Tengo que decir que doy muy poca credibilidad a las profecías; me parece muy curioso y desde luego bastante subjetivo el modo en que se las relaciona con los hechos a los que presuntamente apuntan, pero tampoco defiendo su falsedad por norma. Y creo que es un tema que, por haber alcanzado históricamente una notable repercusión, es digno al menos de ser hojeado y sopesado convenientemente dentro del estudio del ocultismo (aunque pertenezca al grupo de temas más esquivos y difusos).
Tenemos a san Malaquías, el archiconocido Nostradamus e incluso a Edgar Cayce, además de algún otro nombre o texto como ejemplo de interés de los que han sentado cátedra en este asunto. Y tenemos, además, una extensa literatura catastrofista circulando por ahí que creo conveniente y hasta necesario pasar por alto. Lo inquietante de las profecías es el carisma y credibilidad de la persona que da testimonio de ellas, y sólo cuando son visiones o ensoñaciones, a veces revestidas de cierto estilo literario casi poético, resultan interesantes y de cierto valor.
Para poner un ejemplo adecuado del tono y lenguaje que se estila en los libros de profecías, me he decidido por el texto que se atribuye a Juan de Jerusalén, que como muestra de estudio puede ser válido e interesante a su vez por el aura de misterio que rodea a ambos, autor y obra. Hay muy pocos datos acerca de Juan de Jerusalén; de hecho, no se puede afirmar que existiera realmente.
Sea como sea, la leyenda dice que Juan de Jerusalén fue un erudito y posiblemente iniciado hermético; nació cerca de Vezelay, Francia, alrededor del 1040. Estuvo en Jerusalén hacia el 1100, y pudo ser uno de los nueve fundadores de la Orden de los Caballeros del Temple en 1118. Murió poco después, hacia el año 1120.
Se le conoce por ser el autor del «Protocolo secreto de las profecías», (libro que escribiría hacia 1110), un compendio de profecías en las que se describen las dos fases que marcarán el futuro de la humanidad. Una primera fase, en la cual estamos ya inmersos, será de tribulaciones y catástrofes que servirán de purga contra todo el mal hecho por la humanidad y una segunda fase que consistirá en la reconstrucción de valores y de evolución espiritual.
En un manuscrito que data del siglo XIV y fue descubierto en Zagorsk (Rusia), entre los archivos de la iglesia-monasterio ortodoxa de la Santísima Trinidad que allí se encuentra, se califica a Juan de Jerusalén de “prudente entre los prudentes, santo entre los santos y que sabía leer y escuchar el cielo”. También señala que Juan solía retirarse frecuentemente al desierto para rezar y meditar, y que estaba en la frontera entre la Tierra y el Cielo. Esta es la referencia más antigua que se conoce de Juan de Jerusalén. Sin embargo, su libro no se encontró entre las pertenencias de este monasterio sino que siguió otro camino, bastante accidentado y casi novelesco.
Según parece, había originalmente siete ejemplares del libro, no se sabe si el original y seis copias (que podrían tener alguna variación) o siete manuscritos idénticos del autor: tres de ellos pasaron a través de Hugues de Payens a manos de Bernardo de Claraval, de los cuales uno bien pudo acabar en los archivos vaticanos cedido por Bernardo al papa Eugenio III, otro lo donó al monasterio sito en Vezelay, cuna de Juan de Jerusalén, desde donde se perdió su rastro y el tercero acabó en la corte francesa no se sabe cómo, aunque probablemente fuera transferido tras la muerte de Bernardo en 1153. Este tercer ejemplar terminó dos siglos después en poder de la familia Medicis, desde donde se especula que el mismo Nostradamus lo utilizó como base para sus Centurias (Nostradamus lo pudo obtener de Catalina de Medicis, con la que mantenía muy buena relación). De los cuatro ejemplares restantes, se ha sugerido en base al contenido del manuscrito de Zagorsk que pudieron haber salido hacia Oriente por diferentes vías, acabando uno de ellos en el mismo monasterio de Zagorsk. Aquí ya no se ha podido encontrar, pero al parecer pudo ser incautado por los bolcheviques en 1918 y destruido. Curiosamente, el ejemplar que se conserva hoy en día se dice que apareció en un inventario en los archivos del KGB en su centro de Lubianka, con su origen correctamente documentado: formaba parte de un lote de documentos incautados en el mismísimo bunker de Hitler en Berlín en 1945. Adjunto al libro había una nota aclaratoria en alemán donde se indicaba que los alemanes a su vez lo encontraron en la biblioteca de una comunidad judía de Varsovia en 1941, desde donde lo trasladaron a Berlín…
Hasta aquí la inquietante presentación de este “Protocolo secreto de las profecías”, del cual voy a transcribir una copia íntegra (al menos como yo la he conocido). El libro se divide en tres partes bien diferenciadas: una pequeña introducción del autor hablando en primera persona, el cuerpo principal de las profecías, cada una de las cuales comienza con la frase “Cuando empiece el año mil que sigue al mil…”, y el desenlace, ya en un tono más optimista y augurando una recuperación espiritual definitiva del hombre.