………………..viene de la parte I
EL VIEJO DE LA MONTAÑA EN ALAMUT
Se conocen muy pocos datos de primera mano acerca de la vida de Hasan al-Sabbah, se sabe que él mismo escribió una autobiografía, aunque el libro no se conserva ya que fue destruido junto con los restos de la biblioteca de Alamut. Por tanto, los datos de que disponemos provienen fundamentalmente de citas de autores que tuvieron conocimiento de dicha obra, principalmente los ya mencionados Juvayni y Rashid al-Din. Nació en Qum, norte de Persia, una plaza fuerte del “chiismo de los Doce”. La fecha de nacimiento es desconocida, probablemente hacia el año 1050. Su familia se trasladó pronto a Reiy (actual Teherán) donde Hasan comenzó su educación, inclinándose por el estudio de la religión dentro del “chiismo de los Doce”. Sin embargo, pronto tuvo contacto con algunos maestros que le introdujeron en la doctrina ismaelí, la cual aceptó y asimiló llegando a prestar juramento de lealtad al imán ismaelí de la época, que era el califa fatimita Al-Mustansir, a la edad de diecisiete años.
Se dice que hacia el año 1072, el líder ismaelí regional Abd al-Malek Attas debió quedar impresionado por el joven Hasan, ya que le eligió para un puesto en la da’wa (misión); Hasan acompañó a Attas al cuartel general secreto ismaelita en la ciudad persa de Isfahan (recordemos que los ismailíes eran considerados herejes y proscritos oficialmente en el mundo musulmán fuera de los dominios del califato fatimita) donde permanecieron un tiempo, hasta que fue enviado a El Cairo hacia 1076 para continuar su educación. Después de un largo viaje donde recorrió casi todo Oriente Medio acabó llegando a la capital egipcia en 1078 donde permaneció cerca de tres años, pasando también por Alejandría. Los datos acerca de la estancia de Hasan en El Cairo son escasos, pero según las crónicas tuvo algún enfrentamiento con el visir Badr al-Jamali por lo que fue encarcelado y luego desterrado. Fue deportado a algún punto del norte de África, acabando en Siria. Viajó a través de Alepo y Bagdad hasta que retornó en 1081 a Isfahan. Pasó los siguientes años viajando por Persia al servicio de la da’wa, y fue durante este período cuando ideó su propia estrategia revolucionaria contra los selyúcidas, que entonces ostentaban el poder bajo el signo sunnita.
En ese período Hasan ya reclutaba en sus viajes conversos para su causa, y puso su atención en la región montañosa del norte de Persia habitada por los daylamitas, una tribu local bastante independiente y belicosa esencialmente chiita que permanecía relativamente libre del control selyúcida. La finalidad de Hasan era encontrar un lugar donde pudiera establecer su cuartel general en vez de seguir vagando por la región. Al fin puso su atención en el castillo de Alamut, elevado en un estrecho risco en la cima de un macizo montañoso en pleno corazón de los montes Elburz (cordillera que separa el mar Caspio de la parte norte de la gran meseta iraní) y dominando un valle cultivado y aislado de unos 59 kilómetros de largo por 5 kilómetros en su mayor anchura. Situado a más de 1900 metros sobre el nivel del mar, el castillo se elevaba a centenares de metros sobre la base de roca y sólo se podía acceder a el mediante un estrecho y empinado pasaje azotado por el viento. El único camino para acercarse allí era mediante el desfiladero por el que fluía el río Alamut, entre barrancos perpendiculares y a veces peligrosos. Se dice que el castillo fue edificado por un rey daylamita, que descubrió el valor estratégico del lugar un día mientras cazaba. “Y lo llamó Aluh Amut, que en daylamita significa la enseñanza del águila” (otros traducen el nombre como “nido de águilas”).
El castillo se había construido en el año 860, y cuando apareció Hasan estaba en manos de un jefe llamado Mihdi que lo dirigía en nombre del sultán selyúcida. Hasan preparó cuidadosamente la toma de la fortaleza, enviando primero da’is a las aldeas circundantes y al propio castillo para captar adeptos. Llegado el momento, el propio Hasan se introdujo clandestinamente en el castillo y a su debido tiempo se dio a conocer, cuando el antiguo propietario ya no pudo hacer nada por evitar que Hasan se apoderara de la fortaleza. Se dice que Hasan le permitió marcharse y le dio tres mil dinares de oro en pago por la fortaleza.
Hasan se estableció firmemente en Alamut hacia 1090, de forma que en los cerca de 35 años que pasaron hasta su muerte no abandonó el castillo nunca: “…se ocupaba leyendo libros, escribiendo y administrando los asuntos de su reino, y vivió una vida piadosa, abstemia y asceta” (Rashid al-Din).
Al principio Hasan tuvo dos objetivos claros: conseguir conversos y obtener más castillos, por lo que envió misioneros y agentes para acometer estos propósitos, además de comenzar a adiestrar furtivamente a su grupo de devotos «asesinos». Pronto se hizo con toda la región circundante, a veces pacíficamente y otras por la vía de las armas. También edificó otros castillos en lugares apropiados, siempre bien defendibles. Un hecho notable fue la captura del importante castillo de Lamasar probablemente hacia 1092, magnífica fortaleza no lejos de Alamut donde el lugarteniente de Hasan llamado Kia Bozorg-Omid, que capturó la plaza con un intrépido golpe, quedaría al mando durante veinte años.
Otro éxito remarcable fue la conversión del país de Quhistán hacia 1091, región situada al sudeste de Alamut en lo que hoy es la frontera entre Irán y Afganistán, con una población dispersa que resultó muy receptiva a la enseñanza ismailí y formó un auténtico bastión territorial para la causa que permanecería fiel hasta la postrera llegada de los mongoles.
Mientras algunos enviados ismailíes iban a lugares remotos, otros sin embargo llevaban su doctrina hasta los mismos centros y capitales sunnitas selyúcidas. El poderoso sultanato selyúcida estaba por entonces en su máximo apogeo, habiendo establecido su dominio en Persia y Siria; sería el principal enemigo de Hasan y sus partidarios.
En 1092 los selyúcidas hicieron el primer intento armado serio contra los ismailíes, enviando el gran sultán Malik Shah dos expediciones militares contra Alamut y Quhistán. Las dos fueron rechazadas: la primera llegó a las mismas murallas de Alamut, donde por entonces Hasan al parecer contaba con menos de un centenar de seguidores, por lo que pidió ayuda externa, logrando que un nutrido grupo de seguidores acudiera a la llamada y consiguiendo así poner en fuga al ejército selyúcida. La otra expedición desistió y regresó de Quhistán cuando recibió la noticia de la muerte del sultán a finales de 1092.
Entretanto, Hasan se disponía a asestar su primer golpe en el arte del asesinato político, teniendo como blanco al notable Nizam al-Mulk, prestigioso visir del sultán Malik Shah, cuyo asesinato preparó detalladamente y para el que contó con un voluntario que cumplió el encargo en octubre de 1092. El enviado Asesino mató al visir con una daga en su propia litera durante un viaje de este de Isfahan a Bagdad, relato que recogen algunas crónicas con bastante detalle.
Este fue el primero de una larga serie de ataques semejantes que dio inicio a una guerra de terror que provocó la muerte de gobernadores, soberanos, príncipes, generales y hasta sacerdotes que habían condenado las doctrinas ismailíes, además de despreciarlos y predicar a su vez su eliminación de la forma más expedita posible: “Matarles (a los ismaelíes) es más justo que el agua de lluvia…es más meritorio derramar la sangre de un hereje que matar a setenta infieles griegos” (texto persa sunnita).
Sus víctimas y adversarios consideraban a la Secta de los Asesinos fanáticos criminales, conspiradores contra la religión y la sociedad, pero para los creyentes ismailíes eran un cuerpo de élite en guerra contra los enemigos del imán, y acabando con los opresores y usurpadores probaban su fe y lealtad. Como ya hemos dicho anteriormente, usaban el término fida’i, que básicamente significa “devoto que practica el auto sacrificio”, para referirse a los voluntarios en misiones «suicidas». En las crónicas locales de Alamut se menciona que existía un cuadro de honor donde se citaban los nombres de las víctimas y sus piadosos ejecutores.
Como hemos visto, en 1094 se produjo una crisis en el seno ismaelita al morir el califa fatimita Al-Mustansir en El Cairo, hasta entonces el imán y cabeza visible de la fe, dejando cuestionada su sucesión. Hasan al-Sabbah y los ismaelitas persas se negaron a reconocer al sucesor oficial al trono egipcio, declarando legítimo heredero al desahuciado Nizar. El problema era grave, y al morir Nizar hubo un tiempo de desconcierto hasta que se difundió la noticia de que el imanato había pasado a un nieto de Nizar que se encontraba en Alamut, que ahora era baluarte nizarí. Se afirmó que tanto el origen del niño como su llegada y estancia en Alamut se había conservado en el más absoluto secreto.
Curiosamente, no faltó la ocasión de que algún sultán selyúcida buscara puntualmente el apoyo de los Asesinos para su propio interés en las luchas de poder, como fue el caso de Berkyaruq, heredero de Malik Shah que se encontraba envuelto en caóticas luchas por el trono. Se dice que algunos de los asesinatos promovidos por Hasan fueron de adversarios directos y molestos de este sultán. En todo caso, esta circunstancia volvió más osados a los Asesinos, llegando a provocar terror entre las filas de los propios oficiales de Berkyaruq. Esto provocó que el sultán finalmente tuviera que intervenir con mano dura, mandando en el año 1101 una fuerte expedición militar contra los ismailíes de Quhistán. Sitiaron el emplazamiento de Tabas y cuando estaban a punto de tomar la ciudad parece ser que los defensores sobornaron al emir que comandaba las tropas, el cual levantó el asedio. Esto dio un respiro que permitió reforzarse a los ismailíes hasta que tres años después se organizó una nueva expedición la cual arrasó varias de sus plazas fuertes, pero curiosamente en un momento dado se detuvo y retrocedió ante la promesa de los ismailíes de que “no construirían castillos, no comprarían armas ni atraerían a nadie a su fe”. No pasó mucho tiempo hasta que los ismailíes se repusieron de las pérdidas.
El sultán Berkyaruq no hizo ningún otro intento serio contra los centros de poder ismailí de Persia occidental y la zona del actual Irak, pero procuró apaciguar las iras de sus subordinados permitiendo la caza puntual de ismailíes por parte del populacho en algunas ciudades. A pesar de que se registraron ataques en los que muchos de ellos resultaron muertos, los castillos y plazas fuertes seguían siendo inexpugnables y aunque la actividad de los Asesinos fue menor se cuentan en esta época algunos asesinatos de importantes figuras oficiales anti ismailíes. Y fue durante este período cuando Hasan envió emisarios al oeste, a Siria.
A la muerte de Berkiaruq en 1105 le sucedió Muhammad Tapar, el cual dedicó todos sus esfuerzos a acabar con la Secta. En 1107 se dirigió primeramente contra el castillo de Isfahan con su ejército. El asedio se alargó por ciertos motivos, pero finalmente y pese a pactar una tregua que permitiría a los ismailíes salir indemnes del castillo, la cosa acabó en tragedia con la muerte del último centenar de defensores y el martirio de su jefe Attas (el antiguo mentor de Hasan) que fue desollado vivo y su cabeza enviada a Bagdad.
La ofensiva contra los ismailíes continuó con sangriento éxito en varias regiones, aunque los centros de poder del norte, en particular las fortalezas de Rudbar, Girdkuh y Alamut, persistían.
Hacia 1107 el sultán envía una nueva expedición a Rudbar mandada por el visir Ahmad ibn Nizam al-Mulk, hijo de Nizam, la primera víctima de los Asesinos. La expedición hizo bastante daño a los ismailíes pero no consiguió el objetivo de rendir Alamut. Visto que era imposible capturar la fortaleza atacando directamente el sultán decidió otra estrategia, que era debilitar a los defensores hasta que fueran incapaces de resistir los ataques. De este modo durante varios años las tropas se dedicaron a arrasar las cosechas de los territorios circundantes, hostigando además a los ismailíes militarmente hasta que la hambruna hizo mella en los atacados, lo cual fue percibido por el sultán que hacia 1117 ordenó a sus tropas sitiar los castillos de la Secta. Se puso cerco a Lamasar y Alamut con todos los medios militares y a primeros de 1118 el sitio surtió tal efecto que el asalto era inminente. Pero entonces llegó la noticia de que el sultán Muhammad Tapar había muerto en Isfahan, con lo que las tropas se dispersaron y los Asesinos quedaron libres, apoderándose inmediatamente de todos los víveres y armas que el ejército del sultán había dejado atrás. Se conocen estos datos por el cronista Juvayni.
Hay una versión no probada de los hechos que afirma que no sólo la muerte del sultán fue el motivo de la retirada de las tropas, sino que jugó un importante papel Qiwan ad-Din Nasir, un visir al servicio de los selyúcidas que en realidad era un ismailí infiltrado en la corte y que se dedicaba a conspirar en secreto, sobre todo influyendo subrepticiamente en Mahmud, hijo del sultán muerto y heredero al trono de Isfahan a quien tenía bastante sugestionado. Así que influyó en la corte para forzar la retirada del ejército agresor salvando a los ismailíes in extremis; incluso procuró que el visir comandante del ejército selyúcida cayera en desgracia frente al sultán, lo cual parece que surtió efecto ya que este lo encarceló y posteriormente el visir sería ejecutado. Al presunto espía ismailí se le acusaría de complicidad en otras muchas muertes.
Los Asesinos no descansaron ni mientras estaban siendo atacados, ya que se cuentan diversas muertes de altos cargos selyúcidas entre 1108 y 1118.
A la muerte del sultán Muhammad Tapar en 1118 se sucedió otro intervalo de conflictos internos entre los selyúcidas, que los ismailíes aprovecharon para reponerse de los ataques y recuperar su posición en la región del norte de Persia. También frenaron sus campañas de terror con vistas a fortalecerse y consolidar sus posiciones en los territorios que ya dominaban, aunque no abandonaron sus ideas subversivas ni los objetivos de su movimiento. Parece que Hasan llegó a enviar mensajeros de paz a la corte del nuevo sultán Ahmad Sanjar, que fueron rechazados, por lo que en un nuevo intento sobornó a varios cortesanos para que intercedieran y le apoyaran. Cuentan las crónicas persas que incluso uno de estos sobornos fue para un eunuco que una noche furtivamente clavó una daga junto a la cama del sultán. Cuando este despertó y vio el arma, sin saber quién había sido el atacante fantasma, se alarmó, y más cuando recibió una misiva de Hasan en la que le decía: “No le deseo al sultán que esa daga plantada en el duro suelo hubiera sido clavada en su suave pecho”. Desde entonces estuvo más dispuesto a hacer las paces con los de Hasan al-Sabbah, procurando no atacarles, e incluso otorgándoles un tributo de tres mil dinares procedentes de impuestos sobre algunas tierras de su propiedad, además de concederles el derecho a cobrar un pequeño peaje a los viajeros que pasasen por el sur de Girdkuh. El sultán Sanjar, en definitiva, se mostró conciliador y tolerante con la Secta que durante un cierto espacio de tiempo gozó de relativa paz.
Pero los nizaríes de Alamut tenían otro enemigo aparte de los califas abasidas y los sultanes selyúcidas: estos eran los seguidores del sultán fatimita de El Cairo, correligionarios pero pertenecientes a la otra escisión de la secta. En 1121 fue asesinado en esa ciudad el ya citado visir y comandante de los ejércitos Al-Afdal. Los rumores acusaron directamente a los Asesinos, aunque cabía la posibilidad de que el propio califa fatimita Al-Amir, bastante descontento a la sombra del poderoso visir, hubiera intervenido. Lo cierto es que en Alamut se festejó intensamente la muerte del visir, odiado desde que antaño despojara de sus derechos legítimos a Nizar. Los Asesinos también declararon su intención de acabar con el califa Al-Amir y el nuevo visir Al-Ma’mun, por lo que estos se centraron en disponer unas medidas de seguridad extraordinarias que afectaron a toda la población con medidas de presión y policía nunca vistas. Estas precauciones extremas dieron sus frutos, ya que se pudo desenmascarar a muchos agentes clandestinos. Las relaciones entre Alamut y El Cairo se deterioraron al máximo. Posteriormente en el año 1130 enviados nizaríes acabarían asesinando también a Al-Amir.
En mayo de 1124 Hasan al-Sabbah cayó enfermo, y sabiendo su fin muy próximo hizo arreglos para la sucesión. Eligió como sucesor a Bozorg-Omid, leal comandante y administrador de Lamasar, y habiendo reunido a todos sus más cercanos y altos dignatarios les apercibió de trabajar juntos hasta la venida del imán a tomar posesión de su reino. El 23 de mayo de 1124 Hasan al-Sabbah moría en Alamut.
Un biógrafo árabe le describió como “perspicaz, capaz, instruido en geometría, aritmética, astronomía, magia y otras cosas”. “Durante los 35 años que vivió en Alamut nadie bebió vino abiertamente ni lo escanció en jarra alguna”. Su severidad no era solo con sus oponentes: se dice que ejecutó a uno de sus hijos por beber vino, y a otro lo condenó a muerte por instigar la muerte de un da’i, aunque luego se probó que era falso. Hasan también fue pensador y escritor, conservándose como ya hemos mencionado algunas partes de una autobiografía y un resumen de un tratado teológico suyos. Los ismailíes empezaron a reverenciarle como el primer promotor de la “da’wa jadida”, o nueva prédica, la doctrina ismailí reformada de los nizaríes. Jamás se atribuyó el título de imán, sino que dijo ser un representante suyo, un “hujja”. Hasan al-Sabbah fue, no cabe duda, un excepcional organizador y estratega político y al mismo tiempo un gran teólogo. Aunque no logró desarraigar y expulsar a sus enemigos, consiguió instaurar un sólido estado independiente ismailí nizarí en medio de las circunstancias más adversas que le sobreviviría muchos años.
LA SECTA EN PERSIA
En 1126 el sultán Sanjar, después de un período de tregua, decidió actuar firmemente contra los ismailíes, tal vez por haber adquirido suficiente confianza, por probar las capacidades del sucesor de Hasan o por querer acabar con un poder interno que permanecía fuera de su control. Sanjar había además ganado bastante poder en el por entonces fragmentado imperio selyúcida.
“En este año el visir dio órdenes de hacer la guerra a los ismaelitas, de matarlos dondequiera se hallasen y dondequiera fuesen vencidos y saquear sus propiedades y esclavizar a sus mujeres. Envió un ejército contra Turaythith (en Quhistán) y contra Bayhaq (Nishapur), despachó tropas contra cada parte de sus posesiones con órdenes de matar a cualquier ismaelita que encontrasen”. (Ibn al-Athir, historiador árabe, siglo XII)
Según esta despiadada declaración, a los ismailíes se les negaban aquellos derechos que la ley musulmana otorgaba a prisioneros y civiles en los conflictos bélicos entre musulmanes: serían tratados como infieles.
Los resultados de los ataques fueron limitados, obteniendo solo éxitos locales a pequeña escala y siendo rechazados en los puntos fuertes, sobre todo en el Norte. Los Asesinos se vengaron matando al visir del sultán en el año 1127; al final salieron más reforzados que antes de la confrontación, pues mejoraron sus posiciones en Rudbar e incluso construyeron otro castillo, Maymundiz. Además, se expandieron al Este atacando la región oriental de Sistan en 1129. Ese mismo año el sultán selyúcida de Isfahan, Mahmud II, consideró prudente iniciar conversaciones de paz, pero el enviado de Alamut fue linchado por el populacho sin que el sultán tuviera nada que ver. Los ismailíes reaccionaron atacando Qazvin y consiguiendo una victoria que les procuró un buen botín. Hubo en esas fechas otro ataque a Alamut por parte de Mahmud II que no obtuvo resultado alguno.
En 1131 moría el sultán Mahmud II, dándose a continuación el habitual enfrentamiento entre hermanos e hijo por la sucesión. En medio del revuelo los Asesinos aprovecharon y mataron en 1135 al califa abasí de Bagdad Al-Mustarshid, una presa de primer nivel cuyo asesinato fue celebrado en Alamut durante siete días.
A principios de 1138 falleció en Alamut el dirigente de la Secta Bozorg-Omid, habiendo señalado como sucesor a su hijo Mohammad.
Su mandato se inició con el asesinato del califa abasí Al-Rashid, sucesor efímero de Al-Mustarshid; el cuadro de honor de Mohammad registra un total de catorce asesinatos, entre los que se cuenta al sultán selyúcida Da’ud en 1143 y otros altos cargos, enemigos declarados de los ismailíes. En todo caso era poca cosa en comparación con los tiempos de Hasan; los tiempos eran muy convulsos con luchas por el poder generalizadas y se buscaba más la estabilidad territorial y la solidez de gobierno. Se extendieron las actividades de la Secta hasta la zona del mar Caspio y Afganistán.
En aquellos tiempos los ismailíes habían perdido mucha pasión y decisión, limitándose al gobierno de sus plazas y a mantener una tregua no declarada con los monarcas sunnitas y con vecinos territoriales molestos, lo que resultaba en algunas escaramuzas de poca envergadura.
Mohammad tenía un hijo y futuro heredero llamado Hasan, que desde temprano estudió con avidez a Hasan al-Sabbah y las doctrinas ismailíes, y se dice que se inició en la ta’wil o exégesis esotérica que los ismailíes aplicaban al Corán y que ya hemos mencionado. Con gran elocuencia intentó devolver la fe y el ardor a los corazones de su pueblo y llegó a ganarse algunos adeptos que incluso pensaron que era el imán prometido por Hasan al-Sabbah.
Su padre Mohammad, bastante más conservador, no estaba contento con el revuelo que estaba levantando su hijo Hasan y decidió cortar por lo sano, organizando la detención, tortura y asesinato inmediato de los seguidores que Hasan había reunido en su círculo. Hasan aparentemente se calmó y a la muerte de su padre en 1162 asumió la jefatura de Alamut sin mayores incidentes.
A los dos años de su mandato, las crónicas cuentan que se produjo un suceso curioso que, de haber tenido mayor repercusión, hubiera constituido un extraordinario hito en el seno del Islam: Hasan convocó a diversos dirigentes ismailíes en Alamut y celebró una solemne ceremonia en la que declaró que había recibido instrucciones nuevas del imán oculto. Proclamó asimismo que liberaba a los fieles de la norma de la ley sagrada, anunciando la venida de la resurrección (“qiyama”), así como su auto declaración como da’i y Prueba Viviente “hujja” (a semejanza de Hasan al-Sabbah). Las noticias de esta asamblea viajaron por todo el mundo ismailí, incluso a Siria. Esta violación solemne y ritual de la ley islámica se había oficiado con los asistentes a espaldas de la Meca a propósito y celebrando a continuación por la tarde un gran banquete (en Ramadán nada menos). Obviamente para el Islam ortodoxo esto era una herejía inadmisible.
La historiografía sunnita persa no recoge información acerca de este periodo de la “resurrección” ismailí, sino que todo es conocido por los estudios posteriores a la destrucción de Alamut y la recuperación de algunos de sus escritos.
Al declarar la resurrección Hasan liberaba a los hombres de los deberes de la shari’a (la ley islámica), les hacía volverse hacia Dios en todos los aspectos abandonando los ritos de la ley religiosa y las formas habituales de culto. El historiador Rashid al-Din afirma que después de sus manifestaciones Hasan hizo circular escritos donde afirmaba que, aunque externamente fuera conocido como el nieto de Bozorg-Omid, en realidad él era el imán de su tiempo, hijo del imán anterior y del linaje perdido de Nizar. Puede que Hasan no se refiriera a una descendencia física de Nizar, sino a una filiación espiritual que por entonces era considerada tan válida como aquella. Lo cierto es que los escritos posteriores ismailíes tienden a afirmar esa descendencia física de Hasan del linaje de Nizar, y se le tiene una especial veneración.
La mayoría de los ismailíes aceptó rápidamente la nueva dispensa, pero hubo algunos que se negaron. Entre ellos estaba el yerno de Hasan, un noble de Daylam, que no pudo tolerar el cambio y asesinó a Hasan en el castillo de Lamasar a principios de 1166. Así terminaba el corto mandato de Hasan II sin haber podido desarrollar su insólita determinación.
A Hasan le sucedió su hijo Nur al-Din Muhammad de diecinueve años, que siguiendo los pasos de su padre confirmó su pertenencia al linaje de Nizar y se dedicó a estudiar y pulir la doctrina de la resurrección, ya que fue un prolífico escritor. Escribió desde tratados de religión (sobre todo explicaciones e interpretaciones de “qayima”) hasta poesía. Sin embargo, parece no haber tenido ningún impacto en el mundo exterior. Ciertamente, el reinado de Muhammad II no tuvo relevancia política y fue muy escaso de asesinatos, registrándose apenas uno confirmado.
A nivel global estaban teniendo lugar grandes cambios en el territorio del Islam, con una paulatina desintegración del sultanato selyúcida marcada por una serie de oleadas migratorias de nómadas turcos con frecuentes cambios de régimen y fragmentación en principados múltiples.
En el Este surgió un reino que iría adquiriendo poder y expandiéndose, Khorazm, un país que había prosperado gracias a un relativo aislamiento; había sido conquistado por los turcos y su linaje gobernante procedía de estos. En 1190 ocuparon la región noreste de Khorasan convirtiéndose en una seria potencia islámica, ya dueños del este de Persia. En 1194 derrotaron al último de los selyúcidas de Persia, Tughrul II.
En Alamut mientras tanto en 1210, después de un largo y tranquilo reinado favorecido por las luchas externas entre los reinos vecinos, murió Muhammad II, subiendo al trono su hijo Jalal al-Din Hasan. Antes de la sucesión, Jalal al-Din ya había dado muestras de descontento con la política religiosa de su padre que había continuado el aislamiento de la comunidad nizarí, acentuado a raíz de la proclamación de la qiyama. Su deseo era ser aceptado de nuevo en la gran hermandad musulmana ortodoxa. Incluso en vida de Muhammad parece ser que conspiró contra él mandando mensajes al califa de Bagdad y otros grandes dignatarios musulmanes sunnitas de otras tierras donde declaraba su fe auténtica musulmana y su rechazo por las prácticas heréticas de su padre, prácticas que prometía abolir en cuanto subiera al trono, cosa que hizo estrictamente al parecer. Los gobernantes y altos cargos musulmanes creyeron en su palabra y le dedicaron elogios y honores, aceptando con complacencia su vuelta al Islam ortodoxo, de tal forma que se le llegó a apodar “el nuevo musulmán”. Para acabar de probar sus buenas intenciones con sus vecinos más reacios, Jalal al-Din organizó una quema pública de las obras de la biblioteca de Alamut que los propios eruditos sunnitas consideraran más heréticas, como varios tratados escritos por Hasan al-Sabbah e incluso por sus propios ascendientes más cercanos, llegando el propio Jalal al-Din a maldecir y renegar de estos públicamente.
Después de estas convincentes manifestaciones de rechazo a la política tradicional de los nizaríes de Alamut, el califa abasida gobernante Al-Nasir reconoció oficialmente a Jalal al-Din y la potestad sobre los territorios que conservaban los nizaríes, además de agasajarle con todo tipo de favores; los adeptos nizaríes tanto de Persia como de Siria aceptaron la reforma de Jalal al-Din sin ninguna protesta, pero en realidad algunos decían interpretar estos actos como parte de la imposición de la taqiya (ocultación de las verdaderas creencias religiosas por conveniencia en un momento dado, por adaptación al entorno exterior)
Jalal al-Din se comportó como un jefe musulmán ordinario, afianzando sus dominios a veces por el camino militar y creando alianzas con sus vecinos según conveniencias políticas incluso por el camino de enlaces matrimoniales. Este acercamiento obviamente trajo a la comunidad nizarí grandes ventajas en términos de seguridad y paz. Al contrario de sus predecesores, abandonó Alamut durante año y medio sin consecuencias, trabajó intensamente para restaurar y demostrar su observancia de la fe islámica ortodoxa e incluso se dice que mandó emisarios al todopoderoso Gengis Khan declarando lealtad y sumisión.
En noviembre de 1221 murió tras un reinado de once años. Se sospechó que fue envenenado por sus esposas junto a algunos cómplices, y el visir que pasó a administrar el reino en virtud de lo dispuesto por el difunto ejecutó a todos los sospechosos (esposas incluídas).
Muerto Jalal al-Din le sucedió su único hijo Ala al-Din Muhammad III, por entonces un niño de nueve años, por lo que el gobierno de Alamut recayó en visires y administradores. Los cronistas sunnitas pintan un retrato muy hostil de Ala al-Din, describiéndole como un borracho degenerado sujeto a ataques de locura y melancolía. Fue un periodo extraño en el que, siempre según los cronistas sunnitas, se volvió a las prácticas heréticas de los antepasados ismailíes, abandonando no sólo la fe islámica restituida por Jalal al-Din sino las buenas costumbres y el orden social. Pero el reino, mal o bien administrado, seguía adelante entre guerras, incursiones y negociaciones de corte político. Sin embargo, los ismailíes no habían olvidado del todo su misión antigua y tuvieron un importante éxito enviando misioneros a la India, donde la predicación se había asentado sólidamente en ciertas zonas.
Pese a todo, durante el período de gobierno de Ala al-Din, Alamut estuvo activo tanto política como militarmente; incluso la famosa biblioteca de Alamut recobró importancia. Ala al-Din Muhammad III fue asesinado a finales de 1255 por desconocidos presumiblemente personas de su propio entorno. Hubo un gran revuelo y se buscó un culpable en el círculo cercano al mandatario asesinado, el cual fue a su vez ejecutado otorgándose el poder al hijo a quien Ala al-Din había designado sucesor (designación que posteriormente trataría él mismo de anular infructuosamente), Rukn al-Din Korsah.
Desde 1218 los ejércitos de Gengis Khan venían presionando hacia el oeste y paulatinamente conquistando territorios musulmanes. Pese a la muerte del Khan en 1227 la invasión no se detuvo siendo continuada por sus sucesores, y hacia 1240 los mongoles ya se estaban adentrando en el norte de Persia y Mesopotamia. En 1258 un ejército mandado expresamente para acabar con toda resistencia musulmana entró en Bagdad arrasándolo todo y capturando al califa Al-Musta’sim el cual fue ejecutado junto con todos los miembros de su familia que se encontraron, acabando así con el reinado de la casa de Abbas en Bagdad que había pervivido durante medio milenio. Sin embargo, el califato abasí se trasladó a El Cairo donde pervivió durante otros dos siglos y medio aunque sin poder efectivo, bajo la tutela del sultanato mameluco de Egipto que había logrado en última instancia frenar a los ejércitos de avanzada mongoles.
Habría muchas escaramuzas entre los ismailíes y los mongoles, pero debido a la implacable presión de estos los primeros se vieron obligados a decidir entre rendirse y pactar o seguir una lucha sin esperanza real de victoria. Rukn al-Din optó por ofrecer su rendición, cosa que aceptó taimadamente el comandante de las tropas mongolas porque el tener a ese insigne personaje a su lado le convenía para invadir las plazas ismaelitas (que ofrecían una fuerte resistencia) sin oposición, ya que Rukn al-Din les instaba a la rendición inmediata. Así ocurrió en la mayoría de sitios hasta que solo quedaron unos pocos castillos, entre ellos Alamut y Lamasar. Alamut inicialmente decidió resistir, pero al poco tiempo el comandante de la guarnición cambió de opinión y rindió el castillo solicitando cuartel que le fue otorgado, por lo que en diciembre del año 1256 todos los habitantes de Alamut abandonaron la fortaleza con sus pertenencias; a los pocos días el ejército mongol accedió al castillo y lo arrasó hasta los cimientos. De este modo, el “nido del águila” ismaelita, cuartel general persa de la Secta de los Asesinos, que había resistido durante más de un siglo y medio como centro de poder independiente sucumbía al fin.
Lamasar aguantaría algunos meses más hasta someterse el año 1258. En Girdkuh los ismaelitas rechazaron las órdenes de Rakn al-Din y fueron capaces de aguantar el control de la fortaleza hasta 1270.
Una vez que los mongoles obtuvieron el control de esos lugares clave, Rakn al-Din dejó de ser necesario por lo que fue asesinado junto con sus allegados en los caminos de la frontera de Khangay (noroeste de Mongolia). Rakn al-Din fue el octavo y último señor de Alamut, y su gobierno duró cerca de un año.
Sin embargo, la aniquilación de los ismailíes en Persia no fue del todo exhaustiva, pues según las crónicas el hijo pequeño de Rakn al-Din, llamado Sams-al-Din Mohammad sobrevivió y le sucedió como imán, engendrando todo un linaje de imanes ocultos de los que surgirían los Aga khan del siglo XIX.
Los ismailíes siguieron activos un tiempo, siendo incluso capaces de reconquistar los territorios de Alamut en 1275, pero ya era una causa perdida y a partir de entonces sobrevivirían como una secta menor diseminados por Persia occidental, Afganistán y lo que es hoy el Asia central rusa.
Los cronistas sunnitas celebraron ampliamente la caída de Alamut, describiendo al detalle la destrucción de la odiada fortaleza y la humillación final del poder ismailí.
continúa en la parte III………………………