EL JUEGO DE LA OCA (Primera parte)

Todos conocemos el popular juego de mesa de la oca, que, aunque ahora eclipsado por los tremendos videojuegos y similares, complicadamente modernos, sin embargo ha procurado siempre buenos ratos de diversión a los niños.
Pero un tablero con un casillero en espiral plagado de dibujos  con preeminencia de un inofensivo animal, la oca, y unos dados rodando puede que tengan un significado más allá de lo puramente lúdico…


Históricamente y descartando orígenes complicados y demasiado difusos,  parece que el primer ejemplar de juego de la oca entró en España como un regalo de Francisco I de Medicis desde Florencia a Felipe II (digamos “de paso” que al II duque de  Toscana le apasionaba la alquimia). A partir de aquí el juego se popularizó rápidamente pasando a todos los estratos sociales.
Por otro lado,  hay un lugar donde se aglutinan las tradiciones herméticas  y el conocimiento esotérico de forma inequívoca y admirable, lugar donde el nombre  Oca, sus variantes, sus connotaciones ocultas, sus alegorías, aparecen frecuentemente como queriendo llamar la atención del ojo atento: este lugar es el Camino de Santiago. Y una vez establecida una frágil pero prometedora relación podemos comenzar una investigación más profunda.

Lo siguiente es un extracto del inspirado estudio que nos ofrece Juan G. Atienza en su libro “Segunda guía de la España mágica” al respecto del juego de la oca:

“Veamos hasta qué punto las figuras se corresponden con los elementos integrantes de la Peregrinación.  Hay algunas, como las ocas,  cuyos nombres específicos aparecen como leit-motiv más o menos evidente a lo largo del Camino .  Otras evidencian en menor grado su realidad y hay que tratar de meterse en la mente iniciática de quienes probablemente inventaron el juego para comprenderlas y justificarlas. Incluso hay ocasiones en las que esa comprensión se alcanza sólo cuando se tienen en cuenta las reglas que han regido tradicionalmente este juego.
Nº 0.- El peregrino y dos dados. La figura aparece ocasionalmente en tableros ya antiguos, no está integrada en ninguna casilla y hace aparecer al peregrino con los dados en la mano, dispuesto a arrojarlos para elegir el camino que ha de tomar. Pero debemos pensar que no se trata de un azar, sino de la orden que le transmitan los dados, porque esos dados son en este caso mucho menos elementos de suerte que representación perfecta de la piedra angular que ordena el edificio sagrado..
Nº 6 (y eventualmente el 12).- El Puente, la obra magna que marca la destreza iniciática del pontífice. Cuando se pasa por el, hay que pagar, pero no se trata de un pago realizado por derechos de peaje sino por el aprendizaje que entraña. El segundo puente de la casilla 12, que ya ha desaparecido en varias representaciones del juego, es el lugar al que va a parar el jugador cuando, tras haber caído en el primer puente, ha satisfecho la cantidad exigida.
Nº 19.- La Posada. Elemental alusión que surge realmente a lo largo del Camino. El enclave donde se descansa. Pero el jugador-peregrino ha de poner atención porque ese descanso se  “paga” con la pérdida de un tiempo que sería precioso para aprender.
Nº 26 y 53.- Los Dados. El iniciado ha encontrado piedras angulares en su camino, elementos fundamentales para entender y emprender el arte de la construcción.  Avanza en su iniciación tanto como tales piedras le enseñen.
Nº 31.- El Pozo. Estaba en la base o en las cercanías de muchos templos y era casi obligado elemento de referencia al agua sagrada que viene del fondo de la tierra. Pero el peregrino no debe dejarse llevar de su encanto, so pena de tener que esperar a que otro venga a rescatarle.
Nº 42.- El Laberinto. Estaba en el suelo de muchos templos (ahora se ha perdido en gran parte) y marcaba el lugar por el que debía discurrir la danza sagrada. Pero el iniciado, cuando llega aquí, tiene que haber superado semejante prueba ampliamente y, en el caso de caer en ella, habrá de regresar a un grado inferior de su iniciación, que será precisamente la casilla anterior al Pozo, para aprender lo que asimiló mal.
Nº 52.- La Cárcel. Una llamada de atención a la estricta ortodoxia. El peregrino no ha de permitir que le descubran, porque la ortodoxia encierra –y hasta quema- a quien se aparta un ápice de las normas.
Nº 58.- La Muerte. La mayor trampa del Camino, el mayor peligro del que debe huir el iniciado-jugador, so pena de tener que regresar al origen del juego y empezar de nuevo. Quien se deje engañar (caer)  en la Tumba Sagrada (que es la base penitencial del peregrinaje) habrá perdido definitivamente su oportunidad y la partida que emprendió. No le quedará más que regresar y, si le queda valor, intentarlo de nuevo.
Tengo la certeza de que esa casilla de la muerte es la clave de todo el juego y la clave también de la peregrinación que se plantea como iniciática. Fijémonos en que la meta aparente de las peregrinaciones –me refiero a las ortodoxas y penitenciales, naturalmente- es siempre una tumba: la de Jesucristo en Jerusalén, la de san Pedro en Roma, la de Santiago en Compostela. Sin embargo, en otros credos que han conservado o han sabido revivir la iniciación tradicional –incluso a niveles inconscientes o instintivos de los peregrinos- aunque hay una tumba en el camino (y siempre muy cerca del final) esa tumba es sólo una visita parcial, porque la auténtica meta está siempre un poco más allá (¿podríamos decir incluso que es una meta más allá de la muerte?). La gran peregrinación musulmana “pasa” por la tumba del profeta en Medina, pero termina y se cumple y realiza en La Meca, que es el lugar sagrado por excelencia, el enclave que conserva la Qaaba, la piedra  que equivale a la realización de la gran obra.
A Santiago llegan los peregrinos ortodoxos y penitenciales, oran y regresan con la sensación del deber cumplido. Quien tal hiciera, habría perdido sin embargo la partida iniciática ed modo definitivo, porque el final, la gloria del centro, estaba más allá. Es un equivalente a la resolución simbólica de la decimoquinta plancha del Liber Mutus de la Rochela, en la que se puede ver el cuerpo muerto dejado atrás y el ascenso definitivo a la gloria que lo trasciende, que lo sobrepasa. Y de esa gloria nadie regresa. Quien la alcanza conscientemente, se queda en ella.»

 

 

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