……………………….viene de la parte II
LA SECTA EN SIRIA
En tiempos de Hasan al-Sabbah algunos enviados ismailíes viajaron al Oeste. Su destino era Siria, que por circunstancias de orografía del terreno y una marcada división tribal propiciaba la existencia de heterogeneidad de creencias y era más favorable a la asimilación de la doctrina de la Secta que las tierras de Mesopotamia (aproximadamente lo que es hoy Irak), donde la prédica era más ardua por haber mayor cohesión política y paisaje fluvial más llano donde era más difícil oponer resistencia militar. Los primeros shi’a surgieron en Siria en el siglo VIII, y a principios del siglo X el imán oculto contaba ya con suficiente apoyo local allí como para pensar en una lucha seria. Hacia 1064 las primeras oleadas turcas entraban en tierras sirias, y los ejércitos selyúcidas invadieron el país imponiendo su gobierno en todo el territorio excepto una pequeña franja costera que permaneció en manos fatimitas. Hacia finales del siglo XI Siria entró en un período de fragmentación y conflicto interno que facilitó que una nueva invasión, la de los cruzados europeos, se abriera camino desde el Norte (Antioquia) estableciendo cuatro estados con base en las ciudades de Edesa, Antioquía, Trípoli y Jerusalén.
Los agentes de Alamut que llegaron a Siria intentaron poner en práctica los mismos métodos que habían funcionado en Persia: su intención era apoderarse de algunas fortalezas que les sirvieran como baluarte y base para sus operaciones de adoctrinamiento. Pero la labor era más dificultosa, quizá por ser extranjeros en un país extraño. Se necesitó medio siglo para consolidar un grupo de plazas fuertes en la zona montañosa al noroeste de Siria (Jabal Bahra) donde todos los jefes serían persas enviados por Hasan al-Sabbah o sus sucesores. Y esto se conseguiría a partir de 1130.
El primer asesinato de la Secta de que hablan las crónicas se produjo en Homs en 1103, en la persona de su gobernante Janah al Dawla, y se dice que tuvo algo que ver Ridwan, dirigente de Alepo e hijo del sultán selyúcida de Damasco Tutush I (muerto en 1095). Ridwan apoyaba a los Asesinos llegados de Persia probablemente porque en aquel momento le convenía política y militarmente. Consintió que se instalaran en Alepo y practicaran y difundieran su credo religioso junto con otras actividades. Lo cierto es que la posición de Ridwan era bastante delicada, en una época de luchas y enemistades constantes incluyendo la presencia amenazadora de los cruzados en sus fronteras, por lo que cualquier apoyo sería bienvenido.
Entretanto, el primer ataque de los Asesinos a una plaza fuerte fue a Afamiya, donde los ismailíes lograron asesinar al gobernante, que era un fatimita mustalí, y hacerse con la ciudad; la maniobra no acabó bien puesto que los cruzados de Tancredo, regente de Antioquía, apoyaron a los expulsados y contraatacaron recuperando rápidamente la ciudad. Esta maniobra, que acabó con algunos jefes ismailíes ejecutados, no provocó sin embargo que los Asesinos tomaran como blanco a los cristianos como represalia, sino que siguieron con sus objetivos primarios. De hecho, en 1113 consiguieron asesinar a Mawdud, dirigente selyúcida de Mosul (ciudad al norte del actual Irak), que había venido a Siria a enfrentarse a los cruzados comandando una fuerza expedicionaria militar. Cuando murió Ridwan en 1113, le sucedió su hijo Alp Arslan que en un principio siguió con la política de apoyo a los Asesinos en Alepo, pero luego a instancias del sultán selyúcida Mohammed I y presionado además por el populacho reaccionó apresando a los ismailíes y a sus cabecillas y desbaratando el grupo, ejecutando a algunos y dispersando a los demás. Pese a este contratiempo, la Secta había logrado ciertos contactos y pequeñas bases en Siria y sobre todo en la línea de tránsito que comunicaba con Alamut. La ardua labor de los primeros enviados persas no había sido en vano: hablamos de personajes con curiosos sobrenombres como Al-Hakim al-Munajjim “el médico astrólogo” o Abu Tahir “el orfebre”, dirigentes ismailíes que acabarían ejecutados pero que tuvieron notable influencia en el asentamiento de la Secta en territorio sirio.
Además, la influencia de los Asesinos en Alepo duraría hasta 1124, hecho favorecido por la muerte de Alp Arslan en 1114 y un posterior período de desgobierno. En ese año un nuevo gobernante decidió expulsarlos de la ciudad. Los Asesinos se desplazaron al sur, y ampliaron sus actividades en Damasco. Las crónicas mencionan que los ismailíes obtuvieron el favor del pragmático gobernante turco de Damasco, Tughtigin (de quien se dice que fue el instigador del asesinato ya mencionado de Mawdud), el cual les llegó a ceder el castillo de Banyas y una sede en la misma capital damascena que serviría de cuartel general para la Secta.
Pero a la muerte de Tughtigin en 1128 los opositores de la Secta decidieron darle el golpe de gracia, y la población colaboró con la milicia atrapando y asesinando a los ismailíes en gran número. Los defensores de Banyas se dieron cuenta de que la situación era insostenible y rindieron la fortaleza a los cruzados huyendo a la vez a los territorios francos.
Taj al-Mulk Buri, hijo y heredero de Tughtigin y el instigador de la acción contra los ismailíes tomó precauciones contra la venganza de los Asesinos, pero en 1131 dos enviados de la Secta le asaltaron muriendo un año después a consecuencia de las heridas recibidas. Parece ser que la misión había sido mandada desde el mismo Alamut. En todo caso, los Asesinos ya no recuperarían nunca su posición en Damasco.
En esa misma época los Asesinos intensificaron también su actividad contra el califato fatimita de El Cairo, donde había auténtico odio hacia ellos, adjudicándose varios atentados señalados.
No hay muchas noticias de la relación entre los Asesinos y los cruzados en aquella época, aparte de algunas escaramuzas contra los ejércitos cruzados y una cierta indiferencia hacia ellos, aunque en algunas ocasiones los ismailíes habían buscado refugio en tierras francas para salvarse de las persecuciones de los enemigos propios musulmanes, hecho que tampoco fue privativo de los ismailíes. No se conocen víctimas francas de las dagas asesinas en ese período.
Llegando a la mitad del siglo XII los Asesinos consiguieron hacerse con la fortaleza famosa de Masyaf (hacia 1140), aparte de otras como Khawabi, Rusafa, Qulay’a y Maniqa aunque se desconoce el modo de su adquisición. Durante este periodo los Asesinos se dedicaron a consolidarse y dieron poco que hablar. Parece cierto el episodio en que el dirigente Asesino Ali ibn-Wafa cooperó con Raimundo de Poitiers, príncipe de Antioquía en su campaña contra Nur al-Din (dirigente selyúcida de Alepo y Damasco), aunque ambos acabarían sucumbiendo en la decisiva batalla de Inab.
No es extraño que se produjera esta alianza con los cruzados: el enemigo más radical de los Asesinos en aquel momento era el linaje de Zengi, con su hijo el citado Nur al-Din, ya que estos gobernantes de Mosul eran poderosos en Irak y se habían expandido hasta Siria, con incontestable éxito en Alepo en 1128 y el resto de la región, eliminando los derechos y prerrogativas no solo de los Asesinos sino de los chiitas e ismailíes en general y provocando gran resentimiento. Entonces el príncipe Raimundo de Poitiers era el único capaz de oponer resistencia a la casa de Zengi.
Hacia 1130 se registró el asesinato del conde Raimundo II de Tripoli a las puertas de esta ciudad: fue la primera víctima franca. No hay información exacta sobre este hecho, aparte de la adjudicación de la muerte a dos Asesinos nizaríes. Se especula con que su mujer pudo tener algo que ver, aunque también es cierto que Raimundo II sostenía pactos con Nur al-Din, el temible enemigo de la Secta.
En este contexto apareció el que llegaría a ser el dirigente de la Secta de los Asesinos más importante de Siria, Sinan ibn Salman ibn Muhammad, conocido como Rashid al-Din, nativo de una aldea cercana a Basora (Irak) y descrito en algunas fuentes como “alquimista y maestro de escuela”. El año de nacimiento se estima en torno a 1135. Un escritor sirio contemporáneo describe una conversación con Sinan donde él mismo narra cómo partió de muy joven a Alamut donde fue acogido y educado por el entonces líder Asesino Muhammad, que lo trató con gran atención; llegado el momento (hacia 1162) sería su hijo y sucesor Hasan II quien lo enviaría como emisario da’i a Siria a través de Mosul, en un viaje de incógnito como portador de órdenes y cartas para los miembros de la Secta que iba encontrando por el camino hasta el mismo Alepo. Acabó en la fortaleza de Al-Kahf (cuartel general Asesino en Siria) donde pronto tendría la ocasión de revelarse como jefe de la Secta al morir el anterior líder Abu Mohammed, tomando el poder con el beneplácito de Alamut.
Casi simultáneamente y como ya hemos visto Hasan II proclamaba la qiyama o resurrección en Alamut y enviaba mensajeros con la buena nueva hasta Siria. Curiosamente, hemos dicho que en Persia sólo se conservan testimonios ismailíes respecto a este acontecimiento, y sin embargo en Siria los testimonios conservados son sunnitas, mientras que para los ismailíes sirios parece haber pasado desapercibido. Los historiadores sunnitas evidentemente mencionan estos hechos con nada disimulado horror y repugnancia.
Una vez aposentado Sinan, que se trasladó al castillo de Masyaf, se encargó de consolidar su nuevo reino, construyendo algunas fortalezas y adquiriendo otras, normalmente mediante estratagemas, y fortificándolas al máximo. Se hizo célebre entre sus contemporáneos, tanto cruzados como musulmanes sunnitas, y fue el quien hizo famoso el apelativo de “Viejo de la montaña” puesto de moda por los europeos. Fue muy querido y respetado por los suyos, llegando a gobernar cerca de treinta años sin oposición interna, y además de reorganizar la comunidad nizarí en Siria se encargó de establecer un cuerpo de feda’i (en Siria conocidos como fedawi) o asesinos devotos muy eficaces y temidos. Pese a estar rodeado por un ambiente tremendamente hostil los tiempos fueron buenos para él, según cuentan los cronistas, y los reyes generalmente se abstuvieron de atacar sus dominios por miedo a sus Asesinos.
Es probable que siguiera una política en cierta medida independiente de Alamut, ya que se dice que el nuevo líder Mohammed II envió en varias ocasiones Asesinos para acabar con él; parece ser que Sinan mató a algunos y a otros los persuadió de que abandonaran su misión. Ciertamente en las crónicas ismaelitas sirias que nos han llegado de esa época no se menciona ni hace referencia a Alamut ni a sus jefes. Sinan tenía un estrecho lazo afectivo con Hasan II, el cual murió en 1066, siguiendo a continuación el mandato de Mohammed II que como hemos visto fue muy tranquilo y aparentemente sin actividad asesina, por lo que es difícil saber por qué motivo Alamut querría atentar contra Sinan, el cual jamás llegó a cortar lazos efectivamente con Alamut; además, el propio instinto de supervivencia de la Secta en Siria en aquel tiempo obligaba a actuar con cierta independencia lógicamente.
En todo caso existe poca información disponible acerca de los años de gobierno de Sinan, los sucesos más importantes se refieren a los atentados contra Saladino, el audaz asesinato de Conrado de Monferrat y algunos hechos menores.
La aparición de Saladino como unificador de la ortodoxia musulmana y paladín de la guerra santa le granjeó el puesto de enemigo número uno de los Asesinos, e hizo que por cuestiones tácticas miraran puntualmente con mejores ojos a la casa Zengi gobernante en Mosul y Alepo, que había sido su principal enemigo hasta el momento. Existen documentos en los que se dice que Saladino, consciente de esto, llega a acusar a los zengitas de traidores y aliados de los herejes de la Secta e incluso de los cruzados, lo cual es probablemente exagerado o falso. En todo caso Saladino aprovechaba cualquier ocasión para infligir el mayor daño posible a los ismailíes, incluyendo el hecho de haber acabado con el califato fatimí de El Cairo hacia 1174.
El primer atentado contra Saladino llevado a cabo por los Asesinos fue a finales de 1174 mientras asediaba Alepo. Allí gobernaba un representante del heredero de la casa Zengi, el cual parece ser que solicitó ayuda a Sinan para acabar con Saladino por las bravas. Algunos Asesinos se infiltraron en el campamento, pero fueron reconocidos y aunque en el tumulto resultante hubo muchos muertos Saladino salió ileso.
Un año después y en medio de otro asedio Sinan envió otros Asesinos que llegaron a herir a Saladino, aunque la armadura le evitó la muerte. A partir de entonces Saladino tomó muchas precauciones, durmiendo solo en una torre de madera a tal efecto donde no podía entrar nadie a quien no conociera personalmente.
Buscando venganza Saladino se internó en territorio Asesino y sitió Masyaf a mediados de 1176. Saladino acabó retirándose inexplicablemente, aunque se dice que el príncipe de Hama que era tío de Saladino intercedió por los Asesinos sitiados. Pudo haber otra razón, y es el ataque simultáneo que tuvo lugar por parte de los cruzados del valle de Biqa, que planteaba la necesidad de Saladino de acudir allí con urgencia. Hay alguna versión más como la que afirma que es Saladino quien pide la intercesión del príncipe para lograr la paz, parece que debido al terror que le provocaban los Asesinos, y por fin la inverosímil versión ismailí que dice que Saladino estaba aterrorizado por los poderes sobrenaturales de Sinan; el príncipe de Hama intercede por él y pide a los Asesinos que le dejen partir sano y salvo. Sinan le provee de un salvoconducto, convirtiéndose los dos en amigos. Lo cierto es que parece ser que sí que hubo algún tipo de acuerdo y desde luego la retirada de Masyaf fue efectiva a la vez que extraña. Y a partir de aquí Saladino manifiesta una curiosa amistad, o quizá mejor dicho tolerancia, hacia los Asesinos; existen de hecho diversos relatos que apuntan la intención de explicar y hasta justificar dicha tolerancia, y la mayoría de ellos afirman que Saladino se vio abrumado por las claras amenazas que constituían los escurridizos Asesinos y optó por firmar una tregua con la Secta. Algunos historiadores afirman que tropas de los Asesinos lucharon junto a Saladino contra los cruzados en la decisiva batalla de los cuernos de Hattin (1187).
Kamal al-Din Ibn al-Adim, historiador y biógrafo de Alepo (1192-1262) narra una curiosa historia no verificada que podría bien ilustrar la actitud de Saladino:
“Mi hermano me dijo que Sinan envió un mensajero a Saladino y le ordenó entregar su mensaje solo en privado. Saladino hizo que le registraran, y cuando no encontraron nada peligroso en él despidió a la asamblea, dejando a unas pocas personas, y pidió que le entregara el mensaje. Pero él dijo: “Mi amo me ordenó que no entregara el mensaje a no ser que fuera en privado.” Saladino vació entonces la asamblea de todos salvo de dos mamelucos, y luego dijo: “Estos dos no me dejan, entrega tu mensaje si quieres o vuelve por donde has venido”. Él dijo “¿Por qué no despedís a estos dos como habéis despedido a los demás? Saladino replicó: “Considero a estos como mis propios hijos, y ellos y yo somos uno”. Entonces el mensajero se volvió hacia los dos mamelucos y dijo: “Si os ordenara que matarais a este sultán en el nombre de mi señor, ¿lo haríais? Ellos respondieron que sí, y desenvainaron las espadas diciendo: “Ordénanos lo que desees”. El sultán Saladino quedó muy sorprendido y el mensajero se marchó, llevándose a los dos consigo. Y a partir de entonces Saladino se sintió inclinado a hacer las paces e iniciar relaciones amistosas con Sinan.”
El siguiente asesinato de la Secta sería el de un visir de la casa Zengi de Alepo en 1177, se dice que instigado por los interesados por rencillas políticas internas, aunque las relaciones entre Sinan y los de Alepo volvían a ser bastante tensas.
El 28 de abril de 1192 llevaron a cabo su mayor golpe, el asesinato en Tiro (sur de Líbano) de Conrado de Monferrat, insigne noble cruzado y flamante rey de Jerusalén. La mayoría de las fuentes coinciden en señalar que los asesinos iban disfrazados de monjes cristianos y cuando tuvieron la oportunidad apuñalaron al rey. El enviado de Saladino en Tiro informó que cuando los dos asesinos fueron interrogados dijeron que el crimen había sido instigado por el rey Ricardo de Inglaterra. Parece ser que no hay dudas sobre esta confesión, y realmente era manifiesto el interés de Ricardo Corazón de León por la desaparición de Conrado debido a ciertos motivos políticos. Se comprende así que se le diera amplia credibilidad a esta historia, pero que los Asesinos dijeran la verdad en su confesión se pone en duda. Ibn al Athir, historiador de la casa Zengi (y bastante hostil hacia Saladino), indica que la acusación contra Ricardo sólo era creída en el ámbito de los cruzados, y que realmente el instigador había sido Saladino, cuyo plan era matar tanto a Conrado como a Ricardo, aunque lo de este último resultó imposible de llevar a cabo. La historia ismailí atribuye la iniciativa a Sinan con la cooperación y aprobación de Saladino, aunque los motivos del nizarí no están del todo claros, además de que no consta que la Secta reclamara para sí el asesinato. Lo cierto es que circularon toda clase de rumores, como también que la muerte de Conrado no fue oportuna para Saladino que estaba en tratos con él y en contra de Ricardo que era un enemigo más serio y peligroso. Y es verdad que la muerte de Conrado alivió a Ricardo y le animó a continuar las hostilidades. Cuatro meses después firmaría una tregua con Saladino donde, a petición de este, se incluyeron los territorios de los Asesinos.
El de Conrado fue el último asesinato realizado o atribuido a Sinan, que moriría hacia 1193, siendo sucedido por un persa llamado Nasr que restauró completamente la autoridad de Alamut, la cual permaneció inamovible hasta la conquista mongola. Rashid al-Din Sinan fue un líder extraordinario, casi equiparable a Hasan al-Sabbah; fue capaz de llevar a la Secta en Siria a su época más importante y floreciente, así como había hecho Hasan en Persia.
Los Asesinos sirios al ser súbditos de Alamut también se vieron afectados por la nueva política de Jalal al Din Hasan III de restauración de la ley y alianza con el califa de Bagdad. En 1211, el señor de Alamut envió mensajeros a Siria ordenando a sus seguidores que “construyeran mezquitas y realizaran las oraciones rituales, que no tomaran bebidas, drogas y otras cosas prohibidas y que observaran el ayuno y todas las demás prescripciones de la ley sagrada”. Hay poca información de cómo se aceptó esta reforma en Siria. Lo cierto es que no hay constancia de más asesinatos de musulmanes en Siria, aunque sí los hubo de varios cristianos. El primero fue Raimundo, hijo de Bohemundo IV de Antioquía, asesinado en la iglesia de Tortosa (Tartus) en 1213. Su padre, sediento de venganza, sitió la fortaleza de Khawabi, pero los Asesinos lograron que se levantara el sitio con ayuda de refuerzos de Alepo y Damasco. Se desconoce el motivo del asesinato de Raimundo, aunque algunas crónicas mencionan la intervención de los caballeros de la Orden Hospitalaria; no es extraño, dado que eran comunes las disputas por motivos políticos o territoriales tanto entre los nobles cristianos como entre los musulmanes, con intrincados pactos entre ellos que podían durar lo que una campaña militar ordinaria.
A partir de esa época los Asesinos sirios se dedicaron a subsistir cobrando tributos tanto a vecinos musulmanes como a cristianos, generalmente con el visto bueno de Alamut. Se cuenta que obtuvieron una gran recompensa por asistir al emperador Federico II que por aquel entonces llegaba en una nueva cruzada. Paralelamente, la Secta también pagaba a su vez tributo a otros como fue el caso de los caballeros Hospitalarios o a los Templarios.
Antes de la extinción política de los Asesinos en Siria hubo otro importante suceso, que fue su relación con Luis IX de Francia, el último de los grandes reyes cruzados. Circula una historia que asegura que había un complot Asesino contra san Luis ya de niño en Francia, lo cual se puede de entrada dar por falso así como todas las historias de actividades de la Secta en Europa. Sin embargo, existen relatos más verosímiles narrados por Joinville (biógrafo de Luis IX) sobre las relaciones del rey con los Asesinos a su llegada a Palestina, hacia mediados del siglo XIII. Mientras el rey estaba en Acre, llegaron mensajeros de los Asesinos pidiéndole que pagara tributo a su jefe “al igual que el emperador de Alemania, el rey de Hungaria, el sultán de Egipto y muchos otros que lo hacen cada año, porque saben bien que solo pueden vivir mientras eso le complazca”. Ahora bien, también dijeron que si el rey no deseaba pagar tributo, se sentirían satisfechos con la remisión del tributo que ellos mismos pagaban a templarios y hospitalarios.
Este tributo se pagaba, según explica Joinville, porque esas dos órdenes nada temían de los Asesinos, ya que si se mataba a uno de sus dirigentes al punto era sustituido por otro igual de eficaz y el jefe Asesino no quería malgastar sus hombres donde no pudiera ganarse nada. El caso es que los Asesinos continuaron pagando tributo a las dos órdenes y el rey y el jefe da’i de la Secta intercambiaron regalos y buenas intenciones. Dada la delicada situación de Luis IX con el evidente fracaso de la séptima cruzada no resulta raro su acercamiento a los Asesinos.
El fin del poder de la Secta llegó con el doble asalto de los mongoles y el sultán mameluco de Egipto, Baibars. Lógicamente los Asesinos se unieron a otros musulmanes en Siria contra los temibles mongoles y quisieron establecer buenas relaciones con Baibars enviándole embajadas y regalos. Al principio Baibars pareció sensible a esto, ya que incluso en 1266 en una tregua con los hospitalarios anuló el tributo de los Asesinos hacia ellos. Sin embargo, las miras de Baibars eran más altas, quería liberar la zona del cercano oriente de la presencia mongola y cristiana y no toleraría facciones independientes como los Asesinos en pleno corazón de Siria. Se dice que incluso ya en 1260 Baibars había asignado las tierras de los Asesinos a uno de sus generales como feudo, y que para 1265 ya estaba recortando a su antojo los tributos que la Secta cobraba. De este modo, debilitados en Siria y descorazonados por el destino de sus hermanos en Persia, los Asesinos no pudieron reaccionar, incapaces ya de oponer una resistencia seria.
Hacia 1273 todos los castillos y plazas fuertes de los Asesinos sirios estaban en manos de Baibars, y se dice que este aprovechó las habilidades de los Asesinos y los temores que seguían suscitando entonces en su propio beneficio. En 1271 amenazó al conde de Tripoli directamente con asesinarle clandestinamente. El atentado contra el príncipe Eduardo de Inglaterra en 1272 y probablemente el asesinato del señor de Tiro Felipe de Montfort en 1270 se realizaron a instancias suyas. Algunos cronistas hablan del empleo de asesinos por parte de este y otros sultanes mamelucos para eliminar adversarios problemáticos, lo que más bien indica que no se trataba ya de devotos fida’i, sino de mercenarios a sueldo. El gran viajero Ibn Battuta, que visitó Siria casi cincuenta años después, diría: “Cuando el sultán desea enviar a uno de ellos para que mate a un enemigo, le paga el precio de su sangre. Si el asesino escapa tras llevar a cabo su tarea, el dinero es suyo, si es atrapado lo es de sus hijos. Usan cuchillos envenenados para abatir a sus víctimas, a veces fallan sus planes y son ellos los que mueren.”
El ismailismo en general se estancó en Siria al igual que en Persia a partir de esta época, convirtiéndose en una herejía menor de poca o nula importancia política. En el siglo XIV hubo una división en el linaje de los imanes nizaríes, los persas y los sirios siguieron a diferentes pretendientes y a partir de ahí dejó de haber contacto entre ellos. Después de muchas vicisitudes a lo largo de la historia que no tuvieron resonancia pública, su número se redujo hasta llegar actualmente a una población rural pacífica radicada en Salamiyya, punto tradicionalmente ismailí en el centro oeste de Siria, con más de cincuenta mil miembros, algunos de los cuales aceptan al Aga khan (saga de imanes nizaríes establecida a principios del siglo XIX) como su imán.
CONCLUSION
El asesinato no es una actividad inventada por los extremistas ismaelitas, es tan antiguo como la raza humana. Concretamente en la historia política del Islam el asesinato de altos gobernantes tanto con sentido práctico como idealista fue relativamente normal desde sus mismos principios. De los cuatro primeros califas que siguieron al Profeta en la jefatura de la comunidad islámica tres fueron asesinados, uno de ellos lo sería por un agravio personal hacia un esclavo cristiano, los otros dos a manos de musulmanes árabes que se consideraban a sí mismos como tiranicidas liberando a la comunidad de un gobernante indigno, encontrando apoyo ambos en otras personas que estaban de acuerdo.
Tras la muerte de este último califa, Alí, el asesinato de gobernantes se volvió inhabitual, y cuando sucedía se debía a razones dinásticas, no revolucionarias. En cambio, los chiitas afirmaban que eran sus imanes y miembros de la casa del Profeta los que estaban siendo asesinados a instancias de los califas sunnitas: su literatura incluye largas listas de mártires de este tipo.
Así, los ismailíes invocaban la vieja tradición islámica cada vez que enviaban a sus emisarios para asesinar a los injustos y sus huestes, pese a no ser una tradición dominante ni común. Pero había algo más, y era el hecho ritual del acto. Los Asesinos siempre utilizaban una daga para sus fines, proporcionada por el líder (en su punto más álgido el “Viejo de la Montaña”) y de alguna manera consagrada para los efectos. El asesino solía ser atrapado inmediatamente, no haciendo intención de escapar lo cual se consideraba indigno. Sin embargo, el sacrificio humano y asesinato ritual no tienen cabida dentro de la tradición o ley islámica. Pero al estar desde muy antiguo enraizados en la sociedad humana estas actitudes pueden reaparecer en cualquier momento. Algunos autores musulmanes mencionan que a principios del siglo VIII un hombre llamado Abu Mansur al-ijli, de la ciudad de Kufa (Irak), decía ser el imán, y enseñaba que las prescripciones de la ley tenían un significado simbólico y no hacía falta seguirlas al pie de la letra; que el cielo y el infierno no tenían una existencia separada y no eran más que los placeres e infortunios de este mundo. Sus seguidores practicaban el asesinato como deber religioso. Las autoridades acabaron radicalmente con este grupo, que pertenecía al ala de los shi’a más extremistas.
Los ismailíes llegaron a crear una organización efectiva y duradera. Los shi’a en general habían organizado incontables alzamientos, pero todos habían fracasado excepto unos pocos, y estos habían acabado volviendo a los gobernantes contra el propio pueblo. Los Asesinos tuvieron éxito gracias a una fría e inteligente planificación además de celo fanático. Sus bases seguras en castillos cuidadosamente escogidos, el uso de la norma del secreto, adaptada de la vieja tradición de la taqiyya que les proporcionaba seguridad y solidaridad, o el aprovechamiento del terror inspirado para conseguir aliados temporales para su causa fueron algunos de sus aciertos.
Se dice que al menos una tercera parte de los asesinatos fueron instigados por terceras personas. Esto no debe entenderse como si habláramos de asesinos de alquiler usuales, sino que más bien los Asesinos se podían plegar temporalmente a intereses ajenos si coincidían con los suyos propios. Aunque sí que es posible que algunos instigadores se sirvieran de ellos por motivos menos prosaicos y más egocéntricos. Las razones de hombres como Saladino podían ser más complejas, estableciendo alianzas con los Asesinos temporalmente a fin de cuidar sus espaldas para dedicarse por entero a una tarea mayor, como así podría muy bien ser en este caso. Tampoco debería creerse todo lo que se obtenía por las confesiones de los propios Asesinos, o adjudicar todos los asesinatos directamente a ellos, aparte de que a veces es difícil conocer los planes secretos para la instigación de estos actos por las complejidades políticas de cada momento y lugar. Además, a los propios Asesinos les interesaba crear el caos y el miedo y podrían hacer uso de cortinas de humo para disfrazar sus intenciones.
Algunos autores sunnitas han sugerido que la violencia de los asesinos era indiscriminada: sin embargo, lo cierto es que los Asesinos elegían cuidadosamente a sus víctimas, planificando los atentados a veces con meses de antelación o esperando pacientemente el momento más propicio para sus ataques. Este uso planificado, sistematizado y a largo plazo del terror como arma política no tiene precedente hasta la aparición de la Secta de los Asesinos ismailíes.
Dice un poema ismailí:
“Hermanos, cuando llegue el momento del triunfo, con la buena fortuna de ambos mundos como compañero de viaje, entonces un solo guerrero a pie aterrorizará a un rey, aunque este posea más de un centenar de millar de jinetes.”
En conclusión, el último punto acerca de la Secta de los Asesinos es su rotundo final y absoluto fracaso, al menos desde el punto de vista mundano; no consiguieron derrocar al orden existente ni tampoco pudieron conservar en su poder alguna ciudad o región de la importancia que fuera. Sus castillos fueron asolados por la conquista y sus seguidores se convirtieron en pequeñas comunidades, una minoría más entre muchas.