TRANSHUMANISMO primera parte

 

INTRODUCCIÓN AL CAMBIO GLOBAL

 

Si el lector está medianamente informado, habrá notado que de un tiempo a esta parte se han introducido subrepticiamente en el lenguaje cotidiano palabras y conceptos que han sido inventados o de algún modo actualizados y dotados expresamente de un sentido que trasciende su simple significado semántico; estas palabras o expresiones han ido incorporando una carga artificial en función de su relación directa con el desarrollo político-social del mundo en su perspectiva actual. En este sentido, sucesos singulares a nivel global como la pandemia Covid-19 han actuado como desencadenantes que no solo han “puesto al día” los conceptos a que nos referimos, sino que les han dotado de una carga emocional bastante incómoda, incluso alarmante a veces.

De este modo (y sin mencionar ciertos términos técnicos a los que nos hemos habituado por imposición social debido a las características propias de esos sucesos singulares), nos estamos familiarizando con palabras como “distopía”, “sostenibilidad”, “globalización”, “inteligencia artificial”… conceptos como “agenda climática”, “nuevo orden mundial (NOM)”, “ingeniería social”, “ciudad inteligente”, “huella de carbono”, “moneda digital”, “internet de las cosas”, “big data”… e incluso proyectos y planes reales globales a medio o largo plazo como “Agenda 2030”, “Transición energética”… entre otras muchas expresiones e incluso grupos de siglas que pretenden significar conceptos más o menos complejos pero aparentemente relevantes para nuestro futuro en el planeta.

Y si el lector se ha atrevido a indagar más a fondo y tratar de relacionar entre sí o ubicar toda esta semántica en un contexto más comprensible, llegado a cierto punto se habrá percatado de que uno de los ejes sobre los que pivota todo el movimiento descrito por esta jerga es el concepto denominado transhumanismo, palabra que destaca por sí misma ya que parece señalar una línea directriz racional en este aparente caos (o puzzle), exteriorizado como el advenimiento de un nuevo orden mundial, y que podría representar la esencia de los cambios globales que están sucediendo en el mundo promovidos por un pequeño sector de la población con suficiente poder y voluntad para provocarlos y llevarlos a cabo según un cierto plan y con un objetivo indeterminado para la mayoría de nosotros, pero aparentemente bastante concreto: este sería en síntesis el motivo por el que todo este lenguaje casi futurista se ha hecho cotidiano, y que apunta a un futuro cuya estructura un sector de la población parece querer construir a partir de las cenizas de lo que hasta hace poco era el modo de vida tradicional tal y como lo hemos conocido por milenios. Si este cambio hacia la “nueva era” es un efecto natural y consecuente del avance “descontrolado y mortífero” de la humanidad en este planeta, o es el sueño distópico de un grupo elitista dispuesto a manipular maquiavélicamente los acontecimientos para mantener su status privilegiado es lo que nos interesa averiguar.

 

QUÉ ES EL TRANSHUMANISMO

 

La definición académica más escueta del transhumanismo nos dice que se trata del “movimiento que propugna la superación de las limitaciones actuales del ser humano, tanto en sus capacidades físicas como psíquicas, mediante el desarrollo de la ciencia y la aplicación de los avances tecnológicos”. Extendiéndonos un poco más, podemos decir que el transhumanismo es “un movimiento filosófico y científico que aboga por el uso de tecnologías actuales y emergentes, como la ingeniería genética, la inteligencia artificial o la nanotecnología, con el propósito de aumentar las capacidades humanas y mejorar la propia condición humana. Los transhumanistas imaginan un futuro en el que la aplicación responsable (tecnoética) de dichas tecnologías permita a los humanos ralentizar, revertir o eliminar el proceso de envejecimiento, lograr aumentos correspondientes en la duración de la vida humana y mejorar las capacidades cognitivas y sensoriales humanas. El movimiento propone que los humanos con capacidades aumentadas se conviertan en una especie mejorada que trascienda la humanidad: lo posthumano”.

El transhumanismo como concepto es obviamente bastante reciente, ya que su establecimiento y desarrollo se aplica en función de los últimos avances tecnológicos y científicos en pleno siglo XX, aunque sus raíces u orígenes se pueden vislumbrar en teorías divulgadas ya en el siglo XIX. En este artículo rastrearemos el origen y fundamento del transhumanismo y trataremos de seguir y comprender su desarrollo hasta los tiempos actuales para poder entender al menos grosso modo el motivo y propósito de su evolución hasta alcanzar el grado y magnitud que ha adquirido actualmente, además de los medios de control, experimentación e implementación que se han venido utilizando y que han conformado dicha magnitud. Mencionaremos también por supuesto su relación con el movimiento ocultista contemporáneo (que la hay) y su implicación con el esoterismo y la mística espiritualista. Para todo ello, utilizaremos como base y guía a un personaje directamente relacionado con el movimiento transhumanista y como referencia una de sus obras, la cual se puede calificar como una de las más expresivas y relevantes de dicho movimiento (si no la principal): nos referimos al escritor británico Aldous Huxley y su libro “Un mundo feliz”. 

 

Los grandes avances e innovaciones que se produjeron a lo largo de la primera mitad del siglo XX en el ámbito de la ciencia y la tecnología y el inmenso horizonte que se abría para la consecuente investigación dieron pie a que fueran apareciendo manifestaciones públicas serias en torno a las posibilidades reales de lo que posteriormente se conocería como transhumanismo; así, tenemos el caso pionero del biólogo y genetista inglés J. B. Sanderson Haldane que ya en 1923 en su obra “Dédalo: la ciencia y el futuro” vislumbraba grandes avances y beneficios en la aplicación de las ciencias avanzadas a la biología humana. Haldane ya expresaba abiertamente su interés por la ectogénesis (la creación y la sostenibilidad de la vida en un ambiente artificial) y la aplicación de la genética para mejorar características humanas, como la salud y la inteligencia. Sus investigaciones, apoyadas por su gran erudición y una amplia e interesante bibliografía hicieron que su trabajo fuera muy valorado y tomado como referencia importante dentro de la comunidad científica.

Sin embargo, se admite que fue el biólogo Julian Huxley (hermano de Aldous Huxley y de quien tendremos ocasión de hablar más ampliamente) quien, a raíz de su obra “Transhumanismo” de 1957, establecía ya oficialmente este término. Julian Huxley sostenía que era posible que instituciones sociales suplantaran en cierta medida a la evolución natural para refinar y mejorar la especie humana. Aunque estaba muy concienciado en el avance de la condición humana a través del cambio social y cultural (fue el primer director de la UNESCO tras su creación en 1946), mantuvo la noción general de la humanidad trascendiéndose a sí misma adoptada por el movimiento transhumanista emergente, que se formó en torno a importantes avances científicos, como principalmente los logrados en biología y genética por aquella época.

Comenzaremos subrayando que Julian Huxley había sido un firme creyente y defensor de la eugenesia, como lo prueba fehacientemente su destacada membresía en la Sociedad de la Eugenesia Británica durante bastantes años. Esta era una creencia compartida con el ya citado J. B. S. Haldane, con el cual llegó a colaborar en la redacción del libro “Biología animal” en 1927.

Es importante puntualizar ahora que la mayoría de los nombres propios que vamos a citar en este artículo se pueden relacionar entre sí de manera que, aunque haya una diferencia evidente en cuanto a las épocas en que vivieron y disciplinas de estudio de cada uno, se advierte una finalidad común en todos ellos: todos forman parte del proceso que va desde la teorización a la puesta en práctica del transhumanismo, y es importante comprender que todos aportaron algo a este proceso de cambio a nivel global que ha provocado que nos encontremos ahora en un punto crítico manifiesto.

Merece especial atención el concepto de eugenesia: en términos generales consiste en el estudio y la implementación de las leyes biológicas de la herencia orientados a la mejora de la especie humana; más en detalle implica la intervención humana artificial para promover un proceso selectivo en la evolución con el objetivo de mejorar la especie humana, en principio corrigiendo o eliminando deficiencias genéticas manifestadas en enfermedades, desequilibrios u otras taras y también mejorando o potenciando los rasgos positivos como la inteligencia o salud. La eugenesia fue un movimiento que se desarrolló entre finales del siglo XIX, surgiendo del darwinismo social (que recogía teorías defensoras de la selección natural biológica aplicada al ser humano en diversas actividades y ámbitos sociales), hasta irse diluyendo en los pujantes inicios del transhumanismo hacia mediados del siglo XX. También podríamos vincular a la eugenesia con el malthusianismo como corolario consecuente de este; el malthusianismo como teoría social sostenía que el ritmo de crecimiento de la población es superior al necesario aumento de los recursos para su supervivencia, por lo que de no mediar obstáculos que frenaran dicho crecimiento (guerras, plagas…) se podría llegar al extremo de la extinción de la especie humana. El creador de esta teoría, el economista inglés Thomas Malthus (1766-1834), ya predijo (erradamente, claro) a finales del siglo XVIII que en el plazo de un siglo la superpoblación provocaría la catástrofe.

El movimiento de la eugenesia siempre estuvo rodeado de polémica, aunque llegaría a ser una disciplina académica en muchas universidades y centros de enseñanza y daría lugar a numerosos estudios, investigaciones y aplicaciones prácticas más o menos afortunadas, hasta llegar a su terrorífica implementación forzosa como base de la política racial de la Alemania nazi, hecho que fue lo que condujo a su mayor desprestigio global (la palabra eugenesia fue muy mencionada en los juicios de Nuremberg). No obstante, la eugenesia pudo resurgir como transhumanismo, teniendo ambos idénticos fundamentos aunque algo diferentes argumentaciones, ahora más adaptados y consecuentes con los tiempos corrientes gracias a los avances científicos principalmente.

El término eugenesia fue acuñado por el estudioso multidisciplinar inglés Francis Galton (1822-1911), que a raíz de la lectura del libro “El origen de las especies” de Charles Darwin (que era casualmente primo suyo) se volcó en el estudio de la diversidad humana y las influencias de la herencia y el ambiente. Esto le llevó a la conclusión de que los mecanismos de la selección natural estaban siendo frustrados potencialmente por la propia civilización. En su razonamiento, Galton consideró que las sociedades humanas buscaban proteger a los desfavorecidos y los débiles y que estos propósitos estaban «reñidos» con la selección natural, responsable de la extinción selectiva de los individuos más débiles. Concluyó que sólo cambiando esas políticas sociales se podría salvar a la sociedad de una «reversión hacia la mediocridad», una frase que más tarde cambiaría por «regresión hacia la media».

Galton no propuso sistema de selección alguno, sino que esperaba que se hallaría una solución cambiando las costumbres sociales de forma que animasen a la gente a valorar adecuadamente la importancia de la reproducción selectiva. Formalizó sus teorías en varios libros escritos entre 1860 y 1870, y usó por primera vez la palabra eugenesia en su libro de 1883 “Investigaciones sobre las facultades humanas y su desarrollo”, donde explicaba:

“…lo que se denomina en griego eugenia, a saber, de buen linaje, dotado hereditariamente de cualidades nobles. Esta y las palabras relacionadas (eugénico, etc…) son igualmente aplicables a hombres, bestias y plantas. Deseamos enormemente una palabra breve para aludir a la ciencia de la mejora del linaje, que en modo alguno se limita a las cuestiones de emparejamientos sensatos, sino que, especialmente en el caso del hombre, toma conciencia de todas las influencias que tienden a dar, aunque sea en remoto grado, a las razas o variedades más aptas una mejor oportunidad de prevalecer más rápidamente sobre los menos aptos de lo que de otra forma habría hecho. La palabra ‘eugenesia’ expresaría suficientemente esta idea.”

En 1904 Galton definió su concepto de eugenesia como “la ciencia que trata sobre todas las influencias que mejoran las cualidades innatas de una raza, y también con aquellas que las desarrollan hasta la mayor ventaja”.

 

 

Cuando en 1912 se reunió en Londres el Primer Congreso Mundial de Eugenesia el movimiento eugenesista estaba ya muy extendido especialmente en Estados Unidos e Inglaterra, y se hablaba abiertamente de “controlar la distribución de los rasgos hereditarios en el proceso colectivo de reproducción de la población mediante intervención en la vida biológica y social”, además de considerarse seriamente “la posibilidad de impedir que también grupos, clases sociales y razas enteras se reprodujeran biológicamente”.

En los Estados Unidos, la eugenesia llegó a ser bastante popular, llegando al extremo de que a mediados de la década de 1920 en algunos estados era legal esterilizar a las personas por motivos de eugenesia. Sin embargo, el Congreso de momento no aprobaba estas leyes, hasta que en 1927 se sentó un precedente judicial por el que se declaraba constitucional un caso de esterilización forzosa por eugenesia. Este hecho dio pie a que creciera rápidamente el número de esterilizaciones sin consentimiento: se esterilizaba a sordos, ciegos, epilépticos, “débiles mentales” e incluso pobres (esta circunstancia se define como “pauperismo” y en este caso prácticamente se asocia a la pobreza material con un tipo de enfermedad). Se cree que hubo alrededor de sesenta mil esterilizaciones no consentidas en todo el país.

 

Como hemos dicho, a mediados del siglo XX la eugenesia adquirió muy mala publicidad al ser asociada con los crímenes de la Alemania nazi y sus experimentos de selección racial, pero aunque el debate en la comunidad científica se redujo considerablemente no cesaron del todo los programas o investigaciones relacionados. De hecho, hasta nuestros días se sigue considerando formalmente, aunque esporádicamente, sobre todo la llamada “eugenesia positiva” que ofrece unos argumentos moderados más acordes a los tiempos actuales.

 

 

Dejaremos ahora de momento a un lado el tema de la eugenesia y entraremos directamente en el campo del transhumanismo, de la mano del escritor Aldous Huxley.

Aldous Huxley nació en 1894 en la localidad de Godalming, al suroeste de Londres, en el seno de una familia de clase alta y gran prestigio intelectual. Ha sido reconocido como uno de los mayores autores ingleses de la época moderna gracias a una amplia bibliografía marcada por un agudo ingenio e inteligente crítica social. Su obra abarca una gran diversidad de temas, desde los cuentos o la poesía hasta la novela y el ensayo; llegó a escribir guiones para la industria cinematográfica, ya que habiendo viajado por todo el mundo en 1937 recaló en Estados Unidos donde se establecería definitivamente en el área de California, involucrándose profundamente en el mundo hollywoodiense durante un cierto tiempo.

Hacia los años cuarenta (siglo XX) iniciaría un período más espiritualista, una especie de búsqueda personal que le introdujo en la literatura mística de diversas culturas; conoció y trabajó con Swami Prabhavananda, un gurú y maestro espiritual hindú que había fundado una escuela de la Sociedad Vedanta en la zona sur de California; esta sociedad era una agrupación oriunda de la India que promovía el estudio de la filosofía vedanta hinduista en todo el mundo.

Como resultado de esta búsqueda escribiría un libro titulado “La filosofía perenne”, una obra repleta de citas textuales de filósofos y personajes destacados de distintas épocas, culturas y religiones aderezadas con opiniones y comentarios del autor, todo ello tomando como centro y referencia la filosofía mística atemporal que Huxley consideraba fundamento común a todas las creencias y mentalidades. Como él mismo explica en la introducción de la obra:

«El conocimiento es una función del ser. Cuando hay un cambio en el ser del conociente, hay un cambio correspondiente en la naturaleza y la cuantía del conocimiento. Por ejemplo, el ser de un niño se transforma por el desarrollo y la educación en el de un hombre; entre los resultados de esta transformación está un cambio revolucionario en el modo de conocer y la cuantía y carácter de las cosas conocidas. […] Y no son los cambios fisiológicos o intelectuales del ser del conociente los únicos que afectan a su conocimiento. Lo que sabemos depende también de lo que, como seres morales, decidimos hacer de nosotros mismos. […] Este libro, lo repito, es una antología de la Filosofía Perenne; pero, con ser una antología, contiene pocas citas de escritos de literatos profesionales y, con ilustrar una filosofía, apenas nada de los filósofos de profesión. Ello obedece a una razón muy simple. La Filosofía Perenne se ocupa principalmente de la Realidad una, divina, inherente al múltiple mundo de las cosas, vidas y mentes. Pero la naturaleza de esta Realidad es tal que no puede ser directa e inmediatamente aprehendida sino por aquellos que han decidido cumplir ciertas condiciones haciéndose amantes, puros de corazón y pobres de espíritu. ¿Por qué ha de ser así? No lo sabemos. Es uno de esos hechos que hay que aceptar, gústenos o no, y por implausibles e improbables que parezcan».

 

En la última época en la vida de Aldous Huxley cabe destacar su interés por los estados alterados de conciencia, inducidos por drogas como la mescalina o el LSD, al parecer con interés intelectual y que dieron lugar a algunos escritos sobre el tema. Finalmente moriría en noviembre de 1963 en la ciudad de Los Angeles (Estados Unidos).

Repasaremos más detalles de la biografía de Aldous Huxley a lo largo de nuestro artículo, al menos los pertinentes al sentido del mismo. En cualquier caso, la obra por la cual se le conoce mundialmente y que nos va a servir como referencia es “Un mundo feliz” (“Brave new world”), escrita en 1932 y cuya trama, a la luz de los acontecimientos actuales, adquiere una gran importancia reveladora y perturbadora a la vez. La obra describe de un modo visionario una sociedad del futuro marcada por grandes avances tecnológicos aplicados implacablemente sobre un ser humano sometido a un engranaje social basado en castas y perfectamente (mecánicamente) organizado bajo un único gobierno mundial. Iremos descubriendo a lo largo de nuestra exposición su relación con lo que Julian Huxley denominó veinticinco años más tarde “transhumanismo”.

 

 

LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN

 

“Mustafá Mond cerró el libro y se arrellanó en su asiento.

-Una de tantas cosas del cielo y de la tierra en las que esos filósofos no soñaron fue esto: – e hizo un amplio ademán con la mano – nosotros, el mundo moderno. «Sólo podéis ser independientes de Dios mientras conservéis la juventud y la prosperidad; la independencia no os llevará a salvo hasta el final». Bien, el caso es que actualmente podemos conservar y conservarnos la juventud y la prosperidad hasta el final. ¿Qué se sigue de ello? Evidentemente, que podemos ser independientes de Dios. «El sentimiento religioso nos compensa de todas las demás pérdidas». Pero es que nosotros no sufrimos pérdida alguna que debamos compensar; por tanto, el sentimiento religioso resulta superfluo. ¿Por qué deberíamos correr en busca de un sucedáneo para los deseos juveniles, si los deseos juveniles nunca cejan? ¿Para qué un sucedáneo para las diversiones, si seguimos gozando de las viejas tonterías hasta el último momento? ¿Qué necesidad tenemos de reposo cuando nuestras mentes y nuestros cuerpos siguen deleitándose en la actividad? ¿Qué consuelo necesitamos, puesto que tenemos soma? ¿Para qué buscar algo inamovible, si ya tenemos el orden social?

-Entonces, ¿usted cree que Dios no existe? – preguntó el Salvaje.

-No, yo creo que probablemente existe un dios.

-Entonces, ¿por qué…? Mustafá Mond le interrumpió.

-Pero un dios que se manifiesta de manera diferente a hombres diferentes. En los tiempos pre modernos se manifestó como el ser descrito en estos libros. Actualmente…

-¿Cómo se manifiesta actualmente? -preguntó el Salvaje

-Bueno, se manifiesta como una ausencia; como si no existiera en absoluto.

-Esto es culpa de ustedes.

-Llámelo culpa de la civilización. Dios no es compatible con el maquinismo, la medicina científica y la felicidad universal. Es preciso elegir. Nuestra civilización ha elegido el maquinismo, la medicina y la felicidad.”

“Un mundo feliz” (A. Huxley)

 

¿Por dónde habría que empezar a analizar esta novela? La gran mayoría de sus lectores está de acuerdo en que se trata de una obra brillante, pero igualmente hay una gran confusión en cuanto a cuál era la intención de Huxley al describir esta visión futurista de la sociedad. ¿Deberíamos tomarla como una exhortación, una profecía inevitable, o se trata de una conspiración real? Al decir esto nos referimos a la exactitud con que vienen encajando esas predicciones utópicas relatadas en la novela en la actualidad, casi un siglo después.

 

En principio, nos interesaría mucho saber cómo Aldous H. llegó a “armonizar” los conceptos fundamentales expuestos en “Un mundo feliz” con sus creencias espirituales y el mensaje expresado por “La filosofía perenne”, cosas aparentemente tan contradictorias; comprender el proceso mental por el que pudo llegar a integrar estas cuestiones, aunque suponemos que sólo lo podremos inferir a partir de su comportamiento, de sus actos más relevantes algunos de los cuales iremos describiendo.

 

El propio Aldous H. reconocía, en su redacción de Un mundo feliz, la influencia de obras como “Una utopía moderna” y “Hombres como dioses” de su contemporáneo y compatriota H. G. Wells (1866 – 1946), otro gran autor visionario que, por cierto, estuvo muy interesado en la eugenesia. Entre otras cosas, Aldous H. compartía con Wells su perspectiva de una sociedad organizada en castas. Tal vez ese fuera uno de los motivos de la fascinación de Aldous H. por la filosofía hinduista. También estuvo muy interesado en el conductismo y en el condicionamiento mental: la sugestionabilidad del ser humano conseguida a partir de los diferentes estados de trance, descrita en Un mundo feliz por la técnica de la “hipnopedia” (educación por el sueño).

Pero Aldous H. iba más allá; buscó la droga perfecta, aquella que fuera mínima en sus efectos físicamente destructivos pero que permitiera a un individuo acceder a un estado alterado de conciencia que le produjera una experiencia mística/espiritual directa, una trascendencia que prometía una conexión, aunque fuera efímera, con el Infinito.

Iluminación y paz interior en una pastilla, lista para cuando uno necesite unas breves vacaciones de la “ilusión” de la realidad mundana.

En «Un mundo feliz», Aldous H. nos habla del “soma”, la droga autorizada y legal utilizada profusamente para controlar y equilibrar los sentimientos. Probablemente el autor se basó en una o varias plantas cuyo jugo se usaba para la creación de una bebida narcótica, descrita en antiguas prácticas religiosas tanto de la tradición védica hinduista como del zoroastrismo, que además llevaba ese mismo nombre. Los textos que aludían a esta mezcla se perdieron, por lo que actualmente se desconocen los ingredientes exactos. 

Es muy probable que Aldous H. persiguiera a este dragón durante buena parte de su vida, a juzgar por sus experimentos con alucinógenos como el LSD, los hongos de psilocibina o la mescalina.

Estas experiencias darían lugar a una serie de libros entre los que destaca “Las puertas de la percepción” (1954), libro que se considera fundamental (o manual de instrucciones) en el desarrollo del movimiento de la contracultura aparecido en los años sesenta y que tanta influencia ha tenido en el ámbito social (sobre todo en el pensamiento de generaciones enteras de jóvenes) hasta nuestros días. En este libro Aldous H. trató de plasmar sus experiencias con la mescalina. Para el título, se guió por la frase del poeta William Blake:

“Si se limpiaran las puertas de la percepción, entonces todo le parecería al hombre tal como es, infinito. Porque el hombre se ha encerrado en sí mismo, hasta que ve todas las cosas a través de las estrechas grietas de su caverna”. (El matrimonio del cielo y el infierno, 1790)

Dicho sea de paso, lo de “puertas de la percepción” también sería el origen del nombre del famoso grupo de rock The Doors (1965), también icono de la contracultura.

Y para la propia obra, Aldous H. tomó cierta inspiración de “La puerta en el muro”, relato que H. G. Wells había escrito hacia 1911.

“Que la humanidad en general pueda alguna vez prescindir de los paraísos artificiales parece muy poco probable…El arte y la religión, los carnavales y las saturnales [antigua fiesta pagana romana], el baile y la escucha de la oratoria, todo esto ha servido, en palabras de H.G. Wells, como puertas en el muro […] Pero el hombre que regresa a través de la Puerta en el Muro nunca será el mismo que salió afuera…» (Las puertas de la percepción)

¿Creía Aldous H. realmente que las sustancias alucinógenas eran el camino hacia la libertad y felicidad a través de la iluminación?

Tal vez la locura era la meta, después de todo, era mucho más alcanzable que la propia iluminación…

 

Existe una conocida cita extraída de una conferencia pronunciada por Aldous H. en 1961 ante el grupo Tavistock, una organización de investigación médico-científica inglesa impulsada económicamente por la Fundación Rockefeller y que tuvo cierta relación encubierta con las agencias de inteligencia anglosajonas (más adelante volveremos sobre esta organización):

“Habrá, en la próxima generación o en la siguiente, un método farmacológico que consiga que la gente adore su condición de servidumbre, y que permita una dictadura sin lágrimas -por así decirlo-, produciendo una especie de campo de concentración indoloro para sociedades enteras, de tal modo que las personas habrán sido despojadas de sus libertades y sin embargo estarán contentas de que así sea, porque habrán perdido todo deseo de rebelarse por la propaganda o lavado de cerebro mejorado por métodos farmacológicos. Y esta parece ser la revolución final”

 Y, en una conferencia en 1962 en la Escuela de Idiomas de Berkeley, decía cosas como esta:

“Me parece que la naturaleza de la última revolución a la que nos enfrentamos ahora es precisamente esta: que estamos en proceso de desarrollar toda una serie de técnicas que permitirán a la oligarquía controladora que siempre ha existido y presumiblemente siempre existirá conseguir que la gente ame su servidumbre. Esto es, a mi parecer, lo último en revoluciones malévolas, digamos, y este es un problema que me ha interesado durante muchos años y sobre el cual escribí hace treinta años una fábula, “Un mundo feliz”, que es un relato donde la sociedad hace uso de todos los mecanismos disponibles y algunos otros que yo imaginé posibles haciendo uso de ellos para, ante todo, homogeneizar la población, limar las incómodas diferencias humanas, crear y definir modelos producidos en masa de seres humanos dispuestos en algún tipo de sistema científico de castas. Desde entonces, he seguido estando muy interesado en este asunto y he notado con creciente consternación que varias de las predicciones que eran puramente fantásticas cuando las hice hace treinta años se han hecho realidad o parecen estar en proceso de hacerse realidad.”

En su obra posterior (secuela) “Un mundo feliz revisitado” (1958), Aldous H. revisa sus teorías y afirma que lo que predijo no solo se está cumpliendo, sino que incluso lo hace más rápido de lo que podía haber imaginado. Deja claro con poderosos argumentos que el principal desencadenante es la sobrepoblación del mundo; con la sobrepoblación viene la sobreorganización de los estados, que a su vez conduce a los avances científicos en tecnología que Aldous H. nos dice que ya solo pueden conducir al totalitarismo. Por lo tanto, el crecimiento de la población y los avances en las ciencias son la mayor amenaza para la humanidad, tal y como se afirma en “Un mundo feliz”. Es decir, ¿vamos a tener una dictadura científica para evitar un sistema totalitario en forma de dictadura científica?

 

Ahora volvamos momentáneamente con H. G. Wells.

Wells llegó a la conclusión de que el mundo se dirigía a algún tipo de catástrofe, que no podría evitarse solo valiéndose de la ciencia y la tecnología. Era necesario cambiar algo en la estructura de la sociedad, el poder político, el modelo económico, o el orden mundial. Y en 1928, Wells escribió un trabajo bajo el título intrigante “La conspiración abierta. Planos para una revolución mundial” (The Open Conspiracy: Blue Prints for a World Revolution), un ensayo filosófico y político (o un “programa” manifiesto). Y en 1940 publicó un libro que se llamaba “El Nuevo Orden Mundial”, siendo esta la primera vez que se tiene constancia del uso de ese término, ahora tan en boga.

En “La conspiración abierta”, Wells reclama la creación de un nuevo orden mundial diferente al que existía en aquel momento. Hablaba de un mundo capitalista con crisis económicas y tensiones sociales crónicas que amenazaban en cualquier momento con convertirse en una gran revolución. En ese período de entreguerras y tras la revolución rusa, la declaración cobraba sentido de algún modo.

También llama a reformar la religión hacia una «religión moderna», lo cual era muy apropiado ahora que la ciencia se había convertido en una «ciencia moderna». En su concepto de la religión moderna, afirma que será necesario despojar a la religión de sus elementos básicos de servicio y subordinación.

La idea principal de Wells era que debería haber un Estado Mundial unido en forma de República planetaria. Los Estados nacionales deben ceder voluntariamente sus soberanías entregándolas al Gobierno Mundial, y los que no lo hicieran deberían ser sometidos por la fuerza. Entonces, la idea era buscar la paz universal a través de las guerras; Wells, por alguna razón, estaba seguro de que estas guerras serían las últimas en la historia de la Humanidad.

Sin embargo, ¿cómo unir a diferentes naciones con culturas muy diferentes en un solo Estado? Una única Religión Mundial debería desempeñar un papel importante en la eliminación de las diferencias nacionales y culturales de los pueblos individuales. Ni el cristianismo ni otras religiones son adecuadas para el papel de la única Religión Mundial ya que, en opinión de Wells, solo habían infundido «prejuicios» y «valores falsos».

Parece adecuado compartir una cita, extraída de su libro «Anticipations of the Reaction of Mechanical and Scientific Progress upon Human Life and Thought» (“Anticipaciones de la reacción del progreso mecánico y científico sobre la vida y el pensamiento humanos”) publicado en 1901:

Se ha hecho evidente que masas enteras de la población humana son, en conjunto, inferiores en sus derechos sobre el futuro a otras masas, que no se les pueden dar oportunidades o confiarles el poder como se confía en los pueblos superiores, que sus debilidades características son contagiosas y perjudiciales para el tejido civilizador, y que su rango de incapacidad tienta y desmoraliza a los fuertes. Darles igualdad es hundirse a su nivel, protegerlos y cuidarlos es sumergirse en su fecundidad”.

Hay muchas más “perlas” de este estilo diseminadas por toda la literatura de H. G. Wells, que tenía particularmente clara la idea sobre la eugenesia y tal vez su aplicación sobre la población.

 

Diremos que Julian Huxley fue coautor junto con H. G. Wells de «La ciencia de la vida», una obra versada en biología (que abordaba el conductismo) que tuvo bastante éxito. Asimismo, no es un secreto que el abuelo de Aldous y Julian H., Thomas Huxley, fue profesor de biología de H.G. Wells y una de las mayores influencias en su vida.

 

Entonces, ¿realmente creía Aldous H. en la necesidad de una dictadura científica? ¿Estaba advirtiendo a la gente que tal dictadura ocurriría si no corregíamos nuestro curso o era todo parte de un condicionamiento psicológico masivo para lo que se consideraba inevitable, y que el papel de Aldous H. (y otros) era más bien «suavizar la transición» tanto como fuera posible hacia una “dictadura sin lágrimas”?

 

Así llegamos al credo de la dictadura científica: prohibir cualquier búsqueda de conocimiento cuyo propósito sea el descubrimiento de una verdad universal, algo que “está más allá, en algún lugar fuera de la esfera humana actual”. Algo que es y seguirá siendo siempre cierto, y no sólo mientras se haga creer a la gente que lo es.

Por lo tanto, una dictadura científica debe negar ese propósito por todos los medios y promover una concepción artificial «cómoda» de la felicidad, con el fin de conseguir sirvientes/esclavos óptimos.

También sucede que cada vez que uno descubre una verdad universal, ésta unifica en lugar de dividir; la verdad es, por lo tanto, el enemigo mismo de la tiranía, ya que ofrece claridad. Y uno ya no puede ser gobernado tiránicamente cuando puede ver una alternativa superior a su opresión. Por lo tanto, bajo el dominio de la tiranía, la verdad debe ser extinguida cuanto sea posible.

 

 

continúa en la segunda parte…………………………….

 

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