TRITHEMIUS «Tratado de las causas segundas»

De septem secundeisEl “Tratado de las causas segundas”, o más concretamente “De septem secondeis”, su título original, es una célebre obra hermética escrita por Johannes Trithemius (Juan Tritemo, castellanizado) hacia el año 1508.

 

 

 


Su autor, considerado como un erudito muy versado en las ciencias esotéricas, tuvo el oficio de abad benedictino, siendo ordenado en el monasterio de Sponheim (Alemania); desempeñó este cargo con gran eficacia y celo religioso, lo que no le impidió, sin embargo, componer este enigmático tratado además de otras obras no menos importantes relacionadas con el hermetismo; en aquel tiempo la iglesia católica aún no había condenado definitivamente estas tendencias en su seno y no era extraño encontrar estudiosos tras las puertas de los monasterios, donde se guardaba gran parte del conocimiento de la Europa medieval.
Tritemo dedicó este libro al emperador germano Maximiliano I, el cual había sido atraído por la fama de la erudición y conocimiento de la magia y el esoterismo del abad.
El libro se escribió originalmente en latín: consta de tres partes de siete versos cada una, excepto la última, lo cual hace un total de veinte períodos que algunos investigadores han relacionado simbólicamente con las primeras veinte letras del alfabeto hebreo, o los primeros veinte arcanos mayores del Tarot. Todo el texto tiene un supuesto sentido jeroglífico elaborado para ocultar claves relacionadas con su verdadero contenido , puesto que su interpretación formal y directa no ofrece ninguna indicación al respecto.
Bastante más evidente es la influencia de la astrología en la obra, ya que el abad Tritemo compone todo el texto alrededor de lo que él denomina espíritus o genios de los siete planetas, otorgando determinadas características a cada uno de ellos y adjudicándoles la potestad de la regencia del universo de manera cíclica, sucediéndose en períodos de 354 años y cuatro meses que es el tiempo durante el cual cada uno ejerce su influencia sobre el mundo. De ahí resulta el devenir de la humanidad a lo largo del tiempo y desde la misma Creación.
A estos espíritus planetarios los denomina Tritemo con nombres angélicos (Orifiel, Anael, Zacariel, Rafael, Samael, Gabriel, Micael) y al inicio del libro explica su condición de esta manera:
“…Este mundo inferior, creado y organizado por una Inteligencia Primaria, que es Dios, está gobernado por Inteligencias Secundarias, opinión compartida por el que nos ha transmitido la ciencia de los magos cuando dice que los siete espíritus fueron, desde el origen de los cielos y de la tierra, antepuestos a los siete planetas.”
Bajo un primer análisis la auténtica finalidad del libro es algo confusa, da la impresión de contener una enseñanza velada (tal es el carácter jeroglífico que ya he mencionado). Sin embargo, los estudiosos de esoterismo afirman que esta obra debe ser leída y cotejada paralelamente a la información contenida en otros dos libros del abad Tritemo: la “Esteganografía”, obra que trata la ciencia para ocultar mensajes ideada por el propio Tritemo, y la “Poligrafía”, también dedicada a la codificación de textos. Se admite que estas dos obras podrían ser en realidad una sola, complementándose y ofreciendo así la manera práctica de estudiar este Tratado de las causas segundas con un decodificador adecuado. Evidentemente esto es un proceso muy trabajoso, aunque indica el cuidado que puso Tritemo en ocultar el sentido y significado real de esta obra, totalmente incomprensible para la curiosidad ordinaria.
Es muy llamativo el párrafo con el que el abad finaliza el libro, dice así:
“Por lo demás, con la mano testimonio y con la boca confieso que de todas estas cosas no creo y no admito más que lo que la Iglesia Católica ha probado por la autoridad de sus doctores, y rechazo todo lo demás como ficciones vanas y supersticiosas.”
Se ha considerado siempre a Juan Tritemo un adepto alquimista. No cabe duda que estudió profundamente esta disciplina, en cuyo fin creía como demuestra cuando menciona la existencia de la piedra filosofal, a la que él denominaba “spiritus mundi” o principio universal, amén de hablar en otras de sus obras de la posibilidad de la transmutación. Si bien en este libro no hace ninguna mención relativa a la obra alquímica, cabría esperar, tras una lectura adecuada, el descubrimiento de principios aplicables a la ciencia del fuego.

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