Cuando tratamos de evocar el Antiguo Egipto, imaginamos una tierra dominada por dioses reyes-faraones y sacerdotes. Sus templos rebosan imágenes de deidades múltiples, y la religión asoma omnipresente entre los vestigios que se conservan de su civilización. Sin embargo, sabemos relativamente poco acerca de sus mitos sobre la concepción del mundo y su cosmogonía en general. Los testimonios escritos que se conocen datan del año 2000 a. c. en adelante, aunque hay representaciones y alusiones pictóricas anteriores a esa fecha.
El culto a los dioses era la actividad esencial; de su buen desarrollo dependía la prosperidad del país. Los mitos se desarrollaron en base a las relaciones entre las propias divinidades, creciendo en complejidad y diversidad, y adaptándose en función de diversas circunstancias o el mismo devenir de los tiempos. Asimismo, aparecieron incluso mitos y deidades (o variaciones de otras) de ámbito local, abarcando una región o zona determinada o incluso justificando un accidente geográfico o una ciudad concreta; era frecuente para cada provincia o ciudad asumir un abanico de dioses protectores con los que se establecía una relación particular. Es también importante mencionar el aspecto animista de la religión egipcia, que se ha venido a designar como propiamente zoólatra, ya que hacía objeto de veneración a diversos animales en función de sus características e incluso se asociaba su apariencia con divinidades mayores (Horus con cabeza de halcón, Anubis de chacal….). Y de la proliferación de amuletos que existía se desprende una idea de fetichismo arraigada y sin duda asociada al culto. Tal era el factor sincrético que envolvía la religión del Antiguo Egipto.
Volviendo al mencionado desarrollo y elaboración de mitos a lo largo del tiempo (de manera coetánea a la propia unificación del país), podemos observar que la coexistencia desde ya la época predinástica de conjuntos mitológicos de análoga simbología provocaría la pugna de cada núcleo humano por la preponderancia de su dios, colocándolo a la cabeza de un mito de creación (en todo caso referencia inicial), de donde se elaboraban agrupaciones familiares con el fin de organizar un sistema como ellos entendían que debía ser en las sociedades divina y humana. El mecanismo consistió en comenzar a reunir sus deidades primero en parejas, más tarde en tríadas o en grupos de cuatro o más dioses, hasta formar enéadas (palabra derivada del griego y que alude a un grupo compacto de nueve deidades) que no siempre estuvieron formadas específicamente por nueve divinidades, ya que se conocen algunas compuestas por siete o quince dioses; todo ello basado en una idea subyacente de dualidad necesaria. Por otro lado, aparte de la necesidad de una jerarquización divina, no están claros los motivos que impulsaron a desarrollar este complejo sistema, aunque pudieron responder a hechos como la justificación de eventos históricos, la observación de cualquier tipo de fenómeno de la naturaleza o la lucha por la supremacía entre ciudades, castas, personajes poderosos, etc…
Parece lógico deducir que el concepto matriz pudiera haberse fundamentado en la idea de que la creación estaba basada en un mundo en continuo movimiento, un devenir o renacer cíclico a semejanza del movimiento de los astros, las estaciones del calendario y el propio río Nilo (como fuente de vida y fertilidad en general). Esta idea se encuentra reiteradamente en prácticamente todos los mitos egipcios.
Las cosmogonías que dieron origen a los diferentes cultos tenían una base común, conformada siempre a partir de elementos puntuales que son:
a) El «Océano Primordial», o “aguas caóticas”, donde se encuentra el potencial de vida. Al principio de todo, antes del acto mismo de la Creación, sólo existía un oscuro abismo acuoso, llamado “nun”, cuyas latentes energías contenían la forma potencial de todos los seres vivos. El espíritu creador estaba presente en estas aguas.
b) La «Colina Primigenia», donde se originó la vida; el primer atisbo de tierra que surge en medio de las aguas.
c) El Sol aparece como entidad poderosa y fundamental que provoca el nacimiento y desarrollo de la luz y de los seres vivos.
d) Los fenómenos naturales, personificados en distintas divinidades.
La idea fundamental era establecer una diferenciación entre el caos de los comienzos y el orden presente que siempre tendrá que ser mantenido por una cabeza visible y poderosa, el rey; además las concomitancias con el Egipto mundano son evidentes: el río Nilo, la tierra fértil, el Sol y la luz del día, etc…
Pese a la propagación de templos que hubo, los centros religiosos más destacados fueron sin lugar a dudas las ciudades de Menfis, Tebas, Hermópolis y Heliópolis (citándolas por sus nombres griegos, más conocidos). Su importancia política y el poder de la clase sacerdotal en un momento dado fue lo que favoreció que despuntaran sobre las demás.
Menfis, situada al norte del país, cerca del delta del Nilo, fue la capital indiscutible hasta la XI dinastía, hacia 2050 a. c., conservando posteriormente una extraordinaria importancia. Fundada hacia el año 3050 a. c. por el primer faraón, Menes, estaba consagrada al dios Ptah. Esta divinidad era originalmente dios de las artes, y también escultor y creador en el más amplio sentido; con el tiempo y sobre todo coincidiendo con el despunte de la ciudad se le fueron añadiendo más atribuciones. La concepción de los sacerdotes de Ptah era que este dios había creado a los dioses y los hombres por el verbo después de haberlos concebido por su inteligencia. Hay que decir que para los egipcios el corazón era el centro del intelecto. Este elaboraba un deseo y el verbo materializaba la orden dada. Así, Ptah por la acción de su verbo había dado la vida a los primeros dioses y hombres. De la misma manera había concebido en su corazón las ciudades, los árboles, los animales, y todo lo que vivía en la tierra y, por la palabra expresada, les había alumbrado. Como el escultor ejecuta una estatua a partir de la materia prima, Ptah, a partir de la materia que era su inteligencia o intelecto, había creado los seres y todas las formas del universo. El simple hecho de nombrar las cosas les hacía existir, de allí viene la importancia capital del nombre en la vida de los egipcios. Eso significaba que las cosas sólo existían porque tenían un nombre propio. Y es cierto que el nombre parecía para todos como una segunda creación, un segundo nacimiento que permitía existir, con el simple hecho de pronunciarlo, en la vida terrenal como en la vida en el más allá. Un ser vivo que no hubiera recibido un nombre en su nacimiento no era nadie para los demás y el peor castigo que se podía dar a una persona que no había respetado la regla de Maat, era de suprimir su nombre o de modificarlo.
El culto menfita a Ptah se desarrolló con el tiempo ; se le llegó a equiparar con Ra en el papel de divinidad solar, también se agregaron en su entorno divinidades que fueron conformando un grupo homogéneo, su eneada familiar particular.
Tebas (la actual Luxor) estaba situada al sur. Sucedió como capital del país a Menfis, permaneciendo más de mil años como tal. Esta impresionante urbe albergó numerosos templos y grandes necrópolis, como el famoso Valle de los Reyes. Considerada ciudad sagrada, era sede del culto al dios Amon, una deidad que fue ganando en importancia desde el Imperio Antiguo (en que era un modesto dios local); pero sería cuando Tebas adquirió la capitalidad del país el momento en que se le elevaría a la dignidad de dios dinástico. Más adelante, en la época del Imperio Nuevo, se le reconocería el rango de dios supremo. La personalidad de Amon fue evolucionando y su culto se enriqueció con elementos de las otras cosmogonías; a partir de la XII dinastía ya se le consideraba dios solar (Amon-Re), y hacia la XIX se convierte en el gran dios del Imperio, por encima de los demás dioses. Se le representaba con los rasgos de un carnero. Su misma naturaleza o esencia era indeterminada, pero si bien su persona era única, sus aspectos eran múltiples y dependían del rasgo de carácter que se quería poner en evidencia: aspecto solar: Amon-Ra; aspecto fecundo, Amon-Min; aspecto creador, Knum-Ra.
Con el nombre de Hermópolis designaron los griegos a dos ciudades egipcias por estar ambas consagradas al dios Tot (Dyehuthi), que era el Hermes griego. Una estaba cerca del delta, y la otra, de mayor importancia, se encontraba más al sur (ya en el Alto Egipto). Esta última, llamada Khemenu por los egipcios, tiene una gran relevancia por albergar uno de los principales cultos, el de la Ogdoada (constaba de ocho divinidades y por ello los egipcios se referían a Hermópolis-Khemenu como “la octava ciudad”). El dios Tot tuvo un papel muy relevante dentro del panteón egipcio. Elevado a la dignidad de creador por sus sacerdotes, era el dios del conocimiento y la sabiduría, de la luna, de las ciencias y la escritura y mensajero de los dioses. De esta manera, Tot habría dado vida a todos los seres y todas las cosas por la intervención de ocho dioses (las “almas de Tot”, un grupo con entidad indisoluble) , más conocidos como la Ogdoada. Cada uno de los dioses varones que la componían tenía su parte femenina, eran cuatro parejas. Se representaba con una cabeza de rana a los dioses y de serpiente a las diosas, (en otras versiones serían vacas, monos cinocéfalos o toros).
La Ogdoada se componía de: Nun y Naunet, o las aguas primordiales; Heh y Hehet, el infinito; Kek y Keket, las tinieblas u oscuridad y Amón y Amonet, los poderes invisibles. El siguiente texto, extraído de un papiro, cuenta la historia del nacimiento:
“En el seno del océano primigenio, apareció la tierra sumergida. En esta, los ocho nacieron. Hicieron aparecer un loto del cual salió Ra como Shu (divinidad de luz). Después apareció un capullo de loto del cual salió una enana, auxiliar femenino necesario, que Ra vio y deseó. De esta unión nació Tot que creo el mundo con el verbo”.
Hay otra versión que habla de un huevo cósmico en vez de un loto. La cosmogonía de la Ogdoada es, aunque francamente compleja, sin duda una de las dos más importantes (la otra es la Eneada de Heliópolis) sobre todo por su estructuración relativa al mito de la Creación; esta estructuración permaneció estable a pesar de que se añadieron (ramificaron) más divinidades con sus mitos particulares al escenario, dependiendo del culto que se requiriera o la casta sacerdotal que lo enfocara.
La más conocida de las teorías de la Creación concebida por los egipcios, la llamada “Gran Eneada”, fue desarrollada en Heliópolis (Iunu), la “ciudad del sol”, situada al norte en el mismo delta del Nilo. Sede del culto al dios solar Ra, fue una de las tres principales ciudades del Antiguo Egipto junto a Menfis y Tebas. Heliópolis agrupa de una forma directa o indirecta y mediante la asimilación a casi todos los dioses del panteón egipcio, conectándolos a la fórmula de la creación. La datación específica de la cosmogonía heliopolitana es hoy en día difícil de establecer. Aunque se cree que los orígenes datan del período Predinástico (prácticamente en el Neolítico), hay que tener en cuenta que en esa época en Egipto sólo existía la tradición oral y que no es hasta la dinastía V con la aparición de los «Textos de las Pirámides» cuando se tiene constancia escrita, al menos de temas religiosos.
El dios principal de la Gran Eneada heliopolitana era Atum, creador universal y dios solar que se acabó asociando con Ra (Atum-Ra). El mito explica que en los «Años Oscuros» el mundo no existía. Todo se hallaba confundido en un caos amorfo y oscuro, un océano donde se encontraba la vida en potencia. Atum estaba diluido en él con su fuerza creadora. En un momento determinado Atum toma consciencia de sí mismo y hace aparecer a Ra. Emergió una colina primordial situada en un lugar llamado «La Tierra Alta» y ubicada simbólicamente en el templo del Sol. Es en este emplazamiento donde aparece, por tanto, el primer trozo de materia sólida, de forma piramidal . Este es «El Primer Lugar», eje del mundo desde donde comienza a establecerse el orden y la inteligencia para crear a los dioses y disipar las tinieblas. La forma en que Atum puso en marcha la creación se describe de diversas maneras, pero en esencia el hecho es que Atum se diversifica y crea el primer principio femenino y masculino respectivamente, originando una primera pareja formada por el aire Shu, el movimiento espontáneo, y su esposa Tefnut, la humedad, antepasados de todos los dioses. Ellos a su vez se unen para dar vida a Nut, la bóveda celeste y Geb, su esposo, personificación de la tierra. Ocurrió entonces que Shu (o Ra según la versión) había prohibido a su hija Nut que se casara con Geb y habiendo desobedecido ésta, ordenó a los meses del año que no la dejaran parir y mandó al aire Shu que los separara bruscamente para que no pudieran estar unidos. De este modo, Geb relegado a permanecer tumbado en el suelo, Nut obligada a arquearse sobre la tierra y Shu , situado entre ambos, provocan la aparición del espacio necesario para la existencia de los seres vivientes y la luz. El dios Tot, intercediendo por ellos retó a la Luna y obtuvo los cinco días epagómenos, días “extra” en los que pudo la diosa dar a luz a sus dos pares de gemelos que nacieron sucesivamente, Osiris que casó con Isis (de cuya unión nacería Horus, ascendente directo del rey egipcio e importantísima divinidad), y Seth que lo hizo con Neftis, ambos estériles. Y así se completa el grupo fundamental de la Gran Eneada. A partir de aquí se elaboró un entramado mitológico que prácticamente constituye el cuerpo más importante de la cosmogonía egipcia, la fórmula más coherente y compacta que se conoce.
Todos los pueblos ajenos a los egipcios que penetraron en el país, ya fuera violentamente o no, respetaron el culto local y en muchos casos hasta lo asumieron como propio; hasta el desarrollo del cristianismo, cuya propagación por Egipto tuvo escasa oposición. Finalmente, hacia el año 535, las antiguas prácticas religiosas egipcias fueron prohibidas por el emperador Justiniano. Pero la extraordinaria cosmogonía egipcia no desapareció ni mucho menos. No cabe duda de que los primeros que supieron valorarla fueron los griegos, cuya mitología propia, tan exquisita a su vez, es seguramente heredera y deudora de aquella. Se dice que los eruditos griegos no sólo buscaron las escuelas y el conocimiento egipcio para cultivarse, sino que algunos como Pitágoras o Platón recibieron iniciaciones esotéricas en sus templos. Sea como fuere, es de señalar que en definitiva la gran mayoría de sociedades herméticas y personajes relacionados con el esoterismo de nuestra era han reivindicado de alguna forma la herencia adscrita a la mitología y cosmogonía egipcias, pugnando por proclamarse herederos de esta tradición religiosa y mágica. Los dioses del panteón egipcio parece que han sobrevivido bien al paso de los siglos.