LA GNOSIS (III)

Centraremos nuestro interés en la gnosis en el sentido de conocimiento o enseñanza orientado a la comprensión y desarrollo de la ciencia esotérica, de forma resumida,  intentando destacar los aspectos más esenciales y asequibles en lo posible para el estudio de dicha ciencia.


«Te advierto, quien quiera que fueres, oh! tú que deseas sondear los arcanos de la Naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tu ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias?. En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. Oh! hombre, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses.» (Frase inscrita en el antiguo Templo de Delfos).

Según la Antigua Tradición, el conocimiento hermético estaba reservado a aquellos privilegiados que superaban los rituales sagrados de los dioses regidores de la sabiduría ancestral; estos iniciados, maestros o castas de sacerdotes de la estirpe espiritual del mismo Hermes, guardaban celosamente este conocimiento ocultándolo a miradas profanas. Esta era la función de los misterios de Isis, Osiris, Mitra, y el verdadero significado y fundamento de los cultos a los dioses de las culturas anteriores al cristianismo. Cuando, con el devenir de los tiempos, se hizo patente la decadencia de estas culturas y se vulgarizó el rito iniciático, ese conocimiento hermético se convirtió en gnosis, para que la verdadera y auténtica sabiduría no cayera en el olvido definitivamente.

Un primer análisis de la gnosis nos revela que el objeto de estudio dentro de este sistema es el Hombre en su totalidad y su relación con el Universo y la Divinidad, así el hombre es el investigador y el objeto de su investigación. Desde el punto de vista gnóstico, la conciencia profunda del hombre es consustancial con la del Dios Creador, pero siendo parte de un mundo imperfecto, extraño a su ser verdadero, el hombre se hace partícipe de esta imperfección. Cuando el hombre comprende esta verdad (“conoce”) su verdadero origen y esencia, entonces se hace consciente de su naturaleza consustancial con el creador y su verdadero origen. Este conocimiento no se logra a través de luz que entrega la filosofía (la razón) ni por la revelación cristiana de las escrituras (la historia), sino  por la intuición que permite conocer el misterio de nuestro propio origen y sustancia.
El mundo, imperfecto como es, no puede haber sido la creación (directa) de un Dios bueno y justo, sino por un dios imperfecto y malvado, que los gnósticos asociaban con el Yahvé de los judíos, al que ellos llamaban “demiurgo”. Sobre este demiurgo está Dios, el eterno, el bondadoso, profundo y silencioso, sin nombre, el creador de los buenos espíritus o “pléroma”, o reino de la luz.

El concepto de demiurgo como “dios inferior”, “hacedor del mundo”, es muy interesante y constituye una base esencial en el ocultismo. Evidentemente el Dios eterno está absolutamente fuera de nuestra comprensión, sobre todo por pertenecer por definición a un plano ajeno a nuestra percepción normal.

Al comienzo, había un principio masculino (el Padre o Abismo) al que se agregó un principio femenino (el Silencio). La unión de los dos dió origen al Nous (según Platón, la inteligencia) y al Descubrimiento (Verdad). Los cuatro principios forman inmediatamente la Tétrada, pero los diversos elementos se unen entre sí y van engendrando otros principios y realidades. A la tétrada sigue una Ogdoada; de ella surgen los Eones (seres o inteligencias divinas y eternas que ponen en relación la materia y el espíritu) y se constituye el Pléroma (Plenitud). Pero esta serie de producciones no desencadena aún el drama: este surge por el deseo de Sophia (Sabiduría) de conocer la naturaleza del Primer Abismo. Así que este afán de conocimiento constituye el motivo del proceso dramático de la Vida así como de intentar restablecer la situación originaria, el Orden esencial del Pléroma.

Ciertamente, no se puede organizar un proceso mental que facilite la comprensión de lo anterior sin que medie una chispa de intuición, la cual tiene que provenir necesariamente de nuestro interior, donde en teoría está contenida toda la sabiduría si consideramos nuestra faceta de microcosmos contrapuesto pero íntimamente relacionado con el macrocosmos.

“Lo que está más abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo” dice Hermes en la Tabla de Esmeralda.
Podemos deducir la importancia de la introspección como método de revelación de la gnosis.

El anhelo de conocimiento de Sophia conduce a la rueda de la experiencia; así, por este motivo el alma está obligada a encarnarse, a descender a la materia, a convertirse en prisionera de un cuerpo destinado a la muerte y a la putrefacción; se ve obligada a “pecar”. Ajena a este mundo, se ve sin embargo impulsada a volver cíclicamente a el para expiar culpas cometidas y para completar su proceso experimental. El ciclo de las vidas terrenales hubiera durado hasta el infinito si el hijo de Yahvé, iluminado por una luz emanada directamente del dios Padre, no hubiese decidido encarnarse en Jesús de Nazareth. Este trae consigo la redención del pecado y, por tanto, la comprensión de la Verdad y el Conocimiento.

Los procesos descritos forman parte de la gnosis, la doctrina cósmica a partir de la cual se desarrolla el ciclo de la Vida y cuya comprensión otorga al hombre el poder sobre la materia. Las ciencias ocultas conforman el sistema de estudio metódico que permite esa comprensión.

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