EL CATARISMO Y LOS CATAROS
El catarismo fue un movimiento religioso desarrollado en la Europa medieval entre mediados del siglo X y el XIII que alcanzó un especial arraigo en los territorios del sudeste de Francia, sobre todo en la región llamada del Languedoc.
Fue declarado herejía por la iglesia católica, la cual, apercibida de la rápida propagación y afianzamiento de la doctrina cátara, que estaba dando lugar a una auténtica iglesia paralela, decidió su erradicación violenta, por medio de la promulgación primero de una cruzada militar y a continuación mediante la instauración de la Inquisición sobre el terreno que persiguió eficazmente los últimos focos remanentes.
El hecho de ser considerado herejía implica que el credo cátaro era fundamentalmente cristiano. Se podría pensar que el estudio del catarismo corresponde al ámbito exclusivamente religioso, pero lo cierto es que, ignorando las consideraciones e implicaciones místico-mágicas que se han atribuído a los cátaros en el entorno pseudo-ocultista (sin la más mínima base, prueba, o atisbo de ellas), sí que se pueden apreciar ciertos nexos con el esoterismo tradicional que sin duda hay que tener en cuenta a la hora de enfocar el estudio de la epopeya cátara independientemente de su dimensión y proyección social y religiosa. Este estudio, no obstante, es realmente complejo de llevar a cabo, debido a diversos factores: el desarrollo del catarismo como hecho histórico ha permanecido bastante olvidado durante siglos, prácticamente ha sido durante la segunda mitad del siglo XX cuando se han empezado a abordar investigaciones y análisis serios y objetivos, rescatando pruebas y evidencias; a la misma vez y en círculos menos estrictos se ha puesto de moda un supuesto pensamiento-modo de vida cátaro, al que se ha dotado de una dimensión mágica y humanista a la vez, muy atractiva pero carente de fundamento.
Pese a que se suele reducir o centralizar la influencia del catarismo al Languedoc francés, dicha influencia realmente afectó a casi toda Europa además de la parte asiática del Imperio Bizantino, y consta que se extendió a partir del siglo X durante casi cinco siglos. Aunque siempre conformada como opción minoritaria, se organizó hasta constituir una auténtica iglesia cristiana alternativa y diferenciada de las existentes iglesia romana y ortodoxa.
ANTECEDENTES
Lo primero que hemos de tener presente es que la información más copiosa y exhaustiva que nos ha llegado acerca de los cátaros proviene casi exclusivamente de sus antagonistas, la Inquisición (especialmente la que se instauró en Occitania y en el norte de Italia), la cual levantó minuciosas actas de los interrogatorios y acciones que llevaba a cabo contra los herejes o sospechosos de la herejía cátara; irónicamente, esta información se ha convertido en un valioso testimonio de primera mano, el relato del desarrollo de un proceso que abarca nombres, lugares, hechos, testimonios de protagonistas de uno y otro lado, además de consideraciones y juicios que en ocasiones, lógicamente, están teñidos de subjetivismo. Aparte de esto y rescatados del anonimato no hace muchas décadas, contamos con unos pocos textos auténticamente cátaros, los cuales esencialmente son los siguientes:
-Libro de los dos principios, elaborado por Giovanni di Lugio, que fue obispo cátaro en Desenzano (Lombardía, norte de Italia) entre 1250 y 1260. Giovanni Bergamo (su nombre original) fue considerado el teólogo más capacitado del catarismo. Escribió esta obra hacia 1240, la cual se puede considerar excelente muestra de la doctrina dualista cátara y está basada en estudios de textos bíblicos que este erudito razonó bajo su punto de vista. Asimismo, intenta refutar los dogmas del catolicismo a partir también de los textos sagrados.
-Ritual occitano de Lyon, texto escrito en lengua occitana que describe algunos aspectos del ritual cátaro y que se conserva íntegro. Se halla en la Biblioteca de Lyon, donde también está la única Biblia cátara que se conoce, escrita en occitano y fechada a principios del siglo XIII.
-Ritual de Florencia, escrito en latín, como el anterior (son bastante coincidentes) describe algunas prácticas litúrgicas cátaras. Fue descubierto por el historiador y paleógrafo dominico Antoine Dandoine hacia 1939 junto con el Libro de los dos principios.
-Ritual de Dublín, manuscrito hallado hacia 1960 en la biblioteca del Trinity College de Dublín entre los documentos de la llamada Colección Valdense y escrito en lengua occitana. Comprende un tratado apologético de la Iglesia de Dios y una exégesis (comentario, explicación) del Padre Nuestro.
-La Cena Secreta, o Preguntas de Juan, el cual no es un documento estrictamente de origen cátaro sino una especie de evangelio apócrifo que tuvo gran repercusión en el catarismo. Esta obra (de la cual existen dos versiones, una de los archivos de la Inquisición de Carcassone y otra de la Biblioteca Nacional de Viena) proceden de una versión en latín datada hacia el año 1190 y que fue traída por el obispo cátaro italiano Nazario desde Bulgaria; se cree que procede de un texto bastante más antiguo originalmente escrito en griego que circulaba entre los bogomilos eslavos. Trata acerca de un diálogo entre el apóstol Juan y Jesús acerca de cuestiones como los mitos del dualismo, el origen de Satán, la caída de los ángeles, la creación del mundo y el hombre y el Juicio Final, entre otras cuestiones.
-La Visión de Isaías, un tratado apócrifo que circuló (en menor medida que el anterior) entre los cátaros y que era un extracto (una de las tres partes) de La Ascensión de Isaías, texto apócrifo fechado entre los siglos I-II en los orígenes del cristianismo primitivo y con gran influencia gnóstica.
-La “Carta de Niquinta” (1167), cuya autenticidad ha sido puesta en duda y que consiste en el relato de una asamblea religiosa que reunió a representantes de varias iglesias cátaras bajo el auspicio de un bogomilo, Nicetas, parece ser que obispo (clandestino) de Constantinopla. Su interés radica en la constatación del desarrollo y arraigo que en pleno siglo XII ya alcanzaba el catarismo en el sur de Francia.
A esta literatura podríamos añadir algunos textos (sobre todo refutaciones teológicas) elaborados por cátaros reconvertidos al catolicismo o por los propios inquisidores, como la obra “Contra los maniqueos” del religioso aragonés y cátaro converso Durán de Huesca que incluye un breve tratado anónimo cátaro. Además, hay que mencionar la evidente influencia que el catarismo ejerció sobre la literatura de la época, el arte en general y desde luego en los escritos de los trovadores, peculiares músicos y poetas de la Occitania medieval, testigos y cronistas de la época. De todo ello podemos encontrar diversos ejemplos que en todo caso enriquecen la realidad histórica cátara.
Parece comúnmente aceptado que la designación “cátaro” es un derivado de la palabra griega “katharos”, que significa “limpio, puro”. No obstante, este apelativo se popularizó gracias al religioso renano (alemán) Eckbert de Schonau, que hacia 1163, en plena ebullición cátara, acuñó el término “oficialmente” en sus “Sermones contra cátaros”, obra en la que intentaba rebatir la doctrina cátara y la vinculaba decididamente al maniqueísmo. De este modo vinculó también el vocablo griego al latín vulgar “cati” (gato) u occitano “catier”, tal vez a propósito denotando cierta ironía. Y es que, ordinariamente, la iglesia romana utilizaba el término “cataro” para designar despectivamente a los herejes en general, refiriéndose con ello a la acepción “adorador del gato”, o brujo. Lo cierto es que los mismos cátaros nunca se referían a sí mismos como “puros” o “perfectos”; este último adjetivo procede de los registros inquisitoriales. Ellos, según los documentos existentes, utilizaban para designarse los términos genéricos de “apóstoles” o “cristianos”, y por extensión “verdaderos cristianos”, “buenos cristianos”, “buenos hombres” y “buenas mujeres”. En cuanto a los diversos apelativos con que se denominó genérica u ocasionalmente a los cátaros, solían obedecer a cuestiones de ubicación geográfica (“tejedores” en Francia, “piphles” en Flandes, “patarinos” en el norte de Italia); otras veces con cierto tono despectivo o acusador (“publicanos” o “maniqueos”, usado por los teólogos católicos como designación herética generalizadora, también probablemente aludiendo al marcado dualismo doctrinal cátaro); y en menor medida aludiendo a su probable origen (“bogomilos”, “búlgaros”). Cabe señalar también la palabra “albigenses”, con la que se conoció a los cátaros debido a su importante concentración y actividad en la ciudad francesa de Albi (al nordeste de Toulouse, antigua región del Languedoc francés) y donde probablemente se podría ubicar el origen de la implantación cátara en Occitania. Por último, es importante señalar la diferencia entre cátaros y valdenses: estos últimos conformaron un movimiento fundamentalmente de crítica reformista hacia la iglesia católica de cierta importancia, cristalizado hacia la segunda mitad del siglo XII en torno a la figura de Pedro Valdo, un comerciante de la ciudad de Lyon que predicaba la pobreza absoluta y el desprendimiento de los bienes materiales. Los valdenses se extendieron rápidamente por toda Europa, coincidiendo con los cátaros en Occitania (aunque predicando paralelamente, y a veces polemizando entre ellos) y fueron asimismo perseguidos por la Inquisición. Sin embargo, en el movimiento de los “Pobres de Lyon” se observa más bien una amalgama de corrientes contemporáneas de cristianos descontentos con la actitud de la Iglesia romana, en cierto modo un preludio de lo que sería la Reforma Protestante varios siglos después (a la que de hecho los valdenses acabarían uniéndose).
Se considera que el catarismo se origina en el este de Europa (Bulgaria) a mediados del siglo X a partir del llamado movimiento bogomilista. El patriarca de este movimiento fue Bogomil, un sacerdote búlgaro del que se sabe bastante poco (existen muy escasas referencias documentales a este personaje, y todas provienen de sus detractores); esta corriente de pensamiento aglutinó diversas creencias derivadas del cristianismo primitivo y del maniqueísmo que circulaban por la región de Tracia (norte de Grecia, Bulgaria, Balcanes) y comenzó su expansión la cual debió de tener cierta repercusión, ya que un patriarca ortodoxo llamado Teofilacto de Constantinopla ya alertaba de los bogomilos al emperador Pedro I de Bulgaria a mediados del siglo X. Igualmente, un sacerdote ortodoxo llamado Cosmas elaboraba un preciso y argumentado “Tratado contra la reciente herejía bogomila” (970). La palabra “bogomilo” es de origen eslavo y significa “amado por Dios”. Lo cierto es que su doctrina concuerda en buena medida con el catarismo, por lo que se podrían considerar los “hermanos de fe” orientales de los cátaros, los cuales en todo caso reconocen haber sido inspirados por ellos. Históricamente, los bogomilos fueron reprimidos por los emperadores bizantinos, debiendo retirarse a la zona de la actual Bosnia, donde gozaron de cierta estabilidad al encontrarse en un punto intermedio entre los cristianos católicos croatas y los ortodoxos serbios, hasta el siglo XV en que a raíz de la invasión turca la mayoría de bogomilos se convertirían al Islam. Pero entre los siglos XI y XIII muy bien pudieron exportar su credo hacia Italia y Alemania, llegando a Francia y España (incluso a Rusia, lo cual está documentado). Algunos autores llegan a afirmar que los cátaros no eran sino el nombre dado a los bogomilos en las regiones de Europa occidental, y subsiste un debate académico considerable acerca de la relación exacta entre herejías dualistas que surgieron en diferentes lugares en toda la Europa medieval, cuestionando si se trataba de un sólo sistema de creencias transmitido de una región a otra desarrollando luego una cierta independencia con sutiles variaciones doctrinales, o si surgieron varios movimientos heréticos independientemente en diferentes partes de Europa. Sea como fuere, parece bien fundamentada la relación filial entre cátaros y bogomilos, con lo que ello implica en cuanto a la fuente común gnóstica paleocristiana.
LA DOCTRINA CATARA
El catarismo como fenómeno propia y profundamente religioso no fue una simple tentativa de reforma del cristianismo, sino un sistema cristiano distinto, complejo de fondo aunque sencillo en sus formas, con sus textos sagrados, sus liturgias, ritos y sacramentos, su organización eclesiástica, su clero y sus fieles, su teología y su cosmogonía y su mensaje de salvación, todo ello bien definido, incluyendo conceptos que se fueron perfilando a lo largo del tiempo en el mismo seno del catarismo y a partir de la reflexión, como el dualismo que hizo que los tacharan de maniqueos.
El libro sagrado de los cátaros era su Biblia, que consistía en los Cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, el conjunto de las Epístolas y el Apocalipsis (sin variaciones de texto respecto a la biblia usual). Llevaban un ejemplar colgado a la cintura que les servía para predicar, (pues dicha predicación siempre iba acompañada de citas textuales), de pequeño formato y escrita en la lengua románica al uso, ya que hacían traducciones del latín para que fueran más accesibles al pueblo llano. No rechazaban, sin embargo, de plano, todo el Antiguo Testamento sino que aceptaban libros como el Exodo, Salmos, Sabiduría, Eclesiastés, por ejemplo, aunque enfocados por su particular punto de vista (siempre siguiendo el mensaje apostólico). Asimismo, la oración fundamental del cristianismo cátaro era el Padrenuestro, con ligeras variaciones respecto al católico.
Toda la doctrina cátara se deriva de una interpretación estricta de dicha Biblia (o Nuevo Testamento, más concretamente): su Ley era la de los apóstoles, recogida en los “Hechos y Epístolas”, así como su propósito de vida (o Disciplina) se correspondía igualmente al de los apóstoles. Fundamentalmente y siguiendo la línea apostólica predicaban un rechazo del mundo, castidad, regla inviolable de no violencia y amor al prójimo sin condiciones. Reclamaban vivamente el ideal del regreso a las prácticas de la Iglesia primitiva.
No creían en el nacimiento de Jesús de la Virgen María, la crucifixión (ni en la simbología católica de la cruz) ni en la resurrección. Sostenían que Jesús fue enviado al mundo por Dios Padre no para redimir nuestros pecados mediante su sufrimiento, sino para anunciar la buena nueva del Evangelio de salvación. Esta idea o doctrina no era nueva: se denomina docetismo, manifiesta una influencia del pensamiento platónico y entronca con el gnosticismo cristiano más primitivo, siendo ya proclamada a finales del siglo I d.C. El docetismo tiene un gran papel en la discusión acerca de la verdadera naturaleza de Jesús, naturaleza que tanto la Iglesia romana como las diferentes herejías han interpretado de diferentes maneras. Sin embargo, la idea o desviación cátara de reconocer sólo la naturaleza divina de Jesús parece ser única entre las sostenidas por las herejías en la Europa de la Edad Media.
Negaban sacramentos esenciales: bautismo, eucaristía, penitencia, matrimonio. También negaban la jerarquía de la Iglesia y el culto a los santos así como todas las supersticiones que el catolicismo había ido incorporando en su seno.
Para justificar su rechazo al bautismo declararon sus argumentos con toda lógica: que las malas costumbres de los sacerdotes arrebatan cualquier valor al sacramento que confieren y que es una falsedad comprometerse a no cometer pecados que de todos modos van a cometerse. Por el contrario, y en esto coincidían con los bogomilos, uno de los pilares básicos del catarismo era el bautismo espiritual o por imposición de manos (a modo de los apóstoles) que servía para otorgar el Espíritu Santo y redimir los pecados. Este bautismo era el único sacramento practicado por los cátaros y se denominaba “consolament”. En el consolament se leía ritualmente el prólogo del Evangelio de Juan y se ejecutaba una sencilla liturgia. Podía ser impuesto por cualquier “cristiano” (cátaro ya investido) o un grupo de ellos a un adulto responsable que lo solicitara voluntariamente, y podía ser renovado si se recaía en el pecado. El bautizado se comprometía a no comer carne ni alimento graso, a no jurar ni mentir, a no entregarse a la lujuria y a no abandonar el cristianismo de los Buenos Hombres. Existía también el Bautismo del Buen Fin, que se administraba en el lecho de muerte y aseguraba el tránsito del alma libre de pecado.
En cuanto a la eucaristía, al negar los cátaros la transustanciación coherentemente con sus ideas acerca de Jesús, el sacramento eucarístico pierde bastante sentido. En vez de eso y como gesto simbólico, el más anciano de los cátaros presentes alrededor de una mesa bendecía el pan antes de comer y lo repartía entre todos los comensales.
La iglesia cátara no tenía jerarquías: los obispos no se ceñían a un número o demarcación determinados, sino que eran elegidos y ordenados a petición de cualquier comunidad que fuera lo bastante numerosa y dinámica como para erigirse en obispado, de acuerdo con el modelo de las iglesias primitivas. Los llamados “elegidos” cátaros (o más bien “cristianos” simplemente, como ellos se denominaban) eran los clérigos y religiosos y desempeñaban el papel sacerdotal y pastoral, lo cual no significa que ello diera lugar a un cuerpo particular de sacerdotes. Aparte de predicar trabajaban para cubrir sus propias necesidades viviendo en completa autonomía.
Aquí ya podemos ver diferencias apreciables con el maniqueísmo: la falta de organización jerárquica compleja como los maniqueos, el hecho de que los “cristianos” tuvieran que trabajar como cualquier creyente… Incluso los maniqueos tenían sus propias fiestas y celebraciones, así como liturgia particular, y sin embargo los cátaros respetaban las festividades del calendario cristiano aunque no les daban excesiva importancia.
La base del dualismo cátaro es la siguiente: el Mundo, este bajo mundo cuyo príncipe es Satán, no es de Dios, puesto que de El sólo puede proceder lo bueno (el Mundo es de por sí transitorio, maligno y perecedero). El ser humano, arrastrado por Cristo, aspira al reino de Dios, que no es de este mundo. Afirman que uno y otro principio, o Dios, han creado sus propios ángeles y su propio mundo, y que este mundo ha sido creado, hecho y formado por el mal Dios (el diablo, Satán), con todo lo que aquí se encuentra. El diablo, con sus ángeles, subió al cielo y tras un combate librado contra el arcángel Miguel y los ángeles del Dios bueno, robó un tercio de las criaturas de Dios, las cuales vierte cada día en cuerpos humanos o animales, y así las transmite de un cuerpo a otro hasta que todas finalmente sean devueltas al cielo ya que el Bien prevalecerá (referencias claras al Apocalipsis de san Juan).
Todas las almas, entonces, son buenas, aunque ocupan un cuerpo mortal en este mundo que las ha hecho olvidar su esencia. Todas están destinadas a salvarse, así que se niega la idea del infierno pero se acepta la transmigración (reencarnación) de las almas con objeto de buscar el recuerdo de su verdadera ascendencia. En general, se niega el libre albedrío en nombre de una libertad del Bien. Aquí es crucial el papel que ejerce la misión terrenal de Jesús: el de hacer recordar a las almas que son buenas y que su reino no es de este mundo, que debemos regresar a él por medio de la humildad, la verdad y la fe. Los medios que Jesús enseñó al hombre (el ángel caído) para salvarse son, por consiguiente: el despertar previo del alma a través del mensaje del Evangelio y el gesto sacramental del bautismo por la imposición de manos.
En la Iglesia cátara las mujeres estuvieron presentes con igual derecho que los hombres, lo cual enervaba a los opositores católicos, que no concebían este hecho. Las mujeres podían predicar e imponer el Bautismo Espiritual y también bendecir el pan. Vivían juntas y separadas de los hombres observando una verdadera castidad; los hombres llegaban a prohibirse tocar a una mujer o incluso sentarse en el mismo banco. Pero en última instancia en la Iglesia cátara la mujer se subordinaba al hombre aunque tuviera el poder de consolar a los creyentes, cosa que sólo podía hacer en ausencia de un miembro varón de la Iglesia. De hecho, no se conoce ninguna mujer que hubiera sido nombrada obispo o cabeza visible de una comunidad cátara salvo en las propias comunidades exclusivamente femeninas donde la de posición más elevada ejercía como priora o superiora. Con todo, la mujer tuvo un papel activo en el catarismo y su presencia fue muy significativa.
Un punto delicado que se ha esgrimido contra el catarismo es el referente a la “endura”. Esta palabra significa “ayuno”, y alude a un ayuno absoluto (a lo sumo con pan y agua) que realizaban los enfermos tras un consolament recibido en el lecho de muerte, y que en los textos inquisitoriales se interpreta como un suicidio o aceleración voluntaria de la muerte. Hay que puntualizar que esta práctica sólo está documentada por la Inquisición a partir del siglo XIII, cuando la persecución de los cátaros era más extrema; es por ello que algunos historiadores han interpretado que la endura se trataría de una práctica dramática en tiempos desesperados; el mejor medio para un moribundo de llevar a cabo durante el poco tiempo que le quedara la vida evangélica cristiana que le privaría de pecar después de haber obtenido, de manos de algún hermano cátaro aún dispuesto a ofrecerse, el preciado consolament. Lo cierto es que, por lo que sabemos, la vocación de la Iglesia cátara era fundamentalmente vivir para difundir el Evangelio y salvar almas, no incitar al suicidio ni al martirio aunque supiera aceptar éste cuando se presentaba.
Podemos deducir que los cátaros no concibieron los edificios sagrados: para ellos, cualquier lugar era bueno para predicar, bendecir, celebrar un consolament o una asamblea religiosa. Ni siquiera concedían reverencia a los cementerios, más que la que el respeto humano pueda suscitar. El catarismo no era simbólico, por ello no disponía de cruces u otros ornamentos o símbolos específicos de su culto. Y las creencias de los cátaros no les impulsaban a aislarse, sino a vivir en las ciudades, pueblos y comunidades ejerciendo todo tipo de ocupaciones y oficios y mezclándose con la población, intentando dar ejemplo con su modo de vida y predicando a la vez. A este respecto es interesante señalar el apogeo e integración social que lograron en los núcleos de población sobre todo del este de la Occitania francesa, así como en algunas ciudades del norte de Italia. Para explicar este fenómeno habría que tener en cuenta muchos factores (sociales, políticos y religiosos también), algunos de los cuales no conocemos seguramente hoy en día y cuya confluencia dio lugar a ese hecho contrastado. Pero lo cierto es que en esta zona lograron más que en ningún otro sitio actitudes positivas por parte de las casas nobles, que fueron desde la indiferencia tolerante hasta la firme adhesión y apoyo, motivado por el hecho de que hombres y mujeres de alta alcurnia abrazaban sinceramente la fe cátara. Esto también era favorecido por la particular composición de los “castrum” o aldeas fortificadas, en aquel tiempo tan propias del sureste francés y que favorecían el acercamiento de las familias nobles a sus vasallos o población común. Un “castrum” era básicamente una torre habitada por la familia aristocrática del lugar o a veces una iglesia, rodeadas por un laberinto de callejas y casas de artesanos, tenderos y burgueses donde, por supuesto, tenían presencia activa los cátaros. Según la más reciente arqueología medieval, los castrum eran los auténticos emplazamientos donde los cátaros desarrollaron su más febril y eficaz actividad en la zona de Languedoc, Provenza y alrededores, pues eran los núcleos de población más activos. En cuanto a los conocidos hoy en día como “castillos cátaros” (más bien como reclamo turístico), está probado que en general estos castillos fueron levantados tras la cruzada albigense y, en muchos casos, a consecuencia de ella. El mismo castillo de Montsegur, según excavaciones que se han venido realizando desde hace más de cuarenta años, fue construido después de la masacre cátara. En las ciudades italianas, el catarismo medró teniendo como inesperado aliado al movimiento gibelino, presente entre la alta aristocracia y abiertamente contrario al Pontificado.
Continúa en la segunda parte……..