La religión del Islam tiene una característica muy patente que es la unión entre religión y política, una unión en comparación mucho más profunda que la que pudiera haber existido en cualquier época en la religión cristiana. Durante toda la historia cristiana y prácticamente en todas las sociedades adscritas al cristianismo se ha aceptado el hecho de que hay dos autoridades distintas que se ocupan de dos materias distintas y diferenciadas, dios y estado, asuntos religiosos y seglares, que en ciertas ocasiones pueden interactuar e influenciarse mutuamente. Sin embargo, en el Islam pre moderno sólo hay un poder. Mahoma, fundador del Islam, no padeció martirio sino que llegó a alcanzar en vida el triunfo militar y político: se convirtió en gobernante, dirigió ejércitos, dispensó justicia y, según la percepción musulmana, tuvo completo éxito en estas labores y estableció un modelo para las generaciones venideras.
A grandes rasgos, los “Asesinos” eran una facción extremista del movimiento islámico shi’ah, (palabra romanizada como chiita) que a su vez estaba en conflicto con el movimiento sunnita, ambos originados a raíz de la muerte de Mahoma el año 632 d.C., tal y como iremos viendo a lo largo del presente artículo. Ambos bandos, sunnitas y chiitas, rechazaban el credo y prácticas de los llamados Asesinos.
Aunque el término “asesino” es una derivación occidentalizada difundida con posterioridad por Europa, y dado que la etimología de esta palabra es bastante confusa e indeterminada atendiendo a la información de que se dispone de fuentes originales musulmanas, utilizaremos esa palabra para referirnos a los miembros y adeptos de este movimiento extremista en modo genérico y sólo al efecto de una mejor identificación en nuestro contexto; asimismo, usaremos el término “Secta” (sin especificar) en ocasiones para referirnos al grupo humano, en alusión a ellos como grupo radical independiente de la corriente doctrinal religiosa ortodoxa.
Dicho esto, comenzaremos por exponer información de carácter general junto con algunos testimonios de diversas fuentes que nos permitan ubicarnos histórica y geográficamente y “entrar en materia” para abordar mejor el estudio de esta singular secta disidente que se desarrolló en el seno del Islam y que tuvo su inicio y conclusión en la Edad Media.
La “Secta de los Asesinos” se originó en territorio de Persia (actualmente Irán), llegándose a diseminar por Siria y los montes del Líbano y floreciendo entre los siglos XI y XIII.
Existe un tratado en latín de fecha incierta, probablemente anónimo aunque comúnmente atribuido a un monje alemán dominico llamado Frater Burchardus (o Burchard del Monte Sion) que había peregrinado a Tierra Santa hacia finales del siglo XIII; este tratado conocido como “Directorium ad passagium” fue presentado al rey Felipe VI de Francia hacia 1330-32 y en uno de sus capítulos dedicados a diversos pueblos orientales se ofrece una somera descripción de los Asesinos, muy subjetiva y de segunda mano ya que el autor reconoce no haberlos visto personalmente:
“Menciono a los asesinos, a los que hay que maldecir y guardarse de ellos. Se venden a sí mismos, están sedientos de sangre humana, matan al inocente por un precio, y no les importan la vida ni la salvación eterna. Al igual que el diablo, se transfiguran en ángeles luminosos e imitan gestos, ropas, lenguajes, costumbres y comportamientos de varias naciones y pueblos; por ello, escondiéndose bajo piel de cordero, suele dárseles muerte en el acto de reconocerlos. Y como yo no los he visto, sabiendo todo esto solo por su reputación o mediante textos de confianza, no puedo revelar más ni dar información más completa. No puedo indicar como reconocerles por sus hábitos o cualquier otra señal, pues esas cosas son tan desconocidas para mí como para otras personas, ni tampoco puedo indicar modo de aprehenderlos por su nombre, pues tan execrable es su profesión y tan abominada por todos que ocultan sus nombres en lo posible. Por tanto, solo conozco un único remedio para la salvaguardia y protección del rey, y este es que, sea cual sea el servicio requerido por pequeño o breve o vulgar que sea, no se admita a nadie dentro del círculo real salvo a aquellos cuyo país, ciudad, linaje, condición y persona sean seguros y formalmente conocidos.”
En el manuscrito no se relaciona a los asesinos con ningún lugar, secta o nación, ni se les atribuye creencia religiosa o finalidad política alguna. Se les describe básicamente como competentes criminales sin escrúpulos de los que había que guardarse, y lo cierto es que en el siglo XIII el término “asesino” en todas sus variantes ya era de uso común en Europa en su acepción de homicida profesional a sueldo. El historiador florentino Giovanni Villani (1275 – 1348) por ejemplo ya mencionaba a los “assessini” en este sentido y sin ambigüedades como sicarios al servicio de algún noble del país, con pago de por medio. A partir del siglo XIV la palabra asesino se difundió a diversas lenguas europeas designando a aquel que mata por dinero, y de manera furtiva o traicionera, pero sin implicar ninguna relación con la Secta.
Sin embargo, este término había aparecido por primera vez en las crónicas de las cruzadas como apelativo de un extraño grupo de sectas musulmanas localizado en el Levante mediterráneo (Oriente Próximo) y lideradas por un misterioso personaje conocido como “el viejo de la montaña”, y que eran repudiadas tanto por cristianos como por musulmanes debido a sus creencias y prácticas.
Hay que decir que las fuentes árabes y persas dejan bastante claro que el vocablo original de donde más probablemente deriva el término “asesino”, que es hashishi (en plural hashishiyyin), es una palabra local que sólo se aplica a los ismailíes de Siria, nunca a los de Persia o cualquier otro país o región. El título Viejo de la montaña también es sirio, pero igualmente adaptado de una derivación europea: es lógico que los Asesinos se dirigieran a su jefe como Viejo o Anciano, ya que es lo mismo que “shaykh” o jeque árabe, que es un término respetuoso corriente entre los musulmanes para designar a un hombre sabio venerable de edad avanzada. Pero la designación específica de Viejo de la montaña parece emplearse únicamente en Siria, y probablemente sólo entre los cruzados, ya que aún no ha aparecido en ningún texto árabe de la época. El término equivalente “shaykh al-jabal” es una traducción posterior de la forma occidental, y tal y como lo usaban los cruzados puede ser más bien una interpretación de una expresión árabe corriente oída en las ciudades sirias. Así, Viejo de la montaña podría ser una interpretación incorrecta de la palabra shaykh utilizada frecuentemente para designar al jefe de la Secta y fortuitamente relacionado con las montañas donde vivía. Otro término que se aplica a los devotos es “fida’i”, que se utilizaba en fuentes persas para designar al emisario Asesino enviado en una misión. Luego aparecería la variante fidawi para referirse a los devotos sirios. Este término acabó derivando en el conocido término occidentalizado fedayín, utilizado en el siglo XX para designar grupos guerrilleros y milicias árabes tanto en Palestina como en Irak.
En 1175, en un informe de un enviado del emperador Federico I Barbarroja a Egipto y Siria, tenemos una de las primeras descripciones detalladas de la Secta:
“He observado que en los confines de Damasco, AntioquÍa y Alepo existe una raza de sarracenos en las montañas que son llamados Heyssessini en su lengua vernácula, y Segnors de montana en la romana. Esta casta de hombres vive sin ley, comen carne de puerco contra las leyes sarracenas y hacen uso de todas las mujeres sin hacer distinción alguna, incluyendo a sus madres y hermanas. Habitan en las montañas y son casi inexpugnables, pues se recogen en castillos muy bien fortificados. Su tierra no es muy fértil, así que viven del ganado. Tienen un jefe entre ellos que provoca el mayor de los miedos en todos los príncipes sarracenos tanto próximos como lejanos, al igual que en los señores cristianos de la vecindad, pues tiene el hábito de matarlos de una forma extraordinaria. El método que emplea para ello es como sigue: este príncipe posee numerosos y hermosísimos palacios en las montañas, rodeados de muros muy altos para que nadie pueda entrar en ellos como no sea a través de una puerta pequeña y muy bien guardada. En esos palacios crecen desde tierna infancia muchos de los hijos de los campesinos. En ellos se les enseña varios lenguajes como el latín, el griego, el romano, el sarraceno y otros muchos. Sus instructores enseñan a los jóvenes desde su primera juventud hasta que son hombres, que deben obedecer en todas las órdenes y deseos al señor de su tierra y que, si así lo hacen, él, que tiene poder sobre todos los dioses vivos, les otorgará los placeres del paraíso. También les es enseñado que no alcanzarán la salvación si no se inclinan a hacer su voluntad en lo que sea. Hay que considerar que, desde el mismo momento en que son llevados allí, no ven a nadie que no sea sus profesores y maestros y que no reciben ninguna otra instrucción hasta que son convocados ante la presencia del príncipe para matar a alguien. Cuando están en presencia del príncipe, él les pregunta si desean obedecer sus órdenes, para así poder concederles el paraíso. Después de lo cual, y tal y como se les ha enseñado y sin ninguna duda u objeción, se arrojan a sus pies y contestan con fervor que le obedecerán en todas las cosas que pueda ordenarles. Por consiguiente, el príncipe da a cada uno de ellos una daga dorada y les envía a matar a aquel príncipe cuyo destino haya marcado”
Guillermo, arzobispo de Tiro (sur de Líbano), incluyó en su magna obra sobre la historia de las Cruzadas y Tierra Santa un breve comentario acerca de la Secta:
“En la provincia de Tiro, antes llamada Fenicia, y en la diócesis de Tortosa hay un pueblo que posee diez sólidos castillos con sus aldeas dependientes y según lo que suele oírse su número asciende a 60.000 personas o más. Tienen por costumbre elegir a sus dueños y decidir quién será su jefe no por derechos de linaje sino en virtud de sus méritos. Le llaman el Anciano, desdeñando cualquier otro título o rango. El lazo de sumisión y obediencia que une a esta gente con su jefe es tan grande que no hay tarea ardua, difícil o peligrosa que no acometería cualquiera de ellos con el mayor de los celos en cuanto lo ordenase su jefe. Si por ejemplo hubiera un príncipe que inspirara odio o desconfianza a este pueblo, el jefe le entregaría una daga a uno o más de sus seguidores. Quienquiera que recibiese la orden se haría cargo de la misión en el acto, sin detenerse a considerar las consecuencias de tal deber o la posibilidad de escapar de él. Se afanará y trabajará con celo todo el tiempo que sea necesario hasta completar su misión, y el azar le brinde la oportunidad de llevar a término las órdenes de su jefe. Tanto los sarracenos como nuestro pueblo les llaman Assissini. Desconocemos el origen de este nombre”.
Cuando en 1192 cayó la primera víctima cristiana, Conrado de Monferrat, el suceso causó gran impresión entre los cruzados y los historiadores de la Tercera Cruzada dejaron sus impresiones al respecto. Arnoldo de Lubeck, benedictino y cronista alemán muerto a principios del siglo XIII y que escribió profusamente acerca de la Tercera y Cuarta Cruzadas escribió lo siguiente:
“Relataré ahora cosas sobre ese Anciano que parecerán ridículas, pero que me han sido testimoniadas por la evidencia de testigos de confianza. Este Viejo tiene tan pasmados mediante su brujería a los hombres de su país que no adoran ni creen en otro dios que no sea él mismo. Les tiene seducidos en tan extraña manera con tales esperanzas y promesas de los placeres que disfrutarán eternamente que prefieren morir a vivir. Incluso muchos de ellos, cuando están en lo alto de un gran muro, saltarían ante uno de sus gestos u órdenes y tendrían una muerte miserable al romperse el cráneo. Los más bienaventurados, les asegura él, son aquellos que derramarán sangre de hombres y que a su vez padecerán muerte en venganza por sus actos. Cuando alguno de ellos elige morir de este modo, matando a alguien con su destreza y luego muriendo él mismo dichosamente en venganza por quien ha matado, es él en persona quien les hace entrega de cuchillos que están, por así decirlo, consagrados a este propósito, y luego les emborracha con una poción que les hunde en éxtasis y olvido, dispensándoles así, mediante su magia, sueños fantásticos llenos de placeres y delicias u otras cosas igual de engañosas y les promete posesión eterna de esas cosas en recompensa por tales actos”.
Al principio fue la fidelidad más que la ferocidad de los Asesinos la que llamó la atención de los cruzados, trascendiendo este hecho de tal manera que llegaba a mencionarse incluso por los poetas provenzales, que lo ponían como ejemplo de devoción: pero esto fue una moda pasajera, ya que enseguida se impuso la percepción del aspecto mortífero y violento de la actuación de los Asesinos.
A medida que se prolongaba la estancia de los cruzados en Oriente Medio se tenía más información de los Asesinos, hasta el punto de que algunos europeos tuvieron cierto contacto con ellos, como luego veremos con más detalle.
El viajero navarro Benjamín de Tudela (1130 – 1175) los menciona en su Libro de Viajes a su paso por Persia (Irán) y a principios del siglo XIII otro gran cronista de las Cruzadas, el obispo de Acre Jacques de Vitry, ya reconoce que fue en el Este donde se originó la Secta. Como curiosidad apuntaremos que hacia 1254 el monje franciscano Guillermo de Rubruck, que había ido en misión diplomática como enviado del rey Luis IX de Francia a la corte del gran Khan mongol en Kharakorum, a la vuelta de este viaje pasó por Persia donde observó los impresionantes preparativos que se llevaban a cabo para la defensa personal del Khan ante la noticia de que se habían enviado cuarenta Asesinos para matarle. Y el testimonio probablemente más célebre (aunque no por ello más veraz) es el dejado por Marco Polo, que hacia 1273 describe una fortaleza que pudo ser Alamut o Girdukh, además de hermosos jardines a imitación del paraíso creados por el Viejo de la montaña en esos valles. Siguiendo con el relato del veneciano, estos jardines estaban vetados a la mayoría, se permitía su entrada sólo con el fin de hacer creer a los súbditos que era un ejemplo del paraíso que podían obtener los Asesinos y se hacía uso de pócimas y reclamos magníficos para convencer a los elegidos. Es sabido que Marco Polo no pudo ver con sus propios ojos lo que relata (aunque tal vez visitara las ruinas de Alamut), por conflicto de fechas, por lo que su relato debió basarse en historias escuchadas a otros.
La descripción de Marco Polo tuvo su eco en un relato posterior similar de otro gran viajero, el fraile italiano Odorico de Pordenone, el cual remarcaba el impacto que tuvieron los Asesinos sirios en la imaginación europea.
También en el ámbito político hubo repercusiones. Comenzó a ser frecuente en Europa relacionar un atentado contra algún gobernante con la mano de la Secta de los Asesinos. En 1158, cuando Federico Barbarroja asediaba Milán, fue capturado un presunto asesino en su campamento. En 1195, estando Ricardo Corazón de León en la ciudad francesa de Chinon fueron aprehendidos al menos quince presuntos asesinos que confesaron haber sido enviados por el rey Felipe II de Francia para matarle. Estos casos se volvieron relativamente frecuentes y así algunos gobernantes fueron acusados de estar en connivencia con la Secta y emplear sus servicios. No cabe duda de que semejantes acusaciones carecían de fundamento. Los jefes Asesinos de Persia o Siria no tenían ningún interés en las conspiraciones e intrigas en la Europa occidental, a la vez que es evidente que los europeos no necesitaban ninguna ayuda externa en las artes del asesinato.
Con el paso del tiempo el recuerdo de la presencia cristiana cruzada en Oriente se iba diluyendo pero a pesar de ello la Secta de los Asesinos, aun habiendo desaparecido como tal, siguió suscitando interés, y se puede decir que el primer intento occidental serio de realizar una investigación científica al respecto pudo ser el de Denis Lebey de Batilly, publicando en Lyon en 1603 su “Tratado del origen de los antiguos asesinos”. El autor francés pretendía explicar el auténtico significado histórico de la palabra, pero su estudio se basó en fuentes cristianas y por lo tanto no aportó más de lo que ya se conocía en la Europa del siglo XIII.
En 1697 se publica la “Bibliotheque Orientale” del orientalista francés Bartolome D’Herbelot, una obra pionera que contenía todo lo que en aquel momento la erudición europea sabía acerca de la religión, historia y literatura del Islam. Para la confección de esta obra el autor recurrió a fuentes originales musulmanas, entre ellas muchos manuscritos árabes y turcos; en esta ocasión ya se intentó situar a los Asesinos persas y sirios en el contexto de la historia religiosa del Islam. Así, en el texto se afirmaba que los Asesinos pertenecían al grupo de los ismailíes (o ismaelitas, nosotros utilizaremos ambos términos para referirnos a lo mismo), una importante secta disidente derivada de los “Shi’a” o chiitas cuyo desacuerdo con los sunnitas constituía el mayor cisma del Islam. Los dirigentes de la secta ismaelita decían ser imanes, descendientes de Isma’il ibn Ja’far y, a través de él, del mismo profeta Mahoma mediante su hija Fátima y su hijo político Alí. A lo largo del siglo XVIII otros historiadores y orientalistas también se ocuparon del tema añadiendo nuevos detalles, y se intentó explicar el origen de la palabra asesino, término que siempre se había considerado árabe pero que no se había encontrado en ningún texto árabe o persa. Se propusieron varias etimologías, pero ninguna resultó convincente.
Otro gran orientalista francés, el barón Silvestre de Sacy, basándose en diversas fuentes árabes y manuscritos de la Biblioteca Nacional francesa, elaboró en 1809 su famoso tratado “Memorias sobre la dinastía de los Asesinos y sobre la etimología de su nombre” donde afirmaba que la raíz de la palabra provenía del árabe hashish-hashishi, plural hashishiyyin. El significado literal de esta palabra es hierba seca, o forraje, pero con el tiempo se fue orientando para pasar a referirse a la planta cannabis sativa, cuyos efectos narcóticos ya eran conocidos por los musulmanes en la Edad Media. Silvestre de Sacy no apoyaba la teoría de que los Asesinos eran así llamados por ser adictos, pero si creía en el uso secreto que los dirigentes de la Secta daban a esa droga para provocar puntualmente alucinaciones apropiadas para sus fines. Relacionaba esta teoría con los testimonios de Marco Polo.
Parece bastante seguro que lo anterior es una historia falsa (pese a su gran difusión) montada en torno a la palabra en sí, probablemente para darle una explicación racional al comportamiento de los Asesinos, pero lo cierto es que el uso y efectos del hashish eran sobradamente conocidos en la época, y su uso por los Asesinos no se menciona en fuentes sunnitas ni ismailíes.
A partir de Silvestre de Sacy hubo múltiples estudios sobre el tema, el más difundido de los cuales fue “History of the assassins”, del orientalista austríaco Joseph von Hammer, editado en 1818 en Stuttgart. Este tratado, pese a estar basado en fuentes orientales, derivaba hacia una indeseable subjetividad por parte del autor, que no dudaba en prevenir a los lectores contra los “efectos perniciosos de las sociedades secretas”, tratando a los Asesinos de la Secta de criminales peligrosos, impostores y embaucadores traidores a la religión y la moral, llegando a compararlos en bajeza a los templarios, los illuminati, los jesuitas, los masones…
A pesar de esto, el libro de Hammer tuvo una influencia considerable y durante más de un siglo mediatizó la imagen que la sociedad occidental tenía de los Asesinos. Aunque siguieron dedicándose esfuerzos al descubrimiento y traducción de nuevos textos, llegándose así a conocer felizmente a dos grandes historiadores persas del período de la invasión de los mongoles: Ata Malek Juvayni (1226-1283) y Rashid al-Din (1247-1318). Ambos tuvieron acceso a textos ismaelitas de Alamut y al estudiarlos pudieron proporcionar la primera crónica verdaderamente fiable del feudo ismailí en el norte de Persia. Esto era importante porque hasta ahora las principales fuentes musulmanas eran sunnitas que, aunque estaban bien informadas eran abiertamente hostiles a las doctrinas ismailíes, plasmando frecuentemente dicha hostilidad en los textos y obviamente desvirtuándolos en cierta medida. Así que entre los nuevos descubrimientos y otras acciones en favor de un conocimiento mayor de la doctrina y punto de vista ismailí se obtuvo una visión algo más amplia, objetiva y concreta de dicha doctrina. Sobre el terreno, algunos oficiales militares británicos llegarían a las mismas ruinas del castillo de Alamut ya en la primera mitad del siglo XIX.
A finales del siglo XIX salieron a la luz algunas comunidades ismailíes tanto en Siria como en Persia y la India, algunas de las cuales reclamaban su condición de descendientes de los mismos Asesinos, aunque habiendo abandonado las prácticas homicidas que les hicieron célebres. También se rescataron manuscritos y textos algunos de los cuales provenían incluso de la más lejana ciudad de Sana (Yemen). En Rusia se reconocieron comunidades ismailíes en el Asia central rusa y se estudiaron textos de referencia con toda seriedad y detalle. Desde entonces, el progreso de los estudios ismailíes ha sido bastante más constante y eficaz, recuperándose manuscritos y descubriendo otros, pero hay que decir que, aunque en cuestión de religión y materias relacionadas la información es abundante, en el aspecto puramente histórico hay una gran escasez de datos, siendo las crónicas fidedignas prácticamente inexistentes. Aun así, los nuevos datos otorgan una imagen menos extravagante y más seria de la Secta Asesina dentro del contexto de la doctrina ismailí y el propio mundo islámico.
EL ORIGEN
La primera crisis del Islam sobrevino en el año 632 a la muerte del Profeta. Mahoma no dejó instrucciones claras de su sucesión, y los musulmanes sólo tenían como guía la escasa experiencia política de la Arabia preislámica. Al fin se decidió nombrar khalifa (sucesor del Profeta) a Abu Bakr, uno de los primeros y más respetados conversos, creando la institución histórica del califato.
Desde los primeros días del califato existió un grupo de personas que consideraban que Alí, primo y yerno del Profeta, tenía más derecho a la sucesión que Abu Bakr o los sucesivos califas. Lo apoyaban en parte por sus cualidades y en parte por sus derechos legítimos al pertenecer a la casa del Profeta. Más tarde afirmarían que el Profeta había efectivamente designado a Alí como sucesor suyo. Este grupo se conoce como los Shi’ah (Shia’tu’ Ali o “partido de Ali”, “chiitas”) que con el tiempo acabarían provocando la escisión religiosa más importante del Islam. Hay que mencionar que una gran mayoría de órdenes del sufismo también remontan su linaje a Mahoma a través de Alí, y en todo caso los sufíes, ya sean sunnitas o chiitas, afirman que Alí heredó del profeta el poder espiritual que hace posible el viaje interior hacia Dios.
Al principio los shi’ah eran sólo una facción política sin contenido religioso o doctrina discernible, pero pronto se produjeron cambios en este sentido, ya que muchos musulmanes pensaban que la comunidad y el estado islámicos habían tomado un camino equivocado: en vez de la sociedad ideal preconizada por el Profeta y sus primeros y piadosos seguidores, consideraban que se estaba formando un imperio gobernado por una aristocracia ambiciosa y carente de escrúpulos, lo que no traía igualdad ni justicia. Por tanto, les parecía que volver al linaje del Profeta conllevaría una restauración del auténtico y originario mensaje del Islam.
En el año 656 grupos rebeldes mataron al tercer califa Uthman y Alí se convirtió en califa, aunque su reinado fue breve y plagado de altercados. Cuando a su vez fue asesinado en el año 661, el califato pasó a manos de su rival Mu’awiyah, quien fundó la dinastía de los Omeya, la cual retuvo el poder durante casi un siglo. Los seguidores de Alí no desaparecieron a su muerte, sino que siguieron rindiendo vasallaje a su linaje.
Dado el carácter unificador de política y religión en el Islam, donde el estado es una organización en la que no se diferencia entre seglar y religioso y cuya soberanía emana de Dios, el soberano tiene el deber de defender la fe islámica y procurar a los súbditos creyentes una buena vida musulmana; atendiendo a esto, cuando un grupo de musulmanes plantea un reto al orden existente y forma una organización con la intención de cambiarlo su reto es teológico y esa organización se convierte indefectiblemente en una secta.
Hubo dos acontecimientos que impulsaron la transformación de los shi’ah a secta principal. En 680 Husayn, hijo de Alí y Fátima (hija del Profeta) junto con su familia y seguidores fueron masacrados por un ejército omeya en Karbala (Irak), lo cual se interpretó por los shi’ah como martirio al linaje del Profeta. En 685, un árabe llamado Mukhtar lideró una revuelta en nombre de otro hijo de Alí, Muhammad Ibn al-Hanafiyya, al que declaraba como el imán legítimo dirigente de los musulmanes. Mukhtar fue derrotado y muerto en 687 pero su movimiento sobrevivió, y cuando Muhammad murió en 700 se dijo que el imanato había pasado a su hijo, aunque otros opinaban que no había muerto, sino que se había escondido en las montañas cerca de la Meca desde donde “regresaría y triunfaría sobre sus enemigos cuando Dios lo dispusiera”. Esta importante premisa alude al concepto de imán mesiánico, que con su venida trae la justicia y la equidad y marca el comienzo de una edad de oro y se conoce como Mahdi, “aquel al que asiste el derecho”; este término no es mencionado en el Corán, su convicción es fundamentalmente chiita, formando parte necesariamente de su doctrina, pero es rechazado o matizado en consecuencia por muchos ortodoxos sunnitas.
El descontento generalizado hacia los omeyas gobernantes era palpable, acrecentado por sucesos como la citada masacre de Karbala, que había exasperado a los chiitas en extremo, lo que dio lugar a la revolución abasí, un alzamiento gestado en el siglo VIII que tuvo éxito provocando la caída de los omeyas por las armas el año 750 y dando paso a la segunda gran dinastía del califato musulmán, los abasidas o abasíes, cuyo fundador y primer califa fue Abu l’Abbás el cual se declaraba descendiente de Abbás, tío de Mahoma; los abasidas además trasladaron la capital del califato de Damasco a Bagdad. Sin embargo y a pesar de haber contado con el apoyo de los shi’ah los abasidas les dieron la espalda optando por un gobierno de estabilidad y continuidad en política y religión. La consecuente frustración dio lugar a nuevos movimientos anti gubernamentales y una confrontación abierta entre el nuevo linaje abasida en el poder y los shi’ah.
A pesar de esta agitación, el núcleo de los imanes legítimos shi’ah aguantaba en una línea moderada pero decidida. La escisión definitiva dentro de la rama shi’ah entre moderados y extremistas llegó a la muerte de Ja’far al-Sadiq (se dice que envenenado por el segundo califa abasida Al-Mansur), erudito teólogo y sexto imán en la línea de Alí, en 765. Su hijo mayor era Isma’il y parece ser que fue el designado por su padre para su sucesión, pero en todo caso su muerte o desaparición, ya fuera ficticia o real, se produjo antes de la muerte de su padre, por lo que la sucesión del imanato recayó “oficialmente” sobre el hijo menor Musa al-Kazim, hecho acordado y aceptado por gran parte de los shi’ah. El linaje de Musa perduraría hasta el undécimo imán (que murió hacia 873) dando lugar a la teoría del duodécimo imán relacionado con la figura del Mahdi o imán esperado del credo shi’ah. Así pues, los seguidores de los “doce imanes” (conocidos como “shi’ah de los Doce”) representan la facción moderada de la secta y eran mayoría entre todos los shi’ah, habiendo subsistido hasta la actualidad en que se cuentan en gran número e incluso son mayoría en países como Irán.
El asunto de la sucesión de Ja’far al-Sadiq es de gran trascendencia no sólo en lo que respecta al estudio de los orígenes de la Secta de los Asesinos, sino como hemos visto para el desarrollo posterior del mundo islámico en su totalidad. La prematura desaparición de Isma’il y el tema de la sucesión, de extrema importancia dado que el propio imanato estaba en disputa, dio pie a profundas discusiones teológicas, divisiones y teorías dentro de la comunidad shi’ah. Lo cierto es que Isma’il había optado por relacionarse con elementos extremistas en enfrentamiento directo con el califato abasida, lo que pudo provocar (según algunas fuentes) que su padre lo enviara a la clandestinidad para su protección y proclamara su muerte públicamente, sobre la cual había opiniones de todo tipo: desde los que pensaban que permanecía oculto, los que aseguraban haberle visto con vida tras su funeral o los que no dudaban de su muerte. Esto contribuyó sin duda a la creación de cierto aura misteriosa y legendaria, como también indican los informes de que Isma’il había sido iluminado con una comprensión completa del mensaje interno del Islam, la auténtica verdad esotérica, y que regresaría como Mahdi para establecer la paz y justicia universales.
En todo caso de aquí nacería, en oposición al más moderado bando “shi’ah de los doce”, la rama alternativa ismailí o ismaelita que defendía la sucesión legítima de Isma’il y sus descendientes. Después de estar un tiempo en la clandestinidad, formaron una secta que superó puntualmente a la de sus rivales, tanto en organización y cohesión como en atractivo intelectual. Una serie de importantes teólogos elaboraron una doctrina religiosa de alto contenido filosófico y desarrollaron una importante literatura. Los ismaelitas ofrecían un piadoso respeto al Corán, tradiciones y leyes similares a las sunnitas, y explicaciones místicas del universo extraídas del pensamiento de la antigüedad, muy especialmente del neoplatonismo. Ofrecían además una fe emocional y personal basada en el ejemplo del sufrimiento de los imanes, el sacrificio de sus seguidores, la experiencia de la Pasión y el apego a la Verdad. Y formaban un poderoso movimiento de oposición muy difundido y organizado que parecía tener posibilidades reales de derrocar al orden existente y promover una nueva sociedad, encabezada por el imán, heredero del Profeta, elegido de Dios y único dirigente legítimo.
SOBRE LA DOCTRINA
En sus comienzos originales, la doctrina y organización shi’ah había sido permeable a influencias y diversificaciones dogmáticas externas, algunas de las cuales bien pudieron proceder del gnosticismo, maniqueísmo y otras herejías judeocristianas o persas en aquellos tiempos todavía muy presentes en Oriente Medio: además la doctrina shi’ah se mezcló con cultos y creencias localistas de diversa índole. Esto dio lugar a la intromisión de creencias como la reencarnación, la deificación de imanes e incluso da’is, o hasta cierto “libertinaje” y abandono de la observación estricta de la ley coránica.
Una práctica introducida y matizada por el propio Ja’far al-Sadiq (con cierta base en el Corán), que resultó fundamental posteriormente en el credo de la Secta de los Asesinos como veremos fue la “taqiyyah” (precaución, prevención). Esta práctica alude a la doctrina islámica de dispensa: el concepto de que un creyente, estando bajo coacción o amenaza, está excusado de llevar a cabo ciertas obligaciones religiosas. Este principio se puede interpretar de muchas maneras y no es exclusivo de los shi’ah, aunque por las circunstancias estos fueron más proclives a la persecución y la represión por lo que lo invocaban con más frecuencia. Se empleaba para justificar el ocultamiento de creencias que pudieran despertar la hostilidad de las autoridades o la población.
La figura del imán es fundamental en el sistema ismaelita: es la piedra angular de toda doctrina y organización. Tras la creación del mundo por voluntad de la mente y el alma universales, la historia del hombre se estructura en una serie de ciclos, iniciándose cada uno de ellos con un imán “hablante” o profeta seguido de una sucesión de imanes “silenciosos”. Esto se refiere a los períodos de clandestinidad o difusión de la fe. En el mencionado ciclo de sucesores de Ali (mediante Isma’il) los imanes están inspirados por la divinidad y son infalibles, en cierto sentido divinos, ya que el imán es un microcosmos o personificación del alma metafísica del universo. Como tal es manantial de sabiduría y autoridad, fuente de la doctrina esotérica oculta a los no iniciados.
Puntualizaremos además que la organización y actividades de la facción ismaelita, custodia y difusión de sus doctrinas están en manos de una jerarquía de da’is que obedecen a un jefe da’i que es a su vez el servidor inmediato del imán. El da’i, aunque originalmente alude básicamente a la persona que promueve la da’wa, o invitación a abrazar la fe islámica, en su sentido más extremista es el que convoca y conduce a los discípulos a la lucha como pudiera ser el caso de los Asesinos, aunque en ciertos casos también se puede utilizar para convencer u obligar a otros musulmanes a retornar a una forma de religión considerada más pura o conservadora.
Los ismaelitas además afirman que el conocimiento esotérico se da a conocer mediante la práctica del Ta’wil al-Batin, una doctrina característica de la secta que se aplica a la interpretación alternativa de las escrituras sagradas y que dio lugar al término común “batin” (referido a interno, esotérico); los grupos dedicados a este estudio se conocen como batiniyyah, apelativo que también se aplica a los propios ismailíes (batinitas). Sostenía que las prescripciones del Corán y las tradiciones tenían un segundo significado además del obvio y literal, una interpretación alegórica que el imán revelaba y enseñaba a los iniciados. Algunos batiniyyah iban más lejos y adoptaban una doctrina virtualmente antinomianista (oposición a la Ley, doctrina en que la ley moral no es de obligatorio cumplimiento para el creyente) muy recurrente en herejías y misticismos extremistas y minorías clandestinas. La máxima obligación religiosa es el conocimiento (gnosis) del imán verdadero, el significado literal de la ley puede ser abolido por el creyente instruido pero persiste como imposición para el profano. Un tema común a las escrituras religiosas ismaelitas es la búsqueda de la Verdad, que al principio parece resultar infructuoso y posteriormente culmina en un trance de iluminación cegadora.
Lo cierto es que los ismaelitas, sobre todo cuando estuvieron en la clandestinidad, llegaron a constituir una especie de sociedad secreta, con un sistema propio de votos e iniciaciones y una jerarquía escalonada de grados y conocimientos. Sus secretos permanecen bien guardados, y la información existente sobre ellos es cuando menos fragmentaria y confusa. Los cronistas ismaelitas hablan de iniciados custodios de misterios sagrados, a los que sólo puede acceder un creyente mediante larga preparación e instrucción. Se refieren a la secta genéricamente como da’wa que como ya hemos visto significa misión o prédica, y sus agentes son los da’is (misioneros o convocadores). En otras crónicas se habla de predicadores, maestros y licenciados, además de estamentos inferiores de iniciados. También aluden al hujja (“prueba de Dios”, aludiendo a una persona) o da’i superior. La palabra jazira (isla) designa la jurisdicción territorial o étnica que preside un da’i. Los ismaelitas se refieren a su líder religioso como sheij – sheykh (árabe, significa “anciano”, derivado a “jeque”). Corrientemente entre los fieles se utilizaba además el término rafiq (camarada).
Realmente el contenido esotérico y místico subyacente al pensamiento y filosofía ismaelita es impresionante y absolutamente interesante, a la vez que ignorado sobre todo en Occidente; esto es lógico sobre todo teniendo en cuenta que la secta ismaelita fue paulatinamente absorbida por la corriente ortodoxa mayoritaria islámica hasta quedar reducida al mínimo.
La Secta de los Asesinos se nutrió del manantial doctrinal ismaelita y posiblemente profundizó en sus aspectos esotéricos; acerca de esto la escasa información de que se dispone no es de primera mano y resulta muy confusa, por lo que todo lo que no sea aplicable o encuadrable en el dogma ismaelita es aventurado y pertenecería al terreno especulativo. No obstante, la información presentada nos permite hacer un esbozo básico de lo que debió ser el credo de la Secta de los Asesinos, o algunos de sus fundamentos doctrinales, aunque habrían de suceder más cambios antes de que salieran definitivamente a escena.
Decíamos que tras la muerte de Isma’il los imanes de esa línea de descendencia aparentemente permanecieron ocultos, pero no desaparecieron. En la segunda mitad del siglo IX daba comienzo un nuevo período debido a la debilidad creciente de los califas abasidas de Bagdad que parecía anticipar la caída del imperio y hundimiento de la sociedad islámica. En las provincias aparecieron dinastías locales, muchas de origen tribal y normalmente regidas por jefes militares, que solían tener corta vida independiente pero que contribuían a la fragmentación del imperio. El mensaje shi’ah cobró un renovado impulso hasta que en 946 una dinastía chiita originaria de Daylam (región del norte de Persia a orillas del mar Caspio), la “buyida”, se apoderó de Bagdad poniendo al califa bajo su control. Sin embargo, en ese momento la facción chiita mayoritaria de los shi’ah de los Doce no tenía un imán (el último conocido había muerto setenta años antes) por lo que los buyidas decidieron no reconocer a otro posible descendiente de Ali y mantuvieron a los abasidas como titulares del califato, aunque bajo su control, es decir sin poder efectivo pero apartando de nuevo a los shi’ah del poder. El linaje buyida reconocía su propia ascendencia sasánida (persa preislámica) y su gobierno, mantenido durante alrededor de un siglo, más bien fue un período intermedio en el que aparte de admitir la presencia testimonial de los abasidas no hicieron apenas hincapié en las cuestiones religiosas intentando evitar toda confrontación entre sunnitas y chiitas.
Las convulsiones, tanto económicas como culturales y sociales, que se estaban dando en aquella época en el seno del Islam ayudaron a que la doctrina ismaelita se extendiera e incluso enraizara con fuerza en diversas regiones. A finales del siglo IX una misión al Yemen tuvo como resultado un gran número de conversos y una base de poder político desde donde se enviaron misiones a otras regiones como la India y el norte de África, consiguiendo un importante éxito. Tanto es así que hacia 909 el imán ismaelita Ubayd Allah al-Mahdi se autoproclamaba Mahdi y califa del Norte de África, dando así origen a la “dinastía fatimita”. Después de un tiempo de gobierno accidentado en el año 969 los fatimitas conquistaron Egipto llegando hasta Palestina y el sur de Siria, fundando la ciudad egipcia de El Cairo en 972. El entonces califa al-Mu’izz se desplazó desde Túnez a la nueva ciudad donde sus descendientes reinarían los siguientes doscientos años. Fue un momento de gran poder para los ismaelitas, con el califato fatimita gobernando un extenso territorio que incluía el norte de África, el Levante mediterráneo, Sicilia y parte de Arabia y adquiriendo nuevos conversos gracias a la prédica de misioneros y eruditos formados en las propias universidades y escuelas de El Cairo.
Los fatimitas tomaron ese nombre por afirmar su descendencia de Fátima, la hija de Mahoma y esposa de Alí. Su objetivo primordial era acabar con el califato abasida, aún presente en el Este y con capital en Bagdad. Con base en Egipto, se dedicaron a enviar en todas direcciones misiones de prédica y conversión para su causa y paralelamente cuando era necesario expediciones para la conquista militar, en todo caso procurando siempre socavar el poder sunnita allí donde fuere. Como creyentes ismaelitas, reforzaron y consolidaron la dimensión religiosa promoviendo el estudio y la difusión de la doctrina y creando escuelas de formación teológica. El período fatimita fue la edad de oro del pensamiento y la literatura ismailíes.
Pero el califato abasida sobrevivió y al final el islam sunnita triunfaría. A partir del octavo califa Al-Mustansir, que subió al trono en 1036 con siete años de edad, el imperio fatimita, después de haber logrado altas cotas de prosperidad y desarrollo (en aquel momento era el estado musulmán más poderoso) comenzó rápidamente a declinar. Lo siguiente sería una sucesión de visires y autócratas militares que fueron incapaces de mantener el gobierno a flote pero acapararon el poder religioso y social en su propia persona. Una hambruna que tuvo lugar en Egipto en 1065 y duraría ocho años contribuyó al caos dejando el país en un estado desastroso, a la vez que los militares esquilmaban a su antojo los bienes del estado. En 1094 moría el comandante del ejército Badr al-Jamali que aglutinaba el poder efectivo como visir por “manu militari”; Al-Mustansir intentaría recuperar el poder pero ya era tarde: murió el mismo año de 1094 y los oficiales del ejército de Badr al-Jamali nombraron sucesor a su hijo al-Afdal, quien como nuevo visir y comandante de los ejércitos tomó la decisión de elegir al nuevo califa entre los hijos del anterior califa fatimita. El hijo mayor, Nizar, había sido al parecer nombrado sucesor legítimo por su padre y era aceptado por los ismaelitas, y el pequeño, Al-Musta’li era un joven inexperto sin aliados ni seguidores siendo por ello más proclive a ser manipulado. Al-Afdal concertó la boda entre su hija y el menor de los hermanos y le nombró inmediatamente califa, y así todo quedaba en casa. Nizar huyó a Alejandría y se declaró en rebelión, pero tras un breve tiempo de lucha fue derrotado y ejecutado. Tuvo descendientes, los cuales se dispersaron sin que Nizar hubiera designado un sucesor claro.
La secta se dividió: la mayoría de los ismaelitas de Egipto y muchos de Siria reconocieron a Al-Musta’li, el señalado por al-Afdal como nuevo califa; pero no así los ismaelitas persas que se proclamaron seguidores de Nizar rompiendo toda relación con el califato fatimita.
Reinarían en El Cairo cuatro califas fatimitas más, pero no era más que una dinastía que languidecía sin control ni poder real, envuelta además en calamitosas guerras a raíz de las invasiones a finales del siglo XI de los turcos selyúcidas y los cruzados europeos. Finalmente, en 1171 moría el último de los califas acabando así el periodo fatimita y Egipto fue devuelto al poder sunnita.
Mientras se verificaba la decadencia del califato fatimita, comenzaba a gestarse la figura de Hasan al-Sabbah, el más célebre dirigente e inspirador de la Secta de los Asesinos.
continúa en la parte II………………