Mitra es el nombre con que se conoce a un dios solar originario de la mitología indo-irania, adoptado por el zoroastrismo y que cobró relevancia posteriormente dando origen a una religión mistérica (mitraísmo) que se propagó hacia occidente adquiriendo cierta importancia en el seno del imperio romano.
El mitraísmo resulta muy interesante por diversos motivos: además de las propias atribuciones, características mitológicas y el devenir histórico del dios Mitra, que originó esta corriente religiosa y al único que se rinde culto en la misma, está el indudable componente esotérico ritual que cabe apreciar en esta doctrina (desconocido en su fundamento, ya que la información que se tiene es escasa al no haber textos escritos al respecto) y el hecho de que en sus últimos tiempos coexistió con el cristianismo incipiente, con el cual se han establecido puntos de contacto muy reveladores.
La primera referencia conocida al nombre de Mitra (Mithra persa) se halla en unas tablillas de arcilla hititas, halladas en el norte de la meseta de Anatolia, que se refieren a un tratado firmado entre los hititas y los hurritas (pueblos vecinos de la zona mesopotámica). La fecha de este tratado se remonta al siglo XIV a.C., y si se tiene en cuenta que las últimas referencias históricas a Mitra son del siglo V d.C., nos hallamos ante una divinidad que ha sido objeto de adoración y culto comprobado durante al menos 2.000 años.
Sin embargo, en la cultura aria primitiva, Mitra era una importante divinidad a la que se ofrecían sacrificios y que era invocada para garantizar la sacralidad de contratos y pactos; asimismo, encontramos una divinidad con el nombre de Mitra en los Vedas, los libros sagrados que recogían la religión védica prehinduista, y también en los pasajes más primitivos del Avesta iranio. Al separarse estas dos culturas incorporan a sus respectivas mitologías al dios Mitra; ambas le veneran como dios solar, luminoso, benefactor, juez y protector de la verdad y mediador entre los dioses y los hombres. Con la llegada de Zoroastro, Mitra queda relegado a un segundo plano, pero el profeta no elimina su culto sino que lo transforma, asociándolo a la potencia Vohu Mana (Mente Buena) con lo que mantiene su esencia benéfica. Ya en la era aqueménida (hacia el siglo V a. C.), recobra fuerza el culto a Mitra, siendo especialmente honrado por los reyes, que magnifican su poder, le invocan en los combates y le piden riquezas, poder y buena conciencia. La dinastía parta mantiene estas prerrogativas e incluso da mayor dimensión a la figura de Mitra, ya que algunos reyes adoptan el sobrenombre de “Mitrídates”. A estas alturas, el culto ya se ha extendido, llevado por la expansión del imperio persa, y llega hasta Asia Menor (actual Turquía) y, hacia oriente, hasta China, lugares donde se han encontrado vestigios.
En el siglo I a. C. los misterios de Mitra comienzan a extenderse por el mundo mediterráneo sin que se sepa bien cómo empezó a propagarse ni cuál es su forma de conexión exacta con el mitraísmo iranio. Es de señalar que los griegos habían tomado evidentemente contacto con la llegada de Alejandro Magno a las tierras persas, pero habían quedado notablemente libres de la influencia irania en este sentido. La hipótesis más plausible de la expansión occidental indica que los romanos, presentes en Asia Menor y en guerra con los partos, importaron el culto; es un hecho constatado que el mitraísmo contaba con un buen número de seguidores en las legiones romanas. Otra posibilidad apunta a los comerciantes orientales, los cuales bien pudieron exportar sus tradiciones y contribuir a la introducción del culto en occidente (entre los comerciantes Mitra llegó a tener un papel especialmente relevante por sus aspectos de benefactor, protector y demás), o bien incluso cautivos procedentes de Asia Menor producto de las victorias bélicas romanas. Estamos hablando de una etapa histórica en la que el mundo occidental estaba prácticamente en su totalidad adscrito al imperio romano, y éste era un crisol cultural en el que no había reparo en asimilar aspectos religiosos de otras culturas y pueblos.
Según la versión romana del mito, Mitra, en el origen de los tiempos, habría nacido de una roca junto a un manantial (o un río), por su propia voluntad y con una daga y una antorcha en las manos. Curiosamente, se añade en algunas versiones que unos pastores presencian el hecho y le adoran al momento, hecho que se produce el día del solsticio de invierno, y se conmemoraba el 25 de diciembre (fechas prácticamente coincidentes según el calendario juliano).
Aunque el episodio principal de la mitología mitraica es el rapto del toro y su sacrificio, episodio que figura en casi todos los templos mitraicos (llamados mitreos) en forma de bajorrelieve pétreo. Este relato, en esencia, cuenta que Mitra, tocado con su característico gorro frigio, caza un toro sagrado cuyos cuernos son representaciones de la luna y lo lleva cargándolo sobre sus hombros a su cueva. Siguiendo órdenes del Sol, o en otras versiones de Ahura-mazda, Mitra mata al toro con su daga, aunque a su pesar, por obligación. Mientras esto sucede, un escorpión muerde los testículos del toro y un perro muerde su cuello. Un cuervo presencia la escena. Del cuerpo de la víctima moribunda nacen todas las hierbas y plantas, de su médula sale el trigo que produce el pan y de sus venas la vid que da la bebida sagrada de los misterios. Todo ello se representa rodeado de iconografía como el sol, la luna y los signos del zodíaco, probablemente remarcando el sentido cósmico del mito. También se incluían en la escena dos personajes denominados Cautes y Cautopates, vestidos como Mitra (incluído el gorro) y portando antorchas; uno dirige su antorcha al cielo y el otro al suelo. A esta escena en los mitreos se sucede otra en la cual Mitra aparece celebrando un banquete con el mismo Sol, banquete servido sobre el lomo del toro sacrificado y al que asisten también Cautes y Cautopates. Otros personajes sirven las viandas a los dos dioses. Se sabe que los fieles del mitraísmo también celebraban un banquete como parte importante de la liturgia (pero sólo participaban de él los adeptos más altos), aunque no está claro si se servía la carne y sangre de un toro sacrificado; más bien se cree que se comían pan y vino para simbolizar la carne y sangre. Volviendo al mito, cuando concluye el banquete Mitra da por terminada su obra en la tierra, sube al carro del Sol y se remonta con él al cielo donde se le otorga el dominio universal.
En el Imperio romano, el dios solar Mitra era el centro de una especie de sociedad iniciática que impartía conocimientos sobre los secretos de la vida, la muerte y la resurrección a sus adeptos. No se conserva ningún libro respecto a este culto en particular, todo lo que se sabe proviene de numerosas esculturas, mitreos, referencias literarias de autores tanto paganos como cristianos y algunas inscripciones. Consta que muchos legionarios romanos se iniciaron en el culto, que en general perdió casi todo punto de contacto con el zoroastrismo oriental.
En el culto propiamente dicho existían siete niveles iniciáticos que permitían a los neófitos ir recorriendo simbólicamente el camino de retorno al origen del alma, deshaciendo el camino que ésta había descendido al encarnarse en el nacimiento. No existe ninguna constancia fidedigna de que las mujeres pudieran ser miembros de las comunidades de fieles, por lo que se considera generalmente que la participación en los misterios estaba reservada a los hombres. Dado el pequeño tamaño de los mitreos que se han hallado (que al principio eran cuevas, aunque luego se edificaron construcciones cerradas y oscuras a imitación) las comunidades mitraicas debían estar compuestas por un número reducido de miembros, aquellos que podían celebrar juntos los banquetes sagrados, instalados en las plataformas laterales de la nave de la caverna. No se tiene tampoco constancia de que hubiera ninguna organización de orden superior, ni autoridad que supervisara a los “pater”, que eran los maestros de cada comunidad. Los miembros de las comunidades mitraicas procedían en su mayoría de la milicia, pero formaban además parte de ellas numerosos funcionarios imperiales y libertos; también los esclavos participaban en los misterios pues el igualitarismo era una de las características principales de la religión mitraica.
Cada nivel iniciático tenía asignado un nombre y disponía de unos ritos y símbolos específicos. El primer nivel, era el nivel de los Corax (cuervo), así llamado porque los cuervos eran los mensajeros del Sol. Para entrar a él se bautizaba al neófito con agua para purificarlo de sus pecados y se le comunicaba un mantra que debía repetir. En este grado de iniciación, se realizaba la muerte simbólica del adepto a este mundo y su entrada a una nueva vida espiritual. La función de los corax en las reuniones era la de servidores.
El segundo nivel era el de los Nymphus (novio o crisálida), en el que el neófito se convierte en novio de Mitra y, como tal, se compromete a permanecer célibe y dedicado al culto mientras permanece en este grado. En su iniciación ofrece una copa de agua a Mitra como símbolo de su amor. El adepto de este grado lleva un velo y porta una lámpara que simboliza su incapacidad para ver la luz de la Verdad. También se llamaba a este nivel el de los Ocultos (Cryphius). Junto a los corax actuaban como servidores en el culto.
El siguiente nivel, el de Miles (soldado), es el último de los grados inferiores. El rito de iniciación tiene lugar con el neófito desnudo, arrodillado, con los ojos vendados y las manos atadas. Se le coloca una corona en la cabeza y se procede a cortar sus ataduras. En ese momento, aparta la corona de la cabeza, la sitúa sobre su hombro y exclama: «Mitra es mi única corona». Simbólicamente, está rechazando la corona del reino de lo material y queda liberado de las trabas de lo mundanal. Aquí es donde el neófito empieza realmente el combate espiritual contra su ego. Al nuevo soldado se le marca al hierro con una cruz en la frente.
En el grado siguiente, el de Leo (león), el adepto ya adquiere un compromiso definitivo con la comunidad y se trata del primero de los niveles elevados. Está asociado con el elemento fuego. En su iniciación se purifican sus manos y su boca con miel, pues el agua es incompatible con el fuego al que pertenece el neófito. Los leones llevan la comida preparada por los grados inferiores al ágape sagrado y participan en él. También son ellos quienes cuidan del fuego sagrado y ofrecen el incienso.
En el nivel de Perses (persa) el iniciado vuelve a ser purificado con miel. Como símbolo de su nivel se le entrega una daga, que representa la usada por Perseo para decapitar a la Gorgona. Con ello se supone que el neófito tiene que proseguir la lucha hasta destruir los aspectos inferiores, animales de su ser.
El siguiente grado iniciático es el de Heliodromo (corredor del Sol) cuyos atributos simbólicos son la corona de siete rayos, el látigo y la antorcha. El iniciado de este nivel representa al Sol en el banquete sagrado. Se sienta junto al padre que preside en representación de Mitra. Va vestido de rojo, color del Sol y de la sangre.
Finalmente, el grado más elevado es el de Pater (padre) que es el maestro espiritual de la comunidad. Va revestido con una túnica roja con mangas adornadas de amarillo y lleva en la cabeza un gorro frigio también de color rojo. Tiene una pátera y lleva un bastón y una hoz como símbolos de su nivel. Preside los banquetes rituales junto al heliodromo, personificando a Mitra.
El culto mitraico se caracterizaba por unas reglas morales muy estrictas, al igual que el cristianismo contemporáneo suyo. De hecho, convertido en religión por excelencia de los legionarios, impresionaba a los profanos por la disciplina, la templanza y la moral de sus miembros. Estas reglas morales se corresponden en gran medida con las características asociadas al dios Mitra iraní, dios del respeto de los contratos, de la palabra dada, dios misericordioso, dispensador de gracias para sus adoradores, pero a la vez dios guerrero y destructor de sus enemigos. Los miembros de las comunidades se consideraban iguales entre ellos, fueran esclavos o libres, ricos o pobres, nobles o plebeyos, llamándose entre sí hermanos. Los ricos soportaban los gastos de la comunidad. Todo ello se corresponde con los ideales caballerescos de la antigua tradición iraní, que sería también el origen del sufismo unos siglos después. El acto central del culto mitraico en occidente, como he señalado, era el banquete sagrado, rememoración del banquete mítico celebrado por Mitra con el Sol, antes de su ascensión al cielo. Según el filósofo Porfirio, la razón de que los templos adoptasen la forma de cuevas era porque la cueva es un símbolo del universo, adonde entra el alma para su vida mortal y de la que sale para llegar a la inmortalidad (se puede apreciar cierta similitud con la caverna de Platón). Los misterios de Mitra pretendían que los iniciados participaran del misterio del descenso del alma al mundo y su posterior regreso a su origen inmortal y luminoso. La participación en el banquete sagrado, proporcionaba la salvación a los participantes que estaban llamados a resucitar después de la muerte. Mitra, dios y hombre a la vez, enseñaba a liberarse del mundo, del tiempo y de la muerte y a alcanzar la deificación en el cielo. Al final de los tiempos presidía el juicio en que determinaba si el alma era digna de subir al paraíso.
Por todo lo anteriormente mencionado podemos entender que el mitraísmo rivalizara particularmente con el cristianismo, con el que llegó a coexistir. Ciertamente, cuando coexisten culturas, idiomas, tradiciones espirituales, en un mismo lugar, es posible que intercambien parte de sus elementos y que con el correr del tiempo sea difícil saber quién se inspiró en quién, y hasta qué punto. En el imperio romano, este fenómeno se debió producir con frecuencia y teniendo en cuenta que el mitraísmo empieza su auge en Roma a lo largo del siglo I d.C., al igual que el cristianismo, no es extraña dicha rivalidad o, digamos, insólito cúmulo de coincidencias. Este tema ya ocupó en los primeros siglos de nuestra era la atención de algunos filósofos no cristianos. En cuanto a algunos padres de la Iglesia, llegaron a acusar al mitraísmo de imitación diabólica de los ritos más sagrados del cristianismo como el de la eucaristía. Lo cierto es que resulta inevitable fijarse en las coincidencias entre ambos cultos; en este sentido, el escritor y filósofo francés del siglo XVIII Ernest Renan diría:
«Si el cristianismo hubiera sido detenido en su crecimiento por alguna enfermedad mortal, el mundo habría sido mitraísta.»
Algunos emperadores romanos serían iniciados en los misterios, y otros impulsaron decididamente el mitraísmo, aunque éste quedaría formalmente prohibido en el año 391 d.C. a la vez que se declaraba al cristianismo religión oficial del imperio.