piedra, ya que ella misma es metal y mina del metal; es nuestro oro y nuestra plata y posee en sí misma todo lo necesario para la composición del Elixir. No le disminuimos nada, sino que sólo rechazamos aquello que es superfluo en la preparación, o mejor dicho, toda la superfluidad, impureza, feculencia e inmundicia se convierten en la verdadera materia por medio de nuestro fuego, según el decir de Pontanus…
En general, todos los Filósofos, tanto antiguos como modernos, afirman que sólo hay una cosa, una vía y un medio que puedan conducir a la realización del magisterio, lo que sin duda es cierto; y todos los Sabios excluyen tu pretendida doble vía: la húmeda y la seca. Aprende, pues, que la vía húmeda y la seca son una misma vía lineal; puesto que en nuestra obra sólo aparecen la tierra y el agua. Cuando vemos el agua, se llama vía húmeda, y cuando vemos toda el agua convertirse en tierra, entonces la llamamos la vía seca, y no podrías explicar cada una de estas vías por separado sin liarte ni suponer varias circunstancias imaginarias, tal como hacen los sofistas y no los verdaderos Filósofos…
Abre tus ojos, oh, docto Pantaleón, y aprende que de una sola cosa, por una sola vía, una sola disposición y un sólo acto se realiza todo el magisterio; según dice Geber, nuestro Arte no se realiza, en modo alguno, por la multiplicidad de las cosas, Y aunque los Sabios, dice Morieno, hayan diferido entre ellos en lo que respecta a los hombres y las palabras, todos han entendido una sola cosa, una sola disposición y una sola vía.
Cualquiera, pues, que haya errado al principio sobre esta cosa única, trabajará en vano; porque, siguiendo el testimonio de Arnaldo de Vilanova, no hay en todo el mundo otra cosa que nuestra única piedra concedida sólo a los hijos del arte y en la cual no entra nada ajeno. Con ella trabajan los Sabios, y de ella sale todo lo que buscan; pero no se le mezcla nada, ni parcial ni totalmente. Se le llama origen del mundo, y nace a la manera de las cosas germinantes, a causa de lo cual, según Hércules Filósofo, este magisterio procede de una única raíz y luego se extiende en varias cosas, de donde vuelve acto seguido a una sola cosa… Pues nuestra piedra se hace roja a sí misma y se hace negra a sí misma, se casa y se alía a sí misma, y se concibe a sí misma hasta haber llegado al final de la obra. En fin, no hay ninguna piedra en el mundo semejante a ésta. Pues se fecunda a sí misma, se concibe por sí misma y se da a luz a sí misma. Es, pues, ridículo imaginar que pueda hacerse la Piedra Filosofal de diversas materias y por diversas vías, ya que la Naturaleza nos ha preparado una única materia en la cual no falta nada, excepto estas dos cosas, a saber: quitar lo superfluo y completar lo que falta; estas dos cosas pertenecen al arte y se realizan por el arte mediante una decocción que le es propia y conveniente, separando y uniendo…
No se podría hacer volver de la especificación a la universalidad sin la destrucción de los cuerpos…
Cualquiera que posea este mercurio de los Filósofos no necesita de los metales para realizar la Piedra, pues en el mercurio de los Filósofos y no en tu mercurio venal está todo cuanto buscan los Sabios…
El mercurio vulgar sólo es un cuerpo grosero y material, mientras que el disolvente Filosófico es verdaderamente un cuerpo espiritual. Dime, ¿qué hay más claro? Pero el conocimiento de nuestra materia y de nuestra obra artificial no pertenece a un Artista duro de mollera; y tú lo eres, querido Pantaleón, cuando osas burlarte de Filaleteo y de muchos otros Adeptos porque han trabajado fuera de la metaleidad mercurial vulgar y sólo se han consagrado a nuestro Saturno, a nuestro Antimonio, a nuestro mercurio filosófico y a nuestro vitriolo que se extrae de una cosa vil, que es la raíz de los metales y que contiene en sí, en potencia, a todos los metales. Busca esta cosa y te dará todo lo que buscan los Sabios; pues en ella están el Sol y la Luna vivos, y no aquellos que están muertos, como el oro y la plata vulgares…
Pues estos cuerpos vulgares están muertos por el fuego de fusión. Pero nuestro Sol y nuestra Luna, que están encerrados en nuestra materia, están vivos y no han perdido sus espíritus, porque nunca han sufrido el fuego de fusión. Esta es la materia que hay que buscar cuidadosamente y el modo en que hay que tratarla, pues es sólo en ella y por ella que se hace la piedra de los Filósofos…
Tampoco es cierto que los demás metales procedan naturalmente del mercurio vulgar de forma inmediata. Lejos de ello, la naturaleza forma el mercurio impuro del vulgo del otro mercurio, como de una simiente que es totalmente distinta del mercurio vulgar. Este es un cuerpo metálico y puramente un metal, mientras que el otro, el que utiliza la naturaleza, es un espíritu puro y la verdadera simiente de los metales.
Y aunque el mercurio vulgar contenga este espíritu en abundancia, no se podría separar de su cuerpo sin nuestro espíritu general, que es la verdadera materia de nuestra piedra bendita. Así, concluyo que hay otro mercurio aparte del vulgar, creado por sí mismo de la naturaleza, que, considerado como simiente, es el principio de nuestro Arte, y, considerado como tintura, es su fin. Y, aunque no sea precisamente ningún metal, tiene sin embargo la esencia del mercurio vulgar. Y Geber exclama: ¡Alabado sea el Altísimo que ha creado este mercurio! «La Piedra –dice Ripley- es el valor potencial de los metales y para tenerla de algún modo, hay que ser muy avisado». ¡Oh palabra admirable que declara toda nuestra ciencia!, pues este valor potencial de los metales es, en efecto, nuestra verdadera materia. Son dos humos muy sutiles los que la componen y unidos reciben el nombre de metal potencial, a saber, oro y plata, Sol y Luna en potencia y no en acto, como se ve claramente en Arnaldo de Vilanova y otros infinitos autores; mientras que los metales vulgares no son metales en potencia, sino en acto…
Todos los Filósofos coinciden con Geber en que nuestra materia es una sola cosa a la que no añadimos ni disminuimos nada, aparte de las superfluidades que separamos en la preparación. Así. Pues, dime, te lo ruego, Pantaleón, ¿qué encontrarías superfluo en el oro, qué encontrarías que fuera inmundo, feculento, sucio e impuro y que pudieras convertir en verdadera materia por medio del fuego de Pontanus? No, mi dignísimo Señor, el oro vulgar no es la materia de nuestra Piedra, y no se hace a partir de él la medicina mineral; nuestra piedra, creada de la naturaleza, se encuentra todos los días en sus propios estiércoles y en sus cloacas fétidas, no precisa de nada, sólo que se separe lo que es heterogéneo en ella, o sea en nuestra materia, que es vil y no preciosa, y que se vende públicamente y a bajo precio en las boticas, lo cual no podría aplicarse al oro vulgar…
Hay un solo cuerpo dos tinturas principales que hay que separar de su lutosidad (del latín lutum: barro, fango); este cuerpo es nuestra materia, de la cual se forma la piedra. Se llama Rebis o Bina Res, porque está compuesta de dos substancias mercuriales distintas. Es, sin embargo, una única cosa individual, que de sí misma, y sin adición de cosa alguna, se altera, se pudre, se disuelve y se congela; la diversidad de esta doble substancia procede de una misma raíz, que engendra estos efectos en sí por la contrariedad de estas dos substancias, pues donde no hay contrariedad de cualidades, no puede haber alteración. No obstante, estas dos substancias distintas aunque individualmente encerradas en un único objeto, no dejan de ser diferentes entre sí, y, a causa de esto, actúan y se alteran, pues una es un cuerpo y la otra es un espíritu, la una fija y la otra volátil, la una álcali y la otra ácida, la una seca y la otra húmeda, la una ligera y la otra pesada, una fría y la otra caliente, una roja y la otra blanca, una espesa y la otra clara, una gruesa y la otra sutil, una dura y la otra blanda. ¡Feliz aquel que pueda conciliar estas dos substancias contrarias, aunque nacidas de una misma raíz y corporificadas en un mismo objeto, y hacer de tal modo que se conviertan la una en la otra por medio de una decocción física! Todo el secreto de este arte consiste, pues, en cocer estas dos materias hasta que se vuelvan amigas y se convengan mutuamente. De ello resulta una materia mucho más noble y perfecta de los que era antes de esta conjunción física, de la que resulta una verdadera paz entre los Elementos…
Primero hay que tomar nuestra materia, que se encuentra bastante preparadas en las boticas de los mercaderes, y que se puede llamar Rebis o Res Bina, o sea, compuesta de dos cosas, aunque individualmente en un solo cuerpo. Habiéndola encerrado convenientemente en un vaso de vidrio, hay que dividirla a la manera de los Filósofos, por una sola decocción por medio de la cual se altera, se pudre, se calcina, se disuelve, y se congela. Ten cuidado, tú, que lees mis escritos, que la alteración, la putrefacción, la calcinación, la división, la cohobación, la solución y la congelación no son sino una misma acción, que es cocer. Cuece, pues, esta cosa, atenúa su cuerpo crudo, destruye lo espeso, manifiesta lo oculto, rechaza lo superfluo y convierte en nuestra verdadera materia todo lo impuro y feculento, y hazlo por medio del fuego y no con la mano.
Por ello, presta atención a mis enseñanzas y, sobre todo, ten cuidado en la putrefacción, no sea que la virtud activa se destruya por demasiado calor, porque ninguna simiente podría multiplicarse si su fuerza prolífica fuera consumida por el fuego externo. Actúa con paciencia, pues nada es más peligroso en nuestra obra que la precipitación. Y una vez se tiene el esperma en el que yace todo el secreto y para cuya preparación se necesita mucho tiempo, lo putrificarás; y habiéndolo putrificado, lo disolveras; y habiéndolo disuelto, lo dividirás; y habiéndolo dividido, lo purificarás; y habiéndolo purificado, lo unirás. Pero, ¿con qué medio, con qué artificio y con qué instrumento? La paciencia y el fuego. Cuece, pues, y no te aburras, y tendrás el Magisterio, porque nuestro fuego separa, pudre, calcina, disuelve, purifica, une y perfecciona.
¡Oh, Padre Todopoderoso, enseña a aquellos que juzgues dignos de entrar en tus vías este fuego en el que consiste toda la Ciencia!
Alabado sea Dios.