Seguramente la orden o sociedad relacionada con el esoterismo que más ha dado que hablar a lo largo de toda su historia ha sido la Masonería. La información que de ella ha trascendido al ciudadano medio ha estado casi siempre relacionada con presuntas intrigas que van desde los pequeños conciliábulos o reuniones de las “logias” (palabra que tanto se puede referir al grupo de individuos que forman un grupo autónomo masónico como al local donde se reúnen), hasta notorias conspiraciones a niveles incluso supranacionales que incluirían la intromisión activa en eventos históricos de primera magnitud, como podría ser la Revolución Francesa u otros acontecimientos sociopolíticos similares, algunos de cuyos principales protagonistas se han identificado como masones declarados. Es por la propia actitud de los afiliados a la Orden de cierto secretismo confeso además del despliegue de un llamativo repertorio de simbología y parafernalia de carácter ocultista por lo que la mayoría de las personas se inclinan a valorar negativamente la función y finalidad de la orden masónica, y a considerar dicha función como meramente conspirativa teniendo a la vez como finalidad la manipulación y consecución del poder a toda costa. En la actualidad, llegados a un punto extremo de confusión inaudito pero constatable, gran parte de las sociedades históricas que han tenido algún protagonismo en el ámbito místico, religioso o esotérico no se han librado de ser tratadas según esos criterios; en este orden de cosas, y sin negarle buena parte de culpa en ello, la Masonería ocupa un lugar privilegiado en las teorías de la conspiración. Esta sería más o menos la percepción que en la actualidad se tiene de la Orden Masónica después de siglos de existencia, dicho todo ello a modo de introducción general.
No vamos a entrar ahora en un análisis de la orden, lo cual daría para un vasto trabajo aun limitándonos a un repaso básico a su estructura y desarrollo histórico, sino que en este artículo trataremos de esbozar una aproximación a la Masonería a partir de la información más conocida referente a su origen (tanto legendario como histórico) centrándonos sobre todo en la Leyenda de Hiram, que por su significado simbólico y alegórico se suele considerar el punto referente originario de la Orden; además expondremos algunos datos relacionados que nos permitan poner en contexto dicha información y acercarnos al entendimiento, a grandes rasgos, de esta organización o “institución universal, iniciática, filosófica y ética” (como las propias logias se definen) tan importante en el devenir de los acontecimientos, sobre todo en la sociedad occidental y desde la edad moderna hasta nuestros tiempos.
Antes de nada haremos una puntualización necesaria: la palabra masón tienen una etimología que aún no ha sido del todo establecida por consenso. Para nuestro estudio y sin entrar en consideraciones detallistas, cuando nos referimos a esa palabra la entendemos en su sentido de “albañiles” , “canteros” o más genéricamente “constructores” : del inglés “mason, masonry” que significa albañil, albañilería, que asimismo correspondería en francés a “maçon, maçonnerie”, fundamentalmente tal y como se entendía en el contexto social de la Edad Media. Otorgamos prácticamente el mismo significado al vocablo francmasón, dándole el sentido de “constructor libre” (del francés “franc maçon”, inglés “freemason”) también en alusión a la condición de hombres libres medievales artesanos de la construcción. Sin embargo, la palabra francmasonería se viene utilizando para designar más bien a la masonería especulativa, sobre todo en su acepción inglesa. Por otra parte, describiremos al grupo en general como hermandad, orden o sociedad indistintamente aunque opinamos que las dos últimas palabras serían más precisas para designar a los grupos francmasónicos modernos.
LA HISTORIA
Es comúnmente aceptado que las logias masónicas provienen de los gremios de constructores medievales. Estos grupos de constructores en general aparecieron con el nacimiento de la ciudad medieval hacia el siglo XII y tuvieron su esplendor con el despunte de la arquitectura gótica, de la que obviamente fueron artífices y protagonistas. Dichos gremios, ya bien estructurados y cohesionados, representan la esencia de la masonería en todos los sentidos; alcanzaron su apogeo en Europa con la construcción de las grandes catedrales, pero posiblemente ya venían operando y organizándose desde el desarrollo del arte románico, el cual a su vez no está exento de simbolismo hermético. Las logias masónicas son un producto sobre todo urbano y su existencia se origina y fortalece casi paralelamente a la de la burguesía, estando socialmente incluidas en este grupo.
El gremio o logia era la estructura que agrupaba a las corporaciones de albañiles y canteros, surgidas (en Europa) como hemos dicho prácticamente a partir de las construcciones del románico, las cuales ya por entonces empezaban a proliferar; sin embargo, llegaron a su cenit con el icono arquitectónico más representativo del medievo que es sin duda la catedral. Dichas logias se habían convertido en depositarias de una ciencia de carácter mistérico y exclusivo, desarrollada a partir del conocimiento y práctica de los números y las formas aplicado esencialmente a la arquitectura sagrada, es decir, aquella poseedora de un doble sentido religioso y hermético. Una de las principales características de estos constructores, ya “masones” de pleno significado “hermético”, era que eran hombres libres no atados a ningún lugar concreto: se movían de un lugar a otro por necesidades del oficio de construcción. Esto, además de la propia estructura de los gremios, favorecía características singulares como la formación de aprendices y otros grados de especialización (que requerían de una iniciación o rito de pasaje para ser alcanzados), cierto grado de libertad frente a la vigilancia de la Iglesia u otros estamentos, o la creación de un círculo cerrado exclusivo y poseedor de un conocimiento específico…Todos los artesanos medievales en general tenían obviamente secretos relativos a sus oficios y relacionados con su maestría o arte, pero los masones eran obsesivos con los suyos, pues les otorgaban además una contrapartida espiritual e iniciática (en el sentido más ontológico de la palabra). Transmitían sus conocimientos oralmente y estos se aprendían de memoria, evitando ponerlos en papel.
Todavía es un misterio cómo, o en qué punto, los artesanos masones asociaron al arte de la construcción la sabiduría hermética que impregnaba sus obras, cargadas de simbolismo el cual poseía una riqueza extraordinaria y por supuesto un marcado carácter esotérico. Prueba de ese sincretismo es la exposición que hace Fulcanelli en su “Misterio de las catedrales”, y que constituye lo que podemos considerar como “arte sagrado”. Pero si lo analizamos en un contexto histórico más amplio, la realización material del arte sagrado no pudo surgir espontáneamente, sino que tuvo que ser la consecuencia y manifestación de una herencia tradicional transmitida entre generaciones por iniciados en el hermetismo y aplicada en cada caso según el momento histórico. Se puede decir, volviendo al ejemplo del arte gótico sacro de las catedrales, que los constructores plasmaban con técnicas arquitectónicas y expuestos mediante simbología alegórica conceptos de ciencias tradicionales como la alquimia, astrología, numerología, etc…comprendidos en el hermetismo; evidentemente la utilización masiva de la piedra en esta época fue una característica importante y definitoria, ya que sobre todo garantizaba la permanencia de la obra.
A la vez, el arte masón pudo incorporar indefectiblemente diversos tipos de influencias absorbidas de otras corrientes o fuentes que poseían características susceptibles de enriquecer dicho arte, como puede ser el fruto de intercambios culturales como el que se dio a raíz de las Cruzadas, la interacción con las diversas Ordenes de Caballería medievales y órdenes monásticas como los benedictinos, el contacto con la Cábala o el arte constructor oriental… sin olvidar que el arte se desarrollaba en el marco de una relación casi de simbiosis con la Iglesia Católica, pues hay que tener presente que las construcciones de las catedrales eran eminentemente cristianas, dirigidas y auspiciadas materialmente por obispos y miembros insignes del clero.
Los primeros estudios y declaraciones, muy significativos y de carácter público que se han hecho acerca del origen de la masonería provienen sobre todo del siglo XVIII, así que tomaremos como punto de partida ese período ya que además fue en aquella época cuando la orden sufrió la que sería muy probablemente la transformación más importante de toda su historia conocida. Esta transformación a la que nos referimos fue el producto de diferentes factores, pero sobre todo obedecía a ciertas circunstancias históricas especiales que se produjeron en Europa y cuya influencia directa la masonería difícilmente podía eludir, tales como por ejemplo la profunda crisis religiosa que se manifestaba por entonces en Occidente, o la decadencia de los gremios de constructores tradicionales que se venía produciendo por los cambios en los patrones de construcción con la introducción de nuevos estilos y usos que imposibilitaron la continuidad de una arquitectura tan cargada de simbolismo hermético como la desarrollada en el arte religioso gótico; como veremos, este evento debió de ser muy determinante para los cambios que se habían de producir y a los que hemos aludido.
En todo caso, a partir del siglo XVIII se produjo una apertura manifiesta en la Orden y por lo tanto una exposición pública a la vez que cierta reorganización dogmática y ritual que llevó a las logias a sentar las bases para su posterior desarrollo en el futuro, supuestamente a la vez intentando salvaguardar en lo posible el espíritu tradicional.
Estos hechos se venían materializando ya desde el siglo XVII; principalmente en Inglaterra, donde la masonería era más activa, muchas personas eminentes pertenecientes a la aristocracia y los altos estamentos sociales comenzaron a afiliarse en gran número a la masonería (probablemente atraídos por la posibilidad de intercambio de ideas afines en el seno de las logias que favorecían el libre pensamiento, y, cómo no, para adquirir un halo de atractivo hermetismo que no podía otorgar un apellido noble o un alto rango administrativo o militar) y le dieron un impulso diferente además de nuevo aspecto. A estos miembros se les conoció como “masones aceptados”. Obviamente estas personas aportaban prestigio y poder político-social a la masonería, pero no eran “constructores” ni tenían relación con tales agrupaciones gremiales, las cuales como hemos visto se consideraban históricamente como depositarios del espíritu y conocimientos de la Masonería. Si bien es cierto que en principio algunas logias se negaron a aceptar a personas que no fueran del “oficio”, finalmente la influencia de estos nuevos masones se hizo patente poco a poco hasta que dieron lugar al establecimiento de los atributos generadores de una nueva visión de la masonería, la “masonería especulativa”, que provocó que los masones aceptados desplazaran a los “masones operativos” tradicionales hasta hacerse con el control total prácticamente a partir del siglo XVIII. Desde entonces toda masonería en general se iba a considerar “especulativa”.
Consideramos este paso a la masonería especulativa absolutamente crucial para el entendimiento del desarrollo histórico de la Orden, por lo cual es muy interesante atender a la opinión de René Guénon, buen conocedor del tema por propia experiencia, cuando afirma lo siguiente:
[Este artículo, titulado «Los Ideales de nuestros Precursores», concierne a las corporaciones de la Edad Media consideradas como habiendo transmitido algo de su espíritu y de sus tradiciones a la Masonería moderna.]
Notemos primero, a este propósito, que la distinción entre «Masonería operativa» y «Masonería especulativa» nos parece que debe tomarse en muy distinto sentido del que se le atribuye de ordinario. En efecto, lo más habitual es imaginar que los Masones «operativos» no eran más que simples obreros o artesanos, y nada más, y que el simbolismo de significaciones más o menos profundas no habría llegado sino bastante tardíamente, tras la introducción, en las organizaciones corporativas, de personas extrañas al arte de construir. Por otra parte, no es esa la opinión de Bédarride (militar y masón francés, 1776-1846) que cita un número bastante grande de ejemplos, especialmente en los monumentos religiosos, de figuras cuyo carácter simbólico es incontestable; él habla en particular de las dos columnas de la catedral de Würtzbourg, «que prueban, dice él, que los Masones constructores del siglo XIV practicaban un simbolismo filosófico», lo que es exacto, a condición, evidentemente, de entenderlo en el sentido de «filosofía hermética», y no en la acepción corriente según la que no se trataría más que de la filosofía profana, la cual, por lo demás, nunca ha hecho el menor uso de un simbolismo cualquiera. Podrían multiplicarse los ejemplos indefinidamente; el plano mismo de las catedrales es eminentemente simbólico, como ya hemos hecho observar en otras ocasiones; lo que hay que añadir también es que, entre los símbolos usados en la Edad Media, además de aquellos de los cuales los Masones modernos han conservado el recuerdo aun no comprendiendo ya apenas su significado, hay muchos otros de los que ellos no tienen la menor idea.
Hace falta, en nuestra opinión, oponerse de alguna forma a la opinión corriente, y considerar a la «Masonería especulativa» como no siendo, desde muchos puntos de vista, más que una degeneración de la «Masonería operativa». Esta última, en efecto, era verdaderamente completa en su orden, poseyendo a la vez la teoría y la práctica correspondiente, y su designación puede, en este aspecto, ser entendida como una alusión a las «operaciones» del «arte sagrado», del cual la construcción según las reglas tradicionales era una de las aplicaciones. En cuanto a la «Masonería especulativa», que nació en un momento en el cual las corporaciones constructivas estaban en plena decadencia, su nombre indica bastante claramente que ella está confinada en la especulación pura y simple, es decir, en una teoría sin realización; sin duda, sería confundirse de la manera más extraña viendo eso como un «progreso». Si aún no hubiera habido ahí más que un aminoramiento, el mal no sería tan grande como lo es en realidad; pero, como hemos ya dicho en diversas ocasiones, ha habido además una verdadera desviación a principios del siglo XVIII, cuando la constitución de la Gran Logia de Inglaterra, que fue el punto de partida de toda la Masonería moderna. No insistiremos más por el momento, pero hemos de destacar que, si se quiere comprender verdaderamente el espíritu de los constructores de la Edad Media, tales observaciones son de todo punto esenciales; de otra forma, uno se haría una idea falsa o al menos muy incompleta.
René Guénon, “Estudios sobre la francmasonería y el compañerazgo”
René Guénon cita a propósito el siglo XVIII como fundamental en el cambio operado en la masonería, y efectivamente fue a lo largo de este siglo cuando se conformaron las principales logias en Europa, raíces del árbol que luego se ramificaría y extendería diligentemente por todo el mundo (sobre todo gracias a los colonizadores europeos); estas grandes logias aglutinantes surgieron a partir del establecimiento a mediados de 1717 de la Gran Logia de Londres, considerada la primera y “madre” de las logias posteriores, a las que procuró extender su influencia; además fue artífice principal como hemos apuntado del gran cambio que sufrió la masonería en aquel tiempo. No obstante, hay que señalar que existía en Escocia una masonería activa que tuvo un desarrollo histórico peculiar y marcadamente diferente de la línea directriz inglesa e impregnó con su propio carácter la ideología de la masonería moderna; tanto es así que, pese al hecho de que los masones ingleses participaron activamente en la formación de la segunda gran logia histórica, la Gran Logia de Francia (la primera logia británica en suelo francés se fundó en 1725, y la masonería francesa se independizó de la masonería inglesa hacia 1738), esta se vio influenciada ampliamente por el ideario masón escocés. En todo caso, las diferencias entre las logias consistían en matices a veces de marcado sentido político e incluso religioso que eran, presumiblemente, una consecuencia inevitable de la instauración del pensamiento “especulativo”.
En referencia al desarrollo particular de la rama masónica escocesa que hemos mencionado, algunos historiadores consideran que los primeros masones especulativos fueron un grupo de templarios sobrevivientes a la disolución de la Orden del Temple, ordenada en 1307 y llevada a cabo hasta 1314, año en que muere en la hoguera su último Gran Maestre Jacques de Molay y se “liquida” oficialmente la Orden. Según esta hipótesis, no probada históricamente, algunos caballeros templarios huyeron a las tierras altas de Escocia para ponerse bajo protección del rey Robert Bruce, al que supuestamente apoyaron en la exitosa batalla de Bannockburn (1314) contra el rey inglés Eduardo II. Después de esto se establecerían en la zona, vinculándose de alguna manera a los gremios de constructores. Este encuentro pudo propiciar que esos gremios de constructores (masones operativos) escoceses adquirieran características particulares que no existían en el resto de la masonería europea. La masonería escocesa se desarrollaría con cierta independencia hasta que finalmente y tras cuatro siglos, Sir William Sinclair de Rosslyn, en 1737, no teniendo heredero varón renunciaba al privilegio hereditario de su familia que hasta entonces dirigía la masonería en Escocia; por ello sometería su nombre a votación para el cargo de primer Gran Maestro de la recién instaurada Gran Logia de Escocia, resultando electo. De ahí en adelante la masonería escocesa se vincularía a la corriente general de la historia, introduciéndose en el continente a través de Francia como ya hemos indicado.
Volviendo a la crítica transformación que supuso el paso a la masonería especulativa, consideraremos pues este trascendental evento como un punto de inflexión que marca un “antes” y un “después” en la Orden, y a partir de aquí intentaremos establecer y delimitar sus orígenes tal y como los propios masones han manifestado, remontándonos a anteriores épocas históricas y dejando a un lado la fase especulativa que abarca desde el siglo XVIII hasta nuestros días y cuyos resultados desde el punto de vista del conocimiento hermético y comparativamente, creemos que tienen poco o ningún interés.
EL ORIGEN
Existe muy poca documentación escrita que pueda aportar algún indicio acerca de los orígenes de la masonería, y aquella de que se dispone (o ha trascendido) proviene de la propia Orden Masónica.
Los escritos principales que incluyen referencias a los orígenes de la masonería más antiguos que se conocen son dos documentos que datan ambos aproximadamente de finales del siglo XIV; fundamentalmente se consideran como la compilación esencial de los antiguos preceptos masónicos comunicados oralmente y en la mayor reserva entre los miembros de la fraternidad, además del nexo fundamental entre las antiguas asociaciones de picapedreros y canteros y la Masonería operativa. Estos documentos atestiguan que desde los tiempos medievales de la Masonería existía un Código Moral Masónico, en principio de carácter fuertemente religioso, que según los masones modernos en esencia se mantiene, aunque actualmente con un enfoque basado más en valores, y cabe decir desprovisto de toda religiosidad.
El primero de ellos es el Poema o Manuscrito Regius, también llamado Manuscrito de Halliwell por haber sido descubierto y publicado por James O. Halliwell hacia 1840 en Londres; se cree que data de finales del siglo XIV (hacia 1380-90). Escrito en verso y en un inglés arcaico, es de carácter eminentemente religioso (cristiano católico) y entre otras cosas describe a grandes rasgos una historia de la masonería que se remontaría a tiempos antiguos con la invención de la geometría y el arte de la construcción por un hombre a quien se nombra como Euclides y se sitúa en el antiguo Egipto. Posteriormente el poema declara la introducción del oficio de la masonería en Inglaterra ya hacia el siglo X. También hace algunas referencias a los textos bíblicos; menciona por ejemplo a Noé, considerado un insigne “constructor” simbólico y personaje clave tanto en el dogma como en el ritual masónico.
El otro manuscrito a que nos referimos es el Manuscrito Cooke, llamado así por su primer editor, Matthew Cooke, el cual propició su publicación en 1861 en Londres. Fechado hacia 1410 – 1420, la parte que nos concierne alude también al nacimiento de la geometría y la arquitectura, además de remontar sus orígenes a los tiempos del Génesis bíblico. Partiendo del patriarca antediluviano Lamec, establece una línea descendente citando también a Noé y su familia y enlazando posteriormente con el ya mentado Euclides egipcio, además de Hermes, Pitágoras y otros. Continúa asimismo con la introducción del arte constructor en el continente europeo a través de Francia y llegando a Inglaterra donde enseguida echó fuertes raíces. Hay que decir que es precisamente el Manuscrito Cooke el primer documento masónico donde aparece la figura de Hiram Abiff, al que presentan como hijo de Hiram, Rey de Tiro, y de quien luego hablaremos más detenidamente por considerarse el primer maestro masón “en toda regla”.
Es evidente que las descripciones del origen de la masonería presentadas en estos manuscritos no tienen mucho fundamento histórico, aunque sí que han servido para conformar un origen mítico de la Orden que ha sido aprovechado convenientemente en el seno de la masonería especulativa. Por lo demás, el resto de su contenido (reglas y deberes morales en los gremios, instrucciones de tolerancia y compañerismo…) ha servido como directriz en orden a regular y afianzar las líneas de conducta en las logias. Es por ello que se ha considerado y denominado a estos manuscritos genéricamente como “Antiguos cargos” o también “Constituciones góticas”.
LAS CONSTITUCIONES
Sin embargo, tenemos que remitirnos a un libro publicado en 1723 y que rápidamente se convirtió en el auténtico “manual del masón” para descubrir más detalles acerca de lo que la propia masonería por entonces consideraba sus raíces originarias: este fue el “Libro de las Constituciones de Anderson”.
El 17 de enero de 1723 la Gran Logia de Londres aprobó un Reglamento interno, conocido como las Constituciones de Anderson, cuyo contenido se asumió como guía para los trabajos, ordenación de las relaciones entre los Masones, y como proposición de una historia de la Masonería que resultara congruente, al menos con el ideario de la Fraternidad.
James Anderson, pastor presbiteriano escocés, fue el autor del libro (con apoyo y supervisión del alto masón Jean Theophile Desaguliers), trabajo que le fue encomendado por la Gran Logia de Inglaterra en 1721 en orden a “…compilar y reunir todos los datos, preceptos y reglamentos de la Fraternidad, tomados de las constituciones antiguas de las logias que existían entonces”. Habría dos ediciones posteriores de la obra (1738 y 1813) con correcciones significativas.
Lo cierto es que las Constituciones marcan sin duda el inicio de la moderna masonería especulativa: la obra se convirtió pronto en el estatuto interno de las logias y libro de cabecera obligado para cada masón. Se tradujo al alemán en 1741 y al francés en 1745; desde entonces no ha cesado de reimprimirse. Esencialmente, las Constituciones sugieren que, a partir de entonces, el trabajo masónico ya no será la construcción de un templo de piedra, sino que simbólicamente el edificio que habrá de levantarse será el templo alegórico humanista; por lo tanto básicamente se desvincula a la Fraternidad de todo contenido dogmático religioso cambiándolo por un código moral de conducta basado en valores universales éticos. La Masonería se convertía a partir de entonces en centro de encuentro de hombres de cierta cultura, con inquietudes intelectuales, interesados por el humanismo como fraternidad, por encima de las separaciones de carácter sectario y religioso que tanta discordia habían acarreado a Europa en los tiempos de la Reforma. La nueva divisa era “Libertad, Tolerancia y Fraternidad”. De este modo, según las Constituciones:
“El Masón está obligado por su carácter a obedecer la ley moral, y si debidamente comprende el Arte, no será jamás un estúpido ateo ni un libertino irreligioso. Pero aunque en tiempos antiguos los masones estaban obligados a pertenecer a la religión dominante en su país, cualquiera que fuere, se considera hoy mucho más conveniente obligarlos tan sólo a profesar aquella religión que todo hombre acepta, dejando a cada uno libre en sus individuales opiniones; es decir, que han de ser hombres probos y rectos, de honor y honradez, cualquiera que sea el credo o denominación que los distinga. De esta suerte la Masonería es el Centro de Unión y el medio de conciliar verdadera Fraternidad entre personas que hubieran permanecido perpetuamente distanciadas.” (Capítulo «Deberes de un francmasón: de Dios y la Religión»)
En relación a la historia de la masonería propuesta, Anderson había redactado e incluido en el libro una “historia del arte de la construcción” (“Arte Real” lo denomina) otorgando a la masonería una estirpe legendaria, bíblica, que empezaba nada menos que con la identificación de Adán como el primer masón que existió sobre la tierra; siguiendo con Caín y Seth revelando su faceta de constructores, y continuando con la genealogía bíblica, pasando por Abraham y Noé, la introducción de la masonería en Egipto con el ejemplo de las pirámides, las vicisitudes del pueblo hebreo incluyendo a Moisés y la salida de Egipto de los israelitas (“todo un pueblo de masones”), Salomón y el Templo de Jerusalén con su arquitecto Hiram, para pasar por Grecia, Pitágoras, los romanos y sus construcciones, un repaso a los bárbaros precristianos de centroeuropa y por último su Britania natal, mencionando aquí el desarrollo de la Masonería en el marco de los sucesivos reyes con bastante detalle y llegando hasta la creación en 1717 de la Gran Logia de Londres. Es obvio que pretende encajar la historia masónica en un escenario mítico que indudablemente le otorgaría unas regias credenciales, aunque no parece prudente tomar este legado histórico muy al pie de la letra.
Por ejemplo, en las Constituciones de 1723 podemos leer lo siguiente:
“Noé el noveno desde Seth, recibió la orden de Dios para construir una enorme Arca, toda de madera, ciertamente fabricada con Geometría y de acuerdo a las Reglas de la masonería.
Noé y sus tres hijos Jafet, Sem y Cam fueron verdaderos masones que después del diluvio conservaron las tradiciones y artes de los antediluvianos y las transmitieron ampliamente a sus hijos, pues un siglo después del diluvio, en el año 1810 del mundo y 2194 a. de C. vemos a gran número de ellos, si no a toda la raza de Noé, congregada en el valle de Sinar, ocupados en edificar una ciudad y una alta torre que perpetuase su nombre y evitara su dispersión. Pero querían levantar la torre a tan monstruosa altura, que por su vanidad desbarató Dios su proyecto, confundiendo sus lenguas, de modo que se dispersaron. Sin embargo, no por ello es menos encomiada su habilidad en Masonería, pues emplearon más de 53 años en aquella prodigiosa obra, y al dispersarse difundieron el potente conocimiento por los lejanos países en donde fundaron reinos, repúblicas y dinastías.”
Tal es el tono general del relato de Anderson, ensalzando continuamente el arte de la construcción y la geometría, ciencia que considera la columna vertebral del arte constructor. Y se advierte que por encima de todas las construcciones hace despuntar la obra del Templo de Jerusalén:
“Pero ni el templo de Dagón ni las magníficas construcciones de Tiro y Sidón podían compararse con el eterno templo de Dios en Jerusalén, que para pasmo del mundo construyó en el corto lapso de siete años y seis meses, por mandato divino, aquel sapientísimo varón y gloriosísimo rey de Israel, el Príncipe de la Paz y de la Arquitectura, Salomón (hijo de David, a quien se le negó el honor de la edificación por haberse manchado de sangre) y lo construyó sin que se oyera ruido de herramientas ni rumor de hombres, a pesar de que estaban empleados 3.600 sobrestantes o Maestros Masones para dirigir la obra bajo las instrucciones de Salomón, con 70.000 obreros para llevar cargas y 80.000 compañeros para que cortasen en el monte. Además, los reclutados bajo la dirección de Adoniram para trabajar en el Líbano por turno con los sidonios, en número de 30.000, entre ambos turnos, resultando en total general 183.600.
Mucho tenía que agradecer Salomón a Hiram, rey de Tiro, por tan gran número de hábiles masones, pues había enviado sus masones y carpinteros a Jerusalén, y al cercano puerto de Joppa la madera de abeto y cedro del Líbano. Pero el más valioso envío del rey de Tiro fue el de su homónimo Hiram o Huram, el masón más hábil y entendido del mundo.”
Aquí ya se alude directamente a Hiram Abiff, el misterioso arquitecto que intervino decisivamente en la construcción del Templo y cuya leyenda llegaría a convertirse en uno de los símbolos más importantes y significativos, si no el que más, de la francmasonería.
continúa en la Parte II………………..