ORÍGENES DEL NAZISMO parte I

 

 

A lo largo de la historia, el enfrentamiento entre las personas motivado por diferencias de raza, etnia o creencias religiosas ha sido casi una constante. Incluso ha habido grupos que han fomentado esas disputas entre otros con el objeto de obtener un beneficio; todo ello siempre motivado por un afán desmedido de poder y conquista, algo que parece innato en el carácter del ser humano.

Siempre ha habido movimientos, regímenes o grupos organizados con ideas extremistas que, con todo tipo de justificaciones y excusas, han exigido su supremacía y han recurrido a la violencia y la persecución, buscando el sometimiento o incluso el exterminio de otros grupos.

Estos conflictos no se han limitado a ningún grupo étnico o geográfico en particular. Algunos ejemplos de esos movimientos y episodios históricos en diferentes regiones del mundo incluyen:

– Imperialismo y colonialismo: durante la era del imperialismo y el colonialismo, varias naciones afirmaron la superioridad de su cultura y raza y llevaron a cabo la colonización y explotación de otras partes del mundo. Esto condujo a la opresión y la explotación, en diferente grado, de poblaciones nativas sobre todo en África, Asia y América.

– Racismo y esclavitud: el racismo y la esclavitud han existido en diversas formas en muchas partes del mundo a lo largo de la historia. El comercio de esclavos transatlántico, por ejemplo, implicó la esclavización de millones de personas originarias del continente africano. La esclavitud también ha sido justificada en muchas civilizaciones incluso por motivos religiosos, y no se ha limitado a una sola raza en particular, hasta que en los tiempos modernos esta práctica se ha abolido casi por completo, al menos oficialmente.

– Nacionalismo radical: a lo largo de la historia, movimientos nacionalistas extremistas en diferentes regiones han promovido la superioridad étnica y cultural de su propio grupo, a menudo a expensas de minorías étnicas. Esto ha llevado a violentos conflictos que han llegado a ocasionar auténticos genocidios, o exterminio sistemático de un grupo humano. Se podría decir que el nacionalismo ha evolucionado desde el sentimiento de pertenencia a una tribu como una forma temprana de identidad colectiva que involucra a un grupo de personas que comparten características culturales, lingüísticas y sociales comunes. A medida que la sociedad humana se desarrolló hacia estructuras sociales más complejas, este sentimiento de pertenencia tribal se transformó en formas más amplias de identidad, como la identidad nacional, que puede derivar en los nacionalismos extremos.

 

El nazismo, movimiento social del cual trataremos en este artículo, es un ejemplo particularmente descriptivo de este tipo de ideología en un contexto histórico y geográfico específico. Determinadas circunstancias peculiares han rodeado a este movimiento de un aura enigmática que ha inducido a que se le atribuya popularmente un componente esotérico y místico, aunque en realidad el esoterismo tradicional no era un factor básico o definitorio de la ideología política nazi. Esas circunstancias a las que hacemos referencia serían:

– Intereses de líderes nazis: Algunos de esos líderes de alto rango, como veremos luego, mostraron cierto interés en determinadas formas de esoterismo, misticismo y ocultismo. La Schutzstaffel (SS) fue una organización paramilitar nazi que adquirió enorme poder y estaba estructurada a modo de “secta” u “orden” compleja y ultraviolenta. Las SS incluían una división llamada «Ahnenerbe» que se dedicaba a la investigación teórica y de campo en temas relacionados con la historia antigua, la arqueología y la cultura principalmente en sus aspectos místicos y ocultistas orientados a fundamentar el ideario nazi con credenciales tradicionalistas sólidas. A pesar de esto, no se puede afirmar que las creencias ocultistas fueran claramente representativas de la mentalidad de los miembros del partido nazi que gobernaba el estado alemán.

– Uso de simbología y mitología: el nazismo hizo uso, o más bien se apropió de simbología e iconografía tradicionalmente asociada al misticismo y lo esotérico. Por ejemplo, la esvástica o cruz gamada, que se utilizó como emblema nazi, tiene una larga historia de uso en diversas civilizaciones y religiones, incluido el hinduismo, el budismo además de ciertas culturas ancestrales. Lo mismo podría decirse de las runas germánicas. También se ha puesto demasiado énfasis en el interés del nazismo por la mitología, lo que le aporta cierto sentido enigmático muy acorde con una visión esotérica de la historia.

– Literatura y ficción: La conexión entre el nazismo y el ocultismo ha sido ampliamente explotada en la literatura y el cine, creando una extensa narrativa ficticia, en la que se exagera la importancia de las creencias ocultistas en la ideología nazi. En ocasiones esta narrativa se ha elaborado a partir de hechos históricos, aunque generalmente distorsionados o sacados de contexto. Todo ello ha contribuido a la percepción popular de que el nazismo estaba fuertemente relacionado con el ocultismo.

 

 

 

El término “nazismo” surgió como una extensión de la palabra “nazi”, que a su vez es una abreviatura de «nationalsozialist» y alude a los simpatizantes del partido político que llevó al político, militar y finalmente dictador de Alemania Adolf Hitler al gobierno de la nación: el NSDAP o Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes. Hitler asumió el liderazgo del partido hacia 1921 (entonces se llamaba DAP, Partido de los Trabajadores Alemanes) y lo convirtió en un vehículo para alcanzar el poder político en Alemania, cosa que consiguió al ser elegido canciller en 1933; a partir de ahí consolidaría su autoridad, eliminando a la oposición política y estableciendo un régimen totalitario. Durante su liderazgo, el NSDAP se convirtió en el partido único en Alemania, y Hitler mantuvo el control absoluto hasta su muerte en 1945: fue el epicentro alrededor del cual se produjo el nacimiento, auge y ocaso del nazismo en las primeras décadas del siglo XX, con las terribles consecuencias para la humanidad que conocemos bien.

Se ha hablado mucho acerca de la relación de Hitler con el ocultismo; incluso se le ha llegado a calificar de “visionario”, aunque sin pruebas sólidas. También se da por sentado que el esoterismo es un elemento integrante e inherente al nazismo; sin embargo, no se puede afirmar rotundamente que esto sea cierto, al menos si hablamos del esoterismo tradicional real: es por ello que en este artículo nos referiremos a los términos ocultismo y esoterismo en su sentido más superficial indicando un conjunto diverso de conocimiento y práctica de carácter secreto sin apenas conexión real con la auténtica corriente de sabiduría tradicional. Esto es así porque, como veremos, la vertiente ocultista del nazismo, sobre todo desde su subida al poder como entidad política, fue prácticamente una desvirtuación y distorsión de algunos conceptos del esoterismo tradicional con el fin de “justificar” su doctrina particular.

En el caso del líder nazi, no existía realmente una inclinación marcada hacia ese terreno, ni parecía ser algo que le preocupara excesivamente. Hitler era fundamentalmente nacionalista, motivado además por su formación militar y su labor en el ejército imperial alemán en la Primera Guerra Mundial. Ciertamente se identificaba con las ideas völkisch y ariosofistas, de las que luego hablaremos, aunque sin excesivo apego místico; insistió asimismo en el Lebensraum, término que se refiere a la política expansionista alemana, que había surgido ya a finales del siglo XIX y que el nazismo explotó con su afán de conquista expansionista hacia el Este. Y, por supuesto, concentró sus ideas ariosofistas en el axioma de la superioridad racial alemana, además de que parece que suscribía el subsecuente ideario defendido por personajes como Guido von List o Lanz von Liebenfels. Obviamente de todo esto se deriva que era un eugenista de manual, como luego tristemente se evidenció. Pero al parecer las posibles teorías místicas que incorporó a su discurso, algunas de ellas aparentemente derivadas del esoterismo, solamente las consideraba útiles en función o como medio para la consecución de su ideal político de poder global.

Sin embargo, aunque no se pueda demostrar claramente la devoción de Hitler por las creencias esotéricas y ocultistas, es evidente que se rodeó de verdaderos “creyentes”, además de tener contactos en círculos de ese tipo. Un ejemplo fue el astrólogo y vidente Erich Jan Hanussen, del que se sabe que tuvo cierta relación con Hitler y que pudo tener cierta influencia en el partido nazi actuando ocasionalmente como “adivino”, aunque acabó muriendo en extrañas circunstancias en 1933 (se dice que a manos de militantes del propio partido); su relación con este personaje parece sugerir al menos una apertura o tolerancia hacia lo oculto, aunque Hanussen da la impresión de ser más bien un feriante. Luego estaban personajes como el dramaturgo y escritor Dietrich Eckart, hombre influido por el ocultismo contemporáneo y uno de los fundadores del periódico oficial del partido nacionalsocialista “Völkischer Beobachter” (“El observador popular”); lo mismo que el gran ideólogo y ministro nazi, Alfred Rosenberg, también inclinado al ocultismo y esoterismo, y el estudioso ocultista Rudolf von Sebottendorff, un investigador que profundizó en varias ramas del esoterismo tanto occidental como oriental, que no tuvo relación personal con Hitler pero indudablemente está muy ligado al origen del partido nazi. Todos estos hombres eran neopaganos y ariosofistas convencidos, introducidos en la práctica del ocultismo en mayor o menor grado como lo demuestra también su relación con la “Sociedad Thule”.

La Sociedad Thule fue un grupo de carácter secreto y esotérico, aunque paralelamente con actividad social pública y un visible componente político, fundado en Munich (Alemania) en 1918 por el citado Rudolf von Sebottendorff y que se convirtió en un importante punto de encuentro para diversas corrientes nacionalistas extremas y aficionados al ocultismo. Sebottendorff, cuyo apellido nobiliario era “prestado” (literalmente, pues cambió su verdadero apellido que era Glauer), estaba muy versado en esoterismo oriental por su estancia prolongada en Oriente Medio, sobre todo en Turquía, por lo que intentó imprimir esa característica en la sociedad Thule junto con influencias de la masonería y el movimiento rosacruz.

El nombre «Thule» hace referencia a una antigua tierra mítica en la literatura griega y romana, a menudo asociada con una isla en una ubicación indeterminada al norte de Europa, y fue elegido para evocar un sentido de misticismo a la ascendencia germánica, en consonancia con el movimiento völkisch. De acuerdo a esto, los miembros de la sociedad Thule se consideraban a sí mismos los guardianes de la identidad y la pureza germánicas. La sociedad atrajo a una amplia gama de individuos no necesariamente interesados en el ocultismo y desempeñó un papel bastante importante en la formación de la ideología y el activismo político nacionalista en la Alemania de entreguerras. Algunos de sus miembros participaron en la creación del Partido Obrero Alemán (Deutsche Arbeiterpartei, DAP), origen como hemos visto del NSDAP.

La sociedad Thule promovía la idea de la superioridad de la raza aria y abogaba por la pureza racial. También estaba influenciada por una miscelánea de creencias esotéricas y ocultistas, e incluía la idea de una conspiración mundial judía, que le llevó a adoptar un marcado sesgo antijudío. Esta sociedad proporcionó un entorno en el que se forjaron vínculos entre los nacionalistas extremistas y el ocultismo más sectario, lo que pudo influir en la posterior evolución de la ideología nazi. Aunque la Sociedad Thule en sí misma desapareció a finales de la década de 1920, diluida a costa de la cada vez mayor preponderancia del NSDAP, su influencia y las conexiones que fomentó tuvieron un impacto duradero en la política y la ideología nacionalista en Alemania, particularmente en la gestación y surgimiento del movimiento sociopolítico nazi. Sebottendorff, que orientó sus estudios y obras en el terreno esoterista hacia la masonería y el rosacrucismo, se involucró activamente en los convulsos acontecimientos sociopolíticos acaecidos tras la primera gran guerra en Alemania. Reclamó para sí y la Sociedad Thule parte del mérito en la creación del nacionalsocialismo, cosa que no agradó mucho al régimen que llegó a vetar algunos de sus escritos. Pasó unos difíciles últimos años de olvido en Turquía donde murió, según se dice por suicidio, en 1945.

La sociedad Thule mantuvo contactos con otros grupos ocultistas y sociedades secretas, tanto dentro de Alemania como en otros países. Estos contactos contribuyeron al intercambio de ideas y a la influencia mutua, pues en la Europa de principios del siglo XX las ideas extremas de ese cariz no eran algo infrecuente ni original, sobre todo en los círculos ocultistas de salón; un ejemplo fue el caso notable de sus conexiones con la Orden del Templo de Oriente (Ordo Templi Orientis, O.T.O.) de Theodor Reuss, como ya sabemos luego liderada por Aleister Crowley. Reuss era miembro de ambas organizaciones, y algunos miembros de la Sociedad Thule también eran miembros de la O.T.O. El intercambio entre estos dos grupos nos da una ligera idea de los conceptos esotéricos que se manejaban en el grupo Thule y su estructura interna ritualista, en consonancia con las logias masónicas básicas de la época. En todo caso, parece que el aspecto esotérico de la sociedad siempre estuvo en segundo plano respecto a sus aspiraciones políticas ultranacionalistas y las prácticas ocultistas pudieron estar restringidas más bien a un círculo interno específico.

Algunos de los miembros más señalados de la Sociedad Thule pertenecieron al partido nazi e incluso fueron muy cercanos a Hitler, como es el caso de Rudolf Hess, Hans Frank o algunos de los arriba citados, que fueron partidarios acérrimos y tempranos de Hitler y que formaron parte de su gobierno desde el principio. Sin embargo, no hay ninguna evidencia de que el propio Hitler fuera miembro ni se interesara particularmente por la Sociedad Thule, al igual que muchos otros altos cargos nazis, y es posible que solo confiara en algunos de sus adeptos debido a su participación en el DAP desde su misma fundación, aunque seguramente valoraba su manifiesta contribución al desarrollo del movimiento nazi.

Es muy significativo que, tras el ascenso al poder de Hitler, el partido nazi promulgó leyes y políticas que restringieron y persiguieron la actividad de organizaciones clandestinas como las de carácter ocultista; así tenemos la ley de 1933 para la Supresión del Crimen Político, que permitía al gobierno nazi disolver cualquier organización que considerara una amenaza para el Estado, lo cual se utilizó para reprimir no solo a las sociedades secretas, sino también a partidos políticos, sindicatos y otras organizaciones. También podemos citar la conocida como Ley anti-masónica, promulgada en 1937 y que prohibía tajantemente las logias masónicas, además de promover la persecución y arresto de sus miembros y la confiscación de sus bienes. Evidentemente las sociedades secretas no tienen cabida en un régimen totalitario, a menos claro que se trate de una estructura vertical ciegamente obediente al liderazgo nacional con una utilidad clara como soporte de ese mismo liderazgo.

 

Es así como llegamos a la figura de Heinrich Himmler y su “Schutzstaffel” (“escuadrón de protección”), organización más conocida por la abreviatura “SS” que alcanzó una siniestra reputación desde su origen hacia mediados de la década de 1920 hasta su aniquilación en 1945 junto con el régimen nazi. Himmler, hombre de toda confianza de Hitler, es probablemente la influencia más notoria y manifiesta del ocultismo en la Alemania nazi.

Himmler era un personaje que desde muy joven se perdía en ensoñaciones sobre el folclore germánico medieval, la mitología nórdica y las sagas de guerreros y héroes. Muy motivado, se alistó en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial, aunque finalmente no entraría en acción. Posteriormente y siguiendo en su línea se obsesionaría con el völkisch y el mito de la raza aria, así como el estudio de la runología de Guido von List (de lo que ya hablaremos); con estas perspectivas, era cuestión de tiempo que se involucrase en la lucha directa, cosa que hizo empezando su militancia en los Freikorps. Los Freikorps eran grupos paramilitares formados preferentemente por veteranos alemanes de la Primera Guerra Mundial que surgieron a partir del final de esta, con el colapso del imperio alemán, y que se enfrentaron abiertamente sobre todo con grupos revolucionarios de izquierdas que comenzaron a proliferar en Alemania en esa época y que generaban revueltas y agitación en el país, por entonces sumido en el caos de la postguerra. La actividad de los Freikorps se fue diluyendo a medida que el gobierno de la república de Weimar (1918 – 1933) se afianzaba, aunque Himmler llegaría a participar en el “putsch de Munich” de 1923 (golpe de estado fallido que llevó a Hitler a prisión).

De este modo, Himmler coincidió con el partido nacionalsocialista, al que se adhirió en el mismo año de 1923 continuando con su actividad “subversiva” ya dentro del partido, hasta que en 1929 asumía el mando de las SS las cuales habían empezado su andadura como una especie de guardia de élite de los altos cargos del partido nazi (de ahí su nombre). Bajo el liderazgo de Himmler, las SS se expandieron y evolucionaron para convertirse en una organización mucho más amplia y con un tremendo poder, llegando a aglutinar a la Policía Secreta (Gestapo), a la Inteligencia (SD) y a otras áreas de seguridad y represión del Estado alemán. Himmler dotó a la organización de una estructura altamente jerárquica y la utilizó para llevar al extremo sus ideas fuertemente raciales, acompañado de un culto al neopaganismo y la pureza aria que debía ser acatado fielmente (al menos públicamente) por todos los miembros de cada rama de las SS. 

Buena parte del poder y prestigio de las SS se basaba en la idea de que era la élite, el ejemplo perfecto de los ideales nazis, por lo que Himmler debía sustentar esa creencia de todas las formas posibles, para asegurar que la organización fuera la punta de lanza del Tercer Reich (que representaba la entidad política establecida por el partido nazi de Hitler y aspiraba a imponer esa doctrina globalmente). De ahí que incorporara a su funcionamiento toda la mística ocultista pangermánica de que él mismo se había ido impregnando a lo largo de su vida, incluyendo rituales y simbología, lo que acabó marcando a las SS con una apariencia de secta político militar rodeada de un aura de cierto misterio (a lo que contribuyeron sin duda sus horribles e inhumanos crímenes) e impenetrabilidad. Además, los estándares de pureza genética que Himmler llegó a instaurar y poner en práctica eran tan exigentes que dieron una nueva dimensión al término “eugenesia”, lo que en consecuencia llegaría a convertirla en una palabra aborrecida y proscrita tras la guerra y la derrota nazi.

No se sabe a ciencia cierta si Himmler tuvo instrucción o relación con alguna sociedad ocultista, ni siquiera con la sociedad Thule, por lo que parece que fue un autodidacta convencido que incorporó las teorías pseudoesotéricas que dieron forma al nazismo a su ideario personal e intentó llevarlas a la práctica como una espacie de “sumo sacerdote”.

Sin embargo, sí es cierto que tenía su brujo-asesor particular. El mismo año en que Hitler ascendió al cargo de canciller (1933), un hombre de casi 70 años, ex coronel que había servido en el ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial, consiguió una audiencia con Himmler y le explicó cómo había podido comunicarse con los espíritus de los viejos héroes nórdicos de la época de oro de la mitología germánica. Los dos hombres descubrieron que compartían muchos intereses, sobre todo en las teorías sobre las antiguas raíces de los alemanes, su mítico lenguaje rúnico y su particular relación con los dioses. Himmler lo nombró jefe de un departamento creado a propósito centrado en la investigación de la prehistoria aria; al cabo de un año, este viejo gurú místico (también apodado el “Rasputín de Himmler”) había ascendido al rango de Oberführer de las SS, una posición similar a la de un general de ejército. Karl Maria Wiligut, como así se llamaba, no era más que otro chiflado surgido de la Nueva Era austroalemana, con ínfulas de maestro iniciado, incluso declarándose descendiente de la realeza mitológica; todo muy al estilo e incluso imitando en ciertos puntos a Guido von List, excepto por el hecho de que nunca había logrado encontrar seguidores fieles. Copiando ideas de aquí y allá, ninguna de ellas original ni consistente, por cierto, elaboró un conjunto de teorías místicas y ocultistas que debieron absorber su mente por completo, ya que llegaría, a instancias de su mujer, a ser internado en un sanatorio diagnosticado de esquizofrenia que “implicaba ilusiones megalómanas y paranoides”. Tras esta epifanía, emigró a Alemania donde fue recibido con los brazos abiertos gracias a sus teorías proarias; fue entonces cuando conoció a Heinrich Himmler, en quien encontró finalmente un acólito que le brindaría la oportunidad de materializar su ansiado culto ariosofista.

Wiligut afirmó que sabía mucho sobre el mundo antiguo porque contactaba y canalizaba con espíritus primitivos, de quienes aprendió que la raza aria nació hace unos 230.000 años, en un mundo fantástico con tres soles, poblado por enanos, gigantes y criaturas míticas. Su propio linaje, siempre según él, se remontaba a la realeza de los Irminen (más adelante podremos adivinar de dónde obtuvo el nombre), nacidos de dioses y hombres. La extravagante cronología universal, fundiendo mito y realidad, que Wiligut había conformado según él gracias a su poder visionario de los acontecimientos pasados era una mezcla de conceptos völkisch y ariosofistas, ya expresados anteriormente por List, y otros desvaríos ariocristianos defendidos por Liebenfels.

Wiligut se tomó realmente en serio su trabajo con Himmler: a instancias de este, diseñó el anillo con la calavera (Totenkpftring) con el que Himmler condecoraba a prestigiosos oficiales de las SS, o concibió el proyecto de acondicionamiento del castillo de Wewelsburg (según él un poderoso punto telúrico espiritual, último reducto ario en sus visiones) como el centro mistérico ceremonial de la orden SS; curiosamente, Hitler jamás se pasó por el castillo. También ideó rituales de apariencia ocultista siempre en la onda de sus creencias neopaganas (los rituales son parte importante de este tipo de adoctrinamientos, Himmler instauró, por ejemplo, rituales alternativos a los sacramentos del bautismo y el matrimonio entre los miembros de las SS).

Wiligut colaboró asimismo con la Ahnenerbe, ya mencionada y que era una sociedad o fundación creada a partir de 1935, conocida pomposamente como “Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana” e integrada en las SS por Himmler en 1940. Este grupo pretendía aportar una fachada de metodología científica a su trabajo (y ciertamente contaba con profesionales entre su personal, aunque casi todos acabaron encuadrados en las SS) gran parte del cual se dirigió a encontrar evidencia histórica que respaldara las teorías favoritas de los ariosofistas sobre la antropogénesis y la cosmogénesis. Cuando llegó la Segunda Guerra Mundial, sus tareas académicas se suspendieron y se comprobó que no tenían ningún resultado que mostrar en favor de su investigación proaria.

Pero tuvieron tiempo de apoderarse de algunas obras de arte (aparte de las muchas saqueadas por el ejército alemán), aunque el único artefacto mítico y supuestamente mágico que realmente pareció hechizar a Himmler y sus arqueólogos SS fue el Santo Grial de la leyenda artúrica. Desde que Wagner (compositor musical exaltado por los nazis por el aire nacionalista germánico de buena parte de su obra) basó su ópera Parzival en la historia del Percival del siglo XIII, el Caballero de la Mesa Redonda del rey Arturo que buscó el Santo Grial, los alemanes y los ocultistas neopaganos se habían interesado mucho en la mitología del Grial. Himmler había dedicado mucho tiempo al estudio de la leyenda artúrica y el mito del Santo Grial, por lo que mandó en su busca al aventurero y fanático del tema Otto Rahn (después de incorporarle a las SS), que investigó en el área del castillo cátaro de Montségur y en varias otras ubicaciones legendarias, pero no encontró nada más concreto que material para un libro que escribió en 1937, “La corte de Lucifer”. Otto Rahn cayó en desgracia ante Himmler por no obtener resultados tangibles, a partir de lo que comenzaría su calvario particular que le conduciría a la muerte por “suicidio” en 1939 (se le encontró muerto por congelación) a la edad de 35 años y habiendo renunciado años atrás de su cargo en las SS “por motivos tan serios que solo pueden ser comunicados oralmente”.

Pero ninguna expedición de la Ahnenerbe ha dado tanto que hablar como la que emprendieron, antes del inicio de la guerra mundial, un grupo de cinco investigadores alemanes acompañados por 20 voluntarios de las SS al Tibet. Para algunos presuntos «especialistas» del esoterismo no habría duda de que las SS iban en busca de un contacto con el «Rey del Mundo», mientras otros pretenden que buscaban la «puerta secreta que abría la ruta de Agartha»… Julius Evola, que se movió por esos ambientes en la Alemania de entreguerras, escribe:

«Las SS organizaron una expedición al Tíbet, con fines alpinistas y etnológicos, y una expedición a la Antártida, con fines, según parece, de exploración y también para estudiar la eventual creación de bases militares. Según interpretaciones fantasiosas, la primera expedición habría buscado una relación con un centro secreto de la Tradición, la otra habría tendido a un contacto con la Thule hiperbórea oculta».

Lo que dice del Tibet parece una explicación insuficiente; lo cierto es que a día de hoy no se sabe a ciencia cierta qué es lo que buscaban los nazis en el Tibet, ni si llegaron a encontrar algo, aunque los aliados llegaron a interesarse bastante por el tema llegando a preguntar al respecto en los juicios de Nuremberg al acabar la guerra, pero sin resultado.

 

 

Los últimos años de Wiligut, el “Rasputín de Himmler”, fueron bastante decepcionantes. Su retiro de las SS, donde había alcanzado el alto rango de SS-Brigadeführer (equiparable a general de brigada), se hizo oficial hacia agosto de 1939, ya a una edad respetable y parece que en un estado de franca decadencia, pese a la fuerte medicación que se dice que recibía para intentar mantener su mermada vitalidad y facultades mentales. Los acontecimientos exactos que precedieron a este retiro no están claros, aunque oficialmente se alegaron causas de edad avanzada y enfermedad. Atendido por asistentes de las SS encargados al efecto, sus últimos años fueron un lastimoso vagabundeo entre su Austria natal y la Alemania en guerra, falleciendo aquí a principios de 1946 bastante enfermo y desarraigado; era el último de su inmortal “linaje secreto”.

El caso de Himmler fue aún más patético: llegaría a traicionar a Hitler poco antes del final de la guerra, intentando negociar la paz por su cuenta con los aliados occidentales y buscando un buen porvenir a la vez para sí mismo. Esto encolerizó al Führer extremadamente al enterarse, de tal manera que declaró su traición como “la más grande que había visto” (parece que fueron sus palabras exactas), ordenando inmediatamente su arresto, expulsándole del partido y todos los cargos y condenándolo a muerte, todo ello inútil ya que los soviéticos ya habían invadido Berlín y Himmler huía disfrazado para evitar su captura. Sin embargo, varias semanas después sería detenido e identificado por patrullas aliadas, ante lo cual se suicidó parece que involuntariamente con una cápsula de cianuro. Realmente no fue un final muy épico para este insigne mago negro nazi.

Todos estos personajes estaban tan fuertemente adoctrinados que jamás dudaron en hacer lo que fuera, por muy bárbaro o insólito que pareciese, con tal de satisfacer su psicopatía elitista.

¿De dónde surgió esa doctrina que habría de llevar a un país como Alemania a tal extremo, y al mundo entero al mayor grado de destrucción provocado por el hombre hasta la fecha? ¿Qué influencia ejerció el esoterismo en todo ello?

Para responder a estas cuestiones debemos remontarnos unas décadas atrás y situarnos en pleno siglo XIX, en el corazón del Imperio Alemán.

 

 

continúa en la parte II………………………………………………

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