LA INFILTRACIÓN
En nuestro artículo “Mesianismo: de Jesús a Jacob Frank” hablábamos acerca de la secta mesiánica judía frankista, y de la vida y milagros de su líder, Jacob Frank. Comentábamos también la actividad del movimiento tras la muerte de Frank, rastreable según diversas fuentes incluso en pleno siglo XIX en diferentes puntos, sobre todo de Europa central, y la transición de los incondicionales frankistas a la clandestinidad, llevada a cabo mediante su infiltración en grupos de carácter ocultista como las logias francmasónicas y en los círculos elitistas de la alta sociedad para continuar con sus actividades sectarias con cierto nivel de autonomía y fuera de las miradas públicas: es decir, a todos los efectos ya como “criptojudíos” infiltrados y plenamente integrados sobre todo en los estamentos sociales más altos, y en consecuencia más influyentes.
Estas particularidades parecen indicar que, aunque el movimiento frankista en sí se podría considerar como públicamente disuelto a principios del siglo XIX (tras la muerte de Eva Frank, la hija y sucesora del líder), muchos de sus miembros podrían haber conservado la esencia de la ideología o “catecismo” frankista, muy probablemente influyendo en otras ideologías o movimientos sociales emergentes de épocas posteriores.
Aunque es evidente que por las propias características de secretismo del postfrankismo sería difícil ubicar a estos adeptos criptojudíos y establecer la medida de su influencia en otros movimientos de cualquier tipo (político, social, religioso, intelectual…), sí que es posible relacionar ciertas ideas originales frankistas con postulados y pensamientos divulgados por ciertos círculos ocultistas e intelectuales bien conocidos del siglo XIX e incluso XX de los que luego hablaremos. Algunos autores incluso han investigado hasta un punto bastante inquietante la infiltración del ideario y actitud frankista en determinados personajes, movimientos y élites sociales, estableciendo una continuidad casi hasta nuestros días.
Vamos a empezar a entrar en materia con un texto del rabino Marvin Antelman (1933 – 2013), un sobresaliente investigador de nuestro tiempo del movimiento frankista, que plasmó sus teorías acerca de esta organización sobre todo en su libro “Para eliminar los opiáceos” (1974), seguido de un segundo volumen en el año 2002. En su obra Antelman viene a declarar fundamentalmente que ciertos grupos de presión cuyas raíces estarían en grupos revolucionarios asimilados con el sabbateanismo y el frankismo se han marcado como objetivo principal destruir las religiones tradicionales para promover una tiranía secular de carácter e ideología ‘comunista’ en el mundo. El rabino Antelman expresa en su obra teorías conspirativas las cuales trata de cohesionar y justificar a partir de hechos históricos y ciertas suposiciones bastante sugerentes, elaboradas a partir de su análisis intelectual bajo su perspectiva como experimentado religioso judío ortodoxo (sionista convencido). Esta perspectiva, dado que estamos estudiando un movimiento eminentemente judío, además de la exhaustiva investigación que realiza el rabino Antelman para apoyar su tesis, son los aspectos que más nos interesan de su obra y es por lo que haremos referencia a ella con frecuencia en nuestro artículo y completaremos con información adicional cuando sea procedente. No obstante, eso no implica que debamos estar de acuerdo ni mucho menos en todos los planteamientos de la obra de Marvin Antelman, ni de ningún otro autor a quien nos refiramos.
Así que comenzaremos con este texto que resume lo expuesto en el artículo que dedicábamos al líder judío Jacob Frank, sucesor autoproclamado del pseudo mesías Shabbatai Zevi:
“Los cultos sabbateanos están bien documentados en la ‘Enciclopedia Judaica’ y en los escritos de académicos israelíes… En pocas palabras, estos grupos practicaban sexualmente el incesto, la pedofilia, el adulterio y la homosexualidad y, por lo demás, eran depravados. El Talmud afirma que el Mesías vendrá sólo en una edad que sea completamente culpable o completamente inocente (Sanedrín 98a). A partir de este epigrama, los frankistas declararían: ‘Dado que no todos podemos ser santos, seamos todos pecadores’.
Uno tiene que preguntarse qué locura había dentro de las mentes de los judíos que haría que tantos aceptaran este culto nihilista. Además, los sabbateanos y frankistas practicaban la endogamia, lo que seguramente no ayudaba a prevenir la tendencia hacia las psicosis y neurosis. En su época, más de un millón de judíos de todos los sectores sociales proclamaron y aclamaron a Shabbatai Zevi como su libertador. El movimiento rechazó el Talmud y rechazó por completo la ética y la moral del judaísmo de la Torá.
El “creyente” frankista tenía un sistema de creencias engañoso e invertido: ‘no debemos aparentar ser como realmente somos’. Esta última creencia justificaba la búsqueda de sus seguidores de la doble vida que llevaban. Uno podría parecer un judío religioso por fuera y, en realidad, ser un frankista. Los Dönmeh se convirtieron oficialmente al islam, pero siguieron siendo criptojudíos (ocultos). Lo mismo ocurrió con muchos frankistas que se convirtieron oficialmente al catolicismo.
La gran mayoría de los frankistas que aparentemente abrazaban el judaísmo se integraron en la comunidad judía. A pesar de que todos eran en apariencia religiosos, todavía acariciaban como objetivo “la aniquilación de toda religión y sistema positivo de creencias” y soñaban “con una revolución general que barrería el pasado de un solo golpe para que el mundo pudiera reconstruirse”. (Extracto de “To eliminate the opiace” Vol. I, M. Antelman)
Decíamos que, a pesar de su supuesta disolución, el movimiento frankista pasó a la clandestinidad y no sólo no desapareció, sino que existe evidencia de que algunos frankistas se infiltraron en los círculos de la alta sociedad europea además de en algunas de las muchas logias masónicas que operaban, principalmente en centroeuropa. Curiosamente, los frankistas se ocuparon activamente de recoger la mayor cantidad posible de la literatura del movimiento que circulaba por Europa por algún motivo desconocido, lo que obviamente hace que exista relativamente poca información directa de la secta. Pero, pese al secretismo que exhibieron los frankistas, existen evidencias de que continuaron activos durante todo el siglo XIX, tal y como lo atestigua el señalado historiador judío Gershom Scholem, que menciona expresamente que muchos descendientes de antiguas familias sabbateanas (prefrankistas, que como es sabido también fueron considerados herejes por el judaísmo ortodoxo tradicional) alcanzaron posiciones de importancia durante el siglo XIX como intelectuales prominentes, grandes financieros y hombres de altas conexiones políticas, presumiblemente conservando su confesión criptojudía, aunque externamente aparentando ser tanto judíos como cristianos practicantes, habiendo entre ellos numerosos conversos.
Consideraremos en primer lugar un evento clave que tuvo lugar en el verano de 1782: entre julio y agosto de ese año se celebró un congreso masónico en el balneario de Wilhelmsbad (cerca de Frankfurt, Alemania), perteneciente por entonces al príncipe heredero Guillermo IX de Hesse-Kassel, quien llegaría a tener una de las mayores fortunas de Europa en su tiempo, después de recibir en 1785 la herencia paterna. Guillermo, que se educó en el protestantismo, no consta que fuera masón, pero sí su hermano menor el príncipe Karl, el cual tuvo un papel preponderante en el congreso.
Junto al príncipe Karl asistieron a la asamblea importantes representantes de la masonería de Alemania, Austria, Francia, Italia y otros países europeos; no era para menos, ya que el punto principal de la agenda era el destino del rito de la Estricta Observancia, un sistema masónico de alto nivel que se había impuesto en las logias europeas en el siglo XVIII y que por determinadas circunstancias había sido puesto en entredicho (principalmente acusaciones y denuncias por fraude en torno al controvertido asunto de los “superiores desconocidos”). Los pormenores del congreso y sus repercusiones en la francmasonería en general, que fueron muy significativas, no son asunto de este artículo, pero sí lo son dos circunstancias extraordinarias que se produjeron a raíz del congreso:
-La infiltración en la asamblea de miembros Illuminati, que permitió a esta organización salir muy fortalecida del Congreso de Wilhelmsbad, adquiriendo a partir de aquí un papel primordial en el escenario europeo.
-La creación de la logia “Hermanos asiáticos”, acontecimiento extraordinario ya que abrió las puertas de las logias masónicas a los judíos, que hasta entonces habían tenido el acceso restringido.
Hablaremos más extensamente de estos dos puntos.
La Orden de los Iluminados de Baviera, más conocidos por el término latín “Illuminati”, fue una sociedad secreta fundada el 1 de mayo de 1776 por Adam Weishaupt, profesor de derecho canónico en la Universidad de Ingolstadt (Baviera). Weishaupt, hombre de gran intelecto, era en realidad un devoto “racionalista”, no muy amigo de esoterismos ni misticismos, de ahí que se dice que odiaba a los rosacruces y al misticismo extremo dentro de la francmasonería. Del mismo modo persiguió con encono a los jesuitas, pese a que se educó con ellos (pero en realidad nunca fue uno de ellos).
Weishaupt da el perfil de megalómano narcisista; probablemente su idea al crear la orden fue, con el tiempo, llegar a dominar el mundo bajo un gobierno utópico. Era totalmente hostil al absolutismo religioso y el “oscurantismo”; creía firmemente en un gobierno secular ajeno a la religión, y probablemente quiso que su orden dirigiera la instauración de la Ilustración, y que fuera el motor principal de la reorganización social. Así, tenemos que uno de los principales objetivos de la organización Illuminati era acabar con la ortodoxia religiosa, o “superstición”, como ellos lo llamaban, y en esto coincidían con los frankistas, que incluso llegaron a utilizar la religión como máscara para sus actividades secretas.
El congreso de Wilhelmsbad dio un gran impulso a los Iluminados de Baviera: después del desmantelamiento de la Estricta Observancia a consecuencia del congreso, muchos masones se pasaron a las filas illuminati, incluido el propio príncipe Karl Hesse-Kassel. De hecho, algunos autores afirman que el congreso sirvió para que los illuminati se apoderaran de la masonería mediante una hábil maniobra, y si bien esto puede parecer cierto a tenor del impulso recibido tras el evento, también parece posible que la francmasonería pudiera haber “fagocitado” a los illuminati, o al menos se hubiera impregnado del pensamiento illuminati lo cual habría dado nueva savia a las logias, teniendo en cuenta que la orden de los Iluminados fue disuelta oficialmente en 1785.
Weishaupt usó los recursos que tuvo a su alcance inteligentemente; lo cierto es que los nueve años de existencia oficial de los Iluminados de Baviera fueron intensamente aprovechados. En ese período de tiempo Weishaupt logró imbuir sus ideas en muchos librepensadores europeos, sobre todo en las clases sociales altas y ciertas élites intelectuales, que a su vez las propagaron de diferentes maneras, logrando realmente desestabilizar el continente sacudiendo sus cimientos sociopolíticos de manera que las nuevas ideas, de carácter laico y protosocialista, se materializaron en movimientos históricamente revolucionarios como la propia revolución francesa o incluso la posterior creación del comunismo.
En realidad, la orden de los Iluminados de Baviera había surgido en el momento idóneo, ofreciendo interesantes expectativas sobre todo a los intelectuales francmasones que habían quedado desencantados con el asunto de la Estricta Observancia. El caso más claro es el del escritor alemán Adolph von Knigge (1752 – 1796), hombre muy inclinado al esoterismo y misticismo que había ingresado en la masonería muy joven y que se dedicó a prácticas como la alquimia, al parecer sin mucho éxito. Después de solicitar su ingreso en la orden rosacruz y haber sido rechazado, parece que entró en un período de crisis intelectual y espiritual que le condujo a la orden illuminati, donde ingresó en 1780. Knigge se dedicó en cuerpo y alma a la illuminati, que por entonces estaba prácticamente “en pañales”; no solo utilizó sus conocimientos y experiencia en la estructuración de la orden illuminati a imagen de la francmasonería, sino que gracias a sus numerosos y excelentes contactos logró atraer a muchos candidatos a las filas illuminati (él mismo presumía de haber traído a varios cientos de ellos), lo cual convirtió a la Orden en una fuerza formidable en gran parte de Europa. Weishaupt estaba encantado por este aporte, pero los dos hombres eran de caracteres opuestos y uno de los dos sobraba en el mando, así que llegó un momento en que Weishaupt decidió deshacerse de Knigge; este dimitiría formalmente en 1784.
No debió ser una despedida muy fraternal, ya que Knigge llegó a declarar que su intención había sido reorganizar y guiar a la masonería hacia un propósito elevado, y lamentaba la forma en que los illuminati se habían inmiscuido en asuntos políticos y procurado ventajas civiles. Esto era rigurosamente cierto, ya que al año siguiente las autoridades alemanas, seriamente alertadas por la infiltración descarada de los illuminati en el aparato burocrático y en sectores como el educativo, decidieron poner fin a la Orden. Weishaupt tuvo que salir huyendo apresuradamente para acabar refugiándose en la corte del también illuminati duque Ernst II de Sajonia-Gotha. Allí permaneció hasta su muerte en 1830, escribiendo algunos libros no muy brillantes y aparentemente sin mayor trascendencia.
Las investigaciones oficiales tras el edicto de disolución revelaron hechos realmente escandalosos: los illuminati habían utilizado su influencia y recursos para ocupar puestos de poder en prácticamente todos los ámbitos sociales; sin embargo, lo más preocupante se reveló cuando las autoridades interceptaron cierta cantidad de correspondencia interna de la orden donde se detallaba desde la composición de venenos hasta la teorización de operaciones de espionaje. La información se descubrió de manera bastante afortunada y circunstancial en poder del alto funcionario Frank von Zwack, hombre muy cercano a Weishaupt. Se encontraron descripciones entre los escritos incautados de: “…una caja fuerte que, si se abriera a la fuerza, explotaría y destruiría su contenido; recetas para conseguir un aborto; una composición química que ciega o mata cuando se pulveriza en el rostro; una receta de tinta invisible; una fórmula para hacer un té que induce el aborto; un método para llenar un dormitorio con gas venenoso; métodos para falsificar sellos de Estado, incluido una colección de varios cientos de impresiones de este tipo, con una lista de sus propietarios, incluidos príncipes, nobles, clérigos y comerciantes destacados; una copia de un manuscrito titulado ‘Mejor que Horus’, impreso y distribuido en Leipzig, que contiene un ataque y una amarga sátira de toda religión…“
Después de que esto fue expuesto, los illuminati dijeron que todo este impresionante arsenal de datos pertenecía propiamente a manos de Zwack porque, después de todo, era juez del tribunal penal y era su deber saber esas cosas. La misma excusa también se ofreció por su colección de sellos pero, por supuesto, la pregunta condenatoria era: «¿por qué se encontraron estas cosas justamente entre los papeles de los Illuminati?» Cuando Weishaupt fue preguntado por esto, su reacción fue: «Estas cosas no se llevaron a efecto, sólo se hablaba de ello, y eran justificables cuando se tomaban en conexión adecuada”.
No nos extenderemos con detalles de la organización illuminati que tras su disolución salieron a la luz, pero en orden de ilustrar nuestro artículo vale decir que la estructura interna de la orden y la relación entre sus miembros era poco menos que la de un auténtico servicio secreto en toda regla, que daba gran importancia al estudio psicológico (literalmente espionaje, captación sectaria y control psicológico) de los miembros.
Sea como fuere, el ideario y los objetivos illuminati sobrevivieron impregnando otros movimientos y organizaciones posteriores que, aunque no se manifiesten luego abiertamente con ese nombre, sí que se pueden reconocer por las actividades que llevaron a cabo, tal y como parece haber pasado con el frankismo.
De hecho, el frankismo y los illuminati de Baviera fueron movimientos muy cercanos en el tiempo y en su ubicación geográfica, y si desprendemos al frankismo de su halo esotérico (algo perfectamente viable, ya que según sus propios objetivos el frankismo evolucionaría naturalmente hacia la secularización) tendría más puntos en contacto con el pensamiento racionalista de Weishaupt de lo que pueda parecer.
En todo caso, veremos más en detalle la interrelación de ambos movimientos más adelante.
Pasemos ahora al siguiente punto, la Orden de los Hermanos Asiáticos.
Hans Heinrich von Ecker und Eckhoffen (1750 – 1790) fue un aristócrata bávaro muy involucrado con las sociedades secretas de su tiempo. Iniciado en la masonería, probaría también con el rosacrucismo, de manera que hacia 1776 ya quiso establecer su propia “rama” rosacruciana, la “Orden de la Rueda y la Cruz Dorada”; curiosamente, esto sucedía el mismo año de la creación de la orden illuminati de Weishaupt. El intento de Ecker no prosperó, además de que en 1780 sería expulsado de la propia orden rosacruz, pero siguió insistiendo para formar en 1781 la “Orden de los Caballeros y Hermanos de la Luz”, supuestamente a partir de un conocimiento esotérico fundamental que habría recibido de organizaciones secretas de Oriente y con el ambicioso objetivo de «difundir la luz y la verdad, dar bienaventuranza y paz y desbloquear las verdaderas imágenes secretas de los tres grados de los Caballeros Masónicos».
Ecker operaba entre Berlín y Viena, y en esta ciudad logró establecer la orden, la cual ya presentaba una estructura muy concreta y parece que un contenido teórico y ritualístico propio. Sin embargo, esta orden necesitaba de un impulso para obtener atención, así que Ecker se presentó en el Congreso de Wilhelmsbad de 1782, donde consiguió el apoyo del príncipe Karl Hesse, el cual le instó a hacer ciertos cambios. De aquí saldría la «Orden de los Caballeros y Hermanos de San Juan Evangelista de Asia en Europa», o más comúnmente conocida como los «Hermanos Asiáticos», una «asociación fraternal de hombres nobles, piadosos, eruditos, experimentados y reservados, sin distinción de religión, nacimiento y clase social», con el objetivo declarado de “explorar los secretos del conocimiento de todas las cosas naturales para el bien de la humanidad».
Los Hermanos Asiáticos incorporaban algunas novedades extraordinarias: por primera vez se autorizaba el ingreso de judíos en una orden secreta de esta naturaleza, además de, en teoría, también a los musulmanes; asimismo, se incorporaba conocimiento cabalístico a los rituales internos de la orden, cosa que hasta ahora las sociedades secretas europeas principales no contemplaban. No obstante, se dice que los Hermanos Asiáticos básicamente no eran más que una escisión de los rosacruces y masones a la que se había suprimido el elemento cristiano y eclesiástico, aunque en algunos círculos era precisamente la ausencia de aptitud espiritual, o conocimiento y objetivos religiosos lo que le daba atractivo.
Ecker supo promocionarse: ya como canciller de la orden aglutinó poder y, todo hay que decirlo, la riqueza empezó a fluir a sus bolsillos, con lo que se ocupó de buscar altos patrocinadores y simpatizantes y la organización empezó a adquirir relevancia. Sin embargo, la relación de Ecker con sus vecinos masones y rosacruces no iba bien: ya fuera por la divergencia de objetivos, por la pretenciosidad de Ecker u otros motivos, algunos altos masones se propusieron acabar con la organización de Ecker, debido a lo cual impulsaron la emisión de una ordenanza masónica (edicto del emperador José II que regulaba la masonería en Austria) a finales de 1785 que, si bien restringía también las actividades de los francmasones, atacaba directamente a los Hermanos Asiáticos provocando su desaparición.
A partir de aquí, la historia de la orden se va diluyendo; Ecker intentó revivir la orden buscando nuevos patrocinios en las altas esferas, aunque moriría en 1790 en circunstancias desconocidas; oficialmente, se sabe que hubo cierta actividad en el norte de Alemania e incluso los países nórdicos, pero se pierde el rastro a principios del siglo XIX.
Los Hermanos Asiáticos parecen haber sido bastante ignorados por la historia, si consideramos que organizaciones muy posteriores como la Golden Dawn o la O.T.O. de Theodor Reuss declaran su influencia, la cual incluso se percibe en las ideas de Aleister Crowley y otros personajes del ocultismo moderno.
Pero la orden de los Hermanos Asiáticos nos interesa por una circunstancia más importante que relaciona a esta organización directamente con el frankismo. Aparte de Hans H. von Ecker, hubo otro hombre involucrado en la creación de los Hermanos Asiáticos: se trata de Thomas von Schönfeld, personaje que si bien a veces no se relaciona con la fundación de la orden no sólo está vinculado, sino que participó activamente, incluso aportando el contenido esotérico cabalístico además de organizar el ritual y la infraestructura en buena medida.
¿Quién era realmente Schönfeld? En principio, su nombre de nacimiento era Moisés Dobruschka. Como ya sabemos por la biografía de Jacob Frank, cuando este fue liberado de su reclusión en el enclave polaco de Częstochowa hacia 1772, se trasladó a Brünn, ciudad morava donde residía su prima Schöndl Dobruschka; con esta familia vivió Frank durante cerca de 14 años, casualmente el período en que se produjo la gestación y creación de los Hermanos Asiáticos, además del resto de acontecimientos que hemos mencionado. Es sabido que la familia Dobrushka era fervientemente frankista sabbateana, y Moisés era uno de los doce hijos, es decir, sobrino de Frank. En esta época la actividad de Frank en Viena era febril, teniendo incluso contacto con el emperador José II y en general buena relación con la corte (que luego se truncaría); fue en Viena donde Moisés Dobrushka, que hacia 1775 se había convertido al catolicismo adoptando el nombre de Franz Thomas Schönfeld y en 1778 había sido elevado al rango de noble (barón), donde estableció junto a Ecker la primera logia de los Hermanos Asiáticos, desde donde se extendió por Austria y Alemania rápidamente. El enclave de Viena fue un centro de reunión de numerosos frankistas, tal y como señala el historiador judío Jacob Katz en su obra “Judíos y francmasones en Europa 1772 – 1939”, el cual estudió la orden a fondo.
La familia Dobrushka es un excelente ejemplo de frankismo práctico: en muy buena situación económica, gracias al comercio y la especulación financiera y muy bien relacionada socialmente, son típicos criptojudíos reverenciando y respaldando por un lado a Jacob Frank y por otro relacionándose sin pudor con la alta sociedad católica. De sus doce hijos, ocho se convirtieron abiertamente al catolicismo, y seis de ellos recibieron títulos nobiliarios “porque sí”. El motivo de la conversión por supuesto no está nada claro, ya que las actividades de la familia no revelaban ningún tipo de fe; más bien al contrario, a juzgar por el ejemplo de Moisés.
Moisés Dobrushka es un personaje sumamente interesante: de buena educación, autor literario, esoterista en la onda cabalista con toda probabilidad influido por Jacob Frank y, según algunas fuentes, muy interesado en alquimia; aventurero y amante de la buena vida, cambió de nombre varias veces y adoptó diversos seudónimos, por lo que algunas de sus actividades pasaron desapercibidas. Iniciado masón después de su conversión, luego tendría un papel fundamental en los Hermanos Asiáticos, orden de la que se desligó oficialmente un poco antes del edicto de 1785. En 1792 pasaría a Estrasburgo, entonces ciudad en la frontera franco-alemana, junto a dos de sus hermanos; se dice que este cambio pudo estar motivado por la pérdida de posición en la corte austríaca, aunque no se puede descartar una búsqueda de nuevos horizontes “conspirativos”.
Una vez asentado en Estrasburgo, cambió su nombre por Junius Frey, y comenzó a involucrarse en política: soplaban vientos revolucionarios, y se afanó por ganarse el favor de los jacobinos, algo que no le traería agradables consecuencias. A mediados de 1792, el ahora conocido como Junius Frey marchó hacia París, el ojo del huracán en plena revolución francesa. Una vez allí continuó involucrándose en política, sin olvidar sus negocios; escribió la obra “Filosofía social”, lo cual le dio una cierta reputación de teórico pensador revolucionario.
Pero en pleno apogeo del “reinado del Terror”, en abril de 1794, Junius Frey y su hermano Emmanuel que le había acompañado en sus andanzas fueron guillotinados junto con otros políticos (entre ellos Georges Danton, el jacobino moderado); el Tribunal Revolucionario los acusó de conspiración en favor de potencias extranjeras (Inglaterra y Austria) y de soborno y maniobras desleales para destruir al gobierno de la república francesa.
El ejemplo bien documentado de Moisés Dobrushka nos muestra cómo los frankistas sabbateanos asumieron papeles destacados en la sociedad de finales del siglo XVIII, involucrándose en actividades clandestinas o claramente conspirativas culminando con la propia Revolución Francesa, que iba a alterar profundamente el continente europeo sin vuelta atrás.
Respecto a Jacob Frank, en 1786 dejaba a los Dobrushka para instalarse en Offenbach, ciudad cercana a Frankfurt (centro neurálgico francmasón), donde vivió sus últimos años a cuerpo de rey residiendo en un antiguo palacio-castillo que convirtió en su pequeño feudo y donde se dice que incluso entrenaba a su propia milicia compuesta por varios cientos de soldados, no se sabe muy bien con qué finalidad. En 1791 Frank moría, pero el lugar se convirtió en un improvisado centro de peregrinación donde siguieron acudiendo multitud de personas aún años después de su muerte. Aparte de estos hechos convenientemente documentados, no se sabe hasta qué punto influyeron las actividades clandestinas de Frank en su entorno; algunos historiadores afirman que su relación con los illuminati fue tan estrecha que pudo apoyar sus maniobras de infiltración en el poder, incluyendo las recetas de venenos y esquemas propios de actividades subversivas y de espionaje, como los que luego serían descubiertos en la correspondencia capturada a la orden.
Lo que sí consta es que las logias de los Hermanos Asiáticos de Viena eran frecuentadas tanto por frankistas como por illuminati; en todo caso, la interacción entre ellos en las últimas décadas del siglo XVIII está documentada, como nos muestra por ejemplo Marvin Antelman en su exhaustiva investigación para la obra “To eliminate the opiace”, en la cual aporta datos concretos al respecto, con nombres y apellidos sobre todo de familias y linajes sabbateanos-frankistas.
En cuanto a la dirección y tendencia de los illuminati tras su disolución oficial en 1785, se sabe que buena parte de ellos decidieron aplicar sus ideas de revolución social en Francia, donde ya en 1789 se iniciaba el proceso revolucionario con la autoproclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional y eventos de carácter violento como la toma de la Bastilla ese mismo año.
Los iluministas radicales bávaros ya proclamaron a principios de la década de 1780 que sus reformas secularizadoras debían llevarse aún más lejos mediante una “inminente revolución de la mente humana”, algo que fue realmente tomado en serio por sus oponentes, que temían que ese programa efectivamente condujera a una revolución universal de forma inminente.
Como ejemplo ilustrativo tenemos al francés Honoré Gabriel Riquetti, conde de Mirabeau. Este activo revolucionario y “bon vivant” se convertiría en representante del Tercer Estado en 1789 gracias a su gran oratoria y sería encumbrado por el pueblo francés. Está bastante claro que fue francmasón, aunque no consta fehacientemente su filiación illuminati; en todo caso, tuvo una relación con los illuminati bastante reseñable. En 1786 viajó a Berlín, permaneciendo en la corte prusiana de Federico el Grande durante un período de tiempo que le permitió relacionarse con personajes illuminati alemanes muy prominentes. De este modo, a su regreso a Francia en 1787 publicaba su “Historia secreta de la corte de Berlín”, donde criticaba incisivamente tanto al emperador como a ciertos ministros. Sin embargo, también regresó con la idea de que ‘sería Alemania, y no Francia, quien daría origen a la idea moderna y radical de la revolución como un levantamiento secular de alcance más universal y transformador que cualquier cambio puramente político, y declaraba a los iluministas alemanes como probables líderes de esa revolución’. Quedaría tan marcado por su experiencia en los territorios alemanes que proyectó esta experiencia en su actividad en la Revolución francesa: popularizó términos iluministas como “revolución de la mente” y “contrarrevolución”. También supo matizar el lenguaje astutamente con frases evocadoras como que “el propósito de los Estados Generales no era reformar sino regenerar la nación”; llamó a la Asamblea Nacional “el sacerdocio inviolable de la política nacional”, a la Declaración de los Derechos del Hombre “un evangelio político” y a la Constitución de 1791 una nueva religión “por la cual el pueblo está dispuesto a morir”.
Paralelamente, Mirabeau mantenía contactos con el rey Luis XVI, que le aportaba una sustanciosa pensión, y según el caso apoyaba a la monarquía o era un incondicional populista, haciendo su postura tan ambigua que llegó a ser considerado traidor sobre todo cuando tiempo después se supo públicamente que había mantenido contactos secretos con la monarquía, recibiendo dinero extra por algunas actuaciones de intermediario. Pese a todo, el pueblo le llegó a considerar uno de los “padres de la Revolución”, y el club de los jacobinos, al cual perteneció aunque curiosamente teniendo cierta polémica con el propio Robespierre, quedó consternado tras su temprana muerte en 1791.
Existe constancia de la relación de Mirabeau con notables illuminati como Jakob Mauvillon, quien le asesoró en la composición de la obra “De la monarquía prusiana bajo Federico el Grande”, o con Friedrich Nicolai, con quien compartía afinidad con Moses Mendelssohn, destacado judío reformista de quien también hablaremos.
continúa en la segunda parte…………………………