CONDE DE SAINT-GERMAIN

conde_Saint_GermainEl conde de Saint-Germain fue un enigmático personaje conocido entre la aristocracia europea del siglo XVIII por su peculiar personalidad y extraordinarias habilidades, lo cual le valió el respeto y admiración en los ambientes cortesanos de la época y dio lugar con el paso del tiempo y a partir de su muerte a una creciente leyenda que se ha magnificado hasta el punto de adjudicarle en el ámbito ocultista (y más recientemente en el entorno “new age”) el grado de Gran Maestro Universal con poderes casi ilimitados.


En lo que se refiere estrictamente a la autenticidad histórica del conde de Saint-Germain, existen diversos documentos y testimonios que verifican que efectivamente hubo un hombre de insólitas cualidades que vivió y alternó con la más alta nobleza europea en la segunda mitad del mencionado siglo XVIII. También hay constancia de la fecha de su muerte, acaecida en el año 1784 (según certificación oficial). Sin embargo, no hay ningún dato fiable (él mismo fue absolutamente reservado al respecto) que permita asegurar el lugar o fecha de nacimiento, ni por supuesto el linaje, ni la vida del conde hasta sus apariciones públicas en las que ya se le describe básicamente como hombre de mediana edad, situación desahogada financieramente y aire aristocrático y distinguido. De manera que hasta su seudónimo y título podrían muy bien ser ficticios, ya que fue conocido por diversos nombres, que él elegía y alternaba de acuerdo a las circunstancias y a su propio juicio: conde de Saint-Germain, señor de Surmont, marqués de Aymar o Belmar, señor Castelane, señor Welldone, príncipe Rakoczy, marqués de Montferrat…

Teniendo todo lo anterior siempre muy en cuenta, y sin entrar en el terreno de la imaginación o lo insustancial y subjetivo, podemos tratar de hacernos una idea de la persona de nuestro conde que, si bien puede no ser tan mística y extravagante como algunos lo pintan, sin duda sí que nos va a revelar una personalidad lo suficientemente asombrosa e interesante como para merecer profundamente nuestra atención.
Comenzaré por las hipótesis que se barajan en torno al origen del conde: la más extendida es la que le adjudica un origen húngaro, como legítimo heredero del apellido Rakoczi. Esta era una familia noble de la región de Transilvania (actual región de Rumanía, pero por entonces de dominio húngaro), y a este dato natal del conde se alude explícitamente en dos documentos: una carta del entonces embajador de Prusia en Dresde Sr. D´Alvensleben a Federico II (rey de Prusia) donde se menciona el hecho muy someramente, y las “Memorias de mi tiempo” (publicado en 1861) del landgrave Carlos, príncipe de Hesse y amigo íntimo del conde de Saint-Germain, como luego veremos. Aquí el landgrave publica algunas confidencias que el mismo Saint-Germain supuestamente le hizo antes de morir, concretamente que “era hijo del príncipe Rakoczi de Transilvania y su primera esposa….y había asumido el sobrenombre Sanctus Germanus (el santo hermano) al ver que sus dos hermanos habían recibido por parte del emperador de Austria Carlos VI (su tutor) los nombres de Saint-Charles y Saint-Elisabeth.” Pese a todo, el landgrave acaba escribiendo: “No puedo garantizar, en verdad, su nacimiento…” y bajo un análisis profundo se descubren en todo caso errores en nombres y fechas que desvirtúan la verosimilitud de la confesión.
Se ha apuntado también la teoría del origen italiano del conde; ésta se fundamentaría en el apellido Saint-Germain, y precisa que el nacimiento del conde habría tenido lugar hacia 1704 en Vercelli, una localidad del Piamonte, hijo de un noble italiano desconocido y con el escenario de fondo de la guerra de secesión española, que afectó directamente a esos territorios. Pero esta hipótesis no cuenta con pruebas de ningún tipo, además de que la genealogía del apellido Saint-Germain no cuadra en este caso.
Algunos historiadores han pretendido otorgarle origen judío, pero no se aporta ninguna prueba seria al respecto.
El gran ocultista francés Eliphas Levi, en su “Historia de la magia”, declara: “Nacido en Lentmeritz, en Bohemia, era hijo natural o adoptivo de un rosacruz que se hacía llamar Comes Cabalicus, el compañero cabalista.” Sin embargo, no es capaz de sustentar su afirmación.
Ni siquiera las personas que le trataron más de cerca conocieron este origen, o si alguno lo hizo desde luego guardó el secreto para sí, como pudo ser el caso del rey francés Luis XV, que “hablaba de él como si tuviese un nacimiento ilustre.” Y el propio Saint-Germain se cuidaba de dar ninguna información precisa acerca de sí mismo; más bien hacía lo contrario, hablando enigmáticamente acerca de su nacimiento. En lo concerniente a los nombres que adoptó, ninguno de ellos señala un rastro fiable a seguir.
Paul Chacornac, en su excelente libro “El conde de Saint-Germain” (uno de los estudios más concienzudos y serios que se han hecho de nuestro personaje) expresa una interesante teoría: el origen germano-español del conde Saint-Germain. Sostiene que el conde podría ser hijo de la unión secreta entre la reina de España María Ana de Neoburg (de origen alemán, fue esposa de Carlos II) y el Almirante de Castilla Juan Tomás Enríquez de Cabrera. A pesar de que está bien estructurada, tampoco existen pruebas sólidas que ratifiquen esta teoría.
Voy a explicar el motivo de la fama del conde, examinando lo que sabemos de su vida. Los primeros sucesos que conocemos con certeza de la vida de Saint-Germain datan de 1745, en la ciudad de Londres. En aquel tiempo Inglaterra estaba dividida políticamente entre los partidarios del rey Jorge II y los del pretendiente Jaime III, este último reconocido y apoyado militarmente por Francia desde 1744. Estos hechos habían hecho cundir la alarma en Londres, dando lugar a detenciones de sospechosos de confabulación, sobre todo extranjeros. En diciembre de 1745, y según se especifica en las “Cartas de Horacio Walpole” (influyente político inglés de la época), “…se ha detenido a un hombre extraño conocido bajo el nombre de conde Saint-Germain.” El motivo de la detención no está claro: por un lado se dice que se le encontró encima una misiva que le relacionaba directamente con el mismo hijo del pretendiente como espía a su servicio, aunque también se aclara que fue una trampa urdida por envidiosos y por motivos privados (en todo caso no se conoce relación alguna entre el conde y Jaime III); sin embargo, otras fuentes indican que se tomó al conde por espía a causa de su “imprudencia y sus costumbres extrañas”. Con esto se refieren a que el conde “…compone una muy buena figura, recibe enormes ingresos y paga muy bien a todos.” Lo cierto es que a resultas de la detención simplemente se dejó al conde en su alojamiento bajo vigilancia para posteriormente ser interrogado por el duque de Newcastle, entonces secretario de estado inglés. No se conocen los detalles de este interrogatorio, aunque parece ser que Saint-Germain no quiso dar demasiados detalles acerca de sí mismo y, dado que no había acusación formal contra él, reclamó sus derechos y solicitó su inmediata puesta en libertad, lo cual obtuvo en seguida puesto que no se encontró motivo para inculparle de nada.
¿Qué hacía el conde en Londres? Según el mismo H. Walpole: “Se encuentra allí desde hace dos años y rehúsa decir quién es y de dónde viene, pero admite que no utiliza su nombre verdadero.” El conde habitaba en Londres desde hacía dos años, y sin embargo se ignoraba casi todo sobre él. Había sido admitido por la alta nobleza inglesa, ante la cual había desplegado sus habilidades sobre todo como músico, tanto compositor (se conocen varias creaciones musicales de su invención, algunas de las cuales se conservan en el British Museum) como experto violinista. Este talento junto a su personalidad bastaron para introducirle en las altas esferas y acercarle estrechamente a ilustres personajes como el mismísimo Príncipe de Gales, el príncipe de Lobkovitz (protector del compositor alemán Gluck) además de la flor y nata de la aristocracia inglesa así como de otros países europeos que por diferentes motivos se encontraban en Londres por entonces, como el embajador español en La Haya don Antonio de Bazán y Melo o el almirante danés conde Danneskeold-Laurwig. Esto nos da una idea de la influencia que ejercía ya entonces el conde (no olvidemos que siempre ocultando su origen).
El conde Saint-Germain abandonó Inglaterra en 1746 para dirigirse a Alemania, donde al parecer poseía tierras y bienes (no se sabe la ubicación exacta). Las siguientes noticias son ya de 1758; durante ese intervalo de tiempo parece que el conde había trabajado discretamente en sus asuntos y ciertas investigaciones, cuyos resultados, que eran manufacturas químicas de diverso tipo y gran aprovechamiento, ofreció directamente a la casa real francesa por intermedio del marqués de Marigny (hermano de Mme. Pompadour, la favorita del rey Luis XV), entonces superintendente de bellas artes. Este aceptó el ofrecimiento y se hizo cargo de asignar un alojamiento adecuado para el conde, gente que trabajaba para él y oficinas y estancias de trabajo y manipulación (preparó una parte del famoso castillo de Chambord para ello). El conde empezó a frecuentar París, y a raíz de todo esto pudo conocer personalmente al marqués de Marigny y a la influyente señora de Pompadour. Esta relata así su primer encuentro (recogido en las “Memorias” escritas por su dama de compañía):
“El conde parecía tener cincuenta años; tenía un aire fino, espiritual, vestía de modo muy simple, pero con gusto. Portaba en los dedos bellísimos diamantes, así como en su tabaquera y en su reloj de bolsillo.” La Pompadour quedó tan impresionada por Saint-Germain que no tardó mucho en presentárselo al mismo rey, en una cita reservada que preparó al efecto. Acerca de este encuentro, se sabe que el rey cuestionó al conde sobre sus orígenes; las respuestas de éste debieron ser precisas, pues se afirma que “el rey no permitía que se hablase del conde de Saint-Germain con menosprecio o burla”.
Mme. De Pompadour apreciaba la compañía del conde, de tal manera que sus reuniones se hicieron frecuentes, con la asistencia de otros aristócratas o incluso a veces en presencia del mismo rey Luis XV; esto sucedía tanto en París como en Versalles, y de estas reuniones trascendió la personalidad magnética, los vastos conocimientos y el tremendo poder de palabra que poseía el conde Saint-Germain, así como habilidades como la capacidad de fabricar, mejorar o reparar diamantes y otras piedras preciosas. Mme. Pompadour pudo verificar, al igual que otros allegados al conde, que éste poseía muchas joyas a cual más valiosa. Un dato curioso es que el conde nunca reconocía su verdadera edad, lo cual unido a las coloridas descripciones históricas que prodigaba en sus conversaciones hacía que los oyentes dudaran de si efectivamente había vivido esas experiencias, muchas de las cuales databan de lugares y fechas remotos.
Las mejores familias de la corte francesa gustaban de acoger y consultar al conde, y a menudo éste aceptaba las invitaciones a comer que se le hacían, pero se dice que jamás comía ni bebía o lo hacía mínimamente, al menos en público. Lo cierto es que este es un hecho que se ha verificado por diversos testimonios y al que no se ha podido dar explicación; mientras todo el mundo comía y bebía, el conde, en vez de hacer lo propio, se encargaba de hilvanar una amena conversación que hacía las delicias de los comensales. Se decía que el conde elaboraba elixires que devolvían la salud o la juventud, los cuales utilizaba para mantenerse en forma y, en ocasiones, ofrecía discretamente a sus más allegados; sin embargo, no consta que el conde hiciera alarde de esto o se refiriera públicamente a ninguna medicina universal.
Fue en esta época cuando el conde coincidió con el famoso Casanova, el cual lo narra inequívocamente en sus memorias. Casanova describe sus impresiones personales así como algunos hechos que, si bien manifiestan un cierto fondo de admiración (dice del conde: “Era sabio, hablaba perfectamente la mayoría de las lenguas, gran músico, gran químico, de figura agradable…”), a veces pecan de subjetivos e inexactos, como cuando afirma que la ilustre marquesa D´Urfé (distinguida señora de una de las familias más nobles y poderosas de Francia) “detestaba al conde”, cuando en realidad consta que la dama le había convertido en el centro de sus reuniones y confiaba plenamente en él, como lo demuestra el hecho de que el único retrato que se conoce del conde formaba parte del gabinete de la marquesa (a la cual, por cierto, sí que llegó Casanova a estafar una buena suma de dinero).
No era menos diestro el conde en pintura, ya que, según las Memorias de la Sra. De Genlis (la cual sin duda le trató personalmente y durante varios meses en París), “ (el conde) pintaba al óleo, no de un modo bruto, sino agradablemente; había encontrado un secreto de los colores verdaderamente maravilloso, lo que volvía a sus cuadros muy extraordinarios…Latour, Van Loo y otros pintores han ido a ver estos cuadros, y admiraban extremadamente el sorprendente artificio de estos deslumbrantes colores….” También se dice que el conde “había reunido la más bella colección de cuadros de la escuela flamenca, y sobre todo de la escuela española; dio al gabinete del rey Luis XV telas de Velázquez y Murillo de un admirable color.” La Sra. De Genlis también manifiesta: “Era un músico excelente: acompañaba de cabeza sobre el clavecín todo lo que se cantaba, y con una rara perfección por la que he visto a Philidor (músico francés de la época) asombrado…”
En estos menesteres ocupaba su vida pública en Francia el conde de Saint-Germain en aquella época, mas no dejó de lado el verdadero (o aparente) motivo de su viaje a este país, ya que trabajó activamente en el castillo de Chambord, en principio en aplicaciones de tinturas y materias colorantes, haciendo uso de un laboratorio que allí tenía dispuesto. No hay mucha más información respecto a este particular: tan sólo que a partir de 1759 el conde ya no regresaría al castillo, aunque dejó temporalmente gente a su cargo trabajando. El 21 de mayo de 1760, el conde de Saint-Florentin, ministro de la casa del rey, escribió al gobernador del castillo expresándole “…que tuviese a bien advertir a estas gentes que se retirasen, pues son inútiles y nadie tiene ya nada que darles.”
Lógicamente el tren de vida que llevaba el conde que, aunque comedido en sus gastos, disponía de residencia propia, criados a su cargo y en todo momento mostraba una autosuficiencia evidente sin que nadie conociera de dónde provenían esos fondos, llamó fuertemente la atención. De manera que hacia 1760 el duque de Choiseul, ministro de exteriores francés y en esas fechas anfitrión ocasional del muy recomendado Saint-Germain, ordenó una investigación a fin de conocer el origen de la riqueza de que éste disponía; pero esta investigación no dio ningún resultado, lo cual exasperó al duque de manera que en adelante le haría tratar con mucho recelo al conde. Este dato es importante, ya que debió influir en un suceso desagradable en el que poco después Saint-Germain se vió involucrado.
El 14 de febrero de 1760, el conde de Saint-Germain partía hacia Holanda en una misión secreta cuyo fin era ayudar a retomar las conversaciones de paz entre Francia e Inglaterra. El promotor de esta misión parece que fue el mariscal de Belle Isle, ministro de la guerra francés y gran amigo del conde, aunque Mme. Pompadour y el mismo rey Luis XV estaban al corriente y de acuerdo. La maniobra debía ser rigurosamente secreta debido al clima enrarecido que había entre ambos países, y se eligió al conde como emisario entre otras cosas por su manifiesta amistad con mr. Yorke, ministro de Inglaterra en La Haya, con quien el conde llegó a contactar, aunque con resultado infructuoso. Pese al normal comportamiento del conde en La Haya, el cual había disfrazado sus verdaderas intenciones declarando que estaba allí en misión financiera buscando créditos para el Tesoro francés, cometió la imprudencia de enviar una carta a la sra. Pompadour informando de sus gestiones veladas; esta carta fue interceptada por el duque de Choiseul (partidario de la continuación de la guerra), el cual se enfureció, avisando al embajador francés en La Haya sr. D´Affry de que notificara personalmente al conde que si se mezclaba lo más mínimo en política sería encarcelado de por vida. El conde reaccionó ante esto solicitando estas órdenes firmadas por el rey, lo cual irritó aún más a Choiseul, el cual, sabiendo que el rey no podría respaldar esta osada aventura, consiguió las órdenes tras lo que incluso llegó a solicitar formalmente a las autoridades holandesas la detención y extradición de Saint-Germain para su encarcelamiento en Francia. No obstante, prevenido y ayudado por algunos amigos incondicionales, el conde pudo huir a Inglaterra, adonde llegaría furtivamente a finales de abril de 1760.
Saint-Germain había esquivado a sus perseguidores en Holanda, pero no encontró descanso en Inglaterra: el gobierno inglés pensó que todo había sido una treta para introducirle en el país subrepticiamente como espía al servicio de Francia, y optó por vigilarle estrechamente. El conde fue inmediatamente interrogado por representantes del ministerio de asuntos exteriores, pero no se descubrió nada que pudiera interpretarse en su contra. A pesar de que el informe fue favorable, el ministerio inglés juzgó preferible que el conde no permaneciera en el país, con lo cual se le invitó a abandonar el territorio a la menor demora posible.
Ciertamente apurado, el conde de Saint-Germain decidió dirigirse al embajador de Prusia en Londres, solicitando ser acogido en los estados del rey Federico II; le fue concedido pasaporte y el mismo embajador le indicó que marchara a la ciudad de Aurich (Baja Sajonia, Alemania) bajo el nombre de conde Cea y esperara las disposiciones del rey prusiano. Sin embargo, Saint-Germain decidió en vez de esto regresar a Holanda, estableciéndose al principio en La Haya, donde se dejaba ver públicamente, así como en Amsterdam, ciudad a la que viajaba regularmente; también consta que adquirió algunas tierras en Ubbergen (localidad en la frontera con Alemania) donde fijó su residencia. Por alguna razón desconocida, el gobierno francés no insistió en su persecución y el conde estuvo un tiempo tranquilo, dedicándose a sus asuntos y provechosos trabajos de laboratorio, tal y como atestigüan algunos documentos de la época.
En 1762 hay constancia de la presencia del conde Saint-Germain en Rusia, coincidiendo con los acontecimientos de la deposición del zar Pedro III en favor de su esposa, la emperatriz Catalina II. Hay que decir respecto a esto que no hay ningún testimonio que relacione al conde con estos hechos, ni siquiera que tuviera relación con la emperatriz. El conde había ido a San Petersburgo, la capital del imperio ruso, a instancias de su amigo el conde Pietro Rotari, que ostentaba el cargo de pintor oficial de la corte. Ambos frecuentaron los salones de las más ilustres familias de la ciudad, donde el conde desplegó su talento musical provocando la admiración de sus oyentes; también trabajó restaurando piedras preciosas para un conocido marchante de la ciudad. Después de una estancia de unos pocos meses, el conde abandonó San Petersburgo para regresar a Ubbergen.
Llegado el año 1763 se produjeron dos acontecimientos que influirían en la situación del conde: por un lado, se firmó en febrero un tratado entre Francia e Inglaterra poniendo fin a las hostilidades, y por otro el duque de Choiseul, principal perseguidor de Saint-Germain, dejó el cargo de ministro de exteriores, con lo cual nuestro personaje pudo retomar su libertad con confianza e ir por toda Europa, lo que se dispuso a hacer aunque cambiando de nombre. En seguida partiría para Bélgica bajo el seudónimo de sr. de Surmont; allí estuvo por un breve espacio de tiempo, ya que existe constancia de que viajó a Italia hacia 1764.
En efecto, hay documentos que señalan que residió en este país entre 1764 y 1773; sin embargo, en lo relativo a sus actividades en esos años, no hay ningún informe exacto. Florencia, Venecia, Pisa, Milán… parece ser que se dejó ver en diversas ciudades italianas, y aunque trataba de proceder de manera discreta no pudo evitar que sus aficiones y su espléndido nivel de vida llamaran la atención. En lo que concierne a los siguientes tres años, no hay ninguna información acerca de la actividad del conde, pero sí tenemos noticias de su llegada a Sajonia (Alemania) en octubre de 1776.
La presencia del conde de Saint-Germain, que se estableció en la ciudad de Leipzig ahora con el nombre de sr. Welldone, levantó un cierto revuelo, a la vez que se propagaban rumores generalmente infundados acerca de su persona. Vivía apartado y modestamente, pero pronto quedó expuesto a las solicitudes de personalidades que, a veces en nombre de diversos gobiernos, se dirigían a él para solicitar sus servicios o comprar las técnicas secretas de sus industrias. Incluso se le llegaron a proponer cargos de responsabilidad política, cosa que rechazó. De este modo fue como el conde llegó a contactar con el rey prusiano Federico II por medio de un embajador, aunque el rey precisó que “su interés era únicamente por curiosidad”. Saint-Germain respondió a este requerimiento remitiendo al embajador una lista de procedimientos de su invención junto con algunas muestras, que incluían el tratamiento de pieles, uso de tinturas, mejora y embellecimiento de tejidos y pinturas, tratamiento de metales preciosos y artículos de lujo, preparación de licores y medicamentos, cosméticos y otras cosas útiles que no especificaba. Asimismo aclaraba que ponía su persona y conocimientos al servicio del rey.
Federico II no contestó en seguida al conde ni mostró demasiado interés, aunque tampoco rehusó definitivamente los ofrecimientos. No parece cierto, como algunos investigadores han llegado a afirmar, que Saint-Germain llegara a tener una mayor relación con el rey prusiano (no hay documentación concreta al respecto), aunque sí la tuvo sin duda con algunos altos cargos de su corte. Es célebre la frase de Voltaire, refiriéndose a Saint-Germain, en una carta al rey Federico II: “Saint-Germain es un hombre que nunca muere y que lo sabe todo”, a lo que el rey respondió: “Saint-Germain es un conde de risa”. Al fin, en agosto de 1777 Saint-Germain se dirigió a Berlín, capital del reino prusiano, invitado por el príncipe Federico-Augusto de Brunswick y con el consentimiento expreso de Federico II. No se conoce ningún documento que atestigüe que el conde se reuniera oficialmente con ninguno de ellos; sólo sabemos que estuvo en Berlín por espacio de algo más de un año. Durante ese tiempo alternó con la alta sociedad de la capital, asombrando a todos y convirtiéndose como de costumbre en el centro de las reuniones. Finalmente, las proposiciones del conde a la casa real no prosperaron y éste abandonó la ciudad dirigiéndose a Altona, una ciudad cercana a Hamburgo y entonces parte del ducado de Holstein, dependiente de Dinamarca. Este territorio estaba gobernado por el landgrave Carlos, príncipe de Hesse, el cual llegaría a tener una relación estrecha con el conde de Saint-Germain.
En efecto, por iniciativa del conde el príncipe de Hesse se convertiría en su discípulo, el único de que se tiene testimonio formal. El mismo príncipe lo asevera en su obra “Memorias de mi tiempo”, mencionando además que el conde le reveló muchos de sus métodos secretos. El príncipe llegó a profesar una amistad y admiración sinceros hacia Saint-Germain, siendo la última persona con la que se relacionó éste en vida; el 27 de febrero de 1784 moría el conde de un ataque de parálisis en Eckenrfoerde (ciudad cercana al mar Báltico), asistido por un médico asignado por el príncipe de Hesse. Las exequias se celebraron el día 2 de marzo, tal y como consta en los registros parroquiales de la iglesia de san Nicolás, en cuya cripta fue depositado su cuerpo. El siguiente 3 de abril, un edicto comunicaba públicamente el suceso en la ciudad. A partir de aquí, comenzaba a cimentarse la leyenda de “el hombre maravilloso”.
La noticia de la muerte del conde se extendió rápidamente, y diversos periódicos de toda Europa se hicieron eco de ello publicando reseñas al respecto, las cuales a veces eran mesuradas, pero en ocasiones eran noticias sensacionalistas o críticas en gran parte exageradas o falseadas. Esto alimentó la leyenda mística, a lo que contribuyeron los testimonios que le asociaban con Cagliostro y con la masonería europea en general (muy en boga por aquellos tiempos), o por ejemplo el caso de Etteilla, el célebre impulsor francés del Tarot, que llegó a asegurar que el auténtico Saint-Germain era un adepto de primer nivel y no había muerto. Los escritos en torno al conde proliferaron, hasta que no hubo prácticamente poder suprahumano que no se le atribuyera, incluyendo a diversos testigos que decían haberle visto y conversado con él tras su muerte.
Pero sería a finales del siglo XIX, con el apogeo de la Sociedad Teosófica, cuando la aureola dorada de Saint-Germain recibió su mayor impulso. Su fundadora, Helena Blavatsky, opinaba:
“El conde de Saint-Germain fue ciertamente el más grande adepto oriental que Europa haya visto en el curso de los últimos siglos.”
En base a esto, se prodigaron las alabanzas y los testimonios de carácter místico desde el entorno teosófico hacia el ya semidivinizado Saint-Germain. Nombres ilustres dentro de la sociedad, como Annie Besant y C. W. Leadbeater, no tienen reparo en afirmar: “Antes de haber adquirido la suprahumanidad, el conde de Saint-Germain, el adepto húngaro, habría sido la diosa Venus.” Incluso el segundo afirma haberse reunido con el conde en 1926 en Roma… Evidentemente toda esta información emanada de la Sociedad Teosófica o sus simpatizantes es absolutamente subjetiva y sin una base sólida que le otorgue credibilidad alguna.
Pero no acaban aquí las historias fantásticas en torno al conde: en 1935 aparecen en la prensa estadounidense algunas menciones a cierta “Hermandad del Monte Shasta”, una montaña situada en el norte de California y que fue escogida como centro sagrado por el escritor G. W. Ballard (o “Godfrey Ray King”) por ser el lugar donde supuestamente éste tuvo contacto directo con el “maestro Saint-Germain”, a partir de lo cual escribió varios libros y creó un movimiento místico (Fundación Yo Soy) que aún hoy en día mantiene reminiscencias en una cierta actividad llevada a cabo por admiradores de Ballard y los textos que escribió. Es por ello que podemos encontrar hoy en día obras cuya autoría se atribuye al conde de Saint-Germain pero que en realidad son escritos supuestamente “inspirados” por él. Los únicos manuscritos que se conocen con cierta probabilidad de haber sido realizados por el conde son dos: el primero de ellos se titula “La magia santa revelada a Moisés, reencontrada en un monumento egipcio y preciosamente conservada en Asia bajo la divisa de un dragón alado”, y es un ritual de magia ceremonial breve compuesto en caracteres de escritura secreta e ilustrado con figuras cabalísticas; el segundo es un opúsculo de alquimia escrito en clave cabalística que se titula “La muy santa trinosofía”. Estas dos obras se han atribuído a Saint-Germain y datado en la primera mitad del siglo XVIII, aunque existen serias dudas respecto a esta autoría.

 

A la vista de estos datos, ¿deberíamos creer en un particular y elevado rol iniciático, o en una extrema longevidad del conde de Saint-Germain?. La persona que grabó estos versos encima del único retrato suyo conocido, sí que parecía creerlo:

CONDE DE SAINT-GERMAIN
CELEBRE ALQUIMISTA
“Igual que Prometeo, hurtó el fuego
Por el que el Mundo existe, y por el que todo respira;
La Naturaleza a su voz obedece y se calla;
Si no es Dios él mismo, un dios poderoso le inspira.”

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