…………………………………….viene de la primera parte
SEMBRANDO IDEAS
Sería exagerado afirmar que la revolución francesa ocurrió exclusivamente por instigación de la francmasonería y otras sociedades secretas con infiltración frankista, pero no sería tan desacertado decir que una vez preparado el caldo de cultivo oportuno, un liderazgo, una dirección o encauzamiento oportunos habrían precipitado los hechos, quizá en este caso de una manera “no controlada”.
El historiador Gershon Scholem, que afirma que el frankismo sabbateano pasó a la clandestinidad alrededor de 1820, resume de manera concisa este período entre los siglos XVIII y XIX:
«Desde el comienzo de mis investigaciones sobre la historia del movimiento frankista, me llamó la atención la particular combinación de los dos elementos que determinan su naturaleza, justo antes e inmediatamente después de la Revolución Francesa: la inclinación hacia las doctrinas esotéricas y cabalísticas, por un lado, y el atractivo del espíritu de la filosofía de la Ilustración, por el otro. La mezcla de estas dos tendencias confiere al movimiento frankista una extraña y sorprendente ambigüedad”. (G. Scholem, “Las tres vidas de Moses Dobrushka”)
Asimismo, Scholem resume las creencias distintivas del sabbateanismo radical que son esencialmente:
- La apostasía del Mesías es una necesidad.
- La Torá real no es la Torá real y debe ser violada para conformarse a otra Torá mística superior y externa llamada la Torá de Atzilut.
- La Causa Primera y el Dios de Israel no son lo mismo, siendo el primero el Dios de los filósofos racionales y este último el Dios de la religión.
- Dios toma forma humana, lo que permitió la aparición de líderes de la secta que se encarnarán en esa deidad, desde Shabbatai Zevi hasta Jacob Frank y otros.
- El «creyente» no debe parecer lo que realmente es.
La siguiente y fundamental pieza clave o eslabón en la cadena de infiltración frankista es Moses Mendelssohn, personaje que ha pasado a la historia oficial como insigne filósofo, a veces equiparado con Immanuel Kant (de quien fue coetáneo) y sobre todo como uno de los principales impulsores de la integración de los judíos en la corriente principal de la cultura europea moderna, a la vez que ardiente defensor de sus derechos civiles. En este sentido, es considerado precursor del movimiento intelectual judío desarrollado en los siglos XVIII y XIX llamado Haskala, que abogaba por la incorporación de los judíos a la corriente principal de la cultura europea a través de una reforma de la educación judía tradicional y una ruptura de la vida del “gueto” (que favorecía el aislamiento de los judíos). Esto significaba añadir estudios seculares a la educación, adoptar el lenguaje de la sociedad o país de residencia, abandonar ciertas formas tradicionales judaicas y reformar los servicios religiosos ofrecidos en la sinagoga entre otras cosas.
El judaísmo ortodoxo se opuso al movimiento Haskala desde el principio, pues desde su punto de vista amenazaba con destruir el tejido social tradicional judío y socavar la observancia religiosa. Si bien algunos de los puntos de Haskala fueron asumidos por la ortodoxia, como la permisividad de estudios seculares junto a los estudios talmúdicos o el conocimiento de lenguas ajenas al yiddish (idioma hablado por los judíos askenazies y sus descendientes) o el hebreo, nada de esto fue novedoso teniendo en cuenta la cantidad de sabios judíos en diversas disciplinas seculares que hubo en todas las épocas anteriores y su aceptación de diferentes lenguas. Algunos de los temores del judaísmo ortodoxo parecen estar justificados ya que Haskala condujo a la asimilación y debilitamiento de la identidad judía y su conciencia histórica. En todo caso, el movimiento Haskala supuso un importante hito en la historia del judaísmo e influyó introduciendo rasgos permanentes en la vida comunal judía. Básicamente, Haskala fue una herramienta para impregnar al judaísmo reticente de racionalismo iluminista y favorecer la corriente reformista que a partir de entonces provocaría la aparición de antagonismos dentro del judaísmo.
Moses Mendelssohn, judío alemán (1729 – 1786) nació en la ciudad de Dessau y siguió la carrera rabínica con el estudio de la Torá y el Talmud. Hacia 1750 viajó a Berlín, donde pronto adquirió una buena posición tanto social como en el entorno judío, donde fue muy reconocido y admirado en ciertos ambientes más vanguardistas. Parece ser que era muy aficionado a Platón; se le llegaría a conocer como el “Sócrates alemán”, realizando varios tratados y obras referentes a escritos platónicos. Aparte de algunos tratados de filosofía, su obra más importante y controvertida fue una traducción de la Torá al alemán además de algunos escritos bíblicos, lo que en su día fue considerado una herejía por la ortodoxia judía pero le valió gran reconocimiento en otros ambientes.
Marvin Antelman dice respecto de Mendelssohn:
“No hay duda de que la estatura de Mendelssohn como modelo de intelectual judío ayudó a mejorar los derechos civiles de los judíos en Alemania y en toda Europa. Sin embargo, cuando uno estudia la filosofía de Mendelssohn y compara su teología con la de cualquiera de sus grandes correligionarios contemporáneos…uno se encuentra bastante sorprendido de cómo un filósofo y teólogo de segunda categoría obtiene la fama en los libros de historia y parece haber encontrado un reconocimiento tan tremendo e instantáneo en la Alemania de su época. Si bien es cierto que Mendelssohn se había hecho un nombre por sí mismo antes de la fundación de los Illuminati en 1776, es más bien sorprendente que las obras por las que es más conocido en la comunidad judía no fueron escritos ni publicados hasta después de que los Illuminati hubieran despegado en Alemania.
Sin embargo, ¿cuáles eran los mensajes y objetivos más destacados que Mendelssohn quería transmitir a su generación de judíos? Se pueden resumir de la siguiente manera:
– Ayudar a los judíos a salir del gueto diciéndoles que deben adquirir la cultura de su país para ello y, a través de ello, iniciar un proceso de asimilación.
– Vender el punto de vista de que la religión judía no tiene dogmas o artículos de fe. Su espíritu es «libertad de doctrina y conformidad en acción.»
– Popularizar el concepto de que las doctrinas y enseñanzas éticas del judaísmo son las de la razón y, por tanto, universales.
– Establecer el judaísmo sólo como una «religión» y que la lealtad a él es compatible con un Estado nacional.
Mendelssohn encaja muy bien en el patrón Illuminati por criticar el dogma judío y aún mantener firmemente la autenticidad de la observancia judía; está sutilmente abogando por el derrocamiento gradual del judaísmo. Poniendo el judaísmo sobre bases estrictamente lógicas e ignorando sus aspectos trascendentales, emocionales y de reacción visceral, Mendelssohn acepta uno de los objetivos declarados de los Illuminati «sustituir la fe religiosa por la razón».
Antelman revela que los orígenes de Mendelssohn son “algo oscuros”: según sus investigaciones, el bisabuelo de Moses Mendelssohn, llamado Simha Benjamín Wulff fue excomulgado en 1667 por seguir la doctrina sabbateana. A partir de ahí se instalaría en Dessau, donde continuó el linaje familiar. Antelman concluye que la familia era criptosabbateana o cercana a la secta.
Aparte de esto, existen efectivamente interesantes conexiones entre Mendelssohn y los Illuminati: el mismo conde Mirabeau le dedicaría un ensayo halagador titulado “Sobre la reforma política de los judíos”. En su ensayo Mirabeau sostiene que las faltas de los judíos eran las de sus circunstancias, y que los judíos podrían convertirse en ciudadanos útiles si pudieran deshacerse de los «fantasmas oscuros de los talmudistas«.
Y sus relaciones con frankistas declarados también están comprobadas, por ejemplo atendiendo a sus contactos con el señalado judío cabalista frankista Jonathan Eybeschutz (excomulgado en 1756).
Pero más importante es la conexión con Friedrich Nicolai, que deja la implicación activa de Mendelssohn con los Illuminati fuera de toda duda.
Friedrich Nicolai (1733 – 1811) fue un escritor y librero berlinés adscrito a la masonería y al movimiento Illuminati. Fue tan ardiente defensor de la ilustración como hostil al catolicismo (era protestante), y consta documentalmente su estrecha relación con Mendelssohn, con quien antes de la aparición del movimiento Illuminati ya había desarrollado diversos proyectos literarios; de hecho, se podría considerar a Nicolai el “publicista” de los illuminati, dada la ingente cantidad de literatura de la organización que promovió directamente, desde panfletos a obras mayores de todo tipo. Además, Nicolai dirigía publicaciones que adquirieron gran relevancia en la segunda mitad del siglo XIX y que prácticamente se dedicaban a revisar y hacer crítica de gran parte de la obra en prosa alemana de la época, por supuesto aplicando sus propios criterios y juicios.
Cabría preguntarse cuál fue la verdadera naturaleza de la relación entre Nicolai, que se dedicó a socavar los cimientos de la religión católica (tenía especial animadversión hacia los jesuitas, a los que consideraba peligrosamente infiltrados en la masonería y altos estamentos sociales), y Mendelssohn, un judío aparentemente “convencido” pero que constituyó el origen del reformismo judío. Exteriormente, la relación de Nicolai y Mendelssohn fue tan cercana que Nicolai heredó todos los escritos originales de Mendelssohn, correspondencia escrita y notas tras su muerte en 1786.
Curiosamente, de los seis hijos de Mendelssohn que llegaron a la edad adulta, solo dos mantuvieron la confesión judía: el resto se convirtieron al cristianismo. El famoso compositor musical Felix Mendelssohn (1809 – 1847) fue uno de sus nietos: sería educado según los cánones de la ilustración asumiendo la confesión de protestante luterano debido a un inusitado afán de su padre, Abraham Mendelssohn, por renegar de su ascendencia judía. Abraham se movía en los más altos círculos sociales berlineses, y junto con su hermano Joseph (uno de los hijos de Moses que no renegó de su confesión judía, por cierto) formó parte del banco Mendelssohn & Co., que fue uno de los principales bancos europeos hasta el año 1938 en que fue absorbido por el régimen nazi alemán. Asimismo, Abraham se casó con Lea Salomon, una mujer ilustrada con una línea de pensamiento similar que además pertenecía a un linaje judío muy parecido: era nieta de Daniel Itzig, otro judío berlinés con conexiones familiares frankistas y seguidor del reformismo judío. Itzig fue un banquero extremadamente rico bien conectado a la corte prusiana (con Federico Guillermo II, notable Illuminati), y parece ser que también perteneció a los Hermanos Asiáticos en Berlín.
Según Marvin Antelman: “…con solo seguir a la familia Itzig uno puede rastrear a través de sus matrimonios y círculos sociales la mayoría de las intrigas políticas frankistas Illuminati de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX”.
Efectivamente, el rabino Antelman ha investigado exhaustivamente los nexos familiares y sociales de ciertas familias judías de alto rango de esa época (los Wehle, Hoenisberg, Schiff, Itzig, Warburg…por mencionar algunas), hallando una interesante red de conexiones, muchas de carácter endogámico, que sugieren poderosamente una progresión del pensamiento frankista sabbateano hacia el reformismo judío teniendo como fondo la Ilustración; se produce una asimilación que hace que el pensamiento frankista se diluya en la sociedad intelectual y elitista europea y se “transmute” en un pensamiento secular revolucionario, más acorde a las transformaciones sociales de los siglos XVIII-XIX pero que mantiene el núcleo fundamental del idealismo sabbateano: la destrucción de la religión y la ortodoxia tradicional y la preparación de la sociedad para el advenimiento de un gobierno elitista global.
A partir de aquí es más difícil seguir el rastro frankista, dado que prácticamente ya nadie se atribuye voluntariamente los ideales de la secta ni se declara seguidor de la misma. Sin embargo, como hemos visto, un referente importante se puede encontrar en estos linajes que mantenían una línea hereditaria de carácter exclusivista y que de formas subrepticias se involucraban, o de hecho fomentaban los procesos revolucionarios intelectuales que afectaban profundamente a la sociedad, moldeándola de manera que invariablemente apunta al pensamiento frankista sabbateano e illuminati. En todo caso, las líneas de evolución son lo suficientemente “sospechosas” como para tenerlas muy en cuenta, independientemente de si hablamos de frankistas clandestinos o frankistas con un pensamiento evolucionado adaptado a los requerimientos sociales de cada época, y lo que es más preocupante, en función de un plan de actuación global preconcebido.
Recapitulemos: una vez que el pensamiento sabbateano-frankista dispuso de terreno abonado para prosperar en el marco intelectual de la Ilustración, y se hubo fusionado con los grupos intelectuales más extremistas e incisivos como los Illuminati, se extendió ampliamente por toda Europa de la mano de la intelectualidad más progresista (y a través de los canales de las sociedades secretas), que abogaba por la soberanía de la razón y la demolición de la religión y la estructura social creada en base a esta y los poderes tradicionales, sustituyéndolo por ideas como la libertad, igualdad, progreso, tolerancia, fraternidad, el gobierno constitucional de tipo democrático y por supuesto la separación entre la Iglesia y el Estado. Ideas que, si bien sonaban atractivas y se teorizaban profusamente como palancas de la evolución lógica de la humanidad, eran más bien mecanismos de manipulación de la plebe, dado que la clase elitista seguía gobernando entre bastidores y esos altos ideales no parece que llegaran a cuajar adecuadamente entre el pueblo llano.
Esto ya se pudo vislumbrar en la consecuencia más directa y forzada de todas estas deliberaciones, que fue la Revolución Francesa y que fue el colofón a todas las maniobras intelectuales, tanto clandestinas como públicas que matizaron el pensamiento del siglo XVIII y que probablemente al ser el primer experimento social a gran escala se pudo ir un poco de las manos de los agentes inductores, en los cuales como hemos visto subyacía inequívocamente el ideario frankista sabbateano.
Ya entrado el siglo XVIII, estos mismos agentes, que ya conformaban un crisol de ideas combinadas con un objetivo cada vez más concreto y por tanto que podía ser planificado a largo plazo, se dedicaron con toda su energía y voluntad a poner en práctica su proyecto de revolución social, un proyecto increíblemente pretencioso pero que paso a paso se iba implantando debido al apoyo de buena parte de la clase intelectual (generalmente captada a los efectos) y sobre todo por lo más selecto de la clase alta, las familias y linajes que poseían las mayores fortunas y que se ocupaban de que la riqueza “no saliera del clan”, haciendo uso de las armas predilectas del frankismo: las relaciones endogámicas y pactadas dentro de la secta y la disposición al engaño, la “doble cara”.
Sabemos que la principal preocupación del frankismo era destruir la religión establecida para sustituirla por su ideal difuso de carácter mesiánico y apocalíptico, comenzando por la religión judía por su relevancia como “madre” de las religiones principales abrahámicas, pero sin olvidar al cristianismo y el islam, aunque obviamente el reto del judaísmo era más arduo. Básicamente, el plan consistía en que, si los judíos pudieran fragmentarse y dividirse irreversiblemente, el éxito en la implementación de la revolución religiosa se lograría.
Así lo expresa el rabino Antelman en “Para eliminar el opiáceo”:
“Puede resultar difícil concebir cómo un judío profeso o un católico buscaría destruir su propia religión. Sin embargo, hay que considerar que el círculo interno estaba formado por intelectuales inusualmente dotados que eran miembros de un grupo específico de religión sólo por nacimiento, y personas muy ricas cuyas ambiciones ilimitadas de poder les habían hecho convertirse en poco escrupulosos. Su ansia de poder era tan grande que podría conducir las lealtades que albergaban para que sus propias órdenes religiosas se conviertan en auxiliares de sus objetivos. Convenía a estas personas tanto socialmente como por temperamento conservar una fachada de formalismo religioso, que no les impidió llevar a cabo su demoníaco negocio de destruir el método religioso. Traidores católicos entre ellos desempeñando su papel de socavar la autoridad de la Iglesia y su poder último, y judíos traidores entre ellos que se dedicaban a sus tareas asignadas de socavar y destruir la autoridad del judaísmo…Concibieron la idea de desarrollar su propia red de seminarios rabínicos para ordenar a sus propios rabinos fraudulentos.”
El reformismo fue un caballo de Troya utilizado para corromper y destruir el judaísmo desde dentro. Como hemos visto, Moses Mendelssohn abrió ese camino de forma inteligente, y ya en pleno siglo XIX otros se encargarían de continuar su labor.
Según Marvin Antelman, Abraham Geiger (1810 – 1874) fue uno de los hombres elegidos por el “círculo interno” para continuar y afianzar el trabajo. Geiger fue un teólogo y rabino alemán (nacido en Frankfurt) al que se considera oficialmente “padre” del reformismo judío. Estableció una estructura organizativa dinámica para el judaísmo reformista, convocó la primera conferencia formal de rabinos reformistas (1837) y fue un prolífico escritor que difundió ampliamente sus ideas. Como resultado de su trabajo, a mediados del siglo XIX el reformismo era el cisma judío principal en Alemania, alcanzando un rotundo éxito.
Respecto a sus conexiones, Geiger se casó prácticamente en matrimonio concertado con Emily Oppenheim, otro apellido judío oriundo de Frankfurt con interesantes ramificaciones: Emily era hija de un rico joyero y nieta del banquero judío Gumpel Oppenheim, y su hermano fue Heinrich Bernard Oppenheim, quien participaría activamente en la revuelta comunista alemana de 1848 (según Antelman, fue uno de sus artífices intelectuales). Hablaremos enseguida del comunismo, ya que sería el siguiente hito histórico revolucionario en el que parece ser que participaron los neofrankistas de los círculos internos de poder.
Geiger fue acogido en Frankfurt por la familia insignia de la ciudad, los Rothschild, otro linaje judío de banqueros que tras las guerras napoleónicas (y gracias a ellas) habían conseguido amasar una considerable fortuna. Para ilustrar la relación de Geiger con los Rosthchild diremos que Geiger compuso y recitó el panegírico para el funeral de James J. Rothschild (1868), hijo menor del patriarca Mayer Amschel.
Además de Geiger, hubo otros “infiltrados” que se dedicaron a minar el judaísmo de forma similar: así, Leopold Zunz (1794-1886) fue otro judío alemán que ha pasado a la historia como un insigne erudito, aunque su contribución realmente se limita a la creación y desarrollo de la “Sociedad de Cultura y Estudios Judíos”, en esencia un esfuerzo por ampliar el estudio laico de la literatura histórica y el ritual judío con el fin de facilitar la asimilación en la sociedad alemana y europea secular. El rabino Antelman relaciona a la familia Zunz con los Schiff, y afirma que el propio Leopold tuvo contactos probados con frankistas sabbateanos en Praga. Sin embargo, la influencia de su obra ha tenido un gran alcance, contribuyendo en gran medida al reformismo y el conservadurismo modernos, además de afectar a la práctica y desarrollo social del judaísmo. Políticamente fue también muy activo, y se alineó con la revolución comunista de 1848.
Zechariah Frankel (1801 – 1875) fue otro rabino alemán, se dedicó al estudio del desarrollo histórico del judaísmo y crearía una corriente denominada “positivismo histórico judío”, que fue el origen del movimiento conservador judío, también llamado “masortí”. Esto no es ni más ni menos que una posición “centrista” entre el judaísmo ortodoxo y el judaísmo reformista, que parece tratar de conciliar el uno con el otro cuando realmente lo que hace es crear un nuevo cisma. De hecho, el movimiento conservador se afianzó en Estados Unidos y constituye la tercera rama más seguida del judaísmo.
Marvin Antelman señala que, al igual que el reformismo, el “movimiento conservador” judío también tenía sus raíces en el frankismo. Scholem y otros autores han documentado el linaje frankista de Frankel, nacido en la familia Wehle de Praga, considerada por los rabinos ortodoxos “bastardos hasta la décima generación” por manifiesta herejía.
Adolf Jellinek (1821 – 1893), de origen moravo, fue otro rabino ensalzado por los canales académicos oficiales y considerado como uno de los mayores oradores judíos centroeuropeos de su época. Fundó la academia Bet HaMidrash en Viena, desde donde exponía su oratoria y publicaba trabajos periodísticos regularmente. Pero su currículum “no oficial” es mucho más jugoso: entre 1845 y 1856 (año en que se trasladó a Viena), fue predicador en la sinagoga de Leipzig que había sido fundada por el ya mencionado Zechariah Frankel. El profesor Gershom Scholem presentó evidencias de que Jellinek era frankista declarado, principalmente por ciertos aspectos de su relación con Leopold Low: este personaje era un rabino que predicó en Hungría, y que por sus ideas marxistas y reformistas fue básicamente un agitador social tanto en el plano político del país como en el contexto de la comunidad judía húngara. No obstante, oficialmente se le considera una figura prominente, pese a tener una muy justa formación (curiosamente en teología cristiana, sobre todo, y filología). Lo cierto es que Low, con un discurso bastante ambiguo aunque decididamente antiortodoxo, llevó a los judíos húngaros, que se habían librado hasta entonces de la Haskala, a una condición de reformismo (llamado judaísmo neólogo, exclusivo de Hungría) que prácticamente provocó su propio cisma hacia el resto de comunidades judías europeas. Jellinek y Low tuvieron contacto y existe documentación (correspondencia entre ambos) que demuestra su filiación frankista.
Jellinek promovió los objetivos iluministas de socavar las religiones formando la Kirchlicher Verein junto a clérigos cristianos; esta era oficialmente una asociación abierta a todas las confesiones religiosas, pero en realidad más bien estaba encaminada a destruir los valores religiosos y morales. Con esta sociedad intentó obtener representación política en la Asamblea Nacional alemana, pero su intento fue frustrado por el ministro de Asuntos Religiosos sajón, que astutamente advirtió el camelo. Jellinek, sin embargo, insistió en otro frente con más éxito, promoviendo la infiltración comunista en países eslavos a través de emigrados germánicos con el pretexto de promover actividades culturales. Y como no podía ser menos, su hijo George, afamado profesor, fue bautizado en el protestantismo tras la muerte de su padre. Por otra parte, un hermano de Adolf Jellinek, Hermann, sería ejecutado en 1848 por su activismo revolucionario contra los Habsburgo austríacos. Parece ser que ambos hermanos profesaban la ideología marxista, aunque Adolf jamás lo constató directamente.
Adolf Jellinek fue mentor de otro personaje clave con una curiosa trayectoria: se trata de Solomon Schechter.
Solomon Schechter (1847 – 1915) fue un rabino originario de Moldavia que adquirió sus conocimientos talmúdicos en escuelas de carácter reformista en Viena y Berlín, aunque según Marvin Antelman en su juventud tuvo contacto con literatura frankista, que al parecer asimiló bien. Pese a ser un intelectual más bien mediocre, llamó la atención de Claude Montefiore, un intelectual ultrarreformista de una rica familia afincada en Inglaterra que fundó la sociedad Unión Mundial del Judaísmo Progresista en base a sus ideas marxistas-iluministas (aunque dedicó grandes esfuerzos al estudio del cristianismo por alguna razón). Montefiore llevó a Inglaterra a Schechter bajo su tutela, y allí le introdujo en la alta sociedad británica donde llegó a alcanzar (no se sabe muy bien cómo) una posición prominente, a la vez que adquiría prestigio en los círculos universitarios de Oxford y Cambridge.
Con el fin de crear un aura de erudición alrededor de Schechter, se le ocupó en puestos de investigación y educación en diversos organismos académicos británicos, aunque sería en el hallazgo de los manuscritos de la Geniza de El Cairo donde obtendría su salto a la fama definitivo. Schechter viajó a El Cairo por cuenta de la universidad de Cambridge y allí trabajó en el descubrimiento y catalogación de manuscritos hebreos de cierta antigüedad. Realmente no está claro el fruto de ese trabajo, aparte de haberse llevado buena parte de los manuscritos, que pasaron a ser propiedad de la biblioteca de Cambridge, y de haber obtenido un impacto mediático importante, convenientemente dirigido.
Una vez alcanzada su gloria mediática, Schechter estaba listo para asumir el papel principal como director del Seminario Teológico Judío de América, una institución creada en 1886 en Nueva York como uno de los principales bastiones académico y espiritual del conservadurismo judío, que subsiste en la actualidad. Schechter llegó a Estados Unidos en 1902 para ejercer el cargo.
En un principio la institución se consideró un centro modélico de carácter judío ortodoxo, creado con la misión de “preservar el conocimiento y la práctica del judaísmo histórico”, pero pronto el multimillonario banquero Jacob H. Schiff hacia 1897 conspiró para hacerse cargo del Seminario y controlarlo, por supuesto inyectando una gran suma de dinero “desinteresadamente”. Fue el quien contrató al bien recomendado Schechter, quien por su parte nombró profesores heréticos para enseñar allí. Los rabinos ortodoxos más honestos que quedaban no tardaron en abandonar el Seminario, totalmente defraudados. Schiff gastó 200.000 dólares para construir un nuevo edificio para el Seminario en Nueva York. El Seminario creció hasta convertirse en el centro del movimiento conservador en Estados Unidos, y muchas nuevas congregaciones conservadoras proliferaron en Estados Unidos, especialmente después de la Primera Guerra Mundial.
Hay que decir que Estados Unidos fue terreno abonado para el reformismo judío: después de la fallida revolución comunista de 1848, hubo un éxodo masivo de rabinos reformistas de Alemania. Estos judíos “radicales” llegaron a Estados Unidos y pudieron trabajar sin obstáculos en territorio virgen para construir una base de poder político y establecer los fundamentos para el futuro crecimiento de la reforma y la destrucción del judaísmo auténtico. La mayoría de los estadounidenses no estaban preocupados por los acontecimientos en Alemania y no veían a estos rabinos falsos con ninguna sospecha, por lo que su trabajo se desarrolló sin obstáculos. Después de haber sufrido amargamente el fracaso de la revolución comunista de 1848, fueron más circunspectos en sus costumbres, de modo que aproximadamente una década después de abandonar Alemania, se convirtieron en una potencia a tener en cuenta en los Estados Unidos.
Volviendo al Seminario, cabe mencionar que tras el fallecimiento de Jacob Schiff sus descendientes familiares por matrimonio, los Warburg, se convirtieron en los principales financistas del Seminario (la interrelación entre las familias Schiff-Warburg es muy notoria). La familia Warburg donó además una mansión para ser utilizada como “museo judío”.
Merece la pena detenerse un momento con los Warburg: este era un linaje judío proveniente de la banca veneciana (siglo XVI) que, con objeto de ampliar sus miras financieras, se trasladó a Alemania (Warburg, Westfalia, de donde proviene su nombre), pasando a Hamburgo en el siglo XVII, donde hacia finales del siglo XVIII consolidarían su imperio financiero. Pero lo más llamativo de esta “élite judía” es que consta que financiaron el ascenso de Hitler al poder en Alemania mediante la intervención de Max Warburg desde Alemania y su hermano Paul M. Warburg, que había emigrado a Estados Unidos y por entonces era vicepresidente de la Reserva Federal (sistema bancario central) estadounidense. Max Warburg era director del infame consorcio empresarial alemán I. G. Farben (su hermano Paul también era director de la rama americana de este consorcio), el cual apoyó generosamente al Partido Nazi en 1933. Es bastante conocido que la empresa I. G. Farben produjo, entre otras cosas, el gas venenoso Zyklon B que se utilizó en las tristemente famosas cámaras de gas nazis.
Pero no nos adelantemos. A finales del siglo XIX el reformismo había crecido notablemente, como vemos llegando a América; por su parte el movimiento conservador judío, un sucedáneo de aquel creado con el mismo objetivo de erosión de la religión tradicional, recibía también un buen impulso sobre todo en los Estados Unidos, donde cualquier experimento era bienvenido si estaba respaldado con buenos dólares. Baste decir que algunos rabinos conservadores europeos formaron parte de la dirección del Seminario Teológico Judío del cual hemos hablado, institución que derivó a un abierto reformismo. Luego la colaboración y superposición de ambas ramas judaicas era un hecho constatable.
Respecto al conservadurismo, dice Marvin Antelman sin rodeos:
“El movimiento conservador, por su propia existencia, perpetra la mentira de que son una rama del judaísmo cuando, en realidad, son antijudaicos. Sin embargo, los miembros son invariablemente judíos”.
continúa en la tercera parte…………………………………………