ARKAÍM Y EL ORIGEN DE LA CIVILIZACIÓN

 

 

Fuerzas enormes e imprecisas se están moviendo en Asia Central —incluyendo la región que llamamos Eurasia— que podrían cambiar la evolución de nuestra sociedad y el rumbo de la civilización global.

Cuando contemplamos con asombro cómo el equilibrio de fuerzas geopolíticas está cambiando inexorablemente a favor de las superpotencias emergentes euro-asiáticas, principalmente Rusia, China, India, a las que podríamos añadir por su extraordinario empuje a Irán, a la vez percibimos un nuevo viento espiritual que parece levantarse desde Oriente y podría representar el ansiado renacer del espíritu humano y el reencuentro con los restos de la Tradición, desafiando la opresión y deshumanización que el poder establecido basado en las (sus) reglas pugna por imponer al mundo entero desde Occidente.

La inmensidad de la turbulencia ocasionada por este cambio es actualmente incalculable; tal vez no se perciba adecuadamente por estar aún en estado de gestación y no pueda ser valorada hasta que no dé sus primeros frutos, pero podría significar el síntoma externo de una revolución global de conciencia, a la vez que la dolorosa destrucción de ciertos iconos y paradigmas que se han construido y venerado ciegamente en masa en los últimos tiempos.

La transformación de conciencia que acompaña este cambio global está creando tanto exaltación como inquietud en las personas sensibles al cambio evolutivo. A medida que Occidente va avanzando por un creciente y cada vez más caótico tumulto económico y geopolítico hacia su debacle y lo que muchos consideran como el nacimiento a una nueva Era mundial, preguntas apremiantes están surgiendo. ¿En qué nos estamos transformando, y qué tipo de realidad social sustituirá a aquella que conocemos? El misterio y el temor no es tanto por la velocidad del cambio como por su destino desconocido. ¿A dónde nos dirigimos?, ¿hacia qué precipicio pronunciado y temible, o hacia qué tierra salvadora? ¿Qué significa este cambio de paradigmas?

En un intento por contestar tales preguntas, y con mayor o menor intuición y cordura, muchos estudiosos del esoterismo han vuelto la mirada a tradiciones antiguas para intentar arrojar luz sobre la crisis de los tiempos modernos. Prestando cada vez más atención a cierta evidencia que confirmaría sus tesis, sugieren que la clave para el futuro de la Humanidad podría estar en su pasado distante, en la herencia de una raza antediluviana desconocida que vivió en un tiempo tan remoto que su existencia ha sido borrada de la memoria racial aunque ha dejado un rastro ya casi apenas perceptible en “puntos calientes” del planeta.

En la segunda mitad del siglo XX hubo una apreciable oleada de estos estudiosos y otros “paracientíficos” que recogieron dichas teorías de antiguas razas legendarias y las relacionaron con eventos como las visitas de extraterrestres a la Tierra, el origen de la magia pagana y diversas suposiciones encuadradas en el terreno de la parapsicología, convirtiendo el debate, a sabiendas o no, en una moda pasajera. Gran parte de este grupo paracientífico incluso se involucró sin ningún pudor en los movimientos contraculturales, con lo cual sus escritos hay que “cogerlos con pinzas”, abordarlos con mucho cuidado separando el grano de la abundante paja en los casos en los que realmente se pueden estudiar esos escritos.

Sin embargo, sin llegar a caer en llamativas presunciones subjetivas acerca de nuestro remoto pasado, sí es cierto que existen algunos testimonios e indicios, tanto escritos o grabados en una intuitiva memoria colectiva como sepultados bajo tierra en diferentes enclaves del globo y que han ido saliendo a la luz gracias a trabajos arqueológicos serios (y a veces afortunados), que parecen indicar la existencia en un pasado remoto de civilizaciones cuyas circunstancias la Ciencia y la Historia no pueden explicar convincentemente; civilizaciones que nos plantean muchas preguntas para las que tenemos escasas respuestas, pero cuya existencia podría atestiguar la realidad de un origen humano ligado a las estrellas, una sabiduría distorsionada por la inevitable diversificación del ser vivo y una cíclica regeneración natural.

 

Una Raza Olvidada

A modo de introducción general, diremos que hace 100.000 años o quizá más según algunas hipótesis totalmente ajenas al discurso académico habitual, un extraordinario y desconocido pueblo vivió en la región ártica, que en ese entonces era una zona templada, antes de migrar al Sur hacia regiones del Asia interior, mientras las condiciones climáticas cambiaban y los grandes casquetes polares se derretían. Allí, en una tierra por entonces fértil, estos sabios desconocidos se convirtieron en el núcleo de una raza radicada en Asia central que siguió evolucionando durante los milenios, mejorando el legado genético de la Humanidad primitiva mediante cruces raciales y desarrollando ciencias basadas en el estudio del cosmos y estructuras políticas que sembraron las semillas de nuestro actual status civilizado; emigrando a través de la Tierra y luego desapareciendo, y dejando detrás de sí leyendas inmortales plasmadas en diversas mitologías que fueron transmitidas de generación en generación hasta que con el paso de milenios se mezclaron con influencias externas y así se desvirtuaron casi por completo.    

A pesar de ser generalmente ignoradas por los historiadores y antropólogos de la corriente científica predominante más ortodoxa, estas teorías están siendo propuestas como evidencia con cada vez mayor insistencia por investigadores acreditados, pues una supuesta enorme antigüedad de nuestra especie sigue siendo contrastada no sólo por antiguas leyendas de las razas en cada extremo del planeta sino también en las diversas «anomalías» tecnológicas que están siendo desenterradas en estratos geológicos improbables.

 

En todo caso, disponemos de muy poca información fidedigna acerca de esas civilizaciones ancestrales aparte de las narraciones de carácter esencialmente mitológico que evidentemente son muy difíciles de aceptar como pruebas de su existencia real. Y si nos atenemos a los textos de los historiadores griegos clásicos, aunque parecen más plausibles no dejan de ser testimonios indirectos a los que debieron tener acceso por medio del estudio de textos ya desaparecidos o testimonios orales conservados por generaciones innumerables e imposibles de evocar. Además, sólo nos muestran retazos de lo que pudo ser una realidad inverosímil que generalmente la imaginación de los estudiosos se encarga de rellenar y colorear, lo que da lugar a hipótesis quiméricas que carecen de una base adecuada para un estudio razonable. Respecto a esto, basta con señalar las numerosas y fantasiosas teorías acerca de la Atlántida, Hiperbórea, la isla de Tule u otros lugares míticos mencionados en textos clásicos que en el siglo XX dieron lugar a toda una extensa literatura paracientífica.

Es por ello que nuestro más remoto pasado, el inicio y desarrollo de nuestra andadura inteligente por el planeta, sigue teniendo amplios espacios envueltos en una densa niebla que hasta el momento nos es imposible de aclarar. Tan solo podemos recopilar los testimonios menos adulterados, como los mencionados textos clásicos y los discursos revelados a ciertos “iniciados” por maestros de alto nivel o recuperados de ignotos monasterios y lugares sagrados (normalmente ubicados en Asia central) y con mucha paciencia, buen razonamiento y una feliz intuición hacer un esbozo mental de lo que pudo ser esa época perdida. Y no debemos desdeñar aquellos vestigios materiales rescatados, además de los que están por ser descubiertos, que se resisten al paso del tiempo y nos ofrecen algunas piezas más de este enorme rompecabezas. A esta categoría pertenece el descubrimiento del cual hablaremos a continuación, y que aporta sin duda otro peldaño en la escalera del tiempo en retrospectiva.

 

Arkaím: una ciudad de la Edad de Bronce

Arkaím es un yacimiento arqueológico descubierto en 1987 en la región rusa de Cheliábinsk, al este de la cadena montañosa de los Urales en su extremo sur y en pleno terreno estepario. El asentamiento se remonta a un periodo comprendido entre el III milenio y principios del II milenio a.C. Forma parte de un conjunto más amplio llamado “El País de las ciudades”, que floreció en los siglos XVIII-XVI a. C. en el marco de la civilización de la Edad de Bronce de dicha región esteparia del sur de los Urales. En la literatura de divulgación científica se utiliza la denominación “El País de las ciudades” por los rasgos propios de esta cultura que comprende un grupo de asentamientos fortificados, una especie de estructura militar “protourbana” aparecida mucho tiempo antes que la polis (ciudad) clásica griega mediterránea. “El País de las ciudades” abarca concretamente una zona geográfica a lo largo de las colinas de los Urales que se extiende unos 400 kilómetros de norte a sur y unos 150 kilómetros de este a oeste, donde cada 60 – 70 kilómetros se levantaban fortalezas. Es un espacio sociocultural excepcional que tuvo un nivel bastante elevado de desarrollo, realmente avanzado para su tiempo.

El equipo de arqueólogos rusos que trabajó en el yacimiento desenterró las ruinas de una ciudad fortificada a la que se denominó Arkaím (tomando el nombre de un monte cercano), causando desde muy pronto gran impacto tanto en los círculos intelectuales rusos como en la opinión paracientífica (aunque por distintos motivos). La región se sabía que conservaba vestigios de las culturas más diversas, de todas las épocas y procedentes de todos los puntos cardinales, pero Arkaím era la primera evidencia clara de una cultura avanzada antigua que surgió en esa zona de la actual Federación de Rusia.

El descubrimiento era importante no solo por su antigüedad (entre 3600 y 4000 años respecto de nuestra época actual), siendo contemporáneo de la civilización cretense-micénica, del Imperio Medio egipcio y de las civilizaciones de Mesopotamia y del valle del Indo (Mohenjo-Daro y Harappa), y más antiguo en varios siglos que la legendaria Troya de Homero, sino también por sus sorprendentes características distintivas. El asentamiento de Arkaím fue habitado durante unos 200 años y luego fue misteriosamente destruido y abandonado.

 

Como hemos dicho, la noticia del descubrimiento de los arqueólogos de Cheliábinsk suscitó gran interés por parte de círculos académicos y entre los adeptos de las ciencias paranormales y las misteriosas civilizaciones antiguas. Pero el destino del gran descubrimiento arqueológico no estuvo exento de graves complicaciones desde su mismo inicio: el yacimiento en sí estuvo bajo la amenaza de la construcción de un embalse en el valle de Karagán, donde fueron invertidos grandes recursos económicos. Previamente había sido construido el dique del embalse y la inundación del valle estaba prevista para la primavera del año 1988. Esto habría supuesto la destrucción total del yacimiento, cuya excepcionalidad ya habían aseverado los científicos. Empezó la lucha por la preservación de Arkaím, a la que se unieron importantes círculos académicos de toda la región. Felizmente, por primera vez en la historia del período soviético la férrea defensa del yacimiento por parte de la opinión pública hizo que el estado antepusiera el patrimonio cultural a las supuestas ventajas económicas, lo cual fue un hecho realmente meritorio y extraordinario. El problema de la preservación y la investigación de Arkaím como yacimiento arqueológico podía ser solucionado sólo bajo la condición de la conservación del entorno natural y requería un amplio uso de métodos de ciencias exactas en la arqueología moderna. El dictamen pericial ecológico decidió el destino de este yacimiento excepcional de manera definitiva en abril de 1991, cuando el Consejo de Ministros de la URSS dio la orden de la supresión de la construcción del complejo hidroenergético y la creación de la reserva histórico-natural de Arkaím en el territorio del valle de Karagán. Hay que destacar que este proceso se desarrolló en el marco de la desintegración de la Unión Soviética, ya que la URSS como entidad nacional desaparecería a finales de ese mismo año de 1991. Todo este proceso también nos demuestra la seriedad y profundidad de la investigación del yacimiento arqueológico y la importancia que se le otorgó desde un principio.

 

Los científicos afirman que Arkaím pertenece a la cultura arqueológica de Sintashta de la Edad de Bronce tardío, que se ubica generalmente en esta misma región de Cheliábinsk. La cultura de Sintashta fue probablemente el fruto de la unión de varios grupos étnicos esteparios anteriores que coincidieron en esa zona, y es interesante por algunas peculiaridades como su maestría en la forja de metales (bastante inusual en pueblos esteparios) o su posible uso de carros tirados por caballos, lo que constituiría una de las primeras menciones históricas de esa habilidad; de hecho, muchos investigadores consideran a la cultura Sintashta la originaria del uso de los carros de dos ruedas sobre todo para uso militar, lo que la confiere también una orientación como cultura principalmente orientada hacia la guerra.

Es interesante señalar la bastante probable relación que los investigadores reconocen entre los precedentes de la cultura Sintashta y pueblos de la cultura de la Cerámica Cordada (cultura que se extendió desde Europa Central y Escandinavia hasta el oeste de Rusia, datada ya desde el año 3000 a. c.): esta relación pudo surgir, según algunos investigadores, a raíz de migraciones de los pueblos esteparios orientales hacia el este.

Pero volvamos a Arkaím.

La aplicación de amplios y precisos métodos de investigación arqueológica permitió reconstruir el aspecto original de la protociudad (asentamiento entre urbano y rural, precedente de la ciudad común más organizada). Su planta general traza claramente dos círculos concéntricos de construcciones fortificadas, incluidos uno en el otro, y dos círculos de viviendas, adosados a sus muros. El grosor del muro de fortificación exterior es de 5,5 metros y la altura era de unos 5 metros. Un terraplén con tierra y un parapeto de madera formaban el muro.

Como continuación al pie del muro había una zanja probablemente defensiva que podía alcanzar hasta 2 metros de profundidad. Dentro del muro había espacios y nichos. El diámetro del círculo interior (la ciudadela) es de 85 metros y el exterior es de unos 145 metros. El grosor de los muros de la ciudadela en su base es de 2,5-3 metros, la altura de la parte de tierra en la antigüedad alcanzaba unos 3-3,5 metros, y su altura total es aproximadamente 1,5 veces más alta que los muros exteriores. Los muros radiales, como radios de rueda, dividen el círculo de las viviendas en sectores de tal manera que las viviendas adyacentes tengan paredes comunes. En el círculo exterior se encuentran más de cuarenta viviendas, en el interior veintisiete.

Las viviendas de Arkaím son espaciosas, tienen forma de trapecio, con paredes comunes. La superficie de cada vivienda oscila entre 110-118 metros cuadrados, y allí vivían más de 30 personas. Cada vivienda se dividía en varias partes funcionales: el patio, las habitaciones para el descanso de las familias menores, el cuarto para reuniones comunes, el comedor y las dependencias. Curiosamente, los arqueólogos no han podido recoger datos que indiquen cómo llegaba la luz a aquellas viviendas. Los hornos de las viviendas eran chimeneas, y las dependencias ocupaban aproximadamente una tercera parte del área total de la casa.

En cada vivienda había hornos caseros metalúrgicos, el pozo estaba conectado con el tubo para soplar; este tipo de conexión permitía subir la temperatura en el horno con el objeto de fundir metales. En el fondo del canal se encontraron restos de sacrificios: cráneos y cascos calcinados de animales domésticos. En cada vivienda había de uno a tres pozos.

Todas las construcciones de la ciudad eran de tierra y madera. De tierra se elaboraban también el ladrillo pequeño y los bloques más grandes, cementados por carbonato y yeso. Una de las técnicas de construcción era rellenar cada capa de encofrado con tierra líquida y hacerla secar después.

Las construcciones de madera se cubrían con una capa fina de arcilla. La parte baja del muro exterior y de la zanja fue revestida de piedra. En su parte interior, los muros de defensa se revestían de “ladrillo” negro (adobe de humus), las viviendas con arcilla de color amarillento, verdoso y menos frecuentemente, rojizo.

En la ciudad había una sola calle, que rodeaba el muro de la ciudadela y el muro exterior. La cubría un tablado de madera, debajo del cual se encontraba la canalización para la lluvia: una zanja que tenía pozos cada 30 metros con una profundidad que llegaba hasta una capa natural de gravilla. La plaza central tenía una forma ovalada-rectangular, de dimensiones de unos 25 por 27 metros y fue bien asentada (aquellas tierras contienen mucho yeso, lo que favorece su buena sedimentación).

A juzgar por los resultados de las excavaciones, las cuatro salidas de la ciudad están orientadas hacia los puntos cardinales: además, se observó que la ciudad estaba estrechamente alineada a varios puntos celestiales de referencia y se cree por lo tanto que habría sido un observatorio, así como una fortaleza y un centro administrativo y religioso.

Las exploraciones del equipo científico ruso mostraron que Arkaím disfrutaba de una tecnología avanzada para su tiempo. Como hemos visto la ciudad estaba equipada con un sistema de canalización de desagüe y evacuación del agua de las lluvias, y tenía incluso protección contra el fuego: el suelo enmaderado de las casas parece ser que estaba impregnado de una sustancia ignífuga, un compuesto cuyos restos todavía pueden ser encontrados en las ruinas. Cada casa daba a un camino circunvalatorio interior pavimentado con tablas de madera; y en cada casa invariablemente había un fogón, un pozo, sótanos, un horno y provisión para un sistema de almacenaje de alimentos en frío. El horno era tal que podría haber sido posible fundir bronce en él, así como cocer cerámica.

 

 

Posteriormente a esta excavación extraordinaria, más de otros veinte asentamientos fortificados y necrópolis fueron desenterrados en el valle de Arkaím, algunos construidos con piedras, más grandes y más impresionantes que Arkaím. Con Arkaím siendo posiblemente su capital, el complejo como dijimos vino a ser llamado “el País de las ciudades”, y presentó a los científicos algunas respuestas y muchos más misterios. Esta era la primera evidencia concreta de una civilización neolítica perdida en el sur de Rusia, confirmando lo que se había creído durante mucho tiempo: que la región del sur de los Urales y norte de Kazajistán, dentro de la zona que llamamos ahora Eurasia, fue una región importante en la formación de una sociedad aria compleja que pudo haber influido directamente en la Europa continental.

 

Los arqueólogos se quedaron asombrados por la sorprendente exactitud de la construcción. La ciudad está parcialmente tallada del mismo terreno. La capa superior de la tierra se removió sólo en los recintos destinados para las viviendas, lo que contribuye a la idea de que es un trabajo realizado según un proyecto muy preciso. Al prolongar las líneas axiales de las casas se cruzan en el punto central de la ciudad; además, en ella hay entradas falsas, laberintos e incluso escaleras ocultas, quizá con vistas a un uso defensivo.

En el territorio de Arkaím fueron descubiertos los restos de carros de dos ruedas (radios y pequeños detalles) tirados por caballos. Son los carros más antiguos descubiertos hasta la fecha. Había manadas con diversas razas de caballos, y se criaba el ganado mayor. Existían huertas, y el agua se conducía a los campos por canales; las huertas de Arkaím representan las formas de agricultura esteparia más antiguas en la zona euroasiática septentrional.

Se cree que la élite de esta sociedad estaba bien integrada en la estructura de la comunidad y gobernaba mediante formas de orientación religiosa y espiritual y no a través de presión económica y física. Los hallazgos atestiguan que los habitantes de Arkaím se dedicaban profusamente a la metalurgia y hacían cálculos astronómicos.

No se conoce exactamente el culto religioso que se practicaba en Arkaím, tan solo se puede inferir por los restos encontrados en sus enterramientos y necrópolis vecinas y en general en relación a la cultura Sintashta y precedentes. Pero hay un detalle que resalta: en la cerámica de Arkaím se encuentra con mucha frecuencia la cruz gamada (esvástica).

En todo caso, se puede asumir que Arkaím es contemporánea a la gestación del Rig-veda (el texto religioso más antiguo de la tradición védica pre-hinduista, escrito en sánscrito y que se presume fue compuesto en el área del actual Pakistán) y del Avesta en sus partes más antiguas, que lamentablemente no se conservan actualmente y solo se conocen por referencias indirectas (un texto fundamental en la religión persa zoroástrica cuyo origen se ha llegado a atribuir al propio Zoroastro, personaje ya de por sí legendario). Ambos textos son de origen desconocido. Incluso algunos investigadores han llegado a afirmar que Zoroastro pudo ser originario de la zona de Arkaím, lo cual es una hipótesis no probada pero muy sugerente; en todo caso, es muy probable que el culto practicado en Arkaím fuera más acorde con el zoroastrismo que con la religión védica. Hay que señalar que los pueblos esteparios de los Urales del sur (que incluye Arkaím) son considerados desde el punto de vista lingüístico como protoindoeuropeos, teniendo con los protoindoiranios un origen común en los pueblos arios ancestrales. Es difícil rastrear los orígenes de estas etnias, y hasta la fecha no hay un acuerdo unánime en cuanto a las migraciones o asentamientos humanos que dieron origen a estos pueblos arios, sobre todo por la falta de datos con los que trabajar, aunque parece que este término proviene del sánscrito y se le asocia el significado de “noble, espiritual”; su correspondiente indoiranio sería “arya” (persa antiguo “ariya”), y aquí el término se utilizaba más comúnmente como autodenominación entre los propios pueblos indoiranios y tenía una significación general étnica (religiosa, cultural, lingüística…). Entre los pueblos persas e iranios la palabra “ario” sigue siendo utilizada en sentido étnico (Irán significa literalmente “tierra de arios”). Sin embargo, la palabra “ario” no se utilizó en ningún caso con connotaciones racistas (como más adelante haría la Alemania nazi).  

Muchos investigadores han sostenido que el origen de los pueblos arios primigenios está justamente en las estepas de Asia Central (incluido el sur de Rusia), desde donde habrían emigrado al oeste (llegando a Europa) y al sur (hasta Irán, Afganistán, India, Pakistán). Esta dispersión geográfica explicaría en primer lugar la gran expansión de las lenguas indoeuropeas.

Todo lo anterior es en resumen lo máximo que se puede especular con cierto nivel de certeza y probabilidad acerca de estos pueblos, cuna indiscutible de nuestra civilización y cultura; en cuanto a su origen anterior, pertenece casi enteramente al terreno del mito. Sin embargo, es evidente la inmensa importancia que tiene esa época, auténtica encrucijada en el desarrollo tanto social y cultural como espiritual de la Humanidad.

 

El mito

Las capas más antiguas de los textos del Rig-veda y del Avesta, absolutamente fascinantes en su filosofía y la profundidad de percepción del Universo, descubren el rasgo mayor de la creación mitológica: la unidad indisoluble del hombre con la Naturaleza, que se manifiesta en la cultura de Sintashta-Arkaím con el símbolo recurrente del círculo, utilizado en la propia construcción de Arkaím y que le aproxima al principio del “mandala”. Esta noción se encuentra por primera vez en el Rig-veda y significa “rueda” o “círculo”. Mandala es en cierto modo un “mapa del cosmos” básico y se dibuja como un círculo (cielo) y un cuadrado (tierra), o como su combinación: pueden ser inscritos uno dentro del otro. La construcción de protociudades en la zona esteparia de Eurasia representa una experiencia excepcional en la convivencia humana; la concentración de comunidades de dos a tres mil personas en un área reducida y compacta crea las condiciones peculiares para la iniciación a la alta cultura espiritual, representa la combinación de los intereses personales del hombre y de la familia con los del grupo social. En este tipo de cultura, filosofía, mitología o religión y actividad práctica están armónicamente entrelazadas, y la ciudad se convierte en fortaleza, templo, observatorio… en definitiva, un lugar sacro que ilumina la vida cotidiana.

 

Arkaím puede haber sido un lugar sagrado dedicado a la religión aria del Sol; pero las raíces de su consagración habrían estado en última instancia en el culto mucho más antiguo de la Estrella Polar.

Así, el símbolo de la esvástica (término también derivado del sánscrito), que se pensaba que era un símbolo exclusivamente ario del culto al Sol y ha sido encontrada representada en muchos de los restos cerámicos desenterrados en Arkaím, podría ser un símbolo religioso y metafísico más antiguo que el que está ligado al dios Sol ario, con raíces en el chamanismo totémico. René Guénon, el eminente esoterista francés, señala que la esvástica, simbolizando el movimiento eterno alrededor de un centro inmóvil, es un símbolo polar más bien que solar, y como tal fue un símbolo central en el culto de la Estrella Polar, originalmente dedicado a una deidad planetaria relacionada con la constelación de la Osa Mayor. Este centro, enfatiza Guénon, «constituye el punto fijo conocido simbólicamente en todas las tradiciones como el «polo» o eje alrededor del cual el mundo gira…».

Guenon alude a un posible culto ancestral a la estrella Polar, que precedió a los cultos solares más recientes y conocidos y que se basaba en las observaciones astronómicas; la estrella Polar, por su estabilidad y posición fija, debió ser un referente cósmico con fuertes connotaciones místicas y religiosas, un punto de conexión entre el cielo y la tierra cuyo fundamento y significado se han perdido con el paso del tiempo. Sólo más tarde el Sol, como el centro del sistema estelar giratorio, pudo sustituir a la estrella Polar (y el culto del pilar) como la deidad suprema y condujo a la elevación del dios Sol entre los pueblos indoeuropeos.

Este culto del pilar bien podría ser el motivo de los restos de los numerosos círculos de piedra, menhires y recintos singulares de planta circular (como Arkaím o Stonehenge) que están dispersos por toda Europa, Eurasia e incluso América y otros puntos del globo, monumentos conmemorativos a las grandes migraciones de entrecruzamiento de los pueblos, todos fieles al mismo principio axial o polar que relaciona a la Tierra con el Cielo.

En cuanto a la cuna u origen de esta gran diáspora, el místico y explorador ruso Nikolai Roerich declaró que a raíz de su extraordinaria y fructífera expedición al Tibet hacia 1925 había hallado pilares megalíticos en las tierras altas de aquella región, y creía que eran más antiguos que cualquiera encontrado en otra parte del mundo. Sugirió que estos monumentos tenían una fuerte relación con las obras megalíticas de otros puntos de Europa y Asia y que representaban un culto del Pilar que tuvo sus inicios en la antigüedad en los Trans-Himalayas del Asia Interior. Esta teoría enlaza con la legendaria Shambala, la tierra mítica recogida en las tradiciones budistas, hinduistas y tibetanas que afirma la existencia de esta tierra o ciudad en un lugar recóndito de la cordillera del Himalaya, centro espiritual del mundo de donde en tiempos de caos surgiría un líder o rey que vendría a restablecer la paz y la justicia en el mundo. Esta tradición, que generalmente se interpreta más desde un aspecto espiritual, ha sido tomada al pie de la letra por esoteristas e investigadores como Roerich que buscaron su emplazamiento geográfico, convencidos de su existencia real en los tiempos modernos.

René Guénon apela a las más antiguas y auténticas tradiciones esotéricas al afirmar que mucho antes de que surgieran las razas indoeuropeas, en una época en que la Humanidad estaba todavía en un estadio primitivo de desarrollo, la tierra estaba diferentemente distribuida y una gran cultura hiperbórea prosperaba alrededor del Círculo Ártico, «en las Islas de los Bienaventurados en las orillas del Océano donde gira la gran vorágine».

Sólo más tarde, después de un cambio catastrófico de las condiciones geológicas, esta antigua raza emigró hacia el Sur, unos a Asia Central, otros posiblemente cruzando el Estrecho de Bering por el oeste al continente americano.

Guénon sugiere que en ambos casos los dos grupos llevaron con ellos avanzados conocimientos matemáticos y astronómicos y las semillas de artes y ciencias que serían transmitidas finalmente a nuestros primitivos antepasados para convertirse en la base, hace aproximadamente ocho mil años, de nuestras propias civilizaciones.

Guénon es enfático, sin embargo, al afirmar que de las dos legendarias localizaciones primarias que han llevado a veces el nombre de Tula (conocida por los griegos como Thule), la de Asia Central era la más antigua. La Tula atlante, dice Guénon, debe ser distinguida de la Tula hiperbórea, la Tierra Santa suprema oriental, ya que esta última representa el primer y mayor centro del actual manvantara (unidad de tiempo astronómico en el hinduismo que conforma una etapa cíclica de la Humanidad) y es la «isla sagrada» arquetípica.

     «Todas las otras «islas sagradas», aunque en todas partes llevan nombres de significado equivalente, son realmente sólo imágenes del original. Esto incluso se aplica al centro espiritual de la tradición atlante, que sólo gobernó un ciclo histórico secundario, subordinado al manvantara» (R. Guenon, “El rey del mundo”).

Platón también apunta esta distribución jerárquica: el Imperio atlante ―dijo él― era sólo un nexo establecido por los dioses en una red aún mayor de Centros cuya capital estaba en otra parte «en el centro del Universo» (Platón, “Timeo y Critias”). Así, el centro de la zona euroasiática, dice Guénon en su obra «El rey del mundo», en efecto se ha convertido en aquel «centro del Universo», el auténtico «país supremo» que…

“…según ciertos textos védicos y avésticos, estaba originalmente situado hacia el Polo Norte, incluso en el sentido literal de la palabra. Aunque puede cambiar su localización según las diferentes fases de la historia humana, sigue siendo polar en un sentido simbólico porque esencialmente representa el eje fijo alrededor del cual todo gira.”

Sin embargo, esto todavía no nos dice por qué la localización en Asia Central fue elegida como el destino primario de los hiperbóreos. La respuesta de Guénon a esta pregunta es críptica en extremo. Él confiesa que está tratando con un material proscrito que no le está permitido divulgar, pero llega tan lejos como para revelar que el monte Meru (una montaña mítica sagrada para hinduistas y tibetanos y que estos ubican en el mismo Tibet) o la «montaña polar», está en el centro del «país supremo»; y el monte Meru, como es generalmente entendido ahora, simboliza el misterioso Eje del Mundo o el Árbol del Mundo de la tradición esotérica. En otras palabras, Asia Central fue elegida porque el Eje del Mundo estaba allí; ése era el verdadero objetivo de la migración. El Eje del Mundo era, y es, el «centro del Universo» en la Tierra; es el Eje del Mundo el que hace de su posición geográfica una Tierra Santa, un hecho que ha afirmado repetidamente el esoterismo tradicional.

 

¿Quiénes eran, entonces, estos misteriosos hiperbóreos del norte, o, como podríamos quizá llamarlos mejor, estos Antiguos Maestros de Sabiduría que entendían la importancia del Eje del Mundo? Los registros de la mayor parte de los pueblos de la Edad del Bronce incluyen leyendas acerca de una raza desconocida que nos dio la civilización, que descendía directamente de los “dioses” y entendía los secretos más poderosos de nuestro planeta, secretos que desde entonces han estado perdidos.

Esos Antiguos Maestros han sido conocidos como los Nephilim, los Hijos de Dios, los Anunnaki, los Vigilantes, y otras diversas denominaciones. Pero más allá de ser acreditados con una gran sabiduría y poderes sobrehumanos así como atribuírseles el tener una estatura gigantesca y cráneos muy prominentes, poco más se sabe acerca de ellos. ¿Realmente existieron? Todo lo que se puede decir con certeza es que permanecen como una difusa presencia benigna que se mueve inescrutablemente en el fondo de prácticamente todas las tradiciones prehistóricas de nuestra raza humana.

Estas almas, según algunos textos antiguos provenientes de Sirio (la estrella más brillante vista desde la Tierra), descendieron y se encarnaron aquí en la Tierra en un tiempo remoto a fin de ayudar a nuestra especie en ciernes. Estos hijos de los dioses se mezclaron con los humanos y de esa manera engendraron una raza humana superior con un mayor potencial de supervivencia, la cual subsistió a través de diferentes cataclismos y crisis globales y dio lugar a las diversas oleadas de migraciones.

Aunque los Antiguos se hubieran ido, sus descendientes dinásticos, una larga línea de reyes-sacerdotes neolíticos, comenzaron un nuevo programa evolutivo. En sus migraciones desde Asia Central, a la raza uralo-altaica se le atribuye el establecimiento en cada esquina de la Tierra de su religión del Pilar, que el Critias de Platón describe como la religión de los atlantes también. Altares de pilares de piedra cuyo origen aún no se ha aclarado han sobrevivido, por ejemplo, en Malta desde aproximadamente el año 3600 a.C., y también en el asentamiento de Çatal Hüyük, en Anatolia (Turquía), que floreció hacia el año 7000 a.C. La religión del Pilar es el más temprano modelo conocido de un cuerpo de sabiduría originalmente centrado en la Estrella Polar. Esta podría ser la raíz fundamental de todas las religiones y tradiciones esotéricas que conocemos hoy.

Como algunos historiadores han señalado, a partir de entonces la comprensión profunda que se tenía de nuestros antepasados comenzó a descender hacia la mitología y la superstición mientras pequeños refugios de la sabiduría secreta, templos y lugares de culto, brillaban en un mar de oscuridad, y los relatos místicos de los dioses sustituyeron al conocimiento cosmológico de las épocas anteriores.

Desde entonces, el centro euroasiático entero ha llevado el sello de una santidad especial. Cualquiera que sea su nombre actual, casi todas las tradiciones esotéricas en el Viejo Mundo han relacionado esta vasta y misteriosa región euroasiática interior, tan rica en conocimiento elevado, con la legendaria raza de los Antiguos y la han reverenciado como el hogar de la Sabiduría Antigua.

De esta manera, la leyenda de los Hijos e Hijas de Dios nunca ha muerto, aunque haya pasado a la clandestinidad. El Asia interior, que se piensa que es la cuna inmemorial del chamanismo así como de todos los sistemas religiosos y movimientos esotéricos importantes, es considerada por muchos como todavía espiritualmente eficaz, una tierra santa que, bajo una sola jerarquía gobernante, alberga con imparcialidad a escuelas y hermandades arcanas perseguidas en otros lugares. Sufíes, budistas, cristianos nestorianos, taoístas, zoroastrianos, neo-platónicos y otros que han estado ocultos del mundo profano por las largas cadenas de la transmisión iniciática, nunca han dejado de encontrar un santuario en aquel protectorado especialmente bendito, donde todo comenzó.

Quizás el signo más importante de estos tiempos debería ser encontrado en la visión creciente de una región Heartland (la “isla mundial principal”) unificada entre las principales naciones asiáticas, como China, Mongolia, India, Irán, así como otros estados de Asia Central. Incluída en este bloque oriental está Rusia, la cual, desde el colapso del régimen soviético, está alejándose cada vez más de Europa Occidental en dirección a Asia en la búsqueda de su identidad, y redescubriendo así sus raíces y sus profundas conexiones turco-mongolas. A través de las estepas, donde durante innumerables siglos en un variopinto crisol muchos pueblos, religiones e imperios de todas partes han comerciado y luchado y se han hundido bajo desiertos de arena, un espíritu de renacimiento y de reforma ecuménica se está afianzando. Una fuerza compensatoria que puede ser identificada con el invisible centro espiritual en el núcleo de la Asia alta se agita a través de toda la región. Musulmanes, budistas, zoroastrianos, cristianos, taoístas y todo tipo de creyentes de buena fe están encontrando puntos en común en una visión unida de futuro, comprometida con la armonía global: reafirmándose como una respuesta a la militarista colonización occidental que ha aprisionado al mundo durante los últimos tiempos, este nuevo clima multipolar es un buen augurio para el nuevo amanecer de las fuerzas espirituales, culturales y económicas del globo. ¿Es esta la señal del fin de un ciclo cósmico en la tierra?      

 

 

 

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