RENE GUENON «Oriente y Occidente»

orienteyoccidente“Oriente y occidente” es un libro del filósofo y esoterista francés René Guénon; fue publicado originalmente en el año 1924.

 

 

 

 


Este libro no está entre los más eruditos o trascendentales de Guénon, aunque sí se podría decir que es una obra clave en su bibliografía, luego de meditar convenientemente las ideas que en dicha obra se exponen.
Cuando Guénon escribió este libro, ya había dado muestras de un íntimo conocimiento de las doctrinas orientales en “Introducción al estudio de las doctrinas hinduistas”; había manifestado asimismo su conocimiento y fidelidad a la tradición perenne y había comenzado a repasar las disonancias entre culturas y tradiciones: de este período son notorios sus desencuentros con la Sociedad Teosófica, bien plasmados en “El teosofismo: historia de una seudorreligión”, un libro que escribió hacia 1923.

 
Así que por aquella época Guénon ya se había labrado una reputación no exenta de cierta polémica, ya que sus escritos y alusiones directas a corrientes de pensamiento muy de moda entonces habían agitado muchas conciencias, cosa que le trajo bastantes críticas.  Sin embargo, del mismo modo había conseguido cierto aura que le hacía independiente de pensamiento y difícilmente clasificable o rebatible. En este ambiente de controvertida intelectualidad y dura posguerra se publica ”Oriente y occidente”.
En líneas generales, en esta obra René Guénon formula una crítica implacable de los errores y el desvarío de la filosofía metafísica de la civilización occidental moderna, y aboga por un acercamiento hacia  el pensamiento del mundo oriental como único modo de restaurar la intelectualidad tradicional, al objeto de evitar la corrupción y autodestrucción espiritual de este mundo occidental. Guénon sostiene que a partir de la Edad Media el pensamiento occidental se ha venido degradando de diferentes maneras y con la misma rapidez con la que ha prosperado el pensamiento científico y materialista. Considera que la humanidad debe desarrollarse en base a una piedra angular sagrada e inalterable, la tradición perenne, término referido a una rama del pensamiento metafísico que comprende los principios ontológicos universales fundamentales inherentes a la quintaesencia de la naturaleza humana.

 
Efectivamente, René Guénon sería el primero que, en el siglo XX, expondría con rigor y autoridad los principios integrantes del saber tradicional en todas sus formas y en sus dimensiones metafísica y cosmológica: expuso el conjunto de verdades subyacentes en las diversas formas religiosas ortodoxas, verdades que constituyen la citada “filosofía perenne” o tradición unánime de la Humanidad.
Guénon se lamentaba de que las sociedades y fraternidades esotéricas occidentales no hubieran sido capaces de mantener intacto y cabal el preciado bagaje recibido de sus antecesores referente a la mencionada filosofía perenne; de haber tergiversado y manipulado esa herencia adulterando su contenido y fracasando por tanto en lo que sería el cometido principal de dichas sociedades. Sin embargo, buen conocedor del pensamiento oriental y del movimiento esotérico asociado a él, Guénon asimismo apunta al mundo oriental, igualmente depositario de la tradición perenne, como más coherente y celoso guardián de la sabiduría ancestral y por tanto el encargado de reconducir o procurar una necesaria transformación de Occidente. Lógicamente, es nuestro mundo occidental el que debería promover la aproximación a Oriente, con una humildad y respeto que parecían  bastante difíciles de asumir ya en los tiempos de la composición de este libro (primer cuarto del siglo XX).

 
Esta idea de confluencia necesaria entre civilizaciones llegó a formar parte esencial del discurso de René Guénon, quien estaba manifiestamente desencantado ante lo que él consideraba decadencia del pensamiento occidental, arrastrado por el modernismo a una filosofía ilusoria basada en el materialismo y con tendencia a la autodestrucción espiritual. Guénon experimentó de primera mano los convulsos principios del siglo XX en cuyo escenario, con el trasfondo de las dos grandes guerras mundiales, se asentaban las bases de lo que sería el pensamiento y la espiritualidad de la humanidad en una futura era tecnológica, la cual comenzaba a engullir inevitablemente al mundo occidental.
Ciertamente, la terrible guerra de 1914 ya había provocado que ciertos espíritus,  algo más clarividentes que el resto, se interrogaran seriamente acerca del auténtico valor de la civilización occidental y sobre su porvenir, así como sobre el valor de la ciencia y la filosofía modernas. Y algunos comenzaban a plantear la posibilidad real de abordar la doctrina filosófica de Oriente, acerca de la cual, sin embargo, no había un conocimiento muy certero, pues la mayoría de lo que se conocía (promovido fundamentalmente en el entorno de las sociedades esotéricas) era lo aportado por la Sociedad Teosófica. Todo esto provocó una cierta polémica en torno a la cuestión de si Oriente, bajo sus aspectos religiosos o filosóficos, podría ejercer una influencia apreciable sobre Occidente y si esa influencia podría ser tomada como benéfica o maléfica.
En este libro el autor, declarando ser absolutamente consciente de las grandes diferencias que separan Oriente del Occidente moderno, se reafirma convencido de que un acercamiento es no sólo posible sino deseable. También precisa que no se trata en ningún modo de una “fusión” entre tradiciones y civilizaciones diferentes, sino de un “entendimiento” que tendría como resultado hacer desaparecer los principales peligros que amenazan a la humanidad contemporánea en base a una vuelta al pensamiento tradicional.

 
La acogida que tuvo esta tesis fue muy diversa y a pesar de las precauciones tomadas por el autor, algunos no dejaron de acusarle de ser un agente al servicio de grupos orientales deseosos de pervertir la mentalidad cristiana. Pese a todo, unos pocos intelectuales se apercibieron de la importancia del mensaje de Guénon, y así hubo declaraciones públicas como la del escritor Leon Daudet, personaje bastante ortodoxo ultramonárquico y católico, el cual confesó:

 
“No esperéis de mí un análisis crítico de Oriente y Occidente, que es en sí misma una obra crítica, lo repito, de una excepcional penetración y donde abundan los nuevos horizontes. La doble constatación que hace el Sr. Guénon y que todo hombre atento y cultivado puede hacer con él, debe ser resumida así:
1º El Occidente está colocado desde los Enciclopedistas y más allá, desde la Reforma, en un estado de anarquía intelectual que es de una verdadera barbarie.
2° Su civilización, de la que está tan orgulloso, reposa sobre un conjunto de perfeccionamientos materiales e industriales que multiplican las probabilidades de guerra y de invasión sobre un subsuelo moral e intelectual muy débil, sobre un subsuelo metafísico nulo.
Por una vía diferente yo había llegado a una conclusión análoga en el examen del “Estúpido siglo XIX”;  pero mi ignorancia de la filosofía oriental —cuyo conocimiento tan a fondo posee el Sr. Guénon—, no me había permitido levantar el terrible paralelismo que él nos expone. De ahí resalta, sin que él lo exprese de un modo categórico, que Occidente está amenazado más desde su interior, quiero decir por su propia debilidad mental, que desde afuera, donde sin embargo su situación no es nada segura”.

 
La exposición de Guénon en el libro es clara e incisiva; con gran agudeza expresa las causas que han provocado la involución de pensamiento de la civilización occidental, analiza la situación en su tiempo y ofrece la solución que considera más factible, habida cuenta, tal y como el autor explica, del extravío completo occidental respecto de su vía tradicional. No se trataría de importar la filosofía oriental “per se”, sino más bien de reencontrar el punto perdido buscando en la esencia de dicha filosofía  el núcleo de la tradición perenne común. Menciona también el escollo que supone (suponía ya entre sus contemporáneos) la soberbia de Occidente autoproclamándose civilización única y vanguardista, y consiguientemente el temor y aversión al “peligro amarillo” y al movimiento panislamista. Respecto a este último, indica textualmente:

 
“El verdadero panislamismo es ante todo una afirmación de principio, de un carácter esencialmente doctrinal; para que tome la forma de una reivindicación política es menester que los europeos hayan cometido muchas torpezas; en todo caso, no tiene nada en común con un nacionalismo cualquiera, que es completamente incompatible con las concepciones fundamentales del Islam.”

 
Es de señalar que Guénon considera al judaísmo como parte de la civilización occidental, y no le resta importancia a su influencia sobre ésta.

 
Otra de las ideas que defiende Guénon es la de la creación de una élite intelectual; no se trataría de  un grupo de personas sobresalientes por méritos académicos o de otro tipo conocido, sino un grupo selecto formado por individuos capaces de asimilar y comprender los conceptos de la tradición perenne, digamos una suerte de almas avanzadas cuya misión consistiría en dirigir el camino del resto de los hombres coherentemente con la sabiduría inherente a dicha tradición perenne.

 
Hoy en día, y conocedores de los acontecimientos globales acaecidos desde mitad del siglo XX hasta la actualidad, podemos apreciar la tremenda importancia del mensaje contenido en “Oriente y Occidente”. Es sabido que a lo largo de la segunda mitad del siglo XX hubo un intento de acercamiento a la cultura y filosofía orientales  que quedó bien patente en ciertos movimientos sociales; paralelamente se manifestó una notable apertura desde las principales culturas orientales y un cierto intercambio se pudo llevar a cabo. O, al menos, el conocimiento en general se hizo más accesible, a lo que ha contribuido en gran medida el desarrollo de la era de la información. Es cierto que la población occidental aceptó en mayor o menor grado esta influencia, pero sería difícil evaluar la calidad y validez de dicho intercambio; cada individuo debería discernir primero entre la información recibida qué es lo verdaderamente útil, qué conceptos, ideas o premisas podría incorporar a su pensamiento personal. En cuanto a la influencia global según se entiende en el mensaje de Guénon, tal vez sea pronto para constatar en qué medida se ha podido producir, por el lógico motivo del propio ritmo evolutivo del pensamiento humano y también por las graves convulsiones de todo tipo que se vienen desarrollando en las últimas décadas, augurando un incierto futuro y dando una impresión de extravío total respecto de todo valor o argumento relativo no ya a la tradición perenne sino a cualquier forma de tradición o base filosófica veraz. Y no es muy alentador el panorama general del propio continente asiático, que desde la misma mitad del siglo XX viene sufriendo profundos cambios y alteraciones que le han llevado a un estado de continua agitación social y política, tal y como venimos comprobando tristemente, sobre todo en los últimos tiempos. René Guénon tal vez no quiso creer que la misma corriente de modernidad y materialismo que afectaba al pensamiento occidental podría algún día engullir a Oriente, reduciendo o anulando su propia Tradición.

 

 

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